martes, 12 de abril de 2016

LA NUEVA PLAGA LAICISTA

Hasta ahora, la Iglesia católica ha venido actuando con cierta soltura y comodidad dentro del marco señalado por la Constitución Española. Es verdad que, su artículo 16.3, especifica claramente que “ninguna confesión tendrá carácter estatal”. Pero para que no queden dudas, añade a continuación: “Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia  católica y las demás confesiones”.
En dicho texto, queda ampliamente consagrada la libertad religiosa y se mantiene  la aconfesionalidad del Estado, garantizando, a la vez, una cooperación específica “con la Iglesia Católica" ante todo, y también, faltaría más, con “las demás confesiones”. Y esto, al parecer,  origina auténticos ataques de erisipela a  toda la izquierda española. En consecuencia, no es de extrañar que, hasta los más moderados, procuren excluirla totalmente del ámbito de lo público. Y los más radicales, los que militan en la ultraizquierda, traten incluso de destruir hasta la misma posición social y cultural de la Iglesia.
Una buena parte de esa gente de izquierdas, cuando aborda algún tema de religión, imita claramente a  Tifón, aquel monstruo mitológico de la antigua Grecia, hijo de Gea y de Tártaro, cuando se enfrentó violentamente a Zeus. Y todo, porque Zeus, para proclamarse  rey de los dioses, tuvo que luchar contra los Titanes a los que derrota y encierra en lo más profundo del Tártaro. Entonces Gea, que estaba resentida por la derrota de los Titanes, lanza a Tifón contra Zeus para destruirlo, pero es Zeus, una vez más, el que gana la batalla y confina al monstruo Tifón bajo el monte Etna, y se constituye en rey absoluto de los dioses.
El Estado aconfesional, es verdad,  no asume como propia ninguna religión en concreto. Pero esto no implica, en modo alguno, indiferencia, ni hostilidad contra ninguna de las distintas confesiones religiosas. Y hasta es muy posible que valore positivamente el hecho religioso y que, incluso, colabore económicamente con alguna de las distintas confesiones religiosas. En un Estado laicista, sin embargo, la religión es algo meramente personal y privado, y no tiene cabida ni en la escuela, ni en ningún otro espacio público. Es más: en muchos casos, no se reconoce ni el derecho fundamental a la libertad religiosa.
Según la Constitución de 1978, España es, al igual que la mayoría de los países europeos, un Estado claramente aconfesional. Y como era de esperar, valora positivamente el hecho religioso, y de una manera muy especial el catolicismo. El artículo 27.3 de la misma es meridianamente claro: ''Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones''.
Para mantener la libertad de conciencia que proclama el Estado aconfesional, España, es verdad, no está obligada a impartir clases de Religión. Sin embargo, sí está obligada a garantizar plenamente el derecho a recibir esa enseñanza. El acuerdo suscrito entre el Estado español y la Santa Sede obliga, además, a que la asignatura de Religión tenga  un rango similar al del resto de las otras  disciplinas fundamentales.
No podemos negar que, cada vez, hay más laicistas. Aumenta su número de manera alarmante, hasta dentro de las formaciones políticas de la izquierda más moderada. Muchos de ellos, en realidad, son incapaces de distinguir un Estado laicista de otro aconfesional. Y como últimamente se ha puesto de moda el relativismo ideológico más absoluto, se dedican a jalear  alegremente a los que quieren sacar de la escuela pública la asignatura de Religión. En Ciudadanos, por ejemplo, son partidarios de la “escuela laica” y, en consecuencia, abogan por que se sustituya la clase de Religión por otra más descafeinada, la  Historia de las Religiones. Pero siempre, eso sí, como asignatura optativa y no evaluable.
La posición de los socialistas es meridianamente clara. Son partidarios de la “laicidad del Estado”, lo que les lleva a limitar lo más posible el ejercicio de las creencias religiosas, confinándolo, sin más,  al ámbito exclusivo de lo privado. El asalto ideológico a la enseñanza se produjo, claro está, tras la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero a La Moncloa. A partir de entonces, los poderes públicos se desentendieron  de los padres y comenzaron inmediatamente  a manipular y adoctrinar a los escolares, utilizando descaradamente la nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía y, faltaría más, la absurda ideología de género.
Hay que reconocer, sin embargo, que hay otro laicismo, mucho más doctrinario y agresivo que este, que predican las gentes de IU, los de Podemos y, por supuesto, toda esa morralla que forma parte de la organización Europa Laica. Y todos ellos, aunque alardean de su supuesto anticlericalismo, no son más que un hatajo de anticatólicos radicales, excesivamente intransigentes y combativos. Y más que la independencia efectiva entre el Estado y las distintas confesiones religiosas, buscan la manera de sustituir la Iglesia por el Estado. Y esto, como es lógico, conlleva necesariamente una restricción considerable de las libertades individuales, que es lo que, en realidad, aconteció cuando se proclamó la II República, y así nos fue de aquella.
La Iglesia Católica, por qué no, viene disfrutando tradicionalmente de las mismas exenciones y privilegios fiscales que los sindicatos, los partidos políticos, otras religiones o cualquiera de las distintas ONGs. Pero esa izquierda extremista, sectaria y relativista trata de materializar sus ideas, modificando la legislación actual para discriminar a la Iglesia, obligándola a pagar toda clase de impuestos y dejándola sin financiación pública alguna, incluida la que le llega a través de la casilla en el IRPF. La asignatura de Religión, por supuesto, desaparecería, sin más, del ámbito de la educación pública.
Las exigencias de esta caterva de anticatólicos viscerales quieren aún mucho más. Además de avalar la expropiación del patrimonio eclesiástico, como es el caso de la Mezquita catedral de Córdoba, la Giralda de Sevilla o la catedral de Jaca,  quieren también suprimir las capillas de los hospitales públicos, respaldar los funerales civiles  y que los cementerios sean todos públicos y, por supuesto, que estén totalmente desprovistos de símbolos cristianos. Y como todo esto les parece poco, ofrecen también su ayuda, para que los ciudadanos que así lo deseen, puedan apostatar fácilmente de su fe católica.
Y para coartar y poner trabas al cristianismo, esta tropa presuntuosa de descreídos busca afanosamente la manera de minimizar o banalizar lo que nos trasciende y nos dignifica moralmente. No es de extrañar, por tanto, que intenten readaptar las costumbres y los ritos católicos a los nuevos aires del laicismo o relativismo moderno. Y para construir una nueva iglesia civil y laica, comienzan imponiendo el matrimonio civil. Las bodas civiles, hoy día, compiten en número y hasta en magnificencia con los matrimonios religiosos,
La cursilería de estos apóstoles laicista no tiene límites y, aunque abominan de todo lo que proviene de la Iglesia Católica,  parodian cuidadosamente los cultos y los ritos cristianos. Han adquirido tanta importancia las ceremonias estrictamente civiles, que la Generalitat de Cataluña ha editado ya, con todo lujo de detalles, el correspondiente “ritual litúrgico laico” para celebrar con toda fastuosidad  los matrimonios, las exequias civiles y, faltaría más, los “bautismos laicos”. Si se han generalizado los matrimonios civiles, es lógico que se normalicen también los bautizos civiles. El primer bautizo laico se celebró en febrero de 2007, en el Ayuntamiento barcelonés de Igualada. Desde entonces ha crecido constantemente el número de padres que piden esta  alternativa laica al ritual cristiano del bautismo.
Y si hay bautizos civiles, es lógico que se programen también primeras comuniones laicas, imitando, por qué no, el ceremonial religioso. Se trata de celebrar, con el mayor boato posible, la llegada de los niños a la adolescencia. Y para seguir en la onda del disparate, estos prebostes del relativismo apuestan ahora por la “confirmación civil”, para que los jóvenes celebren solemnemente su llegada a la madurez.  Y para redondear su sarta de sandeces, que no son pocas, no tardarán en reclamar la posibilidad de celebrar  “misas laicas”.
José Luis Valladares Fernández

6 comentarios:

  1. Sin entrar en mayores detalles, a mí eso de que la religión sea una asignatura, siempre me ha rechinado.

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    1. A nadie obligan a coger esta asignatura. Los que la estudian, es porque la eligen voluntariamente. Por lo tanto, no creo que esto sea un gran problema

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  2. Siempre la misma cantinela'la religion es nociva para los chiquillos en edad escolar.La izquierda nunca dejara de abusar de este tema para sus fines mas vomitivos'saludos'

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    1. Sinceramente, creo que es mucho más nocivo el adoctrinamiento que la religión. En primer lugar porque a clase de religión no van más que los que la han elegido voluntariamente y el adoctrinamiento político es impuesto. Saludos

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  3. La gente suele confundir los términos "aconfesional" y "laico" como tantas otras cosas sobre las que rebuzna sin conocer, y así nos va...pero hay movimientos extremos de todo pelaje sobre los que conviene estar avisado (te he dejado mensajes en el apartado del Facebook sobre el particular)

    Saludos.

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    1. Lo que busca esta gente no es otra cosa que tener las manos libres para adoctrinar en las escuelas desde la más temprana edad. Y la asignatura de Religión les ata un poco en ese sentido.
      Saludos cordiales

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