lunes, 22 de marzo de 2021

JAQUE A LA PAZ SOCIAL Y A LA DEMOCRACIA



 

En el refranero español, encontramos muchas sentencias que expresan verdades incontrovertibles, que no tienen vuelta de hoja. Y uno de esos dichos populares, que reza así: “el que mucho presume, de mucho carece”, retrata perfectamente al ególatra Pedro Sánchez, el presidente actual del Gobierno que padecemos.

Conociendo al líder del PSOE, es de suponer que le hubiera gustado entrar en La Moncloa a lo grande, en olor de multitudes y hasta con fanfarria y por la puerta principal. Pero en este caso no fue así y, si quiso entrar, qué le vamos a hacer, tuvo que utilizar la puerta de servicio. Para poder salir con la suya, utilizó una moción de censura irregular, ya que no cumplía estrictamente con todos los requisitos exigidos por la Constitución.

Para empezar, la moción de censura contó con muchos síes, que no eran nada más que rotundos noes a Mariano Rajoy. Y no olvidemos que está basada en un inciso improcedente, que el juez José Ricardo de Prada introdujo en la sentencia de Gürtel con la malsana intención de perjudicar al Partido Popular. Y ese inciso, claro está, fue retirado posteriormente por el Pleno de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, por su evidente  falta de imparcialidad.

De todos modos, como Pedro Sánchez es capaz de presumir hasta de su propia sombra, dice que aterrizó en la presidencia del Gobierno, entre otras cosas, para “recuperar la normalidad institucional” y para “regenerar la política española”. Y sin más, inició su mandato, dando muestras de una superioridad moral aplastante que no tiene y aparentando saber bastante más de lo que realmente sabe. Un poco más, y nos suelta la locución latina “Veni. Vidi. Vici” (vine, vi, vencí), que utilizo Julio Cesar, para comunicar al Senado Romano su victoria en la batalla de Zela, contra el rey del Ponto, Farnaces II.

Y desde el primer momento, el presidente Sánchez, trata de engrandecerse artificialmente ante su clientela, comprometiéndose a luchar contra las desigualdades sociales, ayudando preferentemente a los que más sufren, a los más desfavorecidos por la fortuna. Con su llegada a la presidencia del Gobierno, según cuentan sus cipayos más cercanos, abrió “un nuevo tiempo de esperanza”, en el que predomina el diálogo, sobre todo el “diálogo constructivo”. Y piensan que, con ese diálogo, conseguirá la ansiada regeneración democrática y acabará, de una vez por todas, con la injusticia social.

Lo malo es que la palabra, si no está acompañada por otras cualidades, se convierte en palabrería, en verborrea  inútil, que complica aún más la situación. Y eso es precisamente lo que le está pasando al envalentonado Pedro Sánchez. En un arrebato de irresponsabilidad, se le antojó asumir la presidencia del Gobierno, más que nada para presumir y disfrutar de la adulación y los agasajos que  proporciona ese cargo. Y eso fue determinante para que la economía y el empleo, comenzaran a sufrir inmediatamente los efectos catastróficos de su pésima gestión pública.

Pero no termina aquí  la funesta actuación del imprevisible presidente Sánchez. Se ha cansado de repetir, una y otra vez, que no pactaría jamás con las huestes de Podemos. Empezó con esa cantinela, que yo sepa,  en septiembre de 2014, poco tiempo después de hacerse con la Secretaría General de su partido. En aquella ocasión, afirmó explícitamente ante los micrófonos de Antena 3: "Ni antes ni después El PSOE pactará con el populismo. El final del populismo es la Venezuela de Chávez, la pobreza, las cartillas de racionamiento, la falta de democracia y, sobre todo, la desigualdad".

Casi cinco años después, Pedro Sánchez seguía pensando que no podía “gobernar con alguien como Iglesias, que no defiende la democracia”. Y el 19 de septiembre, cuando ya llevaba más de cuatro meses como presidente en funciones, reiteró nuevamente, ante los micrófonos de La Sexta, que no podía confiar en el líder de Podemos. Y soltó esta llamativa perla: “Si hubiera aceptado las exigencias de Pablo Iglesias hoy sería presidente del Gobierno. Pero sería un presidente que no dormiría, como el 95% de los españoles, incluidos votantes de Unidas Podemos”.

Pero llegaron las elecciones generales del 10 de noviembre de ese mismo año y, mira por dónde, el presidente Sánchez se encontró ante una tesitura sumamente complicada: o aceptaba los postulados de Iglesias, para formar un Gobierno de coalición con Podemos, o corría el riesgo serio de perder la poltrona.

Y para mantenerse en La Moncloa por encima de todo, el sorprendente Pedro Sánchez se olvidó de sus fundados temores y, sin esperar a más, procuró colmar satisfactoriamente las desmedidas apetencias del quisquilloso Pablo Iglesias, nombrándole vicepresidente segundo del Gobierno. Le acompañan en el Ejecutivo, ocupando sendas carteras ministeriales, otros cuatro miembros de Podemos, aunque alguno de ellos no vale ni para concejal de pueblo.  

Para llegar a esa entente con el líder máximo de Unidas Podemos, el aspirante a perpetuarse  indefinidamente en La Moncloa decidió traicionarse a sí mismo, sabiendo que, así, deslegitimaba su mandato y perjudicaba seriamente al PSOE y a todos los españoles. A pesar de todo, tiene muy poca importancia  que el presidente Sánchez recurra, o no, a los somníferos para conciliar el sueño. Nos preocupa, eso sí, el insomnio que padecemos ahora los sufridos ciudadanos españoles.

Al traicionar Pedro Sánchez a quienes confiaron en él, comenzó a crecer precipitadamente la inestabilidad y el extremismo en España, perturbando así el sueño de todos nosotros. Y como el deterioro  de las instituciones públicas es ya prácticamente imparable, terminaremos asfixiados por el populismo bolivariano de Venezuela. Y por desgracia, no habrá sedante alguno que pueda mitigar las terribles noches toledanas que nos esperan.

Ese pacto con Podemos, acrecentó aún más la recesión económica que ya padecíamos y aceleró la destrucción de empleo. Y esto, como era de esperar, intensificó considerablemente las críticas contra el Gobierno y aparecieron las primeras discrepancias dentro del propio partido con el presidente del Gobierno.

La reacción del endiosado Pedro Sánchez no se hizo esperar. Quería acabar tajantemente con las duras críticas y cortar de raíz las incipientes suspicacias de los barones de su propio partido. Y para eso, necesitaba engañar a la ciudadanía española. Así que, vociferando destempladamente ante el líder de la oposición, Pablo Casado, hizo esta ilusoria afirmación: “mi tarea como presidente es garantizar la estabilidad política”. Y con su fanfarronería habitual, agregó que haría “frente a la emergencia sanitaria y la vacunación”, ocupándose a la vez  de la  “recuperación económica” y de la “creación de empleo y justicia social”.

Pero ya lo dice el refranero español: del dicho al hecho hay mucho trecho. Y todos sabemos sobradamente lo que puede dar de sí un personaje tan presumido y lenguaraz como el presidente Sánchez. Con exhibirse y pavonearse en sus rebuscadas apariciones públicas, para ganar músculo demoscópico, ya tiene bastante. Pero no esperes que aporte alguna solución útil y acertada para luchar  eficazmente contra la terrible pandemia que nos aqueja y contra el hundimiento generalizado de  nuestra economía. Gracias a su manifiesta incapacidad, España es ahora mismo el farolillo rojo de toda Europa.

Es sabido que, en la mayor parte de las actuaciones del Gobierno social-comunista actual, aparece claramente la mano negra de  Pablo Iglesias. Este desvergonzado personaje, llevó también la voz cantante en redacción de los pactos del PSOE con Podemos y, no contento con esto, se las arregló para llevar a Pedro Sánchez al huerto de ERC y de Bildu. Y no cabe duda que está detrás de muchas  de las decisiones económicas que padecemos.

No es de extrañar, por lo tanto, que haya voces más o menos autorizadas, hasta dentro del  propio PSOE, que culpen al líder ultraizquierdista  del desastre económico que padecemos, y pidan insistentemente al presidente Sánchez que prescinda ipso facto de su vicepresidente segundo. De todas formas, eso no solucionaría nada, porque el problema sigue siendo de quien rige nuestros destinos. Y eso nos lleva a pensar que, tanto si el estalinista Iglesias está dentro como si está fuera del Gobierno, tendremos que enfrentarnos también a la pandemia del hambre y la miseria, que ya ha comenzado a extenderse por España.

De momento, los datos son francamente inapelables. Aunque el Gobierno no quiera reconocerlo, ya contabilizamos más de 100.000 muertos por culpa del coronavirus y la ruina económica sigue creciendo de manera constante y desmesurada. Sin ir más lejos, cerramos el año 2020, qué le vamos a hacer, con el desplome de un 11% del PIB, desconocido hasta ahora. Y por si esto fuera poco, a finales de diciembre de ese mismo año, el déficit de la Seguridad Social superaba los 20.000 millones de euros. En ese momento, quién lo iba a decir, España debía ya 122.439 millones de euros, un nivel de deuda nada menos que del 17,1% del PIB.

Es muy posible que, si el despótico Pablo Iglesias abandona definitivamente el Ejecutivo, recuperemos una buena parte del crédito exterior, dilapidado gratuitamente por Pedro Sánchez. Y todo por su evidente falta de pericia y de madurez. Pero no nos hagamos ilusiones, porque eso no implica en absoluto una mejoría reseñable en la forma de gobernar a los españoles.

Pero no debemos olvidar que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se necesitan mutuamente y, si no quieren acabar ambos en la marginación y en el olvido, están obligados a entenderse. El aburguesado líder de Podemos podrá contar con más o menos diputados, pero para ser alguien y no verse abocado al ostracismo, necesita el apoyo decidido de Sánchez. Y como no podía ser menos, al imprevisible caudillo Pedro Sánchez le pasa exactamente lo mismo. Sin la colaboración y el apoyo de Pablo Iglesias, tendría que renunciar a una buena parte de sus ambiciones napoleónicas y hasta se vería obligado a salir de La Moncloa. 

Y como fracasó rotundamente la diabólica alianza entre el POSE y ciudadanos, para usurpar la Autonomía de Madrid al Partido Popular, el maquiavélico Iglesias abandona su cartera ministerial y deja el Gobierno. Y todo, porque sabe que, si no encabeza personalmente la candidatura de Podemos a las elecciones madrileñas, es muy posible que se repita el morrocotudo fracaso que tuvo que soportar en el País Vasco y, sobre todo, en Galicia.

Este hecho, sin embargo, no altera en modo alguno el respaldo que se prestan voluntaria y recíprocamente estos dos cesaristas paranoicos, para socavar poco a poco el régimen del 78. Pedro Sánchez dormirá muy mal, porque se le atragantará, de vez en cuando, la verborrea asamblearia del fantoche del moño y su propensión a organizar escándalos callejeros. Y el altivo y desdeñoso Pablo Iglesias hará lo mismo, por la cuenta que  le tiene, con el endiosamiento y con las mentiras habituales del siniestro personaje que, para nuestra desgracia, ocupa momentáneamente la presidencia del Gobierno.

Gracias a la prepotencia abusiva del conspirador Sánchez y la facundia del supremacista Iglesias, los españoles estamos viviendo un psicodrama muy conflictivo y desquiciante. Ya no sabemos si el mundo que nos rodea es real, o es algo meramente imaginado o fantaseado. Por culpa de sus embustes y maquinaciones, hemos perdido el rumbo y vamos camino del desastre económico y social más absoluto.

Es evidente que estos dos políticos son, ante todo, unos vividores y, en consecuencia, anteponen siempre sus intereses particulares a los generales y se olvidan naturalmente del bien común. Se comportan, no faltaba más,  como Píramo y Tisbe, los dos amantes legendarios que encontramos en la mitología griega.

Ni que decir tiene, que a Píramo y Tisbe les unía un amor entrañable y sincero. Pero Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, por el contrario, se odian intensa y profundamente. Les une, eso sí, el interés propio, y el deseo insaciable de satisfacer  su ambición y su ego personal, a costa de lo que sea. No obstante, esperemos  que los españoles salgan, de una vez, de ese prolongado letargo y saquen a estos dos embaucadores de la vida pública, y los devuelvan a la vida privada, de donde nunca debieron salir.

 

Gijón, 18 de marzo de 2021

            José Luis Valladares Fernández      

viernes, 5 de marzo de 2021

LA BURGUESÍA COMO META INDISCUTIBLE

 




Es algo francamente lamentable, pero siempre ha habido engañabobos que, aprovechando la ingenuidad de una buena parte de la ciudadanía, predican la colectivización de todos los bienes y la igualdad económica más absoluta. Dicen que, para redimir a los pobres y a los desheredados, hay que acabar con la propiedad privada, y poner todas las riquezas: la tierra, el dinero y los demás bienes al servicio de la comunidad.

Pero no escuchemos a estos evangelizadores ocasionales ya que, son incoherentes, e incapaces de vivir de acuerdo con sus encendidos sermones. Utilizan desvergonzadamente sus prédicas o alocuciones para aparentar que se dedican  a proteger y a liberar a los desarrapados y menesterosos, cuando en realidad, no buscan nada más que utilizarlos como escabel para poder vivir personalmente, sin mucho esfuerzo, como auténticos burgueses.

Esto es, ni más ni menos, lo que hizo el mundialmente famoso Karl Marx. Este político alemán, de origen judío, se cansó de clamar  contra la opresión y la explotación de los más desfavorecidos por la fortuna. Y para simular que buscaba desinteresadamente la defensa de la clase obrera, nos dejó varios conceptos, como ‘la lucha de clases’ o la ‘dictadura del proletariado’, que han sido muy manoseados a lo largo de la historia.

Pero eso sí, vivió siempre como un auténtico burgués, sin trabajar y sin estudiar, abusando siempre del vicio y del desorden. Primero, cómo no, a costa naturalmente de sus progenitores, que pertenecían a una clase media acomodada. Y cuando llegó el momento, se retrató a sí mismo, casándose con Jenny von Westphalen, una  baronesa de la clase dirigente prusiana, ya que así podía mantener indefinidamente su habitual estilo de vida. A partir de entonces, claro está, sería la familia de su mujer, la encargada de sufragar una buena parte de sus gastos.

Con ese discurso absorbente y totalitario, Karl Marx logró embaucar a mucha gente, y aún sigue teniendo cantidad de prosélitos en todo el mundo. Y España, por supuesto, no es una excepción. Pero, eso sí, para los que siguen actualmente sus pasos, tienen mucha más importancia sus métodos autocráticos que su doctrina, porque así pueden llegar a  mejorar su situación personal. Y eso solo se consigue, si logras integrarte  en  la lista secreta de personas ‘confiables’ que, en la Unión Soviética, recibía el nombre de ‘nomenclatura’.

Y un aspirante serio, entre nosotros, a ocupar el número uno en esa lista de ‘confiables’ es precisamente Pablo Iglesias Turrión. Como consecuencia de la crisis económica, que se inició en el año 2008, y las medidas  de austeridad, adoptadas por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, miles de personas comenzaron a ocupar plazas y calles. Estaban indignados y trataban de airear públicamente su frustración, por el trato que recibían de los políticos y de las distintas instituciones. Y el enfado de los indignados terminó explotando el 15 de mayo de 2011.

Cuando los líderes, que manejaban esas manifestaciones y acampadas, quisieron darse cuenta, ya se había adueñado Pablo Iglesias de la crispación y del malestar social que reinaba en la calle, plasmando seguidamente todas las demandas de esos grupos en un programa político, que pensaba utilizar en las próximas convocatorias electorales.

Para defender los postulados que demandaban todos los implicados en el Movimiento del 15M, en los próximos procesos electorales, necesitaban crear urgentemente una formación política concreta. Para conseguir semejante objetivo, una treintena de activistas sociales, ligados a la cultura y al periodismo, firman el manifiesto Mover ficha: convertir la indignación en cambio político’, iniciando así la creación de ese partido. Y hay alguien que, inspirándose  en el lema “yes, we can”, utilizado profusamente por Barack Obama para abrirse camino a la Casa Blanca, se le ocurrió bautizar a esa nueva fuerza política con el nombre de Podemos.

De acuerdo con la legislación vigente, la nueva agrupación, que acababa de nacer, fue inscrita en el Registro de Partidos Políticos del Ministerio del Interior el 11 de marzo de 2014. Y aunque no estaba entre los firmantes del manifiesto fundacional, esa formación política estaba presidida, que casualidad, por el inevitable  Pablo Iglesias. Es muy posible que, para esa designación, pesara mucho, creo yo, la proyección mediática innegable del personaje y, por supuesto, el carisma que tenía de aquella.

Y casi sin tiempo para confeccionar el programa político correspondiente, Podemos aúna fuerzas con otros partidos y movimientos de extrema izquierda, y se presenta, sin más, a las elecciones del 25 de mayo al Parlamento Europeo. Querían dar la campanada, y lo consiguieron, ya que obtuvieron un resultado claramente espectacular. Fue la  cuarta fuerza política más votada, logrando nada menos que 5 escaños.

Como consecuencia de esos comicios, comenzaron a dispararse todas las encuestas a favor de la nueva formación política y de sus dirigentes. Dos meses después de esas elecciones, según el sondeo del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), Podemos ya superaba al PSOE en intención directa de voto, y se aproximaba al Partido Popular. Y en todos los medios que intervenía su secretario general, Pablo Iglesias, se disparaban las audiencias.

Y llenos de euforia, y en estado prácticamente de shock  por el triunfo cosechado, los dirigentes de Podemos comienzan a preparar la Asamblea ciudadana ‘Sí se puede’, que pensaban celebrar el próximo otoño. En dicha Asamblea, que se celebró entre el 15 de octubre y el 15 de noviembre de 2014, se constituyó oficialmente el nuevo partido político. Como era de esperar, Pablo Iglesias volvió a ser elegido secretario general de Podemos con el 88,7%, de los 107.488 votos emitidos.

Y en las elecciones autonómicas, celebradas a lo largo del año 2015, Podemos consiguió hacerse con una representación suficientemente aceptable  en todas las Autonomías de la geografía española. Y esto es determinante para que el secretario general de Podemos, con todo su equipo, comience a diseñar su estrategia política particular, para presentarse a las próximas elecciones generales, convocadas para el 20 de diciembre  de 2015.

Estos comicios los gana el Partido Popular, pero Mariano Rajoy desecha firmemente optar a la investidura. Se presenta Pedro Sánchez, que cuenta con el apoyo de la muchachada ciudadana de Albert Rivera. Y como el secretario general del PSOE no consigue los votos necesarios para ser investido presidente, se abre un nuevo proceso electoral, fijado para el 26 de junio de 2016.

En estas elecciones, Pablo Iglesias encabeza la lista de Unidos Podemos, que es la coalición formada por Podemos con las huestes de Izquierda Unida, que dirige Alberto Garzón y con otras fuerzas minoritarias, defensoras a ultranza de la igualdad social y del igualitarismo. Y el líder de Podemos acude a este encuentro con las urnas con renovado entusiasmo, porque estaba completamente seguro de dar el ‘sorpasso’ al PSOE, tal como vaticinaban casi todas las encuestas.

Pero el optimismo desmedido del cuartel general de Unidos Podemos fue desapareciendo progresivamente a medida que avanzaba el escrutinio, convirtiéndose al final de la noche electoral, en una sensación inaguantable de frustración y fracaso. Y como fallaron estrepitosamente las expectativas, Pablo Iglesias, Alberto Garzón y demás miembros de Unidos Podemos despertaron del sueño imposible del ‘sorpasso’, y tuvieron que conformarse con los 71 escaños que sacaron.

Y Unidos Podemos que, en atención a la lucha del movimiento feminista, pasará a ser Unidas Podemos, cerró la noche con un mitin de Iglesias, animando a su parroquia a resistir. Les recordó que Salvador Allende tardó cuatro elecciones  en conseguir el triunfo. Y nosotros, dijo, “seguimos llamando a las puertas del cielo”. Y añadió: “nacimos para ganar y vencer” y “esto acaba de comenzar”. Pero la realidad es  tremendamente tozuda, y lo que parecía ser un tsunami arrollador, se desinfló muy pronto, y no tardamos mucho en comprobar que solo se trataba de una simple amenaza.

Y de hecho, Unidas Podemos comenzó muy pronto a perder apoyos. Y esa pérdida de respaldos se intensificó afortunadamente, aún más, a partir de las elecciones generales de junio de 2016. No es de extrañar, por lo tanto, que las mesnadas  populistas asistieran divididos y enfrentados a su segunda Asamblea estatal, conocida como Vistalegre 2, que se celebró el 11 y el 12 de febrero de2017.

Son dos grupos irreconciliables entre sí. Por un lado estaba el omnipresente Pablo Iglesias, que trata de hacerse con todo el poder. Y en la acera opuesta, estaba Íñigo Errejón, que pretende conservar, al menos, el puesto de relevancia que venía desempeñando, para seguir siendo el número 2 de la formación morada.

En esta segunda Asamblea estatal, se enfrentan dos Podemos distintos. Un Podemos más radical y más izquierdista que dirige el tabernario Pablo Iglesias, y un Podemos más posibilista, más sensato y moderado que viene defendiendo Íñigo Errejón. Y se abrió Vistalegre 2 con el plebiscito presentado por Iglesias, al afirmar que, o lo ganaba todo, o se marchaba. Y como las bases se decantaron mayoritariamente por el Podemos más extremista y revolucionario, el que quiere llevar la lucha a las calles, se cerró la segunda Asamblea estatal, con un triunfo contundente de Pablo Iglesias y con Errejón en la cuerda floja.

El reelegido líder se enfrenta ahora al reto de recomponer la unidad del partido de Unidas Podemos. Y trata de conseguirlo,  vilipendiando despiadadamente a los ricos, a los burgueses, a los que llama despectivamente ‘la casta’. Y asegura, que seguirá estando al lado de los menos afortunados y que defenderá, contra viento y marea, a su gente, a los del pueblo llano y a todos los que viven humildemente de su trabajo y necesitan ayudas sociales.

Y como la hemeroteca ha dejado a Pablo Iglesias con las vergüenzas al aire, ya no habla de Vallecas, ni critica a “los políticos que viven en Somosaguas, que viven en chalets, que no saben lo que es coger el transporte público o el precio de un café”. Por razones meramente tácticas, ya no le oiremos decir, refiriéndose  a Luis de Guindos, que poner a un millonario al frente de la política económica, “es como entregar a un pirómano el Ministerio de Medio Ambiente”.

Como cualquier impostor, Pablo Iglesias sigue cantando continuamente las excelencias  de la  vida de los de abajo, de los que suele llamar ‘sus gentes’. Y como ahora ya no es el mileurista que utilizaba frecuentemente el transporte público, que vivía “tan a gustito” en un piso humilde del madrileño barrio de Vallecas, se ha ido a vivir, con Irene Montero, a un Dúplex en Rivas-Vaciamadrid, que es bastante más amplio y cómodo que el piso vallecano.

Y aunque al impresentable caudillo de los morados le gusta más la opulencia que las estrecheces y se siente fuertemente atraído por la vida muelle que llevan los burgueses, sigue cantando las excelencias de la vida de los de abajo, de los que pasan necesidades y tienen que hacer auténticos milagros para llegar a fin de mes.  Sabe que es un incoherente, porque predica una cosa y hace exactamente la contraria, pero como confía en la insensatez de las gentes que tienen que ganar el pan con el sudor de su frente, piensa que ya no necesita disimular sus continuas contradicciones.

A partir de ese  momento, el fatuo Pablo Iglesias, comenzó a vivir a lo grande, como han vivido siempre los aparentemente odiados capitalistas. Y para que las gentes del pueblo, los que trabajan, no descubran el engaño y sigan prestándole sus votos, se presenta como si fuera uno de titanes que, según la mitología, se enfrentaron valientemente a los dioses del Olimpo,  para iniciar el famoso ‘asalto a los cielos’, para tratar de mejorar la situación económica y social de los que tienen que vivir necesariamente de su trabajo.

Y como no podía ser menos, el exigente 'ethos' de Pablo Iglesias y de su pareja Irene Montero, les instaba insistentemente a mejorar su situación personal. Así que ya no les bastaba  con imitar el comportamiento y la vida típica de los burgueses. Tenían que vivir también entre la propia burguesía. Y sin pensarlo dos veces, abandonaron el Dúplex de Rivas-Vaciamadrid, y se marcharon a vivir al casoplón de 268 metros construidos, que compraron en  Galapagar. El chalet está construido dentro de una parcela de más de 2.000 metros cuadrados, tiene piscina, un amplio jardín y cuenta, además, con una casa independiente para invitados.

Y se instalaron en su nueva mansión de Galapagar, rodeándose de todas las comodidades habidas y por haber. Y hasta se rodearon de una servidumbre abundante, más propia de aristócratas que de simples dirigentes comunistas, que se jactan  de estar al frente de un numeroso grupo de populistas baratos y bolivarianos. Y justamente por eso, por ser comunistas, y por llevar un tren de vida que no tiene nada que ver con lo que pregonan, esta pareja no fue muy bien recibida en la sierra madrileña.

Y para colmo de males, esa especie de rechazo social se acentuó aún más cuando, por decisión del presidente  Pedro Sánchez, Pablo Iglesias se convierte en vicepresidente segundo del Gobierno, e Irene Montero se hace con el Ministerio de Igualdad. A partir de ese momento, en las calles de Galapagar, siempre ha habido manifestantes que, con banderas de España y cánticos de Manolo Escobar,  expresan ruidosamente sus protestas contra los líderes de podemos.

Aunque parezca extraño, hay calles de Galapagar por la que no pueden pasear libremente ni sus propios vecinos. Un nutrido grupo de Guardias Civiles, que se encarga de proteger la intimidad de dicha pareja, impide que  los inoportunos viandantes se acerquen a los aledaños del dichoso casoplón. Y como no hay manera de realizar un escrache explícito  a sus moradores, los que realizan esas protestas derrochan ingenio a raudales para que, al menos los ecos de esos alborotos callejeros, traspasen la incómoda barrera policial y molesten e incomoden de verdad a los nuevos ocupantes de ese chalet.

Y por lo que parece, quién lo iba a decir, tanto el vicepresidente, como la ministra, se sienten sumamente enojados por esos escraches a veces un tanto originales. Y como ya están hartos de lo que el propio Pablo Iglesias, en su programa de Fort Apache, bautizó como “jarabe democrático de los de abajo”, ya han comenzado a buscar una nueva residencia.

Como buscan desesperadamente preservar su privacidad, están barajando la posibilidad de aterrizar en otra zona exclusiva de la presierra madrileña, en la ciudad residencial La Berzosa, en las proximidades de Torrelodones  y Hoyo de Manzanares. De momento, han puesto los ojos en la reconstrucción de un chalet, tan amplio y tan lujoso o más, que el de Galapagar.

De todos modos, es incomprensible, que haya personas que subsisten a base de soportar auténticas estrecheces económicas, y apoyen incondicionalmente a unos vividores, que pertenecen  a ‘la casta’ y que solo se acuerdan de los que dicen defender, cuando necesitan sus votos para conservar o incrementar sus privilegios.

 

Gijón, 24 de febrero de 2021

 

José Luis Valladares Fernández