
Le falta muy poco a Santiago Carrillo Solares para sentirse orgulloso de su pasado. Por eso no duda en afirmar en sus ‘Memorias’: “cuando hago el balance de mi trayectoria lo hago convencido de haber mantenido en lo fundamental una coherencia clara”. Y en otro párrafo agrega cínicamente: “Pero estoy muy tranquilo, habiendo hecho todo lo que he podido hacer; he cometido errores, pero no fundamentales”. Evidentemente su conciencia no le remuerde en absoluto. No le remuerde, no porque no haya cometido toda clase de crímenes y las atrocidades más espantosas. Es más sencillo que todo eso, no le remuerde, porque no la tiene.
Ahora el Ayuntamiento de Gijón provoca la ira de los que conocen la historia, y saben cómo se comportó Carrillo, durante la guerra civil ejerciendo de Consejero de orden Público en la Junta de Defensa de Madrid, y posteriormente ostentando el cargo de Secretario General del Partido Comunista de España. Porque los crímenes de Carrillo no se circunscriben a su etapa como Consejero de Orden público. Fue también inmisericorde, desde su exilio dorado tras el telón de acero, hasta con aquellos conmilitones suyos que pudieran hacerle sombra. Los crímenes execrables de Paracuellos del Jarama, y más aún, si cabe, los que perpetró contra sus propios compañeros, hacen de Carrillo un personaje extremadamente odioso y detestable. Y una persona así no está capacitada para convertirse, de la noche a la mañana, en hijo predilecto de Gijón ni de ningún otro sitio.
No se qué habrán visto en Santiago Carrillo los responsables de nuestro municipio para otorgarle semejante título. El papel jugado por Carrillo durante nuestra transición no es motivo suficiente para conseguir tal galardón. Pues a nadie se le escapa que, durante aquella época, actuó como actuó por puro interés personal. Carrillo nunca renegó de la revolución y su apuesta por la transición española fue claramente táctica. Se había dado cuenta de que su estrella, dentro del mundo comunista, había iniciado ya su declive. La descomposición misma del comunismo, como modelo ideológico, era ya imparable. Pues todos los intentos de socializar al resto de países que se habían mantenido fieles al capitalismo, habían resultado vanos e inútiles.
Buscando una mayor proximidad hacia las clases medias surgidas del capitalismo, aparece el intento de convertirse en partido de masas y poder así participar en elecciones pluripartidistas para tener opciones ciertas de gobierno. Así nace, de la mano de los comunistas franceses y de los italianos, lo que se conoció como eurocomunismo. A Santiago Carrillo le vino a pedir de boca el inicio en España de la transición democrática y la legalización del Partido Comunista. Con la restauración democrática y la implantación otra vez de los partidos políticos, encuentra en España todo un filón político muy oportuno para abandonar de una vez las incertidumbres en que le había sumido el comunismo soviético. De este modo podría contar con una base social muy amplia y no tendría problemas para implantar también aquí el eurocomunismo.
Es normal que quienes conozcan con detalle la trayectoria de Santiago Carrillo se opongan a que se le nombre sin más hijo predilecto de Gijón y de cualquier otra parte. Y es normal que le echen en cara todas sus atrocidades, que fueron muchas, aunque les tilden de extremistas de derechas, como hace Paz Fernández Felgueroso, alcaldesa del Ayuntamiento de Gijón. Los delitos de Carrillo son muy variados y van desde la conspiración abierta contra el orden democrático, hasta el ataque directo a las haciendas y a las personas con el resultado que todos conocemos. Comenzó su andadura criminal, siendo aún muy joven, tratando de encender la mecha de la Revolución de octubre de 1934 en Madrid, aunque aquí fracaso y terminó en la cárcel.
La vida política de Carrillo ha sido tan azarosa como larga y confesará muy ufano que ha mantenido siempre en alto la bandera de la resistencia antifascista. De ahí que no tenga por qué arrepentirse de nada. Siguiendo instrucciones directas de Moscú, que recibía a través del delegado de la Internacional Comunista y agente de Stalin, Vittorio Codovilla, dedica todo su esfuerzo en fusionar al PSOE y al PCE en un único “gran partido del proletariado” y a la formación de unas milicias armadas, los nefastos milicianos que desempeñaron un papel preponderante en la represión política y religiosa llevada a cabo durante la guerra civil.
Quizás no haya sido todo funesto lo derivado de la Ley de Memoria Histórica. Al menos ha servido para descubrir la historia auténtica de Santiago Carrillo. Este viejo e irredento comunista quería pasar por héroe de la Transición política, y esta inoportuna ley de Zapatero ha redescubierto nuevamente al auténtico criminal de Torrejón de Ardoz y de Paracuellos del Jarama. Los hechos son muy claros. Los responsables del Frente Popular recibieron de Moscú la consigna de aniquilar a la famosa “quinta columna” para evitar que las tropas de Franco encontraran ayuda dentro de Madrid. En cumplimiento de semejante consigna se acentuaron las detenciones, las torturas y los asesinatos, que ya se habían iniciado desde el comienzo de la Guerra Civil. Las llamadas sacas y las matanzas se aceleraron cuando Santiago Carrillo fue nombrado Consejero de Orden Público.
Entre los militares y hombres de carreras y aristócratas “paseados” o, como se dice en la declaración del compañero de fatigas de Carrillo, Ramón Torrecilla Guijarro, sometidos a “una evacuación…. definitiva”, nos encontramos con jovencitos, prácticamente niños que tenían la mala costumbre de asistir a misa. Por idénticas razones había también entre los asesinados, muchos sacerdotes y religiosos que tenían la osadía de creer en Dios. Y, cómo no, también había muchos seminaristas y muchas monjitas que, al parecer, representaban un gran peligro para la República. Cuando las tropas llamadas nacionales se aproximaron a Madrid, se acrecentaron los asesinatos de una manera notable. Fueron miles los presos civiles y militares que encontraron su “final de trayecto” en Torrejón de Ardoz y, sobre todo, en Paracuellos del Jarama.
Piensa Santiago Carrillo que, después de tantos años, ya no se acuerda nadie de sus crímenes. Olvida que hay documentos que lo incriminan directamente en las atrocidades cometidas en las checas madrileñas. Llega incluso a contarnos la patraña de que los generales Miaja y Rojo vivían “una solidaridad profesional con las familias de mandos del Ejército franquista que permanecían en Madrid” y que, por consiguiente, no le hubieran perdonado nunca si hubiera sido responsable de lo ocurrido en Paracuellos. Se declara inocente y achaca los asesinatos de esas columnas de presos por la carencia de medios de la Junta de Defensa para defenderlos en su paso por esos territorios, próximos a Madrid, donde tenían sus bases los “señores de la guerra”. De ahí que confiese cínicamente: “la única responsabilidad que puedo asumir, es decir, todo lo más que se me podría imputar es que no pudimos dar cobertura a esas columnas de presos porque no teníamos efectivos ni para defender Madrid”.
Los incontables crímenes de Carrillo continuaron aún después de terminada la Guerra Civil. Aquellos compañeros de partido o camaradas, como se decía entonces, que operaban en España un poco al margen de las directrices marcadas por el propio Carrillo y por Dolores Ibárruri, cómodamente instalados en el exilio, se les delataba a la Policía de Franco como le ocurrió al agente de la Komintern Heriberto Quiñones. Este procedimiento maquiavélico se repetirá con frecuencia con los que Carrillo consideraba disidentes, como es el caso de Jesús Monzón. A veces era algún enviado de Carrillo el que ajusticiaba directamente a los discrepantes, como les pasó, entre otros a Gabriel León Trilla y a Víctor García García. Pero, eso sí, en estos casos procuraba hacer creer a la familia que había sido la Guardia Civil la causante de su muerte.
A grandes rasgos, estos son los delitos y los crímenes de Santiago Carrillo que trata de ocultar o de disimular, pero de los que nunca se ha arrepentido. En su fuero interno aún piensa que rindió un gran tributo a la libertad y a la democracia, entendidas libertad y democracia como las entendía el propio Stalin. No se le pueden exigir responsabilidades por este tipo de delitos, pues fueron amnistiados por Franco primero en 1966 y posteriormente en 1977 al producirse la transición democrática. Pero sí podemos impedir que se olviden sus actos y que trate de justificar ante nosotros lo que realmente es injustificable. Todos sabemos que Santiago Carrillo ha blindado su conciencia y ha utilizado conscientemente la maldad por sistema. Y este modo de proceder, en realidad, le hace especialmente odioso a la sociedad responsable.
Gijón, 15 de diciembre de 2010
José Luis Valladares Fernández