XI.- La Guerra Civil y Franco como coartada
El actual Partido Socialista Obrero Español se
parece muy poco al que puso en marcha Pablo Iglesias Posse el 2 de mayo de 18 79,
en la reunión clandestina que se celebró en la taberna Casa Labra de la madrileña calle de Tetuán. La vida de
su fundador estuvo siempre marcada por la miseria y las privaciones. Y esto fue
determinante para que el partido que salió de aquella comida de fraternidad se
mostrara, aparentemente al menos, como una formación huraña y rebelde, en
guerra casi siempre contra los dueños o propietarios, aunque fuertemente sensibilizado con la clase
trabajadora.
No olvidemos
que la fundación del PSOE tiene lugar en plena Restauración borbónica y con
una industrialización todavía muy en ciernes. Los trabajadores carecían de derechos y sus
ingresos eran realmente muy bajos e insuficientes. Muchos de ellos, para mejorar
sus condiciones de vida, abandonaban los pueblos y las zonas rurales y huían
hacia las grandes ciudades o hacia los nuevos polos de desarrollo, en busca de
un trabajo mejor remunerado. La Iglesia, sin embargo, que controlaba una gran
parte de la educación, mejoraba ostensiblemente su poder económico y social.
Y Pablo Iglesias, que no estaba de acuerdo con esa
situación, protestó airadamente en el VI Congreso Federal del partido, que se
celebró el 22 de agosto de 1902 en el Teatro Jovellanos de Gijón. Y en una de
sus intervenciones, hizo esta afirmación tan rotunda: “Queremos la muerte de la
Iglesia, cooperadora de la explotación de la burguesía; para ello educamos a
los hombres, y así le quitamos conciencias. Pretendemos confiscarle los bienes.
No combatimos a los frailes para ensalzar a los curas. Nada de medias tintas.
Queremos que desaparezcan los unos y los otros”.
Ocho años más tarde, en las elecciones generales de
mayo de 1910, Pablo Iglesias logró hacerse con el acta de diputado. Y en su
primera intervención en las Cortes, volvería a insistir sobre el tema, confesando
públicamente que su partido aspiraba “a
concluir con los antagonismos sociales”. Y afirmaría a continuación: “Esta
aspiración lleva consigo la supresión de la magistratura, la supresión de la
iglesia, la supresión del ejército”.
Ni el Partido Socialista, ni la UGT, sufrieron
alteración alguna con la desaparición de su fundador. Con sus sucesores
inmediatos, el PSOE continuó siendo tan conflictivo, tan arbitrario y despótico como con "el Abuelo", que es como
apodaban cariñosamente a Pablo Iglesias.
Y como despreciaban la participación política, preferían la lucha sindical a la
meramente política. Y al carecer de cultura democrática, procuraban ganar
adeptos a base de agitación y propaganda, lo que les llevó a predicar con
entusiasmo la llegada de la Buena Nueva y, con ella, la libertad y la igualdad
entre todos los trabajadores.
Pero como todos ellos estaban muy mediatizados por
Pablo Iglesias y seguían ciegamente sus pasos, su relación con la violencia era
especialmente revolucionaria. Así que, en vez de facilitar la llegada de la Buena
Nueva o el advenimiento del Paraíso Socialista, esos visionarios a sueldo nos
llevaron a una Guerra Civil entre hermanos. No quedaba sitio, por lo tanto, ni
para la soñada igualdad, ni para la libertad personal y, menos aún, para las
libertades políticas.
Los revolucionarios izquierdistas que lideraba Francisco Largo Caballero, venían soñando con
la Guerra Civil desde octubre de 1934. Pensaban, claro está, que si la derecha
reaccionaba y contestaba a sus provocaciones, sería aplastada fácil y
definitivamente en muy poco tiempo y sin necesidad de utilizar muchos medios. Pero
midieron mal sus posibilidades y
fallaron todas sus previsiones