domingo, 18 de febrero de 2018

LAS IMBECILIDADES DE PEDRO SÁNCHEZ



Los políticos que padecemos en España se parecen mucho a Capaneo, aquel guerrero bravucón que encontramos en la mitología de la antigua Grecia. Este personaje destacaba precisamente, entre los valerosos luchadores de aquella época, por su fortaleza, por su valentía y, sobre todo, por su gran fanfarronería. Cuando Adrasto, rey de Argos, decide asaltar la fortaleza de Tebas, pone a su sobrino Capaneo al frente de una de las siete alas de su ejército.
Nada más llegar el ejército a los pies de  la muralla de Tebas, Capaneo se situó ante la puerta Electra y, sin consideración alguna, retó a los sitiados, mostrándoles su escudo en el que aparecía un hombre desnudo con una antorcha encendida y una leyenda sumamente provocativa que decía: “Voy a quemar la ciudad”.  Y adoptando un tono claramente desafiante, continuó soltando encendidas bravatas,  proclamando a los cuatro vientos que destruiría la ciudad aunque estuviera defendida por el mismísimo Zeus y por los demás dioses del Olimpo.
Nuestros políticos, es verdad, no compiten  con Capaneo ni en fortaleza ni en valentía, pero sí rivalizan con él en arrogancia y en bravuconería. Y cuando tienen un micrófono en sus manos o están delante de una cámara  de televisión, pierden los estribos, y aparece inmediatamente su inaguantable verborrea y su incontinencia verbal. Y como no conocen el sentido del ridículo, cuando menos lo esperas, se despachan a gusto y comienzan a soltar su rosario particular de imbecilidades. Pero no por eso, pierden la compostura y se quedan más anchos que si acabaran de descubrir el Mediterráneo.
Y entre toda esa tropa de políticos, aquejados lamentablemente de esa perniciosa logorrea, destaca precisamente Pedro Sánchez, el actual secretario general de los socialistas. Por supuesto que es un líder que no da la talla y que le queda excesivamente grande la Secretaría General del PSOE. Pero, cuando se ve  rodeado de cámaras de televisión, su petulancia no tiene límites y se pavonea como el legendario Capaneo ante las murallas de Tebas. Y para mostrarnos su aparente grandeza, intentará, eso sí, disimular sus enormes carencias, acelerando y atropellando su discurso y, sobre todo, elevando desmesuradamente el tono de voz.
Y como es incapaz de refrenar su lengua, cuando comienza a vender sus aparentes e ilusorias aportaciones sociales y las de su partido, se asemeja más a un charlatán de feria que a otra cosa. Y en sus desafortunadas peroratas, repetirá una y otra vez que los españoles y, de manera muy especial los trabajadores, pudieron mejorar sustancialmente su situación personal gracias a la intervención directa del PSOE. No olvidemos que, según Pedro Sánchez, ¡hay que tener cara!, todo esto se lo debemos a los socialistas, porque pusieron en marcha la clase media española y crearon también el Estado de Bienestar que disfrutamos.

jueves, 1 de febrero de 2018

LOS SUEÑOS DEL NACIONALISMO CATALAN

VII  La guerra de sucesión a la Corona en Cataluña





El último rey español de la casa de Austria, Carlos II, llamado ‘el  Hechizado’, murió en Madrid el 1 de noviembre de 1700, a la edad de 40 años. Se había casado en 1679 con María Luisa de Orleans, sobrina de Luis XIV de Francia, que muere en 1689 sin dejar descendencia. Volvió a probar fortuna en 1690, casándose  con Mariana de Neoburgo, hija del elector  Felipe Guillermo del Palatinado y duque de Neoburgo, con la que tampoco logró tener hijos.
Y como pasaban los años, y la salud de Carlos II empeoraba visiblemente, comenzaron las intrigas palaciegas. Contar lo antes posible con el sucesor adecuado, se convirtió sin más en una cuestión de Estado. Comenzaron las intrigas palaciegas para condicionar al Monarca a la hora de elegir uno de los candidatos posibles. El bando de cortesanos que dirigía el arzobispo de Toledo, el cardenal Luis Fernández Portocarrero, hostigaba al Rey para que se decantara, de una vez,  por Felipe de Anjou, el nieto de Luis XIV de Francia y de la hermana de Carlos II, la infanta  María Teresa de Austria, hija mayor  de Felipe IV.
La esposa de Carlos II, la reina Mariana de Neoburgo, que contaba con el apoyo de otro grupo importante de notables del Reino, apoyaba decididamente las pretensiones de su sobrino, el archiduque Carlos de Austria, hijo del emperador Leopoldo I. Esta opción contaba, cómo no, con el apoyo de Austria para mantener la herencia de los Habsburgo y, por supuesto, con el beneplácito internacional de Inglaterra y Holanda, tradicionales enemigas de España y que, por añadidura, desconfiaban seriamente de las intenciones secretas del  rey Luis XIV de Francia.
Y en esa lucha abierta para condicionar la voluntad del hechizado Rey de España, como era de suponer, también tomaron parte activa los distintos embajadores europeos, especialmente el que representaba al Rey francés. Cansado de tanta presión, Carlos II decide, ya era hora, poner fin a semejante incertidumbre, y el 3 de octubre, un mes escaso antes de su muerte, hace testamento, dejando el Trono de España a Felipe de Anjou, un Borbón, nieto de Luis XIV y segundo hijo del Gran Delfín Luis de Francia, que ya había muerto.  Le obliga, eso sí, a que se contente con ser Rey de España y renuncie a la sucesión de Francia.
Tras la apertura del testamento real, casi todas las cancillerías europeas aparentaban aceptar respetuosamente la voluntad del Monarca que acababa de morir. Pero esa era una falsa percepción, ya que ese testamento reavivó nuevamente la discordia y el enfrentamiento entre casi todas esas naciones, dando lugar a la Guerra de Sucesión española. A pesar de todo, Felipe V entra en España el 23 de Enero de 1701. Y nada más llegar a Madrid, expulsa de la Corte al virrey de Cataluña, el príncipe  Jorge de Darmstadt, por ser partidario de los Austrias.