Aunque en las elecciones generales del 3 de marzo de 1996 el Partido Popular obtuvo una mayoría pírrica, José María Aznar logró hacerse con el Gobierno, al contar con el apoyo de las formaciones nacionalistas de Cataluña (CIU), del País Vasco (PNV) y Canarias (CC). El 5 de mayo de ese mismo año jura su cargo y, al día siguiente todos los nuevos ministros toman posesión de sus cargos.
La llegada de Aznar a la Presidencia del Gobierno despertó muchas expectativas, ya que durante los últimos catorce años los socialistas encabezados por Felipe González se adueñaron prácticamente de la mayor parte de las instituciones del Estado y las manejaban como si fuera su cortijo particular. Todos los españoles esperaban un cambio de rumbo decidido, desde el primer día de su mandato. Pero no fue así. Comenzó tragándose como ministro de Defensa a Eduardo Serra, de perfil político un tanto sospechoso. No quiso saber nada del terrorismo de Estado practicado por el Gobierno anterior y se olvidó de desclasificar los papeles del CESID, tal como había prometido. Se contentó simplemente con “pasar página”.
Además de esto, Aznar cometió otros errores, más graves aún si cabe, que propiciaron los lamentables acontecimientos acaecidos en marzo de 2004. Y es que, no se por qué obscura razón, no limpió las cloacas del Estado, largando del CESID y de los puestos policiales de responsabilidad a todos los advenedizos y estómagos agradecidos, nombrados a dedo por el PSOE. Por si fuera esto poco, en junio de 2001, nombra a Jorge Dezcallar director del CESID, convirtiéndose así, de la mano de Aznar, en el primer civil al mando de los servicios secretos españoles. Y continúa en ese mismo puesto cuando en 2002, cuando desaparece el CESID y se transforma en el CNI actual.
Y Jorge Dezcallar era, cuando menos, una persona sospechosa de sintonizar preferentemente con el PSOE y no con el Partido Popular. Buena prueba de ello era su historial al servicio de los Gobiernos de Felipe González, ocupando siempre cargos de suma confianza, incluso dentro del mismo palacio de La Moncloa. Que el PSOE mostrara públicamente su satisfacción cuando fue elegido por Aznar para dirigir los servicios secretos españoles, ya daba mucho que pensar.
Tanto el Partido Popular como los ciudadanos españoles pagamos muy caro la falta de valentía de José María Aznar para cortar por lo sano, limpiando todas las instituciones de personas dudosas, susceptibles de convertirse en topos del PSOE. Los socialistas son en esto extremadamente cuidadosos. Estos presumen, sin rubor alguno, de su filiación de izquierda, mientras que en el Partido popular consideran poco menos que un insulto que los tilden de derechas. Ese terrible complejo les lleva a catalogarse en posiciones más neutras, y de ahí su continuo viaje hacia un hipotético centro. Y ese miedo innato a ser lo que son, ese temor absurdo a molestar a unos y a otros, hace que muchas veces se frustren o se malogren algunas de las iniciativas previstas de antemano.
Es cierto que Aznar hizo muchas cosas buenas, supo aplicar debidamente unas profundas reformas liberales en la economía que se tradujeron en una reducción considerable del paro, en la liquidación del déficit público y en nuestra entrada en la moneda única europea. Pero el miedo escénico a tomar decisiones en solitario, sin el apoyo de otras fuerzas políticas, le impidió poner un colofón meritorio a sus ocho años de Gobierno. Ni siquiera supo aguantar el envite de los sindicatos mayoritarios y dejó prácticamente en nada la reforma laboral proyectada. Los errores de bulto cometidos permitieron a los socialistas manejar a su antojo los terribles atentados del 11-M, ya que era evidente que disponían de datos extremadamente relevantes que desconocía el Gobierno. No es pues de extrañar que, contra todo pronóstico, el Partido Popular perdiera las elecciones de 2004.
Después de dos legislaturas desastrosas de los socialistas, el Partido Popular con Mariano Rajoy al frente, barre al PSOE en las elecciones de noviembre de 2011. Ninguna fuerza política había llegado antes a los 186 diputados. Falta por saber, eso sí, si ese morrocotudo triunfo es debido a la valía personal de los líderes del Partido Popular o es simplemente el fruto de los desaciertos continuados de Rodríguez Zapatero y de sus Gobiernos. Ahora importa muy poco el por qué; lo verdaderamente relevante es que el Gobierno encabezado por Mariano Rajoy tiene hoy en sus manos un cheque en blanco para reorientar adecuadamente las distintas cuestiones políticas y económicas que nos afectan. Es más, los ciudadanos le exigen que se involucre con decisión para solventar, con ayuda o sin ella, los problemas heredados, que enturbian nuestra convivencia social.
Es cierto que el nuevo Gobierno se enfrentó, desde un principio, a la complicada situación que padecemos, para superar lo más rápidamente posible ese momento de dificultades que vive España. Por eso ha batido el record arbitrando reformas y nuevas leyes para quemar etapas en ese camino hacia un tiempo nuevo y una época mejor. Además de medidas necesarias, aunque tremendamente impopulares como la subida del IRPF, fueron apareciendo otras, prácticamente sin solución de continuidad, como la ley de estabilidad presupuestaria, la protestada reforma laboral, la restructuración del sector financiero y el plan de racionalización de empresas públicas. Se aprobó también el anteproyecto de la ley de transparencia, en la que se incluye un código de buen gobierno, un régimen de infracciones y las oportunas sanciones para aquellos que no lo cumplan.
Aunque el Gobierno de Rajoy ha puesto en marcha en tres meses más reformas que el de Zapatero en casi ocho años, se muestra muy timorato y acomplejado. Teme abordar los acuciantes problemas en solitario y busca desesperadamente la ayuda y el acompañamiento de otras fuerzas políticas que, más pronto o más tarde, exigirán el correspondiente peaje. El mandato tan abrumadoramente recibido de la ciudadanía exige al Gobierno que, si hace falta, se olvide de la oposición y afronte con coraje y arrojo las situaciones complicadas en que nos han metido y busquen denodadamente la mejor solución.
Ya va siendo hora de que la derecha deje de mirar al tendido como si necesitara pedir perdón por estar ahí con esa representación política tan alta. En esta ocasión, no necesita pedir permiso a nadie para poner en marcha lo que tan claramente ha demandado el pueblo. No tiene la izquierda ese plus de autoridad que suele atribuirle la derecha y que la misma izquierda se atribuye a sí misma. En la derecha, por parecer progres y evitar que les tilden de carcas, son capaces de cualquier cosa, hasta de nombrar a alguien para un cargo importante, aunque dicho nombramiento implique un notable desprecio para el sentir mayoritario de los afiliados. Es el caso de Carmen Vela, izquierdista de pro y abortista confesa, que firmó el “contramanifiesto” famoso, donde se defienden las patochadas de Bibiana Aido, según las cuales el no nacido no es un ser humano y que fue escrito para censurar el llamado “manifiesto de Madrid”. Esto sin contar que, en las últimas elecciones, hizo campaña a favor de Rubalcaba.
Y no es solamente esto. Hay muchas instituciones que están plenamente deslegitimizadas por el resultado abrumador de las pasadas elecciones generales del 20 de noviembre. Destacan entre todas ellas Televisión Española y Radio Nacional de España. Desde estos medios de comunicación públicos, los distintos comunicadores aprovechan descaradamente cualquier circunstancia para criticar y, si puede ser, dejar en ridículo al Partido Popular. Y a la vez, ensalzan sin el menor rubor al partido socialista que les puso ahí, aireando sus escasas virtudes y ocultando sus múltiples tropelías.
Y a pesar de llevar ya tres meses en el Gobierno y de su abrumadora mayoría, los del Partido Popular, emulando estoicamente al patriarca Job, aguantan con tremenda paciencia las críticas interesadas propagadas desde la televisión y la radio públicas. Y si alguna vez se quejan, lo hacen de manera disimulada y en tono menor para que no se incomode nadie. Que razón tenía el rico de la parábola evangélica que nos cuenta San Lucas, cuando alaba sin titubeos a su mayordomo infiel “porque había obrado sagazmente; porque los hijos de este siglo son más sagaces que los hijos de la luz en el trato con sus semejantes”.
Ya sabemos todos que hay una normativa que les impide entrar a saco en esas instituciones. Pero el poder de que disfrutan es tan alto que pueden cambiar de un día para otro todas las disposiciones que lo impiden. Ni más ni menos, es lo que hubiera hecho el PSOE si invertimos los papeles. Ahí está para muestra lo que hicieron en 2004 cuando ganaron las elecciones, sin tanto apoyo como tiene ahora el Partido Popular. ¡Ah! ¡Que no quieren parecerse a ellos! Ya me parecía a mí que, una vez más, nos íbamos a topar con la nefasta doctrina de Arriola que tanto daño ha hecho al partido. Doctrina que prohíbe ser excesivamente agresivo y recomienda huir siempre de la confrontación directa.
El arriolismo inveterado ha llevado al Partido Popular a afrontar elecciones con una propaganda totalmente plana, sin garra, y con miedo a generar cualquier tipo de crispación. Las consecuencias inmediatas de las enseñanzas de Arriola están a la vista: se perdieron las elecciones de 1993 y no se volvieron a perder en 1996 por puro milagro. Y algo habrán tenido que ver con el resultado de las elecciones andaluzas del pasado 25 de marzo, el arriolismo y la propaganda tendenciosa que han hecho los lacayos de los socialistas desde las televisiones y la radio públicas.
Y cuando se está en el Gobierno, no se puede ejercer el Poder de un modo tan vacilante y sin decisión. Hay que ser más beligerantes y explicar adecuadamente las actuaciones que se van tomando. Ante todo, no hay que dejar que sean los adversarios declarados, los que expliquen esas medidas. Y eso es precisamente lo que ha pasado con la reforma laboral, que han sido los sindicatos y la oposición los que se han encargado de airear todos los males posibles de dicha reforma, y lo han hecho precisamente desde esos medios públicos de comunicación que pudieron haber neutralizado ya y que no lo han hecho para no dar que decir.
Esperemos que el Gobierno actual se deje de zarandajas, abandone de una vez esos complejos absurdos y limpie inmediatamente los medios de comunicación de semejantes personas, puestas a dedo por los socialistas y que, de hecho, están haciendo mucho daño al Partido popular. Ya va siendo hora de que el Gobierno asuma responsablemente el poder que le dieron las urnas, deje de ser tan timorato y con arrojo y decisión, ponga en su sitio a los sindicatos de clase, obligándoles por ley a autofinanciarse con sus afiliados, excluyendo definitivamente cualquier tipo de ayuda estatal. Y otro tanto debe hacer con los titiriteros y los del clan de la ceja que, juntamente con los sindicatos, forman la quinta columna del PSOE.
Además de reformar la Ley Electoral que propicia ese poder desproporcionado a los nacionalistas de algunas regiones de España y de promulgar urgentemente una Ley de Huelga, la salud democrática exige una actuación decidida para adelgazar la administración autonómica y suprimir valientemente las duplicidades y solapamientos en las competencias entre el Estado y las Autonomías. Y ante todo, recuperar para la administración central, antes de que sea demasiado tarde, las competencias de educación y de sanidad que nunca debieron ser transferidas.
Gijón, 27 de marzo de 2012
José Luis Valladares Fernández