jueves, 24 de octubre de 2013

EN EL VALLE DE ARÁN SE SIENTEN ESPAÑOLES

La fiebre secesionista catalana ha vuelto a reaparecer con toda su crudeza de la mano de los convergentes, capitaneados por Artur Mas y fustigados  insistentemente por los miembros de Esquerra Republicana. Unos y otros se empeñan en tergiversar la historia y quieren hacernos creer que fue Wifredo el Velloso el auténtico creador de la nación catalana. Piensan erróneamente, que Wifredo fue el último conde de Barcelona designado por la monarquía carolingia en el año 878 porque a partir de aquí se constituyó el estado catalán. Y,  a partir de esa fecha, el cargo de conde pasó a ser hereditario.

A partir de Wifredo el Velloso, es verdad, accedían al cargo los herederos directos del anterior conde de Barcelona. Pero hay algo importante en este hecho, que omiten intencionadamente los independentistas catalanes: que los reyes francos tenían que sancionar necesariamente esa transmisión hereditaria para validar así su nombramiento oficial como nuevos condes de Barcelona.

Los separatistas catalanes, afiliados o no a CIU o a ERC, no se cansan de repetir que la guerra de 1714 fue un enfrentamiento interterritorial en toda regla, en el que Cataluña defendía su tradicional status de nación frente a Castilla, empeñada siempre en ampliar los dominios de su Corona. Quieren evidentemente transformar una simple guerra de sucesión en otra de secesión.  Se olvidan que comarcas enteras del antiguo reino de Aragón, como Castellón, Alicante, Valencia, Calatayud, el Valle de Arán e incluso zonas del interior de Barcelona, optaron resueltamente  por Felipe V, el rey Borbón. Y tampoco quieren reconocer que Madrid, Alcalá y Toledo, por ejemplo, se declararon a favor del aspirante austriaco, el archiduque Carlos.

Es cierto que, en el ejército de Felipe V había soldados de varias regiones españolas, pero contaba igualmente con varios miles de soldados catalanes. Pasaba algo parecido en el bando del aspirante Carlos III, que fue ampliamente derrotado el 11 de septiembre de 1714 por las huestes de Felipe V.  El  general Antonio de Villarroel, que capitaneaba las fuerzas del archiduque Carlos, deja en muy mal lugar a los secesionistas actuales, ya que en su última arenga recordó a sus soldados que luchaban por Cataluña “y por toda la nación española”.

Seguro que Artur Mas y Oriol Junqueras borrarían de buena gana la última frase de la arenga de Villarroel y, por supuesto todo el manifiesto que el conseller en cap, Rafael Casanova, mandó distribuir por todo Barcelona el mismo día 11 de septiembre de 1714. En dicho manifiesto, Rafael Casanova se atrevió a escribir que “confía que todos, como verdaderos hijos de la patria, amantes de la libertad, acudan a los lugares señalados a fin de derramar gloriosamente su sangre y su vida por su Rey, por su honor, por la patria y por la libertad de toda España”.

domingo, 13 de octubre de 2013

TODO ES POCO PARA LOS POLÍTICOS

Los políticos españoles acaban de recibir toda una lección magistral del tenista mallorquín, Rafa Nadal. Después de proclamarse brillantemente campeón del US Open estadounidense, Nadal tenía que viajar a Madrid para participar en el decisivo encuentro de la Copa Davis contra Ucrania, del que depende nuestra permanencia en la élite del tenis mundial. Aunque la Federación Española de Tenis le ofreció un avión privado para realizar este largo desplazamiento, Nadal prefirió regresar a España en vuelo regular, ya que, según dijo, “Tal y como está el país no creo que sea el momento de hacerle pagar un viaje al Estado”. Todo un ejemplo del extraordinario deportista. Su comportamiento, más que un “revés”, es todo una “dejada”, la mejor quizás de su vida, que lanza a los políticos que están siempre a la que salta.

Nuestros políticos nacieron y crecieron en la misma tierra que Don Quijote, pero no se les pegó nada del idealismo y caballerosidad del famoso hidalgo. Para Don Quijote, el mundo que le rodea está siempre subordinado a su pensamiento, a su altruismo y a su generosidad. Y antes que traicionar ocasionalmente a su ideología, este caballero andante prefiere vivir permanentemente de espaldas a la realidad, sin la más mínima preocupación por las cosas materiales aunque afecten a su persona. Todo lo contrario que los de la casta; estos van siempre detrás de lo tangible, de las cosas reales. Se parecen a Don Quijote, eso sí, en la falta permanente de logros y de resultados.  En lo demás, son Sancho en cuerpo y alma.

Los oportunistas  y los gorrones, que han hecho de la política su único modo de vida, anteponen siempre su acomodo y su bienestar y el de los suyos al del resto de los ciudadanos. Y toda esta caterva de aprovechados, que integra esa casta política, se atribuye el derecho a marcar el camino al resto de los ciudadanos, a los que exige responsabilidades por todo y obediencia ciega a sus torpes caprichos. Es extremadamente raro, no obstante, que ellos se responsabilicen de alguna de sus acciones. Y muchos de ellos, faltaría más, viven permanentemente instalados en la maquinación, en la intriga  y  en el peloteo, para mantener indefinidamente sus cargos políticos y sus  extraordinarios privilegios.

Será muy difícil encontrar, entre los políticos oficiales de España, a alguien tan generoso y altruista como el Creonte de las tragedias de la antigua Grecia. Cuando gobernaba en Tebas,  apareció en aquella comarca la terrible Esfinge, que solía situarse sobre una colina próxima a Tebas para devorar despiadadamente a los que por allí pasaban si no acertaban a descifrar sus enigmas arteros y capciosos. Para acabar lo más rápidamente posible con esa monstruosa Esfinge, Creonte sacrifica desinteresadamente su propio interés al interés del pueblo y anuncia por toda Grecia que dará la corona de Tebas y la mano de su hermana a quien logre acabar con semejante monstruo. Y cumplió su oferta cuando Edipo acabó con la Esfinge.

Es cierto que hay excepciones y alguna muy honrosa, pero la mayoría de los políticos, antes que imitar a Creonte, haría causa común con la Esfinge, si con esto suman algún  nuevo beneficio. Todo es poco para los de la casta, para los que nunca se ven satisfechos de las variadas franquicias y prerrogativas que ya disfrutan. Y esto, claro está, desmiente claramente lo que se afirma en el artículo 14 de nuestra Constitución: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”.

domingo, 6 de octubre de 2013

LOS DESPLANTES DE ARTUR MAS

El incorregible y testarudo Artur Mas se descuelga ahora, cómo no, con la amenaza de unas elecciones plebiscitarias en 2016, al finalizar la presente legislatura, si no se le permite organizar un referéndum para que los catalanes decidan libremente sobre el futuro político de Cataluña dentro, claro está, de un “marco legal”. Y lanza esta especie de chantaje, como es su costumbre, de una manera petulante y en plan chulesco, como si estuviera perdonando la vida a Mariano Rajoy,  a sus ministros y a todos los españoles.

El presidente de la Generalitat  lanza jactanciosamente esta especie de chantaje, lleno de vanidad, mostrándose tan orgulloso de sí mismo como el fabuloso Orión, aquel cazador infatigable de la antigua Grecia que caminaba por encima de las aguas y aventajaba con creces a todos los héroes mitológicos de su tiempo por su estatura y por su fuerza descomunal. La diosa Diana eligió precisamente a Orión para formar parte de su séquito por su indiscutible valentía y su evidente apostura  y gallardía. Sintiéndose protegido y mimado por Diana, la reina de la caza, se pavoneaba y alardeaba de su suerte ante los demás mortales.

Es lo que hizo siempre Artur Mas, desde que su padrino, el “Molt Honorable” Jordi Pujol, comenzó a brindarle su protección y a prodigarle toda clase de favores. Desde que el todopoderoso dedo de Pujol lo eligió como sucesor suyo, encumbrándole a Primer Consejero de la Generalidad de Cataluña, comenzó a mostrarse altanero y arrogante como Orión y dio rienda suelta a su inmensa vanidad.

A Orión le perdió su fanfarronería y su envanecimiento. Concluida una brillante cacería y mientras era sinceramente halagado con extraordinarios elogios, presumía ante sus admiradores, jactándose de que no había monstruo alguno ni en las selvas, ni en los montes, ni en el desierto que pudieran vencerle. Y se vanagloriaba diciendo que ni los tigres, ni las panteras, ni los leones más fieros eran capaces de producirle terror alguno. Pero la Tierra, que se sintió desafiada por el gigantesco Orión, envió contra él un simple escorpión que, clavándole su uña venenosa o aguijón, le causó la muerte.

Otro tanto le va a pasar a Mas, flamante  presidente de la Generalidad catalana. Como a Orión, terminará perdiéndole  su vanidad y su engreimiento desmedido. Antes de alcanzar la presidencia de la Generalidad reconocía su condición de nacionalista, pero un nacionalista “tolerante y moderno” que estaba perfectamente integrado en el conjunto de España. Una vez alcanzada la  poltrona de la presidencia, confesó ser partidario del derecho de Cataluña a decidir su futuro y la clase de relación que mantendría con España.