Quizás
sea Lucio Sergio Catilina el personaje más siniestro y enigmático que aparece
en la historia de la antigua Roma. Como miembro de la facción de los populares,
Catilina era muy poco respetuoso con las costumbres y las tradiciones de la
República Romana. Al revés que los optimates, los populares siempre fueron
partidarios de alterar substancialmente la manera social de actuar de los
ciudadanos romanos y, muy especialmente, de las clases dominantes, aunque sin
cuestionar la forma de Gobierno.
Los
de Podemos, claro está, van aún mucho más lejos que Catilina y que los populares
de la vieja República de Roma. Tanto Lucio Sergio Catilina, como los populares,
respetaban sinceramente el sistema político tradicional del Estado. Mantenía,
es verdad, notables diferencias con los optimates, pero jamás intentaron
destruir la aristocracia, ni tampoco instaurar la democracia. No entraba dentro
de los planes de Catilina, ni de los restantes miembros de la facción de los populares,
implantar una nueva revolución. Querían, eso sí, introducir ciertas reformas,
entre otras cosas, para mejorar las condiciones de vida de las clases más bajas.
Las
pretensiones de Pablo Iglesias bis y de todas esas tribus de Podemos, sin
embargo, no se conforman con esto. Todos ellos son mucho más radicales y
reaccionarios que Catilina y, también, cómo no, mucho más vengativos y
revolucionarios que ese político romano. Además de las calles, intentan ocupar también
las instituciones para romper el sistema desde dentro, y subvertir así el orden
constitucional. Claro que, en esto, se les adelantó el otro Pablo Iglesias, el
fundador del PSOE. Eso se deduce, al menos, por lo que dijo un día en el Parlamento:
“Mi partido está en la legalidad mientras ésta le permita adquirir lo que
necesita; fuera cuando ella no le permita alcanzar sus aspiraciones”.
Es
evidente que, en Podemos, aspiran desvergonzadamente a sustituir la democracia
representativa o parlamentaria por otra más injusta y banal, como es la
democracia asamblearia o participativa. En teoría, los gobernantes pasarían a
ser meros ejecutores de las decisiones que toman los ciudadanos en esa especie
de asambleas de Facultad, que montan en plena calle. Pero la realidad es muy
distinta. La camarilla que, de verdad, ejerce el poder auténtico, utiliza a sus
peones, situados estratégicamente en todas esas asambleas o “círculos”
concéntricos, para dirigir y controlar adecuadamente los procesos.
Es
verdad que Catilina era excesivamente quisquilloso e impertinente; pero, al
revés que Pablo Iglesias Turrión, nunca puso en solfa el sistema tradicional de
la República Romana. Con el asentimiento y el respaldo del tribunado de la
plebe, atosigaba persistentemente a quienes ejercían funciones de Gobierno,
recabando continuas mejoras para las clases más bajas y desprotegidas de Roma. Quería
que los plebeyos tuvieran las mismas oportunidades que los patricios,
para acceder a los diferentes puestos de las más altas magistraturas del
Estado. Y pasaba exactamente lo mismo con sus atrevidos planes económicos, que promovían la
cancelación completa de las famosas tabulae novae.
El
plan económico de Iglesias Turrión y de toda la banda de Podemos y sus
confluencias es igual de disparatado que el de Catilina, aunque mucho más
atractivo. Con sus medidas económicas, según Pablo Iglesias, en España
tendríamos un crecimiento sostenido del PIB en torno al 6%, hasta el año
2019. Competiríamos con China, lo que no deja de ser extremadamente maravilloso
para que pueda convertirse en realidad. Y mucho más, si tenemos en cuenta que
España no cuenta con recursos naturales para crecer de una forma tan
espectacular.