El diputado del Partido Popular, Pedro Gómez de la
Serna, en su afán de defender la indefendible, pretende hacernos creer que la
jornada del 9N en Cataluña había sido “un fracaso absoluto”. En ese acto, según
dice, hubo muy poca participación y “no ha habido garantías democráticas”,
porque no había un censo fiable, ni interventores, ni neutralidad y ni tan
siquiera unas urnas precintadas. Y en vista de esto, sin ponerse colorado,
continuó su perorata afirmando solemnemente que el 9N se parecía más “a una
manifestación de democracia orgánica” que a un acto cualquiera de los que se
celebran en las distintas democracias occidentales.
Es verdad que se trata de un proceso participativo
muy poco fiable y sin validez jurídica alguna. Pero, como reconoció María
Dolores de Cospedal, se celebró “al margen de la legalidad”, tratando
vanamente, eso sí, de privar a todos los españoles del derecho inalienable que tienen
de decidir sobre su presente y sobre su futuro y sobre cualquier parte de
España. En consecuencia, diga lo que diga Gómez de la Serna, fracasó de manera
estrepitosa y lamentable el Estado de Derecho y, por supuesto, fracasamos todos
los españoles.
No podemos entender que se organizara un simulacro
de referéndum ilegal tan trapacero y felón como este y que Mariano Rajoy
estuviera desaparecido durante toda la jornada y no hiciera nada para evitarlo.
No podemos entender que se vulneraran tan claramente derechos fundamentales
nuestros y que no encontráramos amparo en la Fiscalía. No podemos entender que
se trasgredieran flagrantemente dos resoluciones recientes del Tribunal
Constitucional y que éste no solicitara el auxilio jurisdiccional necesario
para hacerlas cumplir. No podemos entender que distintos jueces, ante un posible caso de
desobediencia, de prevaricación e incluso de malversación de fondos, se negaran
a tomar medidas cautelares para suspender la votación del 9N porque, según
ellos, retirar las urnas sería una medida desproporcionada. No podemos entender
que la policía o Mossos d’Escuadra no cumplimentaran la orden que tenían de
identificar a los responsables de la apertura de los locales públicos donde
tenían instaladas las urnas para la votación del 9N. No nos defendió
absolutamente nadie.
Todos esperábamos confiadamente que, si los
catalanes se cerraban en banda y desobedecían al Tribunal Constitucional,
Mariano Rajoy cumpliría su palabra e impediría la celebración de ese simulacro
ilegal de referéndum. Dijo muchas veces que esa consulta era inconstitucional y
que no se iba a celebrar. Sus afirmaciones fueron siempre meridianamente claras
desde que Artur Mas lanzó su primer órdago contra la soberanía nacional. “Que
quede claro -dijo-. Mientras yo sea presidente del Gobierno, ni se celebrará
ese referéndum que algunos pretenden, ni se fragmentará España”. Y añadió algo
más: “España es un país serio, España es un Estado de Derecho. En España hay
una ley y una Constitución y una de las obligaciones básicas del Gobierno es
hacer que eso se respete”
Pero a pesar de su reiterada promesa de impedir ese
acto de rebelión, de desacato y de insumisión a los dictados de la
Constitución, Mariano Rajoy no hizo nada para encauzar debidamente esa anómala
situación. Son muchos los que piensan que el presidente del Gobierno adoptó esa
postura tan bochornosa porque así estaba pactado con antelación. Pudo haber, cómo
no, otros motivos más o menos poderosos para que el presidente del Gobierno tratara
de imitar el lance del don Tancredo taurino, pensando que así evitaba otros
males mayores o, también, porque de ese modo restaba importancia a esa inútil cabildada
nacionalista.
Pero es cierto que ese lamentable silencio de Rajoy, esa falta de
contundencia ante la astucia y pillería desmedida de Mas, ha servido para que
éste se envalentonara aún más y acaparara para sí y para su causa toda la
atención mediática de esa jornada. La inesperada desaparición de Mariano Rajoy
y de su Gobierno ha valido para que el presidente catalán se adjudicara este primer raund. De momento, Artur Mas ganó este
pulso al Estado, y su gesta apareció en primera plana en todos los medios de
comunicación importantes del mundo. Y todo por la desafortunada incomparecencia
del presidente del Ejecutivo.
La reacción de Mariano Rajoy no se produjo hasta
tres días después del envite separatista, y lo hizo más bien para minimizar las
voces críticas, que eran muchas dentro y fuera del partido. Pero ya era
demasiado tarde para reconducir la situación y achantar a un Artur Mas crecido
y dispuesto permanentemente a saltarse la legalidad vigente. Y en esa
comparecencia ante la prensa, el presidente del Gobierno no dijo nada más que
obviedades. Afirmó una y otra vez que él había dicho que no habría referéndum,
y “ese referéndum no se ha celebrado;
que todo se redujo a “un simulacro electoral”, sin censo ni
interventores; que la consulta fue un “fracaso” de los nacionalistas y un mero
“acto de propaganda”, celebrado, eso sí, “incumpliendo las resoluciones del
Tribunal Constitucional”.
Si, como dice ahora Mariano Rajoy, esa consulta
alternativa del 9N carecía de valor real alguno, si no fue nada más que un
“simulacro electoral, un simple “acto de propaganda”, ¿por qué lo recurrió ante
el Constitucional? Si lo recurrió, es que sí tenía importancia y era algo que
atentaba peligrosamente contra la unidad de España. El presidente del Gobierno
sabrá por qué reduce ahora ese proceso
participativo del 9N, organizado por el separatismo catalán a una fantasmada
insubstancial cualquiera, a algo totalmente fútil y anodino.
Es cierto que estamos ante un monumental pucherazo
difundido en directo por la televisión catalana, un paripé de consulta sin
control alguno democrático, y hasta una enorme farsa si se quiere. Pero no es
menos cierto que el 70% de los catalanes que no acudieron al reclamo de Mas y
de sus adláteres, y una inmensa mayoría de españoles, durante la jornada del
9N, experimentaron una sensación extremadamente amarga, ya que, de manera
aparente al menos, había ganado ampliamente
la rebelión y había perdido la ley y el orden constitucional.
Los días antes del 9N, Artur Mas estaba tremendamente
desmoralizado, estaba políticamente muerto y sin posibilidad alguna de levantar
cabeza. Hacía llamamientos a la colaboración con su proyecto rupturista sin
convicción y sin el más mínimo entusiasmo. Hablaba del precio de la libertad en un lenguaje más propio de
aquel esclavo tracio, llamado Espartaco, que de un dirigente político de la
Europa actual. Unos días antes del 9N, pidió a los empresarios que le apoyaran
en esa aventura secesionista, aunque esto les ocasionara algún perjuicio
económico, porque, según les dijo, “la
libertad tiene un precio, pero no tenerla también”
Pero la holganza intencionada de Mariano Rajoy resucitó al decaído
presidente catalán y le inyectó una fuerte dosis de moral. Lo demostró
palpablemente durante la jornada de la consulta. Cuando acudió a votar a la escuela Pía Balmes de Barcelona, su
aspecto irradiaba felicidad y satisfacción. Antes de depositar la papeleta en
la urna, mostrándose muy ufano y orgulloso, se la enseñó a las gentes que estaban
en el aula y a una nube de fotógrafos que querían eternizar ese momento. El
aplauso que recibió entonces, acabo de obrar el milagro.
Sintiéndose ya dueño de la situación y sabiendo que
su actitud no iba a tener consecuencias, Artur Mas se dirige a los fiscales, en un tono
francamente desafiante: "Si la Fiscalía quiere conocer quién es el
responsable, que me miren a mí”. Y lleno de arrogancia, exige abiertamente al
Gobierno central que dialogue y que no se oponga a la celebración de un
referéndum definitivo. Y si Madrid se niega en redondo a pactar esa consulta
vinculante que facilite una separación amistosa, entonces organizarán, sin más,
unas elecciones plebiscitarias que permitirán declarar la independencia de
Cataluña de manera unilateral.
Y por si a Rajoy se le ocurriera acudir a los
tribunales para defender la integridad territorial de España, aparece Pedro
Sánchez, el actual secretario general del PSOE, con una proposición
incomprensible en quien aspira a ser presidente de España: que Mariano Rajoy
afronte este litigio territorial sin acudir a la Justicia, que defienda la
unidad del Estado utilizando exclusivamente razones políticas.
Tal como se están desarrollando los hechos, no
parece que el presidente del Gobierno tenga intención alguna de acudir a la Justicia
en este caso, ni esté dispuesto a utilizar
argumentos políticos. Prefiere
encarar el problema a su manera, como si en realidad no existiera. La prueba
está en que, durante la jornada del 9N, se mantuvo al margen de la disputa y no
hizo absolutamente nada para zanjar el conflicto. Y cuando las circunstancias
le obligaron a dar la cara, confesó abiertamente que, dadas las circunstancias,
lo más sensato era estar callado y no entrar en la contienda con los
separatistas.
Confiesa Mariano Rajoy que si hubiera hecho frente
al envite lanzado por el presidente de la Generalidad, es muy posible que se
hubieran derivado actuaciones lamentablemente
graves y desproporcionadas. Por de pronto, habrían aparecido en la
prensa y en las televisiones de todo el mundo fotografías embarazosas con
policías retirando o precintando las urnas. Y es más que probable que hubieran
menudeado los disturbios callejeros. Pero como no hizo nada, la jornada se
cerró aparentemente sin mayores complicaciones.
Se evitó, es cierto, esas incómodas fotografías de
los servidores del orden llevándose las urnas y haciendo frente a los probables enfrentamientos de los
secesionistas más lanzados. Pero se divulgó otra fotografía, tan nefasta o más
que las anteriores, la de un Artur Más regocijado mostrando su papeleta a un
público expectante y comprometido plenamente con la autodeterminación y
depositándola después en la urna entre aplausos y entre los destellos de muchos flashes.
No sé si Rajoy es consciente o no de este hecho,
pero ese día el independentismo recibió un nuevo impulso muy importante. Hemos
dado tanta cuerda a los secesionistas, que ya no es fácil reconducir esta situación. Y como sigamos mirando para
otro lado, este movimiento rupturista tendrá cada vez más fuerza. Y llegará un momento que, para pararlo, tendremos
que recurrir necesariamente a fórmulas traumáticas, como ya pasó en 1934,
cuando Lluis Companys proclamó el Estado Catalán de la República Federal
Española.
Gijón, 15 de noviembre de 2014
José Luis Valladares Fernández
En el diccionario de la lengua española, para algunos entre los que no estoy castellana, viene una palabra que justifica plenamente la actuación de Mariano el Tranquilino (traducido: aquí me las den todas), esa palabra es "cobardía"
ResponderEliminarEsa orgullosa España de cinco siglos hoy, como nunca antes, ha caído en un nivel de humillación nunca antes conocido, con las izquierdas como siempre más cercanas a las tesis de los estafadores nacionalistas mientras las derechas escudadas en la cobardía que les caracteriza y sin valor para aplicar la ley, esa ley que continuamente se pasan por el forro los secesionistas sin que el gobierno actúe como tal.
Esta gente, los cobardes, los federalistas sin más explicaciones y los nacionalistas que de la mentira llevan más de cien años inventándose naciones que nunca fueron, no paran de humillarnos a todos los españoles.
Hemos llegado a la situación actual, porque los Gobiernos no han hecho más que dar cuerda a los nacionalistas, y así nos luce el pelo. Ahora se ríen del presidente y de todo el que se ponga por delante.
EliminarCreo que todo este barullo montado por Mas y sus adláteres, ha estado mal gestionado desde el gobierno central que, o ha estado lento de reflejos, o es que ha estado esperando a que todo se solucionara solo, algo que, como apuntas, no va a ocurrir por más que se empeñe Rajoy.
ResponderEliminarEste es el resultado de haber transferido las competencias de educación y, para más INRI no obligarlos a cumplir ninguna de las sentencias que, sobre esa materia fueron dictando los tribunales.
EliminarDe fracaso si se puede hablar,pero el del presidente del gobierno,que no paro este circo.saludos,
ResponderEliminarHa sido una clara dejación de sus obligaciones. Y así esto cada vez se encrespa más.
EliminarPues sí, mi opinión ya la sabes sobradamente y la culpa de haber llegado a este punto tiene muchos padres (para empezar la propia sociedad catalana, algo que siempre se suele quitar de la ecuación) pero no le veo arreglo a corto plazo salvo la sempiterna "conllevancia" de la que muchos estamos más que hartos también...pinta chungo.
ResponderEliminarLlevamos 30 años dándoles cuerda, y ahora, como no sea por las bravas, no hay manera de pararlos.
EliminarHola, José Luís:
ResponderEliminarEl 9N podemos tacharlo de gran farsa, de convocatoria ilegal, pero el Gobierno ha perdido todavía más credibilidad- Que ahora entre el Fiscal General con acusaciones concretas, que además Rajoy diga ahora que respeta a la Fiscalía es algo que no convence cuando la Justicia lleva años secuestrada, convertida en simple instrumento político. Creo que, efectivamente, con un poder judicial independiente éste sería otro país.
Un abrazo.
El dejarles votar el 9N, fue una inyección de moral para todos ellos. Y una de dos, o les cortamos ahora aplicando fríamente las leyes o al final, habrá que repetir la historia de 1934.
EliminarUn abrazo
FreedomPop is UK's #1 COMPLETELY FREE mobile phone provider.
ResponderEliminarVoice, text & data plans always start at £0.00/month (100% FREE).