martes, 15 de junio de 2021

POR FAROLEAR QUE NO QUEDE


El pasado 27 de mayo, el director del Gabinete de la Presidencia del Gobierno, Iván Redondo, comparecía ante la Comisión Mixta de Seguridad Nacional. Y suplantando al famoso Isaac Asimov, aprovechó esa ocasión para anunciar solemnemente la inminente creación de una NASA española. Y afirmó que, con la institución de una Agencia Espacial española,  podíamos prevenir y “hacer frente a los riesgos y amenazas que puedan dañar los intereses nacionales”.

Y para que no quede ninguna duda de las intenciones del Gobierno, el ministro de Ciencia e innovación de España, Pedro Duque, salió al día siguiente a la palestra para confirmar la noticia. Este astronauta español  hizo saber a los descreídos de siempre, que había llegado la hora de competir dignamente con norteamericanos y rusos, disponiendo de una Agencia Aeroespacial propia, capaz de crear y lanzar  cohetes al espacio y de realizar viajes turísticos a la Luna y, por qué no, a otros planetas y satélites. Y todo, claro está, causando “el mínimo trastorno posible a las cuentas públicas”.

De todos modos, tenemos que decir que, o estamos ante un proyecto propagandístico del Gobierno de Pedro Sánchez, ideado cuidadosamente por su fiel escudero, Iván Redondo, para desviar la atención de otros asuntos, o los miembros de ese Gobierno están soñando. Sea como sea, esa propuesta estelar es tan etérea y tan inútil como la España que tienen previsto conseguir en el año 2050.

También es muy posible, que al presidente Sánchez le parezca poca cosa La Moncloa y que, para colmar su desmedida ambición, necesite  estar por encima de los demás presidentes del mundo y aspire por eso a dirigir un Gobierno realmente galáctico. En cualquier caso, la puesta en marcha de una Agencia Espacial española es algo, creo yo, que no está al alcance de nuestro Gobierno, en primer lugar porque carecemos lamentablemente de medios económicos suficientes para instaurar un organismo así, y mucho menos para mantenerlo después.

Y a parte de la evidente inviabilidad económica, nos encontramos también con la falta de capacidad técnica del Gobierno de Pedro Sánchez para desarrollar adecuadamente un proyecto de esa envergadura. Eso indica, al menos, la nefasta gestión que han hecho de la economía en general y de la pandemia generada por el coronavirus. Fallaron lisa y llanamente hasta en la formación del comité de expertos que necesitaban para tomar decisiones más acertadas. Por lo tanto, no podíamos esperar que hubieran acertado a montar la maqueta de una simple nave espacial.

Es verdad que España nunca ha tenido capacidad económica para afrontar la creación y el mantenimiento posterior de una NASA española de esa envergadura. Como mucho, podríamos recrear a gran escala la Misión Intergaláctica Espacial de ‘Mortadelo y Filemón’, plasmada en un cómic por el genial Francisco Ibáñez Talavera. Y esas posibilidades económicas se redujeron sensiblemente aún más con el aterrizaje de Pedro Sánchez en La Moncloa. Y todo, digámoslo de una vez, por su desastrosa gestión al frente del Gobierno.

No olvidemos que, si el presidente Sánchez maneja las cuentas con la misma soltura que  el paraguas en un día de tormenta con mucho viento, tenemos asegurado el desastre económico. Y es lo que efectivamente pasó, ya que se olvidó de la economía productiva y centró todo su esfuerzo en la economía subsidiada, gastando dinero a lo loco, con el consiguiente aumento descontrolado del déficit y de la deuda pública. Y como es sabido, las sociedades subsidiadas terminan inevitablemente sumidas en la pobreza y la miseria más extrema.

Según el Banco de España, al finalizar el año 2020, la deuda pública alcanzaba la escalofriante cifra de los 1,345 billones de euros, lo que representa el 120% del PIB español. Y si actualizamos esa deuda, incluyendo el incremento que se produjo a lo largo del primer trimestre de 2021, nos encontraríamos con una cifra bastante más escandalosa. La deuda del conjunto de las Administraciones Públicas alcanzaría los 1.392.733 millones de euros, con lo que llegaríamos, ahí es  nada, al 125,3% del PIB.

Hay que señalar, digámoslo abiertamente, que el Gobierno de Pedro Sánchez bate todos los récords en altos cargos, en asesores y, por supuesto, en personal de confianza sin más méritos que la relación personal o la amistad. En el primer trimestre de este año, solo los asesores se han llevado un pellizco nada menos que de 17.5 millones de euros.

Teniendo en cuenta todo esto, podemos afirmar categóricamente que el sanchismo ha supuesto un lastre y un tremendo fracaso para los españoles, sobre todo para los colectivos más vulnerables, como es el caso de los más jóvenes y los que sufren el estigma de la pobreza. Gracias a la labor y a los desvelos del doctor ‘cum fraude’ que rige nuestros destinos, España camina decididamente hacia el tercermundismo y a la miseria.

Hay que reconocer que, desde que se produjo el desembarco del presidente Sánchez en La Moncloa, comenzaron a crecer desproporcionadamente las colas del hambre. La Fundación Madrina, por ejemplo, venía atendiendo al mes a unas 400 familias con problemas de  vulnerabilidad social. Ahora, sin embargo, tiene que prestar ayuda económica diariamente a más de 4.000 familias necesitadas.

Sabemos que a Pedro Sánchez le pierde su egoísmo y su desmedida presunción, que le lleva a presumir hasta de su sombra. Y para curarse en salud y  huir de cualquier tipo de responsabilidad  con la situación de pobreza que se vive en España, procura compararnos con los países de nuestro entorno, dando a entender que tenemos un nivel muy similar al de los franceses e italianos. Y se despacha, faltaría más, ocultando que, entre los 27 países de La Unión Europea, lideramos el paro y ocupamos la cuarta plaza en riesgo de pobreza. Solo tenemos por delante de nosotros a Rumanía, Bulgaria y Estonia, que ya es decir.

Y por si fuera esto poco, tenemos que agregar, que  España es el tercer país de la Unión Europea con la mayor desigualdad de la renta disponible. No tenemos nada más que a Bulgaria y a Rumanía por delante de nosotros en la misma circunstancia. Y esa elevada desigualdad sirve naturalmente  para provocar una mayor incidencia de la pobreza.

Si nos atenemos a los datos que publicó la oficina estadística europea, Eurostat, en octubre de 2020, debemos aceptar que uno de cada cinco españoles está en riesgo inminente de pobreza, que viene a ser un 20,7% de la población. Y esto nos sitúa claramente, forzoso es reconocerlo, a más de 3 puntos por encima del 17%, que, como sabemos, es  la media de los 27 países que forman esa conocida asociación económica y política de Europa

Y la peor parte de la desafortunada política económica del Gobierno que preside Pedro Sánchez, se la llevan, cómo no, los menores y los adolescentes, que aún no han cumplido los 18 años. Se da la circunstancia que España, juntamente con Rumanía, Bulgaria e Italia, encabeza el índice de pobreza infantil en la Unión Europea. El 27% de los jóvenes españoles están en riesgo de pobreza. Y otro 12%  padece pobreza severa y exclusión social.

La pobreza infantil genera obviamente un problema estructural muy grave, ya que origina un alto coste para la sociedad, porque suele  ser determinante de la pobreza en la edad adulta y acaba siempre  con la igualdad de oportunidades entre los propios jóvenes. A pesar  de todo, el presidente Sánchez, o no quiere, o no sabe hacer frente a los inconvenientes que originan tanta pobreza. En cualquier caso, creo que es lo primero, ya que los socialistas, sobre todo si están contaminados con grandes dosis de populismo, prefieren tratar con pobres porque son mucho más obedientes y manejables que los que no necesitan subsidio alguno para vivir.

 

Gijón, 11 de junio de 2021

José Luis Valladares Fernández 

sábado, 5 de junio de 2021

LAS SOLUCIONES SE APLAZAN PARA EL AÑO 2050

 


No sé si Pedro Sánchez se acordará actualmente del sermón que soltó en el Parlamento el 25 de julio de 2019, en la sesión de su fracasada investidura como presidente del Gobierno. Pero los que pensábamos, ya de aquella, que semejante candidato no estaba capacitado para regir los destinos de España, recordamos perfectamente toda su perorata.

Al secretario general del PSOE se  le había antojado, por encima de todo, ocupar la Presidencia del Gobierno de España y, quién lo iba a decir,  terminó, saliendo con la suya. Pero hay que reconocer que si Pedro Sánchez  destaca por algo, es precisamente por su vanidad y por su desmedida arrogancia. Y aunque ya era presidente con todas las consecuencias, no estaba plenamente satisfecho, porque no había accedido al cargo en circunstancias normales, tras un proceso electoral y la correspondiente sesión de investidura, como habían hecho todos los demás presidentes de la democracia.

Y para llegar a La Moncloa, el presidente Sánchez no hizo ascos a nada. Y sin pensarlo dos veces, basó su moción de censura en un inciso improcedente que el juez progresista José Ricardo de Prada introdujo maliciosamente en la sentencia de Gürtel para perjudicar al Partido Popular. Según ese inciso, que sería retirado posteriormente  por el Pleno de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional por su evidente falta de imparcialidad, quedaba acreditada, sin más, la existencia de una caja B en el partido que dirigía Mariano Rajoy.

Y como ante todo había que ser presidente del Gobierno, Pedro Sánchez estaba dispuesto hasta agarrarse firmemente a un clavo ardiendo para no fallar. No olvidemos que la moción de censura, por sí misma, no le garantizaba el éxito. Para salir airoso, necesitaba obviamente contar con el apoyo mayoritario de las fuerzas políticas parlamentarias. Así que,  sin encomendarse a Dios ni al diablo, se vendió miserablemente a los enemigos declarados de la unidad de España. Y cuando llegó el momento de la verdad, votaron a favor de la moción de censura, además de Podemos, todos los nacionalistas y los independentistas periféricos.

Y al contar con el respaldo generalizado de todas las fuerzas progresistas,  Sánchez se comprometió seguidamente  a formar un Gobierno “de transición” que, además de asegurar la “gobernanza”, recupere también la “normalidad democrática”, que había sido puesta en entredicho por la corrupción del Partido Popular. Y una vez conseguido ese objetivo, convocaría elecciones generales anticipadas sin dilación alguna.

No obstante, hay que advertir que, de momento, no hay constancia de la existencia de esa caja B en el partido líder de la oposición. Estamos simplemente, como y vimos, ante una afirmación gratuita e interesada del juez José Ricardo de Prada. De ahí que la moción de censura, aparentemente al menos, muestre ciertos visos de irregularidad.

Y aún hay más, ya que el éxito de esa moción de censura se fraguó realmente con una cantidad de síes determinada que, más que apoyos a Pedro Sánchez, eran noes rotundos a Mariano Rajoy. Si todos aquellos síes hubieran sido suyos, no habría tenido problemas con los presupuestos presentados para 2019 ni, por supuesto, en la sesión de investidura de julio de ese mismo año.

Con las elecciones generales, que se celebraron el 28 de abril de 2019, el presidente Sánchez esperaba acabar, de una vez por todas, con esa sensación de provisionalidad al frente del Gobierno que tanto le molestaba. Y aunque ganó esos comicios con una ventaja verdaderamente pírrica, se presentó a la investidura completamente ilusionado, pensando que, a partir de entonces, podría ostentar el cargo con toda normalidad.  

Pero llegó el 25 de julio, fecha de la segunda votación de la sesión de investidura, y el jefe del Ejecutivo en funciones, Pedro Sánchez, pidió confiadamente el apoyo de la Cámara para ser investido presidente, que es “el mayor honor que puedo asumir como ciudadano, como español y como demócrata”. Pero el resultado siguió siendo tan negativo como el que se produjo dos días antes en la primera votación. Solo votaron afirmativamente los miembros de su propio grupo y el diputado del Partido Regionalista de Cantabria, obteniendo en total 124 síes, 155 noes y 67 abstenciones.

Es sabido que, para acabar definitivamente con aquella situación anómala y salir así de ese prolongado ‘impasse’, el presidente Sánchez había ofrecido a los de la formación política de Unidas Podemos formar un Gobierno de coalición y disfrutar, incluso, de una vicepresidencia. Pero está visto que a Pablo Iglesias, dirigente máximo de ese partido, le seguía pareciendo insuficiente esa oferta. Y esto fue determinante para que, en la última y decisiva votación de investidura, volviéramos a encontrar entre los abstencionistas a los diputados de Podemos.

No es de extrañar, que Pedro Sánchez se sintiera tremendamente defraudado con la decisión adoptada por el principal responsable de Podemos en aquella sesión de investidura. Esperaba normalizar su situación con el respaldo de Pablo Iglesia y de todas sus huestes, y esa inesperada abstención, claro está, terminó sacándole de quicio.

Y movido por esa frustración y por la sensación de haber sufrido inevitablemente  un enorme fracaso, el presidente del Gobierno en funciones no pudo contenerse y, antes de proceder a la votación decisiva, comenzó a lanzar duras invectivas contra el líder bolivariano de Podemos. En esa encendida perorata, Iglesias tuvo que escuchar muchas y airadas reconvenciones: “No hay humillación en una oferta que incluye una Vicepresidencia y tres ministerios de hondo contenido social”. Y le acusó directamente de querer controlar el Gobierno: "Debe haber un gobierno cohesionado, no dos gobiernos en uno, señor Iglesias".

Y sin variar un ápice la aspereza de su discurso, Pedro Sánchez siguió afeando el comportamiento del dirigente morado. Y después de criticar  su “falta de experiencia” en cualquier clase de gestión estatal, afirmó rotundamente algo que sentó muy mal a Pablo Iglesias: “No se puede poner la Hacienda pública en manos de alguien que jamás ha gestionado un presupuesto”.

Y sin dejar de berrear severas diatribas  contra el nuevo miembro de la otrora vituperada casta política y contra sus secuaces, el presidente en funciones procuraba adornarse públicamente con toda una serie de imaginadas virtudes y cualidades que, por lo visto, no existían nada más que en su mente calenturienta.

Y sin que nadie se lo pidiera, Pedro Sánchez sacó a relucir su supuesta lealtad a sus principios y a sus inalterables convicciones, proclamando solemnemente que no estaba “dispuesto” a formar Gobierno “a cualquier precio”. Y zanjó aquel enfrentamiento con una afirmación que ni él mismo se cree: "Si me hace elegir a renunciar a la presidencia de España o a mis convicciones, elijo mis convicciones, elijo proteger a España".

No podemos olvidar que el presidente del Gobierno, que padecemos, ha vivido siempre  en los mundos de Yupi y Astrako, la famosa pareja de alienígenas que aterrizó en la Tierra por una inoportuna avería en su nave espacial. Lo que quiere decir que ha vivido perennemente de espaldas a la realidad, lo que le lleva a no enterarse de nada de lo que pasa a su alrededor. En consecuencia,  casi todas sus actuaciones o rayan en el ridículo o resultan francamente esperpénticas.

Ni que decir tiene, que Pedro Sánchez llegó a La Moncloa sin tener proyectos claros  y ambiciosos para España. Toda su ambición se reducía a conservar la dichosa poltrona. Y el resultado no se ha hecho esperar. Con personajes así en el Gobierno, no vamos a ninguna parte. Justamente por eso, ya hemos perdido hasta la poca relevancia diplomática que teníamos en el escenario internacional. Nos miran habitualmente por encima del hombro y hasta se ríen de nosotros. Y cuando menos lo esperamos, nos estallan crisis como la de ahora con Marruecos.

Y para mayor desgracia, todos los miembros del equipo de gurús que dirige Iván Redondo, han visto la película ‘Salvar al soldado Ryan’  de Steven Spielberg, y quieren hacer exactamente lo mismo con el líder socialista. Por eso, se despreocupan de España y de las necesidades de los españoles, para centrar todo su esfuerzo  en librar a Pedro Sánchez de las dificultades que ofrece la implicación directa en los actos de gobierno  cotidianos.

Mientras el jefe del Gabinete de Presidencia y su tropa exprimían su ingenio para encontrar proyectos futuros, llenos de fantasías, que colmen satisfactoriamente  el desmedido ego y la insaciable ambición de este doctor de chichinabo, el Covid-19 seguía haciendo de las suyas y aparecían nuevas variantes del virus que enrarecían aún más la convivencia social. Y por si fuera esto poco, la mala gestión de la pandemia provocaba graves problemas económicos por el cierre de muchas empresas y el aumento descontrolado del paro.

Y como no hay dos sin tres, cuando parecía que empezábamos a controlar el coronavirus, tuvimos que afrontar, ahí es nada, la mayor crisis migratoria de nuestra historia que rompió todos nuestros esquemas. Entre el 17 y 18 de mayo pasado, utilizando principalmente los espigones de las playas de Benzú y El Tarajal, entraron en la ciudad autónoma de Ceuta más de 8.000 inmigrantes irregulares, entre los que había también muchos niños. Y esta invasión, digámoslo claramente, ocasionó una crisis humanitaria de proporciones considerables, ya que España no estaba preparada para una llegada masiva de personas foráneas.

De todos modos, los problemas actuales tienen muy poca importancia, ya que con las fantasías de la ‘España 2050’, que nos vendió recientemente el presidente Sánchez, quedan todos resueltos. Según ese equipo de su confianza, en 2050 podremos ser  más pobres, pero seremos inmensamente felices.

 

Gijón, 3 de junio de 2021

 José Luis Valladares Fernández