El
día 1 de noviembre de 1700, moría sin descendencia Carlos II el Hechizado, el
último rey español de la casa de Austria. Poco antes de morir, hace testamento,
en el que designa a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, como su único sucesor y
pide a todos sus súbditos y vasallos que le “tengan y reconozcan por su rey y
señor natural”.
A
pesar de este testamento, tan pronto muere Carlos II, comienzan las intrigas
palaciegas en las que intervenían interesadamente cortes extrajeras tratando de
imponer a su candidato. Así empieza en 1701
la larga Guerra de Sucesión. La
coalición formada por Austria, Inglaterra, Holanda, que defendía las
aspiraciones del archiduque Carlos de Austria, se enfrenta violentamente a
Francia, que se posicionó a favor de Felipe de Anjou. A esta coalición se
unieron más tarde Saboya, Prusia y Portugal.
La contienda bélica se libró inicialmente en el Rin, en Flandes y en
Italia, y no se extendió a la península
hasta agosto de 1704 con el desembarco
en Cádiz de tropas aliadas.
Los
enfrentamientos entre los partidarios de uno y otro aspirante al trono adquirieron
rápidamente naturaleza de guerra civil. Aunque esto no guste a los apóstoles
del soberanismo, nunca hubo confrontación entre regiones o territorios. Todo se
reducía a una lucha enconada entre los que querían por rey al archiduque Carlos
de Habsburgo y los que apostaban por Felipe de Anjou. El miedo a perder la libertad y a que se
instaurase el absolutismo borbónico indujo a los vasallos de la Corona de
Aragón, con la excepción de Cataluña, al apoyo incondicional del Archiduque
Carlos. También hubo ciudades castellanas, como Madrid, Toledo o Alcalá que se
inclinaron por el pretendiente de la Casa de Austria.
Cataluña,
en cambio, estuvo inicialmente de parte de Felipe de Borbón. En vista de que
Felipe V se comprometió solemnemente a
respetar sus fueros históricos, tanto el clero, como la nobleza y la burguesía urbana le juraron plena lealtad.
Pero la lealtad fue muy efímera, ya que la oligarquía barcelonesa,
equivocándose una vez más, consumó su traición y el 16 de noviembre de 1705
reconoce como rey de España al archiduque con el nombre de Carlos III.
Solamente el valle de Arán y las poblaciones
de Cervera y Vic permanecieron fieles a
Felipe V.
Tras
varios años de guerra con diversas alternativas de los bandos contendientes, en
1713 se produce un hecho de suma transcendencia, la promesa de evacuar Cataluña
y la firma, a los pocos días, del
Tratado de Utrecht. Felipe V renuncia al trono de Francia, entrega a los
ingleses el peñón de Gibraltar y, a cambio, se le reconoce como rey de España y
de las Indias. Para terminar con el conflicto de la mejor manera posible,
Felipe V concede a los catalanes una amnistía y las mismas leyes que regían en
Castilla. Pero los catalanes, aunque su suerte ya estaba echada con el Tratado
de Utrecht, deciden seguir la guerra en solitario y mantener su obediencia a Carlos
III de Austria.
Esta
decisión de los oligarcas catalanes demorará la finalización de la Guerra de
Sucesión, acentuará las penalidades de los contendientes y aumentará la
severidad del monarca cuando se haga cargo de esos territorios. Las tropas
borbónicas, tan pronto llegan ante las murallas de Barcelona, exigen en vano la
rendición de la ciudad. Entonces cercan la ciudad para que no pueda llegar a
los defensores ni comida, ni suministros bélicos y centran todos sus esfuerzos
en la conquista de un punto clave, la fortaleza de Montjuic. Pero no resultó
tan fácil como se esperaba. Los soldados catalanes luchaban denodadamente
complicando la situación a las tropas de
Felipe V. Habían jurado derramar “hasta la última gota de sangre, en defensa de
la C. y C. Magestad del Emperador, y Rey nuestro Señor, (que Dios guarde) y del
Fidelísimo Principado de Cataluña”, juramento que recogía oportunamente la Gazeta
de Barcelona.
El
día de San Andrés Apóstol, 3º de noviembre de 1713, tal como mandaba la
tradición, se procede al nombramiento de nuevos cargos, entre los que
destaca el de conseller en Cap de Barcelona que, en esa fecha recayó en Rafael
Casanova. Este cargo, dadas las circunstancias bélicas, llevaba aparejado el grado de coronel de los
Regimientos de la Coronela, la milicia ciudadana más numerosa de la guarnición
que defendía la ciudad. A Rafael Casanova, contestado por el gobernador militar de la fortaleza de
Montjuic, le costó hacerse con el mando
total de la plaza. Tuvo que hacer frente incluso a una especie de golpe de
estado, que algún historiador calificó como “golpe de estado concejil”. Pero
una vez afianzado su poder militar, logro que los enfrentamientos bélicos
comenzaran a ser favorables para los defensores de la ciudad, haciendo que
resultara inútil su bloqueo
Las
tropas partidarias de Felipe V tuvieron que cambiar de estrategia y piden ayuda
a Francia. Se hace cargo de la situación el mariscal francés duque de Berwick,
que llegó a Barcelona con 20.000 soldados galos y pone inmediatamente sitio a
la ciudad. A pesar de la enorme superioridad de las fuerzas atacantes, los
asediados se defendían heroicamente y no se rendían. Tuvo que emplearse a fondo
la artillería para doblegar a aquellos bravos defensores de los derechos
dinásticos de Carlos III, entonces ya emperador del Sacro Imperio Romano
Germánico con el nombre de Carlos VI, cuya capitulación tuvo lugar el 12 de
septiembre de 1714.
Los
irredentos soberanistas catalanes seguirán vendiendo desvergonzadamente que
Castilla acabó con la soberanía secular de Cataluña invadiéndola al día
siguiente de su rendición. Por mucho que estos popes prediquen incansablemente el
cuento de su colonización violenta por parte de los castellanos, Cataluña nunca
fue una nación independiente, ni ha tenido Estado propio, ni se constituyó en
reino jamás. No hay más que leer detenidamente la historia para darnos cuenta
perfecta de que estamos ante un enfrentamiento dinástico, una guerra de
sucesión entre los partidarios de la elevación al trono de un rey o de otro, de
Carlos III o de Felipe V. Triunfaron las tropas borbónicas y eso fue todo.
Los
soberanistas catalanes se han inventado el bulo de la colonización de Cataluña
por parte de Castilla. Han reescrito la historia como hubieran querido que
fuese y no como realmente fue. Por eso no dudan
en ocultar los hechos molestos borrándolos
de un plumazo o convirtiéndolos en una impostura imposible. Para mantener sus
tesis catalanistas, se lanzan sin complejos a crear una nación virtual, la
adornan de todo tipo de virtudes y, acto seguido la ponen al servicio exclusivo
de sus intereses particulares y muchas veces inconfesables. Como los distintos
Gobiernos del Estado no se imponen, los separatistas catalanes llevan ya
treinta años tergiversando indecentemente los hechos pasados y creando una
historia oficial que no tiene nada que ver con la historia real.
Ante
la incuria manifiesta del Gobierno
central, Artur Mas sale del armario y vende públicamente su moto. Y por lo que
se ve, hay mucha gente decidida a comprársela. Falsifican descaradamente los
hechos y pretenden hacernos creer que Rafael Casanova y Antonio Villarroel
defendieron con arrojo y valentía el supuesto Estado catalán. Y no es así. Uno
y otro lucharon denodadamente a favor del archiduque Carlos de Austria.
Pensaban que este garantizaba mejor que Felipe V las tradiciones, las
inmunidades y las concesiones reales de que disfrutaba Cataluña. Pero nunca contra
España.
No
hay más que leer las arengas que estos dos defensores heroicos lanzaban a sus
gentes, entre las que estaba nada menos que el aguerrido Tercio de Castellanos,
en los momentos más críticos de la
batalla. Las palabras de Villarroel, el jefe militar de la defensa de la
ciudad, no pueden ser más claras: “Por nosotros y por toda la nación española
peleamos. Hoy es el día de morir o vencer, y no será la primera vez que con
gloria inmortal fuera poblada de nuevo esta ciudad defendiendo la fe de su
religión y sus privilegios”.
Lo
escrito por Rafael Casanova para animar a los defensores de la ciudad asediada,
nos descubren a un Casanova radicalmente distinto del que homenajean los separatistas
en la Diada del 11 de septiembre. El verdadero Casanova no luchaba por una
Cataluña independiente, luchaba contra Francia y por España. Así animaba a los
sitiados para que repelieran a los asaltantes: “Se hace también saber que
siendo la esclavitud cierta y forzosa, en obligación de sus empleos explican,
declaran y protestan a los presentes, y dan testimonio a los venideros, de que
han ejecutado las últimas exhortaciones y esfuerzos, protestando de los males,
ruinas y desolaciones que sobrevengan a nuestra común y afligida patria, y del
exterminio de todos los honores y privilegios, quedando esclavos con los demás
españoles engañados, y todos en esclavitud del dominio francés; pero se confía,
con todo, que como verdaderos hijos de la patria y amantes de la libertad
acudirán todos a los lugares señalados a fin de derramar gloriosamente su
sangre y vida por su rey, por su honor, por la patria y por la libertad de toda
España”.
Los
que se han echado al monte en busca de una Cataluña independiente se afanan
torpemente en inventarse una historia romántica para un pueblo que siempre
formó parte de otras realidades más
amplias: Aragón, España e incluso Francia. Por eso Josep Pla dice que “La
historia romántica es una historia falsa”, y pide a las nuevas generaciones de
historiadores catalanes, que sean fieles a la verdad. Y leyendo a Rafael
Casanova, no deja lugar a dudas: la guerra que asoló a España entre 1704 y 1714
no tuvo cariz nacionalista alguno, fue simplemente una Guerra de Sucesión. El
enemigo no era España, era el nieto de Luis XIV y los franceses.
La
alineación con el archiduque Carlos tuvo sus consecuencias para todo el reino
de Aragón, y especialmente para Cataluña. Aunque Felipe V había prometido respetar
todas sus prerrogativas y concesiones reales, la aventura tuvo unos costes extraordinariamente elevados. Así el 9 de
octubre de 1715 se dicta un decreto en el que se anulan todos los fueros y
privilegios del Principado catalán: quedan abolidas las Cortes y el Consejo de
Ciento; en vez de un virrey pasan a depender
de un capitán general; desaparecen igualmente las tradicionales vegueries,
sustituyéndolas por las usuales corregidurias de Castilla. Se prohíben los famosos
somatenes.
Además
de los diversos gravámenes sobre las propiedades urbanas y rurales, y los tributos sobre los
beneficios del trabajo, el comercio y la industria, se impuso el castellano
como lengua oficial de la administración, aplicándose obligatoriamente en las escuelas y en los juzgados. A Artur Más y a todo el clan Pujol, les
conviene meditar detenidamente lo que pueda suceder si siguen adelante con sus
planes secesionistas. Como ha sucedido otras veces, puede tener un coste muy
elevado para ellos y para el resto de catalanes. Aún están a tiempo para
recapacitar y olvidar semejante delirio separatista.
Gijón,
14 de octubre de 2012
José
Luis Valladares Fernández