viernes, 13 de agosto de 2021

LAS FANTASMADAS DE PEDRO SÁNCHEZ EN EE.UU.

 


Aunque es algo muy lamentable, tenemos que reconocer  que la historia del mundo está llena de megalómanos y lunáticos, que necesitan perentoriamente recibir toda clase de loas, halagos y parabienes. Y en buena lógica, como se creen muy superiores al resto de los mortales, piensan que deben ser ellos los elegidos para encabezar y dirigir las distintas Administraciones o Instituciones Públicas. Y por desgracia, casi siempre salen con la suya, perjudicando gravemente, claro está, a los administrados, ya que nada más conseguir su propósito, suelen perder  también hasta el más mínimo contacto con la realidad.

Si recurrimos a las narraciones mitológicas de la antigua Grecia, ya encontramos personajes de esa guisa, con un ego tan inmenso y desmedido, que les llevaba a pensar que hasta podían reírse del bien y del mal. Y eran tan audaces y tan presuntuosos, que se sentían plenamente capacitados para enfrentarse a los mismos dioses. Y ni corto, ni perezoso fue precisamente lo que al final hizo Aquiles, el famoso héroe de la guerra de Troya y uno de los más grandes guerreros que encontramos en la Ilíada de Homero.

Derrochando valor y coraje, los troyanos estaban haciendo retroceder a los griegos. Para conjurar el peligro, el héroe Patroclo se lanza al ataque y comienza a hacer estragos entre las tropas de Troya, que huyen cobardemente para buscar refugio dentro de la ciudad. Y tiene que llegar el príncipe troyano Héctor que, con la ayuda explícita de Apolo, evita el desastre, dando muerte al envalentonado  Patroclo.

Al enterarse Aquiles de la muerte de su compañero de armas Patroclo, monta en cólera y decide tomar las armas para vengarlo. Cuando los troyanos se enteran que van a tener que hacer frente al propio Aquiles, se refugian rápidamente dentro de las murallas. El valiente Héctor, en cambio, se negó a abandonar la lucha y permaneció impaciente ante una de las puertas de entrada para luchar cuerpo a cuerpo contra el temido Aquiles.

El combate entre los dos contendientes fue sumamente duro, largo e indeciso. Es verdad, que cualquiera de los dos rivales pudo vencer, pero la suerte se alió con Aquiles, que logró acabar con su contrincante Héctor, traspasándole  el cuello con su lanza. Vengada así la muerte de su amigo Patroclo y con su enemigo inerte en el suelo, el vencedor sufrió un ataque desmesurado de orgullo y de arrogancia desenfrenada (el famoso ‘hibris’ (ὕβρις) que dirían los griegos), transgrediendo así los límites que le habían marcado los dioses.

Por culpa del envanecimiento y del exceso de confianza en sí  mismo, Aquiles culminó su  revancha atando el cadáver de Héctor a su carro y arrastrándolo seguidamente por el campo de batalla y alrededor de las murallas de Troya. Esa acción encolerizó a los dioses, que decidieron castigar su desobediencia, dirigiendo la flecha que lanzó Paris a la única parte vulnerable de su cuerpo, para causarle la muerte.

Claro que, para encontrar megalómanos destacados, completamente satisfechos de sí mismos, no necesitamos recurrir a la legendaria Grecia. Tenemos personajes jactanciosos, que sufrieron verdaderos delirios de grandeza en épocas más cercanas a nosotros. Es el caso, por ejemplo de Adolf Hitler, el dictador alemán que provocó la Segunda Guerra Mundial con la invasión de Polonia en septiembre de 1939, y el aberrante déspota soviético Iósif Stalin.

Para el megalómano Hitler, los seres humanos estábamos divididos en razas y, por supuesto, la raza ‘aria’, representada básicamente por los auténticos alemanes, era muy superior a las demás. Les correspondía, por lo tanto, estar al frente de los destinos del mundo. Había también, cómo no, otras “razas inferiores”, como es el caso de los judíos o los eslavos que no tenían derecho ni a la cultura más elemental.

Es sabido que el Führer, con sus encendidas arengas, consiguió que más de tres millones de jóvenes, y otras muchas personas de reconocido prestigio, aceptaran ciegamente esas delirantes teorías y estuvieran dispuestos a dar su vida para llevarlas a la realidad y asumir después el puesto destacado que les corresponde. Y no digamos nada del genocida Stalin que, nada más desaparecer Lenin de la historia, comenzó a deshacerse de sus oponentes, enfrentando a unos contra otros, para acaparar todo el Poder  en la Unión Soviética.

Para lograr semejante objetivo, el sanguinario Stalin solía utilizar el conocido método de “dividir para gobernar”. Y cuando eso no era posible, recurría directamente a las purgas selectivas y a los inhóspitos campos de concentración o gulags. Y a la vez que se deshacía de sus enemigos políticos, intensificaba su labor para magnificar el culto a su persona y recibir cantidad de halagos y agasajos.  Como suelen hacer los líderes carismáticos, quería que se elogiara públicamente su destacada inteligencia y su bravura.

De todos modos, no debemos olvidar que, hoy día, también hay muchos megalómanos y ególatras sueltos que sienten un amor excesivo hacia sí mismos y que utilizan constantemente sus delirios de grandeza para esconder sus abundantes y escandalosas carencias con la perversa intención deslumbrar a los demás. De ahí que podamos decir, sin miedo a equivocarnos, que no hay nadie que se haya endiosado tanto en tan poco tiempo, como Pedro Sánchez, el actual presidente del Gobierno que padecemos.

Está visto que el personaje, que rige ocasionalmente nuestros destinos, carece de credibilidad. Y por si fuera esto poco, no ha sido capaz de solventar los problemas, tanto económicos como sociales e incluso sanitarios, que venimos soportando desde que aterrizó sorpresivamente en La Moncloa.  Para empezar, al presidente Sánchez le preocupan muy poco las necesidades reales, que afectan a los españoles de a pie, porque no piensa nada más que en sí mismo. Y es tan vanidoso, que solo se desvive por enaltecer su imagen y buscar la manera de eternizarse en el Poder. 

Podemos dar por hecho, que Pedro Sánchez, ‘el guapo’, no tiene más cartas de presentación, ni más activos que esa deslumbrante estampa o figura física que le ha valido ciertamente, entre otras cosas, para encandilar a mucha gente, sobre todo mujeres jóvenes y también, quien lo iba a decir, para llegar a donde llegó.

En todo caso, tenemos que aceptar que, como el atrevido Sánchez no dispone de más virtudes que su aspecto físico, no está debidamente preparado para estar al frente de la presidencia del Gobierno. Su fisionomía o empaque será todo lo fascinante que se quiera, pero solo sirve para engatusar a gente incauta y desprevenida. Y como a orgulloso no hay quien lo gane, jamás reconocerá este extremo y seguirá intentando acrecentar su estima y su popularidad, con el pavoneo que suele practicar en sus apariciones públicas, que no son muy frecuentes, porque tiene mucho miedo a las protestas.

No olvidemos que la gestión realizada por Pedro Sánchez al frente del Gobierno deja mucho que desear. Y a esto hay que agregar que está ya más visto que el tebeo. Y para colmo de males, ha abusado tanto de esa especie de triunfalismo hueco para cosechar aplausos y parabienes, que se ha ganado a pulso el rechazo unánime de los españoles. Así que  ya no puede ni salir a la calle, porque a cualquier sitio que vaya, la gente reacciona espontáneamente con toda clase de protestas y abucheos, soltando frases como esta: “¡sinvergüenza, vete de aquí1”.

 Aunque desde el Ministerio del Interior se tomaron todas las precauciones posibles para evitar hasta el más mínimo reproche, el presidente Sánchez fue recibido en Alcalá de Henares con un monumental griterío a su llegada a la XIII Cumbre hispano-polaca. Le volvió a pasar en Granada, cuando visitó los laboratorios farmacéuticos del Grupo Rovi, donde se fabrica el principio activo de la vacuna de Moderna. Y como no hay dos sin tres, se volvió a repetir la historia en Ceuta, en la visita que hizo a esta ciudad por culpa de la crisis migratoria provocada por Marruecos.

Y todos conocemos perfectamente lo que ocurrió durante la celebración de la XXIV Conferencia de Presidentes, que se celebró en el Convento de San Estaban de Salamanca. Siguiendo la pauta marcada por el programa, los presidentes tenían que acudir a la Plaza Mayor para realizar allí la correspondiente foto de familia. Y desde allí, pensaban desplazarse hasta el Convento, dando un paseo por la ciudad salmantina. Pero La Moncloa sustituyó ese paseo por un desplazamiento en coches, porque el público que se había congregado en la Plaza Mayor recibió a Pedro Sánchez, con una gigantesca bronca y, ahí es nada, llamándole “traidor”.

Y en esta ocasión, como el gabinete del jefe del Ejecutivo quería desagraviar al denostado Sánchez, eludiendo a la vez otros posibles insultos o abucheos, que los desaprensivos ciudadanos sueltan airadamente, porque están hasta las narices de las mentiras del presidente y de la pésima gestión que viene realizando. Y eso solo se consigue, previniendo esos desagradables reproches y organizando un recibimiento en olor de multitudes y con una nube de calurosos y sinceros aplausos.

Y para eso, nada mejor que llevar a Pedro Sánchez a un pueblo, no muy grande, para controlar debidamente la situación. Y se eligió el pueblo salmantino de Calvarrasa de Arriba, que tan solo tiene 600 vecinos. Y mira por donde, a pesar de las precauciones tomadas, cuando menos lo esperaban, un vecino del pueblo entró en el bar donde el presidente departía amigablemente con los suyos y le soltó a boca de jarro esta pregunta: “¿Es usted Pedro, el mentiroso?”.

Tal como van las cosas, no sé qué tendrá que hacer este advenedizo y envanecido presidente para ahorrase estos disgustos, manteniendo simultáneamente su descomedida codicia y esa escurridiza popularidad. Tendrá que terminar, creo yo, encerrado en La Moncloa, o aislado al menos en una impenetrable y protocolaria burbuja.

Al llegar agosto, como es habitual, se fue a descansar al Palacio de la Mareta, en Lanzarote. Pero esta vez, para evitar que se repitan las recientes y desagradables escenas de Ceuta y de Salamanca, el acomplejado Sánchez pidió al Ministerio del Interior que, además de las instalaciones propiamente dichas, blindaran cuidadosamente también una franja de terreno mucho más amplio que en años anteriores, alrededor de La Mareta.

Este año en concreto, las patrullas  de los Grupos de Reserva y Seguridad, desplazados expresamente  a Lanzarote con ese fin, mantienen un fuerte control policial, para que ningún vecino desaprensivo pueda acercarse a menos  400 metros del palacio vacacional y enturbie  las vacaciones de Pedro Sánchez, organizando escraches y alborotos o cualquier otro tipo de manifestación o protesta.

A estas alturas de la película, ya no quedan españoles que se dejen arrastrar por las incontables baladronadas del impresentable Sánchez. Es público y notorio que el personaje que nos gobierna es incapaz de respetarse a sí mismo, porque hace siempre exactamente lo contrario de lo que promete. Y en consecuencia, ¡qué le vamos a hacer!, ha terminado siendo el pimpampum de los ciudadanos, porque ya no cree nadie en su palabra.

En realidad, tenemos que admitir  que Pedro Sánchez es un personaje muy singular que, ha sido puesto en solfa en España, más que nada por su desastrosa gestión de la pandemia y por su manifiesta incapacidad para reactivar la economía. Y lo que son las cosas, como aquí ya no le hace nadie caso, decide  reivindicar su honor y su credibilidad nada menos que en Estados Unidos. La coartada, desde luego, no podía ser más precisa: intentaba captar inversión extranjera para España, utilizando descaradamente como señuelo, los 140.000 millones que esperamos recibir de los Fondos de Recuperación europeos.

Y emprende el viaje, sin contar prácticamente con ninguna empresa importante española. Tan solo le acompañó un grupo limitado de emprendedores que se dedican habitualmente a comercializar productos y servicios a través del uso intensivo. Y llegó a Nueva York, sin ningún plan previsto, dispuesto, por qué no decirlo, a vender la burra a quienes conocen mejor que nadie los problemas de  nuestra economía y la evidente falta de estabilidad política que padecemos por culpa de la izquierda montaraz que nos gobierna.

Y haciendo el ridículo una vez más, primero en Nueva York, y después en Los Ángeles y en San Francisco, Pedro Sánchez trato de camelar a los inversores  norteamericanos que quisieron escucharle, presentándose a sí mismo “como un político que cumple”, que “trabaja y saca medidas adelante”, mientras que “la oposición solo grita”. Y además de ofrecer insistentemente ‘seguridad’ y ‘certidumbre’  a los posibles inversores, terminó su discurso diciendo: “España es el mejor lugar del mundo para invertir”.

Pero, por lo que se ve, todo este sermón no surtió efecto, porque las obras y los milagros del fanfarrón Sánchez hace ya mucho tiempo  que traspasaron fronteras y llegaron, vete tú a saber cómo, a los Estados Unidos. Y esto fue determinante, no faltaba más, para que el fracasado  viajero volviera a España sin conseguir ni una sola inversión. Pero aún hay que añadir algo más, ya que es muy significativo que ningún medio importante de comunicación norteamericano quisiera hacerse eco de semejante viaje y que solo mereciera un par de comentarios en YouTube, y por lo que parece, fue absolutamente inoportuno, o estuvo muy mal planificado.

No obstante, es evidente que el narcisista Pedro Sánchez aprovechó esa supuesta gira americana para pasear su físico por las calles de Nueva York, Los Ángeles y San Francisco. Su oportuna aparición en el programa Morning Joe causo un verdadero furor entre las mujeres norteamericanas, llegando incluso a darle el calificativo de “hot president” y a decir que ha llegado “el nuevo superman”. Es seguro que ni un pavo real auténtico, haciendo exhibiciones apoteósicas con todo su plumaje extendido, es capaz de hacerlo mejor.

 

Gijón, 10 de agosto de 2021

 

José Luis Valladares Fernández