domingo, 19 de febrero de 2017

CONSECUENCIAS DE LA MEMORIA HISTÓRICA

Cuando José Luis Rodríguez Zapatero aterrizó en La Moncloa, ya no se hablaba de la República, ni de nuestra trágica Guerra Civil. Estos temas, aunque están en la Historia de España, carecen afortunadamente de actualidad. Y todo, porque hace ya muchos años que dejaron de existir aquellos bandos irreconciliables que se odiaban a muerte y que, en la década de 1930, se mataban entre sí sin contemplación alguna. En esa fecha, marzo de 2004, habían desaparecido prácticamente los escarnios y exabruptos políticos. En realidad, ya no se tildaba a nadie de facha, nazi o rojo, pensara como pensara.

Es cierto que, para completar satisfactoriamente el proceso de nuestra transición política a la democracia, tuvimos que superar complicaciones muy graves. Los líderes de los partidos políticos de la oposición y de las fuerzas sociales que actuaban en España de manera más o menos legal o un poco en la sombra, defendían abiertamente y sin complejos la ruptura democrática. Pero al final, se impuso la cordura y comenzaron a negociar con el Gobierno. Y como era de esperar, cediendo todos ellos parte de sus exigencias, no tardaron en ponerse de acuerdo, instaurando así nuestra ejemplar restauración democrática.

Con la famosa restauración democrática, comenzó a cambiar rápidamente el temple y la idiosincrasia de los españoles. Los que antes eran enemigos que se odiaban a muerte, comenzaron a civilizarse y, mira por dónde, terminaron siendo simples adversarios políticos. Y en vez de seguir odiándose, como en tiempos de la República y durante los primeros años de la postguerra, comenzaron a respetarse mutuamente, y hasta fueron capaces de colaborar juntos y firmar acuerdos tan transcendentales, como los Pactos de la Moncloa, remediando así situaciones económicas verdaderamente complicadas.

El 11 de marzo de 2004, cuando empezaba a alborear el día,  los madrileños se despiertan entre un mar de gritos y un continuo ulular de sirenas, retransmitidas constantemente por todas las emisoras de radio y de televisión. El despanzurramiento con explosivos de cuatro trenes de cercanías, en esa hora punta de la mañana, dejó 193 personas muertas y 1.858 heridas. Este suceso, el más grave que han tenido que soportar los españoles, sumió a Madrid en el desconcierto más absoluto y, por supuesto, hizo que España entera enmudeciera ante un número tan elevado de víctimas.

Los efectos de dicha masacre fueron tan terroríficos, que España quedó totalmente conmocionada y sin posibilidad alguna de reaccionar a tiempo para no votar condicionados por tan terrible tragedia, en las elecciones generales del 14 de ese mismo mes de marzo. Y esto, claro está, influyó decisivamente en el resultado final, que no tenía nada que ver con la situación política del momento y mucho menos con lo que auguraban todas las encuestas.

Votar en esas condiciones, estando España dominada por el miedo e impactada por la muerte violenta de tantas personas inocentes, tenía que terminar necesariamente como el Rosario de la Aurora. Es verdad que, en este caso concreto, no hubo farolazos, pero fue aupado a la Presidencia del Gobierno un personaje tan gris y tan lleno de carencias como José Luis Rodríguez Zapatero. Y todo porque, de aquella, ocupaba ocasionalmente la Secretaria General del PSOE, a la que había llegado por descarte, o de chiripa si se quiere, para frustrar así el desembarco de José Bono en la sede de Ferraz.


Rodríguez Zapatero fue tan mal gobernante, que hizo bueno al mismísimo Fernando VII, el rey Felón, que restauró el absolutismo, derogó la Constitución de Cádiz y persiguió a los liberales. Si el líder del PSOE destacaba por algo, era precisamente por su ambigüedad y por su inmadurez. Además de vivir de espaldas a la realidad, reaccionaba a veces como un auténtico adolescente, como cuando permaneció sentado ante el paso de la bandera norteamericana. A pesar de sus evidentes limitaciones intelectuales, se creía el rey del mambo y actuaba frecuentemente con una arrogancia desmedida y sin venir a cuento.

Para Zapatero, gobernar era algo sumamente fácil. Pensaba que los problemas políticos se solucionaban a base de talante y repartiendo sonrisas, casi siempre vacuas y bobaliconas. Y como carecía de ingenio, procuraba solemnizar sus actuaciones engolando la voz lo más posible y soltando frases pomposas que no dicen nada y que dejan en evidencia a su Gobierno y a su forma de dirigir España. Aunque tiene una buena colección de frases huecas y que rompen todos los moldes, recordemos la que pronunció el 11 de diciembre de 2007: “Estamos en la Champions League de la economía”. O esta otra: “La crisis es una falacia. Puro catastrofismo”.

No podemos catalogar a Rodríguez Zapatero como un hombre previsible. No ha tenido nunca convicciones sólidas,  ni principios firmes. Es un personaje radicalmente impulsivo que, durante su presidencia, actuó y tomó decisiones importantes un poco a lo loco y sin el más mínimo raciocinio. Se ha movido siempre bajo el impulso de sus propias ocurrencias, y así le ha ido a él y, por desgracia, al conjunto de los españoles.

Hay que reconocer que la fatalidad persigue a Zapatero, al menos desde su llegada a La Moncloa. Jamás le sonrió la suerte y, mientras estuvo al frente del Gobierno, hizo historia con sus colosales meteduras de pata. Es verdad que, alguna vez, sonó la flauta por casualidad y el jefe del Ejecutivo daba con la solución correcta. Pero eran muchas más las veces que hacía el ridículo y, creyendo que sentaba cátedra, tomaba mediadas erróneas que perjudicaban seriamente a los españoles. En consecuencia, dejó a España convertida en una especie de protectorado económico  tutelado y sin credibilidad  alguna en el exterior.

Todos pensábamos que, gracias a la transición política de 1978, habíamos resuelto definitivamente el problema de las dos Españas y que, al no haber ya, ni buenos,  ni malos, se habían acabado para siempre los desdichados enfrentamientos entre la izquierda y la derecha. Considerábamos que, tanto la República como la Guerra Civil, no eran ya nada más que simples hechos históricos. Y en esas estábamos, hasta que llegó Rodríguez Zapatero y, sin dejar de sonreír, nos sacó de semejante sueño aportando nuevas e insólitas ocurrencias.

Habíamos olvidado que el capitán Rodríguez Lozano, el abuelo paterno de Zapatero, participó activamente en la represión de los revolucionarios asturianos de 1934. Y que una vez restablecido el orden, regresó a su acuartelamiento y comenzó a flirtear asiduamente con destacados miembros del socialismo y del Partido Republicano Radical Socialista. Y hacía esto, sabiendo que estaba conculcando el Código de Justicia Militar. Y aunque fue condenado por ello, siguió sintonizando con las tesis socialistas del momento.

El 20 de julio de 1936, dos días después de producirse el llamado Alzamiento Nacional, los responsables militares de León tomaron la ciudad y declararon el estado de guerra. El capitán Rodríguez Lozano, aunque estaba en el bando nacional, siguió manteniendo esa especie de connivencia con los socialistas y hasta se ofreció como espía al bando republicano. Descubierto su doble juego, fue detenido y llevado, en un primer momento,  a la prisión de Puerta Castillo, trasladándole después al edificio de San Marcos. En Agosto fue juzgado en un consejo de guerra sumarísimo y, condenado a muerte, fue fusilado en el polígono de tiro de Puente Castro, el 18 de  ese mismo mes.  

Por supuesto que Rodríguez Zapatero no nació hasta 24 años después de producirse estos acontecimientos. Pero quedó tan marcado con la lectura del testamento de su abuelo que, nada más llegar a La Moncloa, decidió rehabilitar su nombre y recuperar nuevamente su memoria. Comenzó asociándole a las distintas víctimas dela Guerra Civil y de la dictadura franquista y, acto seguido, puso en marcha su desafortunada “memoria histórica”, para reparar o tratar de reparar la dignidad y restituir la memoria de todos los republicanos muertos o represaliados durante la Guerra Civil o en los largos años de la postguerra.

Con su proyecto de “memoria histórica”, Zapatero busca absurdamente  la manera de restablecer el paradigma de la Segunda República, que es tanto como intentar reescribir la historia para que ganen la Guerra Civil los que afortunadamente la perdieron. Pretende hacernos creer que nuestra legitimidad democrática venía de 1931, y no de 1978 que es cuando se produjo la Transición. Con ese afán de reabrir viejas querellas que habían sido ya amnistiadas y hasta enterradas, Zapatero nos devolvió al bochornoso pasado de enfrentamientos cainitas entre unos españoles y otros.

La nueva Ley de “memoria histórica”, ideada por Zapatero en su etapa como presidente del Gobierno, fue duramente criticada por el Partido Popular cuando estaba en la oposición. Alegaban, y con toda razón, que no servía nada más que para reabrir antiguas heridas que estaban ya cicatrizadas. Pero cuando los populares llegaron al Gobierno, la aceptaron sin rechistar, como aceptaron otras leyes estrictamente políticas que promulgó el Ejecutivo de Zapatero, como es el caso del aborto, el matrimonio homosexual o todas  las que se refieren a la ideología de género.

Como es evidente, la Ley de “memoria histórica”, que tanto ha jaleado la izquierda, además de inoportuna, es tremendamente sectaria y revanchista  y nos devuelve a aquella época trágica de nuestra historia, donde había buenos y malos peleándose entre sí. Fue puesta en marcha, ¡faltaría más!, con la intención política de rehabilitar a los republicanos, que entonces eran los malos, y estigmatizar sectariamente a los llamados nacionales, que, durante mucho tiempo, habían sido los buenos. Eso es, al menos, lo que se deduce de la disposición  adicional tercera: se trata de recuperar “la memoria histórica de la Segunda República, la represión de la dictadura franquista y la lucha por las libertades”.

Está visto que, Rodríguez Zapatero, siente verdadera alergia por todo aquello que, a lo largo de los años, ha ido forjando nuestra actual idiosincrasia y, claro está, intentó borrarlo de un plumazo.  Comenzó con el famoso cordón sanitario, habilitando posteriormente la revanchista Ley de “memoria histórica”, destinada a dar oxígeno y a revitalizar nuevamente a los ultras y a los extremistas políticos. La extrema izquierda y la extrema derecha, que  no eran ya nada más que posturas testimoniales, volvieron a insultarse  y a odiarse sinceramente. Y con el odio, llegaron también las peleas y, a veces, con consecuencias verdaderamente trágicas.

El 11 de noviembre de 2007, por ejemplo, se enfrentaron en un vagón del  metro madrileño grupos  de ideología neonazi,  los llamados skin heads o cabezas rapadas por una parte y, por otra, los redskins o sharps o antifascistas. En la reyerta, que se originó por motivos puramente ideológicos, se les fue la mano y murió apuñalado el joven de 16 años, Carlos Javier Palomino Muñoz y resultaron  heridas también otras ocho personas.

A partir de la puesta en marcha de esa  Ley, que debiera haber sido bautizada con el nombre de memoria política, los grupos ultra de derechas y muy especialmente los de izquierdas se han dedicado expresamente a perturbar el orden y  la convivencia ciudadana. Aunque en alguno de esos actos vandálicos hubo lesionados y hasta destrozos materiales, como es el caso del Centro  Cultural Blanquerna, la mayor parte de las veces se limitan a reventar conferencias, a coartar las libertades públicas o a organizar escraches a personalidades de la política o de la vida pública.

Entre las actuaciones vandálicas de estos grupos ultras destaca, cómo no, la brutal paliza que sufrió una joven murciana, de 19 años, el pasado 21 de enero por la noche. Fue acorralada en la puerta de un bar de Murcia por una docena de encapuchados, miembros todos ellos de un grupo de extrema izquierda. La tiraron al suelo y la patearon de manera salvaje, según la policía, por motivos estrictamente  ideológicos. La joven atacada, además de varios rasguños y de perder un diente, sufrió heridas diversas en la cabeza y en el abdomen. Y todo, según ella misma, “porque llevaba una bandera de España en una pulsera, solo por eso”.

Gijón, 16 de febrero de 2017


José Luis Valladares Fernández

6 comentarios:

  1. La reescritura interesada de la Historia.

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    1. Aunque intenten rescribir la Historia, los hechos son los hechos y son inamovibles

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  2. Que macabra mania,de seguir desenterrando montones de huesos,por parte de algunos ayuntamientos de signo izquierdista.Ya es hora de dejar de manipular a las gentes con tanta memoria historica,saludos

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    1. Pensarán que así salen absueltos de haberse comprometido con el bando que quería instalar aquí en España el mítico paraíso soviético. Saludos

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  3. Hace mucho que todas estas heridas estaban superadas, pero a demasiada gente, y de todo pelaje y extremo, le "conviene que haya tensión"...

    Como habrás visto, por tendencia inconsciente a la autocensura amén de otras razones, he quitado los comentarios así que no pude despedirme individualmente de algunos habituales.

    Ya os haré alguna visita.
    Hasta siempre.

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    1. Es verdad, hay mucho inconsciente que disfruta haciendo daño. Pero mira, que ladren, si es que no saben hacer otra cosa. Un abrazo

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