jueves, 28 de diciembre de 2017

LOS SUEÑOS DEL NACIONALISMO CATALÁN

                          
V – La supuesta fundación de Cataluña


  
         En abril del año 711, Tariq ibn Ziyad desembarca en la bahía de Algeciras con un poderoso ejército de bereberes y comienza con sus incursiones bélicas para conquistar e islamizar toda la Hispania Visigoda. Tardaron unos cuantos años en lograr semejante propósito, pero en el año 726 ya habían tomado prácticamente toda la Península Ibérica y parte del sur de Francia, y funcionaba ya el nuevo Valiato de Al-Ándalus, que dependía del califato Omeya de Damasco.
Como los musulmanes eran unos vecinos conflictivos y sumamente peligrosos, Carlomagno decide crear una especie de barrera defensiva para aislar el Reino franco de los incómodos omeyas de Al-Ándalus. Con el apoyo decidido de la población autóctona de las montañas, los carolingios plantan cara a los sarracenos y logran liberar una amplia franja, que va de Pamplona hasta Barcelona. Y todo ese territorio reconquistado pasó a ser la famosa Marca Hispánica, integrada, como es sabido, por un número determinado de condados.
Los condes eran nombrados personalmente por los propios reyes francos utilizando, casi exclusivamente, personas de la aristocracia indígena o local. Y como algunos de estos condes se desmandaron muy pronto y comenzaron a gobernar sus condados con talante independentista, los carolingios comenzaron a sustituir estos condes por otros de origen franco. Pero con el paso del tiempo, el Imperio carolingio entró en crisis por culpa de las divisiones internas. Y esto dio lugar  a la consolidación de la autonomía de  los condados de la Marca Hispánica, que comenzarán a liberarse poco a poco de los francos y terminaran siendo finalmente hereditarios.
Wifredo el Velloso fue el último conde de Barcelona designado por un rey franco y el primero que legó a sus hijos los condados que administraba. A partir de ese momento, los condados de la Marca Hispánica comenzaron a transmitirse por herencia y los monarcas francos se limitaban simplemente a sancionar esa transmisión. De ascendencia visigoda, Wifredo el Velloso fue nombrado conde de Barcelona como premio por situarse decididamente a favor del rey galo Carlos II, llamado el Calvo, y dar la espalda a las manipulaciones interesadas  de la nobleza local.
De aquella, el Imperio carolingio arrastraba una situación de crisis excesivamente grave y progresiva, y había comenzado a fragmentarse en principados feudales. Y Wifredo el Velloso supo aprovecharse de esa situación para reunir bajo su mando varios condados más, llegando a formar una entidad política con una relevancia histórica francamente notable. Por este hecho, los nacionalistas catalanes, que son tan dados a manipular la historia y fabricarse pasados más  o menos míticos y gloriosos, dedujeron sin más, que el noble Wifredo acababa  de fundar la nación catalana. Y que Carlos II el Calvo, utilizando la sangre del conde, había diseñado la ‘Senyera’.

jueves, 14 de diciembre de 2017

LOS POLÍTICOS ESPAÑOLES A EXAMEN

En Así habló Zaratustra, que es la obra más popular y controvertida del filósofo alemán F. Nietzsche, nos presenta al hombre como un ser absolutamente miserable y hasta inmundo, que sigue estando a medio hacer. Estaríamos hablando de un ejemplar que ha evolucionado de gusano a hombre y que, a pesar de estar destinado a ser un Superhombre, sigue teniendo aún mucho de gusano. El ser humano, visto así, sería el único animal que no ha logrado consolidarse definitivamente y que corre el riesgo de volver a su animalidad primitiva si no logra vencer al hombre mediante la superación.
El hombre, según Nietzsche, es muy reacio a evolucionar y le cuesta enormemente desprenderse de los valores del pasado. Y en consecuencia, corre el riesgo de seguir anclado permanentemente en la esclavitud  de la condición humana y privado totalmente de un auténtico estado de libertad. El hombre que quiera convertirse  en el Übermensch o el Superhombre descrito por Nietzsche,  además de superarse a sí mismo y a la propia naturaleza humana, tendrá que prescindir necesariamente de cualquier tipo  de influencia externa. Solo así podría construir su destino personal e inventar sus propios valores
Según Nietzsche, faltaría más, el ser humano no es un ser estático, ya que cuenta con una fuerza creadora francamente extraordinaria. Y si todos los seres evolucionan y se transforman habitualmente, el hombre no debe ser una excepción y está obligado, cómo no, a transformar todos los antiguos valores y a crear otros nuevos partiendo de su propia vida y entregándose sin reservas a la realización de su propia existencia.
Pero como señala el mismo Nietzsche, el hombre no es nada más que un puente  entre el animal y el Superhombre. Y entre ambos extremos se abre un enorme abismo, donde caerán indefectiblemente los que pretenden superarse a sí mismos para alcanzar la añorada libertad y la independencia más absoluta.  Porque tanto el hombre vulgar, como el excepcional, el que aspira fervientemente a convertirse en Superhombre, no lograrán jamás  transcenderse a sí mismo.
El Superhombre, por lo tanto, tendrá que conformarse con ese simple anhelo de superación, dedicándose en cuerpo y alma a vivir su propia vida, pero condicionada, claro está,  por el ambiente que le rodea y, cómo no, por adaptar todos sus actos a lo que es políticamente correcto. Según Nietzsche, la especie humana cuenta con la fuerza expansiva de la vida, que está inmersa en un proceso de evolución imparable, cuya meta sería  el Superhombre. Pero como no puede substraerse al nefasto influjo del ‘estado nacional’ que promueve la mediocridad y la ramplonería, se instala definitivamente  en la vulgaridad más absoluta y en la insignificancia.

lunes, 4 de diciembre de 2017

LOS SUEÑOS DEL NACIONALISMO CATALÁN

IV – Comienza la reconquista cristiana


En el año 721, Anbasa sustituye a Al-Ghafiqi como gobernador de Al-Ándalus. Y nada más acceder al cargo, el nuevo wali Anbasa aumentó considerablemente los arbitrios que cobraban a los cristianos. Como era de esperar, esto provocó la rebelión de un grupo de montañeses astures que, capitaneados por don Pelayo, optaron por no pagar más gravámenes a los invasores musulmanes. Toda una desfachatez, que asustó al bereber Munuza,  gobernador de Gijón y encargado de cobrar esos impuestos. Y para evitar que esa revuelta se extendiera a otros grupos, se vio obligado a pedir ayuda a Córdoba para castigar a los insurgentes.
Y Anbasa, el nuevo wali de Al-Ándalus, acepta encantado esta petición de auxilio, porque se ha encontrado con unas tropas tremendamente desmoralizadas por las derrotas sufridas recientemente en su fallido intento de apoderarse de la Galia Narbonense. Sabe que, para recuperar la moral perdida, necesitan foguearse y conseguir una victoria fácil, que tienen al alcance de la mano si se enfrentan a esa pandilla de desaprensivos moradores de Asturias. Así que, sin pérdida de tiempo, pide al bereber Al Qama que organice una razzia de castigo contra ese grupo de rebeldes.
En mayo del año 722, el general Al Qama llega a Asturias con su ejército y comienza a perseguir a los insurrectos que, obedeciendo a don Pelayo, convertido ya en primer monarca del Reino de Asturias, se retiran intencionada y ordenadamente hacia las montañas de Covadonga. Al llegar allí, se distribuyen convenientemente para preparar una emboscada a los islámicos que les perseguían: unos se escondieron dentro de la Cueva con don Pelayo y otros ocuparon puestos estratégicos en los cerros de alrededor.
Cuando las tropas sarracenas estuvieron a su alcance, los rebeldes astures que estaban en los altos comenzaron a disparar flechas y a arrojar piedras sobre sus perseguidores. Los musulmanes trataron de reaccionar, pero las estrecheces del valle y lo abrupto del terreno les impedía contraatacar y defenderse adecuadamente. Su sorpresa fue máxima cuando comienzan a salir montañeses insurrectos de una Cueva que se abalanzan sobre ellos. El pánico se apoderó de los islamitas y comienzan a huir desordenadamente, circunstancia que aprovechan los rebeldes emboscados en Covadonga para diezmar a sus enemigos y dar muerte al general Al Qama.
La derrota sufrida por los musulmanes en Covadonga fue tan aplastante, que el bereber Munuza, treméndamente asustado, abandonó Gijón y, trató de poner tierra por medio  huyendo hacia León, protegido, eso sí, por las milicias que mandaba. Le persiguen, claro está, las huestes de don Pelayo. Y cuando le alcanzan, acaban con la tropa de su séquito y le dan muerte. La inesperada derrota sufrida por los sarracenos en la batalla de Covadonga, sirvió para que muchos cristianos de Asturias, de Galícia y de Vizcaya perdieran el miedo y se integraran animosamente  en  la fuerza militar del nuevo Reino de Asturias.