El secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, cansa hasta las piedras con sus continuas
insidias y con sus prédicas extemporáneas. Una de dos, o este es otro Rubalcaba
o, si es el mismo, le pasó lo que a Saulo cuando iba camino de Damasco
persiguiendo a los cristianos: una oportuna caída del caballo, seguida de una
conversión radical. Y al igual que Saulo, Rubalcaba se encontraría, además, con
su Ananías particular para que le impusiera sus manos, para completar tan maravillosa transformación.
De ser un personaje torvo, temido por todos por su maestría en
dominar las alcantarillas del Estado, ha pasado a ser otro muy distinto,
totalmente transparente y leal con los ciudadanos. Y es que ahora se nos
presenta sin doblez alguno, presto incluso a sacarnos de esa “crisis de moral pública” en que hemos caído.
Por lo visto, ya lo hizo con su partido al que adecentó y vacunó definitivamente
contra la corrupción. Antes era como Licaón, el famoso tirano de Arcadia que
disfrutaba haciendo perecer a todos los que ponían los pies en su reino. Ahora
ya no, porque se ha transmutado en Zeus y está dispuesto a impartir justicia.
Por eso abandona voluntariamente el Olimpo, para ajustar las cuentas a dicho
tirano y para redimir a toda la sociedad española.
Y es que el Rubalcaba que conocíamos tiene un historial
extremadamente tortuoso y preocupante, sobre todo desde que, en 1993, fue nombrado ministro de la
Presidencia y de Relaciones con las Cortes. Tan pronto llegó a ese puesto, hizo
todo lo posible por granjearse la amistad de algunos miembros del CNI, aunque
le importaba muy poco acrecentar sus amigos. Rubalcaba buscaba algo más que una
simple amistad, buscaba, ante todo, hacerse con información privilegiada para
enfrentarse con ventaja a los demás ciudadanos.
Cuando Rubalcaba llega al Gobierno, ya llevaban años actuando los Grupos
Antiterroristas de Liberación (GAL), de manera muy especial en el País Vasco francés. Los crímenes de
estos grupos parapoliciales comenzaron a ser altamente sospechosos para la
prensa, lo que dio lugar a que se abrieran varias fuentes de investigación
periodística. No tardó mucho El Mundo
en acusar al Gobierno de estar detrás de esos actos criminales. Aunque sin
éxito, Rubalcaba puso todo su empeño en desmontar tan graves acusaciones. Cada
vez que intervenía en alguna comunicación como portavoz del Ejecutivo, negaba
reiteradamente cualquier implicación del Gobierno con los GAL.
Fue especialmente llamativo el cinismo desplegado por el ministro
de la Presidencia, allá por el verano de 1995,tratando de acallar a quienes
cargaban a Felipe González con la famosa X
de los GAL. Abrió el fuego Ricardo García Damborenea. El ex secretario general
de los socialistas vascos había sido interrogado por el entonces despechado juez
Baltasar Garzón, a raíz del secuestro de
Segundo Marey. Y Damborenea no dudó en acusar al presidente del Gobierno de su
implicación en cada una de las actuaciones de la banda parapolicial española en
su lucha ilegal contra los terroristas de ETA.
Y aquí aparece el sorprendente y tortuoso portavoz del Gobierno
tratando de despistar a la opinión pública. Rubalcaba estaba perfectamente
enterado de la participación activa del Ejecutivo en el nacimiento de los GAL.
No en vano formaba parte de ese Gobierno. También sabía con todo detalle, que se
estaban utilizando, de manera irregular,
fondos reservados para subvencionar
generosamente a esta banda criminal. Es entonces cuando Rubalcaba, para desviar
las fundadas sospechas que recaían sobre Felipe González, pone en marcha sus
retorcidas artimañas y acusa sorprendentemente a Damborenea, de “apología de
terrorismo”.
Par hacer más plausible su versión, Rubalcaba anuncia la querella
inmediata del Ejecutivo contra el díscolo ex secretario general de los
socialistas vascos. Así se pronunciaba
aquel día el portavoz del Gobierno: “El
Gobierno entiende que hay motivo para una querella (contra Damborenea) y por
eso elevamos al fiscal general del Estado un escrito para una querella que, por
una parte, tiene que ver con desacato al presidente del Gobierno y, por otra
parte, con un delito de apología del terrorismo”. No entiendo que se pueda
acusar de “apología del terrorismo” a una persona que estaba sentado en el
banquillo de los acusados por un delito de secuestro. Como era de esperar,
nunca se presentó esa querella.
Sin embargo, a Rubalcaba sí que se le podría acusar de “apología del terrorismo”. No olvidemos que el
ex policía José Amedo le inculpó, dando pelos y señales, de reunirse con su
abogado para “negociar la ocultación de
la creación de los GAL por el Gobierno de González”. Pero Rubalcaba no se
conformó con encubrir intencionadamente el terrorismo de Estado, que había sido
impulsado desde el Gobierno. También intervino directamente en la ruptura definitiva
del conocido Pacto Antiterrorista firmado a finales del año 2000 por el Partido
Popular y el Partido Socialista Obrero
Español.
Desde que Rubalcaba fue nombrado ministro del Interior en abril de
2006 por José Luis Rodríguez Zapatero, las violaciones de este acuerdo fueron
continuas y cada vez más graves, hasta terminar pactando el “final de la
violencia” con la banda antiterrorista. Ya no se busca la derrota total de ETA,
se conforman simplemente con que dejen de matar. Poco tiempo después de hacerse
cargo del Ministerio del Interior, el Gobierno de Zapatero reconoció, sin más, la legitimidad de los objetivos marcados por ETA.
Las negociaciones con la banda etarra se fueron intensificando
poco a poco. Se llevaban, eso sí, a espaldas de los ciudadanos, y ni siquiera
fueron interrumpidas con el salvaje atentado de la Terminal 4 del Aeropuerto de
Madrid-Barajas. Negociaciones que sirvieron tristemente para abrir de par en
par las puertas de las instituciones a los terroristas vascos. Y este hecho, se
mire como se mire, es una magnífica victoria política de los etarras y una
bochornosa derrota del Estado de Derecho. Esto supone, además, que las casi mil
víctimas mortales producidas por ETA sacrificaron inútilmente su vida. Murieron
por nada y para nada.
En el marco de esas aberrantes negociaciones, y para dar una
muestra de buena voluntad en busca de esa paz negociada, se produce el
lamentable caso Faisán. El 4 de mayo de 2006, un policía entra en el bar Faisán y entrega un teléfono
a Joseba Elosua, dueño del bar y presunto miembro de la red de extorsión de ETA.
A través de ese teléfono, alguien previene a Elosúa de la operación, montada
por la policía, para detener a los miembros de la red de extorsión en el
momento de la entrega del dinero recaudado.
Quieren hacernos creer, sin embargo, que este chivatazo fue protagonizado
exclusivamente por la Policía Nacional, para proteger a un compañero infiltrado
en el entramado extorsionista etarra. Pero no hay nadie que se crea semejante
embolado. No hay policía que, por su cuenta, tome una decisión tan
transcendental como esta sin la debida autorización de sus mandos políticos. Es
más, seguro que ni el secretario de
Estado de Seguridad, entonces Antonio Camacho, se atrevería a cargar con
semejante responsabilidad, sin la complicidad de su inmediato superior
jerárquico, que en ese momento era Alfredo Pérez Rubalcaba.
Se trata evidentemente de una operación exclusivamente política o
de partido, que forma parte esencial de la nefasta y desgraciada negociación
con ETA. Hace falta ser tan retorcido como Rubalcaba para colaborar con tanto
desparpajo con una banda terrorista. Jamás le han importado los medios, siempre
y cuando le sirvan para lograr el fin que se haya propuesto. No es pues de
extrañar que un personaje sin conciencia colabore con ETA, en un momento
determinado, con la misma naturalidad con que intervino antaño en la guerra
sucia contra esa misma banda terrorista.
Todos sabemos el respeto que siente el actual secretario general
del Partido Socialista Obrero Español por las leyes y, sobre todo, por los
reglamentos, cuando no le aportan beneficio alguno y más aún si le perjudican.
Ahí está, por ejemplo, su desvergonzada actuación a raíz del terrible atentado
del 11-M, que aún no ha sido debidamente esclarecido. Se saltó todas las normas
legales que rigen en las jornadas de reflexión, previas a unas elecciones
generales. Hasta del mismo atentado sabía mucho más que el Gobierno y actuaba como
si alguien le estuviera soplando donde estaban cada una de las trampas, las
reales y las falsas, que habían dejado grogui al ministro del Interior de
entonces.
Son ya casi treinta años los que lleva Rubalcaba desempeñando ininterrumpidamente
cargos políticos de importancia. Durante ese periodo, el PSOE ha protagonizado
los mayores escándalos de corrupción, de los que son responsables solidarios
los miembros del Gobierno y los máximos dirigentes del partido. Rubalcaba, por
lo tanto, tiene su alícuota parte de culpa en el affaire de Filesa, Malesa y
Time Sport; en los bochornosos casos del BOE, de RENFE, de Cruz Roja, en el robo sistemático de los
fondos reservados, en el espionaje descarado y en el terrorismo de Estado a través
de los GAL. Y no digamos nada de los
ERES falsos de la Junta de Andalucía.
Hasta en la Fundación IDEAS, que preside Jesús Caldera, se han
distraído últimamente importantes cantidades de dinero procedente de las
subvenciones oficiales. Y si después de todo esto, viene Rubalcaba y se atreve
a proclamar a los cuatro vientos que “en
el PSOE no hay un euro negro, ni cuentas en B, ni comisiones ilegales”, una de
dos: o nos toma por tontos, o nos está tomando el pelo de la manera más
desvergonzada posible. De todas maneras es evidente que, en ningún caso, puede
dar lecciones de moral a nadie ni exigir la transparencia que él jamás ha practicado.
Y es que Rubalcaba, después de tantos años en política, ya está demasiado visto hasta dentro de su
propio partido. Apestan sus continuas admoniciones o, como dicen en Asturias, ya ‘fiede’.
Gijón, 9 de febrero de 2013
José Luis Valladares Fernández