viernes, 26 de agosto de 2016

PODEMOS SE QUEDA SIN DISFRAZ

En las elecciones generales, que se celebraron en España el pasado 20 de diciembre, ganó claramente el Partido Popular, aunque quedó demasiado lejos de la mayoría  que necesita para poder formar Gobierno. El Parlamento estaba tan atomizado, que ningún grupo político contaba con apoyos suficientes para constituir un Ejecutivo con ciertas garantías de éxito. Y como finalizó el plazo sin que apareciera alguna fórmula o propuesta seria, que sirviera para garantizar la gobernabilidad, se disolvieron las Cortes y se convocaron oficialmente nuevas elecciones.

Esa especie de ‘segunda vuelta’ electoral se celebró el pasado 26 de junio. Mientras que los demás partidos fueron castigados en las urnas, el Partido Popular mejoró sensiblemente el resultado, tanto en votos como en escaños. Pero aún está muy lejos de la mayoría que necesita para la formación de un Gobierno estable. Y si el PSOE, como parece, se obstina en mantener hasta el final sus líneas rojas contra Mariano Rajoy, bloqueará inevitablemente cualquier posibilidad de contar con el Ejecutivo que  necesita España y estaríamos abocados  a unas terceras elecciones. Esta segunda convocatoria electoral, en consecuencia, no habría servido nada más que para conocer mejor a las huestes podemitas.

Las gentes de Podemos ocultaban celosamente su verdadera identidad bajo los más diversos caparazones. Los días pares, se disfrazan de progresistas, mientras que los impares, suelen asumir el papel de socialdemócratas consumados. Hay días que, por la mañana, se levantan siendo progresistas o simplemente socialistas y, por la tarde,  se revisten con el ropaje ideológico del liberalismo más auténtico.

Hasta ahora, la suerte no ha hecho más que sonreír a esta formación política. Los platós de televisión contribuyeron decisivamente para que estos impresentables charlatanes mesiánicos se presenten como auténticos regeneradores de la vida pública y para que ejerzan descaradamente de libertadores de los pobres, de los desarrapados y menesterosos y se conviertan aparentemente en defensores acérrimos de toda esa ‘gran masa de descontentos’, generada por la última crisis económica. Y esto ha sido determinante para que su líder máximo, Pablo Iglesias Turrión, se comporte como un perdonavidas prepotente y altanero, dispuesto a domesticarnos y, ¡ahí es nada!, a rescatarnos altruistamente de la tradicional casta política.