miércoles, 21 de abril de 2021

LA SUBVERSIÓN COMO SISTEMA POLÍTICO

 



Perdemos miserablemente el tiempo si tratamos de encontrar algo de coherencia intelectual entre los defensores acérrimos de la ideología comunista. El comunismo siempre ha sido una estafa manifiesta, que recurre continuamente a la mentira y al engaño para sobrevivir y progresar en el mundo de la política. Y Pablo Iglesias, por supuesto, es uno de esos comunistas de la nueva ola que, sin pararse en barras, se ríe de la verdad y le importa un bledo si su discurso tiene algo que ver, o no, con la realidad.

No olvidemos que, para los comunistas con cierta solera, como es el caso del líder de Unidas Podemos, no hay ningún valor universal y absoluto. Todo es relativo y cambiante. En consecuencia, lo que para el común de los mortales es una mentira flagrante, para estos comunistas no es nada más que una interpretación, más o menos teatral, de lo que realmente interesa, en ese preciso instante, a su propia formación política.

Hay que reconocer, que Pablo Iglesias desempeña perfectamente ese papel. Para empezar, es altivo y un  déspota inconmensurable y, por si fuera esto poco, va de listo por la vida. Además de vivir fastuosamente en el casoplón de Galapagar, como si fuera un auténtico marqués, actúa como si, en cuestión de inteligencia, estuviera a muchos años luz por encima de los ciudadanos normales de este país. Piensa, por lo tanto, que tiene todo el derecho del mundo a tutelar el comportamiento político de estos parias españoles.

Estamos, creo yo, ante un personaje siniestro, tremendamente  subversivo, que carece de principios y disfruta fomentando la agitación y la violencia callejera. El marrullero Iglesias se comporta como un farsante impresentable: se ríe desvergonzadamente de los que pasan estrecheces económicas y, a la vez, les pide que le ayuden desinteresadamente a instaurar el régimen bolivariano que se necesita para luchar contra los ricos y el capital.

Es verdad que la vida de Pablo Iglesias no se parece en nada a la que llevan los que tienen que ganarse el pan con el sudor de su frente. Predica una cosa, y hace exactamente  lo contrario. Todo el mundo sabe, que este comunista ejemplar, tanto si peina coleta como si peina moño, se sirve de la política para acrecentar su riqueza y disfrutar así de un bienestar mayor. Y sin embargo, obliga a los más desfavorecidos a seguir siendo pobres y a pasar necesidades. Les roba hasta la más mínima posibilidad de adquirir bienes con su trabajo y de aumentar sus propiedades privadas, obligándoles a vivir perpetuamente en la penuria y la miseria.

Para desarrollar su proyecto político en España, el chantajista Iglesias intentará acabar definitivamente con los pocos vestigios que quedan de la antigua y pujante clase media. No cabe duda que, mientras haya ciudadanos que mantengan cierta autosuficiencia económica, no habrá manera de imponer su propio modelo dictatorial. En consecuencia, tratará de solucionar el problema arruinando a los que, mal que bien, aún se valen por sí mismos.

No necesitamos recurrir a un arúspice experimentado para averiguar los planes de este desvergonzado sujeto, para liquidar nuestro régimen constitucional y acabar irremisiblemente con la poca libertad que nos queda a los españoles. Para conseguir semejante objetivo, Pablo Iglesias se dedica a complicar la vida al mundo del trabajo, sembrando odio y jaleando la violencia social para destruir empleo.

Desde que logró instalarse como un miembro más de la denostada ‘casta’, al dirigente de la formación morada le corroe la ratería y la mezquindad más extrema. No quiere, claro está,  que sus antiguos compañeros de fatiga sigan su propia trayectoria y terminen formando parte también de  la dichosa ‘casta’. Así que, para que no puedan liberarse fácilmente de su bondadosa y despótica opresión, hará todo lo posible para que España siga siendo un país subsidiado, endeudado y, por qué no, hasta sin empresas.

Hay que tener en cuenta, que el desquiciado Iglesias mantiene viva la obsesión de doblegar a los españoles con la revolución bolivariana de Venezuela, que es tan siniestra y letal como el viejo comunismo soviético. Y busca, cómo no, la manera de allanar el camino, empobreciendo aún más a los sufridos  ciudadanos de a píe. Sabe que los menesterosos, los que dependen de las colas del hambre y del Estado para subsistir son extremadamente obedientes y siguen ciega y sumisamente las indicaciones de quien les ayuda a vivir.

Y como Pablo Iglesias tiene cara para eso y mucho más, pasa olímpicamente de los derechos humanos más elementales y hasta del Estado de Derecho, ocupándose exclusivamente de abrir el camino  hacia el totalitarismo.  No es necesario advertir que, con ese comportamiento ilógico, no creamos riqueza y tampoco producimos bienestar. Crecerá exageradamente, eso sí, la pobreza y la miseria y, si no reaccionamos a tiempo, perderemos hasta el más mínimo vestigio de libertad humana. A cambio, se nos ofrece el tan traído y llevado paraíso que, como es sabido, termina siempre en el conocido infierno comunista.

No preocuparía mucho, si un golpista de opereta como Pablo Iglesias actuara solo. En ese caso, ya no sería escuchado nada más que por algún bucanero que otro. Pero desgraciadamente  cuenta con el respaldo explícito del presidente del Gobierno que padecemos, el desafortunado Pedro Sánchez. Es evidente que el presidente Sánchez ha dado muestras más que sobradas de su incapacidad para realizar  cualquier tipo de gestión. Y en este caso concreto, hace más daño por el puesto institucional que ocupa, que por lo que pueda decir o hacer. Y esto  deteriora nuestro Estado de Bienestar y acaba con buena parte de nuestra libertad pública.

Gracias a la colaboración de Sánchez, el insaciable Iglesias ya ha conseguido prohibir los despidos laborales por culpa del Covid-19. También ha logrado cambiar la ley anti-desahucios para proteger convenientemente a los ocupas, mientras dure el estado actual de alarma. Y lleno de satisfacción, no se cansa de celebrar la nueva Ley de Dependencia, que promete ayuda estatal a más de cuatro millones de españoles. De momento, esas ayudas no llegan. Pero eso es lo de menos, ya que los comunistas dan mucha más importancia a la propaganda que a la realidad.

Y como Pablo Iglesias es un bellaco incorregible, se aprovecha descaradamente del apoyo que recibe de Sánchez, para lanzar toda clase de diatribas, desde dentro del Gobierno, contra la Corona en general y, de una manera muy especial, contra el propio rey Felipe VI. Y tiene la poca vergüenza de derrochar igualmente odio y hostilidad contra la Iglesia, la libertad de expresión, la propiedad privada y hasta contra la legalidad vigente. Y el presidente del Gobierno, faltaría más, procura disimular, no sé si porque está de acuerdo con su vicepresidente, o simplemente porque le necesita para seguir disfrutando de La Moncloa.

Ahora, es verdad, Pablo Iglesias ya no es ni vicepresidente, ni siquiera ministro del Gobierno.  Y esto ha servido para que mucha gente lanzara cohetes al aire, porque Pedro Sánchez se ha librado finalmente del marrullero Iglesias. Y no es así. Yo no sé si hay diferencias más o menos insalvables entre ambos, si la deriva totalitaria del presidente es similar o no a la de su vicepresidente.

No obstante, sí podemos afirmar que el cese del guerrillero Pablo Iglesias no fue nada más que una escueta estratagema política para que todo siga igual. Y de hecho, nada ha cambiado con su salida del Gobierno, ya que el pacto social-comunista sigue intacto de momento. Y por si fuera esto poco, el revoltoso Iglesias sigue influyendo directamente en las decisiones del Ejecutivo.

Es indudable que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se odian profunda y sinceramente. Pero a pesar de todo, seguirán apoyándose mutuamente, porque quieren mantenerse al frente de sus respectivos proyectos políticos. Ambos líderes pretenden acabar, de una vez por todas, hasta con el último vestigio del régimen del 78. Precisamente por eso, se han solidarizado con los separatistas, y los animan a que insistan con sus planes insolidarios, porque saben que, rompiendo  la unidad de España, resulta mucho más fácil recuperar la República.

Y como Pablo Iglesias es más radical y más rocambolesco que el presidente Sánchez, no tiene empacho en conspirar públicamente contra la monarquía parlamentaria, para sustituirla, sin más preámbulos por una república comunista y bolivariana, como la que rige en Venezuela. Y tenemos a todos los cipayos y a los matones que le rodean, obligados por su propio líder,  cometiendo el disparate de alborotar y agitar artificialmente la calle, para acelerar la llegada de la nueva República.

 

Gijón, 18 de abril de 2021

José Luis Valladares Fernández


sábado, 3 de abril de 2021

EL SANCHISMO O LA PODEMIZACIÓN DEL PSOE

 

 


Por culpa de la actuación irresponsable de Pedro Sánchez, el malhadado y ficticio doctor que rige nuestros destinos, España camina irremediablemente hacia el fracaso económico y político más absoluto. De momento, ya ha desparecido el diálogo entre las distintas fuerzas democráticas, para dejar paso al absolutismo más absurdo y a la imposición de un extremismo generalizado francamente irracional. Hasta el mismo PSOE ha dejado de ser un vehículo de representación ciudadana, para convertirse en una mera plataforma de poder.

Todo esto es debido, cómo no, a que el ambicioso Sánchez entró en La Moncloa, con la intención de eternizarse en la presidencia del Gobierno. Y fue a las elecciones generales del 10 de noviembre de 2019,  dispuesto a barrer totalmente a la oposición. Y aunque no lo esperaba, se encontró con uno de sus más sonados fracasos, ya que, en ese proceso electoral, perdió otros tres escaños y peligraba seriamente su investidura como presidente.

Y como el voluble Pedro Sánchez no estaba dispuesto a tirar la toalla y marcharse definitivamente a su casa, decidió echarse en brazos de un personaje tan problemático como Pablo Iglesias, para mantenerse al frente del Gobierno. Y sin más preámbulos, a cambio del apoyo que necesitaba para la investidura, se comprometió a formar un Gobierno de coalición con Podemos, similar en todo al del Frente Popular de 1936.

Hay que reconocer que, con este inesperado ofrecimiento, a Pablo Iglesias se le abrieron los cielos. Estaba quedándose prácticamente en cuadro, ya que llevaba tres elecciones generales perdiendo votos y le estaban dando la espalda hasta antiguos compañeros de fatigas. Y entrando en el Gobierno, volvía a recuperar la esperanza y la ilusión. Por lo tanto, no podía rechazar tan sorprendente oferta.  Y mucho menos, sabiendo que, sin el apoyo de Podemos, Pedro Sánchez era un hombre al agua. Así que, hasta podía imponer sus propias condiciones.

Y aunque no era nada más que un desquiciado conspirador, defensor a ultranza de un populismo verdaderamente abyecto y despreciable, consiguió algo que no esperaba nadie, cinco ministerios para la formación morada y la vicepresidencia segunda del Gobierno. Y hasta se permitió el lujo de integrar, ahí es nada, varias proposiciones suyas en el programa de Gobierno, elaborado por el entorno del presidente.

No es de extrañar, por lo tanto, que la podemización del PSOE comenzara realmente en el momento mismo de la toma de posesión del nuevo Gobierno de coalición. Hay quién dice que esta mimetización del presidente Sánchez con Pablo Iglesias no es nada más que el famoso abrazo del oso, para dejar a la formación morada sin espacio político, para que desaparezca en los próximos comicios. En ese caso, también desaparecería el PSOE, porque se quedaría igualmente sin espacio político para sobrevivir

Pero resulta sumamente sospechoso el silencio de Pedro Sánchez, ante los ataques lanzados contra la democracia, por los portavoces de los grupos nacionalistas, separatistas y de los filo-etarras  de Bildu. En sus respectivas intervenciones los días 2 y 3 de enero de 2020, con motivo de la investidura, se acusó a España de querer solucionar los problemas políticos, aplicando “recetas autoritarias”. Y sacaron a relucir, faltaría más, los presos políticos.

Los miembros de esa horda de trúhanes se despacharon a gusto, lanzando feroces ataques en general, contra lo que ellos llaman el régimen del 78, y ciscándose especialmente sobre la Constitución que nos hemos dado los españoles. Trataron, eso sí, de desprestigiar la institución monárquica, llegando incluso a insultar gravemente al Rey, tildándole de “autoritario”.

Y por lo que parece, o Pedro Sánchez, en vez de escuchar, estaba tocando el ‘violón’ y no se enteró de nada, o  estaba simplemente de acuerdo con traspasar todas las líneas rojas, marcadas por la democracia para garantizar la convivencia. Si analizamos detenidamente su contestación a tanto despropósito, tenemos que admitir que asume las propuestas de todos esos peligrosos vende patrias.

No olvidemos que, en su discurso de contestación, en vez de reprochar tanto desafuero, aparece el verdadero Pedro Sánchez, y se compromete firmemente a poner fin a la “judicialización del conflicto político de Cataluña”. Y como si hubiera recibido ya los entorchados de caudillo bolivariano, al estilo de Hugo Chávez, da a entender que no permitirá que los jueces persigan a los que infringieron la ley, con la Declaración Unilateral de Independencia del 27 de octubre de 2017.

En realidad, no hacía falta que abriera la boca el aspirante a ser investido presidente para  dejar constancia de la deriva  o el travestismo irreversible que sufre el PSOE, a pesar de sus 140 años de historia. Y todo naturalmente, por culpa de la nefasta actuación de sus líderes actuales. Para llegar a esa conclusión, bastaba con escuchar el aplauso cerrado, que la bancada socialista dedicó a la presidente del Congreso, Meritxell Batet, cuando justificó como libertad de expresión, los ataques que los enemigos de la unidad de España lanzaban desde la tribuna contra la institución monárquica, .

Y por si todo esto fuera poco, vino detrás Adriana Lastra,  la portavoz del grupo socialista y, sin pensarlo dos veces, llama  extremistas a todos los diputados que voten en contra del candidato oficial del partido socialista. Y termina su discurso, quién lo diría, ensalzando al extravagante portavoz de ERC, Gabriel Rufián, aunque sabía perfectamente que también estaba detrás de la reciente y fallida declaración de independencia.

Está visto, que Pedro Sánchez fue presa de un delirio populista y se dejó arrastrar por los aparentes encantos de los sermones políticos del profeta ultraizquierdista que lidera Podemos. Y al fiarse de semejante visionario, muchos de los acuerdos del Consejo de Ministros terminaron contaminados con ideas comunistas de la propia formación morada. Y esto, claro está, hace mucho daño a España y está asfixiando irremisiblemente a un partido como el PSOE, que tuvo una contribución tan positiva, en la reconciliación entre los españoles.

Es evidente, que el presidente Sánchez  está siendo tremendamente  desleal con España y hasta con su propio partido. Y como quiere eternizarse indefinidamente en La Moncloa, sigue al pie de la letra la agenda del populismo neocomunista que le dicta el embustero Iglesias, consumando así la  podemización del PSOE y la balcanización de España.

Y para que no falle nada, el irresponsable Pedro Sánchez se ha involucrado resueltamente  en ese desquiciado proyecto de cantonalismo del país, asociándose con todos los enemigos declarados de España, entre los que encontramos a Bildu, ERC, BNG, CUP y otras formaciones por el estilo. Y como no piensa nada más que en sí mismo, no hace más que dar cuerda a toda esa marea de independentistas, sin pensar en las posibles consecuencias. Y hasta trata de llevar esa anómala disgregación  a otras regiones que, hasta ahora, no habían dado problemas en ese sentido, como es el caso de León, Cartagena, Extremadura e incluso Teruel.

Para no tener problemas y evitar completamente cualquier tipo de estorbo a su plan, el maniqueo Sánchez procuró deshacerse de los barones sensatos del verdadero PSOE y de todos los socialdemócratas que tuvieron una actuación tan positiva y beneficiosa para lograr el famoso pacto de la Transición a la democracia. Como hizo Ramón María Narváez, acabó con todos sus posibles enemigos, dejándoles, eso sí, como simples figuras decorativas del partido.

Es verdad que Narváez, que hizo de las suyas durante el reinado de Isabel II, no tenía tampoco enemigos. Había terminado con todos ellos. En una de sus anécdotas, se cuenta que, estando en su lecho de muerte, a la pregunta que le hace el capellán que le confesaba de si perdonaba a sus enemigos, el famoso ‘espadón de Loja’ contestó escuetamente: “No puedo perdonar a ninguno, porque los he matado a todos”

 Gijón, 29 de marzo de 2021

 José Luis Valladares Fernández