Tal como se cuenta en una vieja parábola budista, un
antiguo rey del norte de la India reunió a unos cuantos ciegos que desconocían
totalmente lo que era un elefante. Y a medida que iban llegando al patio del
palacio real, se les hacía tocar, a cada uno, una parte distinta del cuerpo del
paquidermo y se les decía: esto es un elefante. Uno tocó la cabeza, otro la
trompa, el siguiente el colmillo, después una oreja, una pata y así sucesivamente hasta completar la
anatomía del elefante.
Cuando todos los ciegos habían tocado ya la parte
asignada del cuerpo del animal, el rey les pidió que le explicaran
detalladamente qué era para ellos un elefante. Los ciegos no se ponían de
acuerdo y cada uno de ellos daba una definición diferente. Comenzaron a
discutir tan acaloradamente que terminaron peleándose entre sí, para regocijo
del rey, que buscaba este tipo de entretenimiento.
Según la tradición, el propio Buda utilizaba este
cuento para describir las luchas sectarias de aquella época arcaica, poniendo a
los contendientes cara a cara con sus propias contradicciones. Y terminaba la
parábola comparando a los ciegos con unos predicadores ignorantes que, sin ver
ni percibir lo que les rodea, se empeñan en mantener firmemente sus
particulares puntos de vista. Su ignorancia, que es mayúscula, les lleva a
protagonizar ásperos enfrentamientos entre sí, y no hay manera de hacerles
renunciar voluntariamente, a ninguno de ellos, a su verdad particular.
Y nuestros políticos, sobre todo si son jóvenes y de
izquierdas, son relativistas convencidos y se comportan frecuentemente como esos
ciegos de la parábola budista. No hay más verdad que la suya. Y si por
casualidad consiguen el liderato de su partido, tratarán de imponer su verdad
particular a todos los demás mortales y, cómo no, relativizar los valores
morales. Cuando se vota, las papeletas que se introducen en las urnas, lo mismo
valen para elegir a las personas que nos gobiernan, que para determinar lo que
es y lo que no es la verdad
Para todos los políticos de izquierdas, tanto si son
socialistas como si son comunistas, y para los de la derecha que han
perdido el oremus, el hombre es un poco
la medida de todas las cosas y, por consiguiente, todos los puntos de vista son igualmente
válidos. De ahí que, para esas gentes, la verdad sea siempre relativa a los
individuos y la ética tenga invariablemente ese carácter autónomo y
situacional. Lo real carece de una base permanente y estable y es validado
exclusivamente, en un contexto determinado, por
la subjetividad de cada individuo. Esto significa que ni la verdad es
objetiva, ni las normas morales son
absolutas y universalmente válidas, ya que pueden cambiar si cambia su
situación concreta.