En una leyenda mitológica de la antigua Grecia se narra la vida de Paris (Πάρις), el más famoso de los pastores frigios, que participó en los juegos públicos de Troya y venció a todos sus rivales. Sus extraordinarias hazañas fueron ampliamente conocidas entre los dioses olímpicos. Y estos, teniendo en cuenta su celebridad y aplomo, deciden nombrarle árbitro para poner fin al continuo debate que se estaba librando en el Olimpo.
Es
entonces cuando se celebran las bodas de Tetis y Peleo y fueron invitados todos
los dioses y las diosas. Pero fue
excluida de la fiesta, la diosa Eris porque, dado su carácter problemático,
había miedo fundado a que sembrara el desorden y la desavenencia entre el resto
de comensales. Esta exclusión del festín nupcial sentó muy mal a la diosa Eris y
decide vengarse cumplidamente de esa afrenta imperdonable. Así que, al final de
la comida, aparece en la fiesta envuelta en una nube y arroja sobra la mesa una
manzana dorada con esta lacónica inscripción: a la más hermosa. Y Afrodita, Hera y Atenea comienzan a reñir entre
sí, porque las tres creían tener derecho a esa manzana.
Entonces Hermes, por encargo de Zeus, llama a Paris,
el príncipe de Troya, para que actúe de juez y diga cuál de las tres diosas es
la más bella. Y como las tres querían alzarse con el triunfo, cada una de ellas
elaboró meticulosamente sus tretas y ofertas particulares para contar con el
favor de Paris en la elección. Hera, la esposa de Zeus, le tentó, ofreciéndole poder
político y riquezas, Atenea trato de sobornarle prometiéndole la gloria de las
armas y Afrodita se comprometió a entregarle a la mujer más hermosa de la
tierra, que era Helena, la esposa de Menelao, el legendario rey de la Esparta
micénica. Como era de esperar, Paris acepta la oferta de Afrodita Es por tanto esta diosa la que se lleva la
manzana dorada y la que cumple posteriormente su palabra, ayudando a Paris a
raptar a Helena, provocando así la famosa Guerra de Troya.
Algo
parecido puede ocurrir en España con Podemos,
si IU y los responsables de los dos
partidos políticos mayoritarios no cambian radicalmente su discurso y su estilo
y, cómo no, la manera de afrontar los problemas que afectan a la sociedad
española. Hablan con demasiada frecuencia, es cierto, de honestidad y limpieza y, por supuesto, de regeneración democrática,
pero sin convencer a nadie. Los ciudadanos ya no les hacen caso, porque no son
precisamente un ejemplo claro de transparencia, y porque han sido, de manera
real o aparente, demasiado tolerantes con los chorizos, con los que trincan y con
los que abusan descaradamente de sus responsabilidades políticas.
Hay
demasiados políticos profesionales que, por su comportamiento claramente
desleal y sospechoso, han perdido toda su credibilidad y están totalmente
deslegitimizados para gestionar los asuntos públicos. Son tan desaprensivos, que
anteponen siempre sus intereses particulares al bien común de los españoles. Y claro
está, para los que no tienen nada que ver con la política y viven honradamente
de su trabajo o de su pensión, todos los políticos son iguales, no hacen
distinciones entre los que son honestos, que los hay, y los vividores y
gorrones que, en realidad, son los que más ruido hacen y los que más se ven.