viernes, 11 de enero de 2019

LAS ANDANZAS DEL PSOE

       X.-La obsesión freudiana de Pedro Sánchez

















2ª  Parte

El problema se complicó aún más, cuando Pedro Sánchez irrumpió en La Moncloa por la puerta de atrás y sin el conveniente dictamen de las urnas. Está tan obsesionado contra quien puso en su sitio a las viejas glorias del socialismo patrio, que asume el papel de un acomplejado imán antifranquista, y utiliza interesadamente la Memoria Histórica como si fuera una cruzada militar contra Franco y contra su obra. Y como necesita algo más en ese enfrentamiento desigual,  pretende crear una Comisión de la Verdad para que fije los hechos perpetrados por el extinto régimen durante la Guerra Civil y en su larga Dictadura.

Para Pedro Sánchez tiene muy poca importancia, que los hechos cacareados por esa Comisión de la Verdad sean ficticios o subjetivos o estén claramente manipulados. En cualquier caso, la versión aportada por esa Comisión, se convierte inmediatamente en verdad inapelable, aunque no se parezca en nada a lo que sucedió realmente hace ya más de 40 años. Y si dice que Franco es el malo de la película, que violó despóticamente hasta los derechos humanos más elementales, tendremos que aceptarlo como artículo de fe, para no vernos inmersos en alguna sanción administrativa.

Es evidente que Pedro Sánchez tendrá que recurrir al psicoanálisis si quiere liberarse de sus problemas emocionales y acabar de una vez por todas con esa obsesión freudiana contra el franquismo, que no le deja vivir. Desde que logró sentar sus reales en La Moncloa con demagogia y sin depender de las urnas, su agenda estaba totalmente ocupada con Franco, su dictadura y con el Valle de los Caídos. Y trata de salir airoso y resolver nuestros problemas tradicionales de convivencia, atribuyendo a Franco todas las fechorías y los delitos que cometieron los socialistas que tenían voz y mando en el Frente Popular de 1936.

Como el doctor trampa que nos ‘desgobierna’, tuvo que emplear demasiado tiempo para plagiar su tesis doctoral, no pudo enterarse  de las bravatas envenenadas que lanzaba diariamente el estalinista Francisco Largo Caballero contra la democracia y contra la libertad. Y en consecuencia, sigue pensando, que este viejo líder socialista era un personaje honesto y extremadamente respetuoso con las decisiones que tomaban las mayorías sociales. Lo contrario que Franco, que se levantó contra un Gobierno perfectamente democrático.

Y no es verdad. Para empezar, Largo Caballero, con la ayuda de Indalecio Prieto y otros colaboradores directos, aplastó inmisericordemente al grupo de los moderados que dirigía Julián Besteiro y los desplazó del poder en el PSOE y en la UGT. Y después, como estaba tan subyugado por el maximalismo bolchevique, se lanzó de lleno y sin contratiempo alguno, a sovietizar al partido socialista primero, y después a España, cumpliendo así, lo que había escrito en El Socialista el 9 de febrero de 1936: “Estamos decididos a hacer en España lo que se ha hecho en Rusia. El plan del socialismo español y del comunismo ruso es el mismo”.

Ya había hecho causa común con los golpistas que utilizaron irregularmente las elecciones municipales de abril de 1931 para arrumbar el viejo régimen monárquico,  sustituyéndolo por otro republicano. Y por supuesto, nació la II República Española, sin dejar cabida para la derecha y  aspirando a ser perpetuamente de izquierdas. De modo que, si un día ganaba las elecciones la derecha,  perdería su legitimidad.

Y eso fue precisamente lo que ocurrió en las elecciones generales de 1933, en las que votaron por primera vez las mujeres. Tanto en la primera vuelta como en la segunda, ganó ampliamente la derecha de José María Gil Robles. Quedó en segundo lugar el centro derecha de Alejandro Lerroux, que fue quien gobernó durante el periodo que conocemos como bienio radical-cedista o bienio negro.  Y esto fue determinante para que Largo Caballero, que ya había empleado un tono golpista durante toda la campaña electoral, obligara a sus huestes a sustituir la tradicional “vía parlamentaria” por la peligrosa “vía insurreccional”.

A partir de ese momento, la República parlamentaria se convirtió en un obstáculo para las viejas aspiraciones del PSOE y de la UGT. Y Francisco Largo Caballero, con el apoyo de otros santones socialistas, alguno tan relevante como Indalecio Prieto o Luis Araquistáin, comenzó a preparar, como objetivo prioritario, la revolución social. Y se puso a esperar impacientemente algún tipo de provocación reaccionaria por parte del Gobierno, para activar acto seguido la insurrección prevista. Y esa provocación llegó el 4 de octubre de 1934, con la formación de un nuevo Gobierno, presidido por Alejandro Lerroux, con tres ministros de la CEDA.

Y sin esperar a más, tal como estaba previsto, el día 5 de octubre,  el Comité Revolucionario socialista que preside Largo Caballero, al alimón con la UGT, ponen en marcha la huelga general revolucionaria y Lerroux reacciona proclamando inmediatamente  el estado de guerra. La Revolución de Octubre de 1934, que es como conocemos ese movimiento huelguístico, tuvo una incidencia especial en Cataluña y, sobre todo en Asturias, que es donde ocurrieron los sucesos más graves.

Los mineros disponían de armas y dinamita y, en muy poco tiempo, se apoderaron de casi todo Asturias, incluidas las fábricas de armas de Trubia y de La Vega, y terminaron proclamando la República Socialista Asturiana. Prendieron fuego a la Universidad y a varios edificios religiosos, dinamitaron la Cámara Santa de la Catedral y hubo más de 2.000 muertos entre mineros, fuerzas del orden, incluyendo Guardias Civiles, Guardias de Asalto y sacerdotes y religiosos asesinados. Para sofocar esta insurrección, tuvieron que emplearse a fondo las tropas de la Legión y de los Regulares de Marruecos, enviadas por el Gobierno

Por su participación en la Revolución de Octubre de 1934, y por su posible complicación con el alijo de armas del vapor Turquesa, Manuel Azaña estuvo encarcelado  en varios barcos de la Armada. Y aunque el 28 de diciembre fue absuelto y puesto en libertad por el Tribunal Supremo, la izquierda ya le había convertido en un símbolo manifiesto, y hasta en todo un “mártir político”. Y Azaña utiliza inteligentemente esa circunstancia con la intención clara de devolver a la República sus valores democráticos iniciales.

Y en abril de 1935, Manuel Azaña ya había logrado aglutinar, en un pacto de “Conjunción Republicana”, a su propio partido con casi todos los partidos izquierdistas y republicanos. Faltaba por entrar a formar parte de esa coalición electoral, un partido tan importante como el PSOE. Y cuando Azaña, a mediados de noviembre, ofreció al Partido Socialista la posibilidad de integrarse en esa coalición de fuerzas de la izquierda republicana, Francisco Lago Caballero se mostró excesivamente reticente. Y puso una condición, que se incluyera también al Partido Comunista de España.

Y como Manuel Azaña aceptó esa condición, el pacto de coalición electoral se formalizó, sin más preámbulos, el 15 de enero de 1936. Y la coalición comenzaría a llamarse Frente Popular. Su programa electoral era sumamente sencillo: además de la amnistía  para los delitos políticos y sociales, se comprometía a excarcelar a todos los detenidos por la Revolución de Octubre de 1934; continuaría con las reformas sociales del primer bienio y, algo muy importante, el Gobierno estaría formado únicamente por republicanos de izquierda.

Y con una España radicalizada al máximo entre católicos por un lado, y revolucionarios por otro, llegamos a las elecciones generales de febrero de 1936, que iban a ser extremadamente reñidas. Y al revés que los partidos de la izquierda revolucionaria,  los partidos  de la derecha concurrieron a esas elecciones por separado. Pero en esta ocasión, fueron incapaces de reeditar el frente homogéneo de 1933 y, en consecuencia, concurrieron a las elecciones  sin consensuar un programa común.

Aunque la división de la derecha favoreció considerablemente a la izquierda revolucionaria, el Frente Popular ganó aquellas elecciones de manera fraudulenta. Consiguió los 278 diputados, que le daba una holgada mayoría absoluta, recurriendo al “pucherazo”, adulterando desvergonzadamente los recuentos y anulando numerosas actas de las conseguidas por los partidos de la derecha.

Como ya hemos visto, con la llegada al Poder del Frente Popular, desaparecieron, como por ensalmo, las libertades públicas y los derechos humanos más elementales de los ciudadanos. Se deterioró apresuradamente  el orden público y la convivencia social. La situación en España llegó a ser tan crítica y convulsa, que la violencia se adueñó de las calles. Se generalizaron los robos, los asesinatos por cuestiones estrictamente ideológicas y la quema de  muchas iglesias y conventos. Como era de esperar, España se volvió irrespirable y quedó sumida, en muy poco tiempo,  en una continua huelga salvaje.

Para complicar al máximo la situación, las huestes socialistas, con Francisco Largo Caballero en cabeza, comenzaron a conspirar activamente desde dentro de la propia coalición. Sabían que, acentuando lo más posible, las continuas barrabasadas y arbitrariedades del Frente Popular, aceleraban notablemente el fracaso de los “burgueses republicanos”, propiciando así la demolición del sistema primigenio de la República y la implantación de otro mucho más revolucionario, similar en todo al implantado en la Unión Soviética.

Y comenzaron a ejecutar, sin más, su pérfido y mefistofélico proyecto, sin tener en cuenta los inconvenientes. Despreciaron, por ejemplo, a la media España que les estorbaba y que, en buena lógica, debería someterse humildemente o desaparecer. Y se encontraron, claro está, con que esa media España, que no estaba dispuesta a doblegarse o  a morir, estaba decidida a enfrentarse valientemente con los que intentaban sovietizar a España.

El grupo de militares y civiles, que integraban la media España que se resistía a morir, estaba dirigido inicialmente  por el general Emilio Mola. Todos ellos estaban tan preocupados por la situación que se vivía en España, que comenzaron a  a preparar un “movimiento nacional” para acabar de una vez con el odio institucional y el desorden que reinaba en las calles  Entre sus objetivos prioritarios estaría también, cómo no, recobrar la paz y la convivencia tranquila de todos los ciudadanos.

De aquella, el general Francisco Franco no formaba parte de ese grupo, porque pensaba que aún había posibilidades  de recuperar la normalidad y el entendimiento  entre unos y otros sin necesidad de recurrir a la violencia. Pero en la madrugada del 13 de julio, todo cambió, porque varios miembros de las fuerzas de seguridad republicana detuvieron al líder de la derecha, José Calvo Sotelo en su casa y lo asesinan de manera canallesca.

Este alevoso asesinato, que tuvo un impacto enorme  entre los españoles de bien, terminó de polarizar el ambiente de sobresalto, propio de aquella época de preguerra. El asesinato de Calvo Sotelo fue también determinante parta que Franco decidiera integrarse definitivamente en el “grupo de los insurrectos” y asumiera su dirección.  Y sin esperar a más, activó la prevista sublevación contra esa manera desleal y subversiva de ejercer el poder.

 Pero ese alzamiento, iniciado entre el 17 y 18 de julio, no se puso en marcha contra un Gobierno legítimo, ni contra una democracia determinada, como pretende toda esa patulea de la izquierda, compuesta por socialistas, comunistas y separatistas. Estaba dirigido claramente contra el desgobierno revolucionario del Frente Popular que, además de poner en riesgo la unidad y la identidad de España, se había propuesto acabar con los que no pensaban como ellos. Y fue precisamente por esa insurrección, rebelión o golpe de Estado, por lo que España no se convirtió, de aquella, en una colonia o en un país satélite más de la Unión Soviética.

Volvemos a repetir, porque es así, que Franco no se levantó contra una democracia determinada. Se enfrentó y derrotó, es verdad, al régimen totalitario derivado de las elecciones fraudulentas de febrero de 1936. Y los que  quedaron en evidencia en  ese conflicto, como la izquierda española y, sobre todo, los socialistas, siguen utilizando sistemáticamente la mentira y la falsificación histórica para demoler y deslegitimar  al franquismo.

A pesar del consenso modélico alcanzado para realizar la transición democrática, el antifranquismo no llegó a desaparecer nunca. Persistía invariablemente, aunque de manera un tanto discreta, entre varios movimientos políticos. Destacaban, entre todos ellos, los comunistas y, por supuesto los socialistas, muchos de los cuales supieron camuflarse como el camaleón para aprovecharse del régimen y hacer incluso carrera política a lo largo de los cuarenta años de Gobierno de Franco. Aumenta la relevancia del antifranquismo durante la presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero, y se dispara con Pedro Sánchez como presidente.

Nunca se habló tanto de Franco, del franquismo y del antifranquismo como ahora. Y todo porque los nuevos dirigentes socialistas se han propuesto ganar ahora la guerra que perdieron hace ochenta años. Utilizan a Franco y critican ácidamente su obra para disimular sus miserias y sus carencias morales y ocultar su vacío intelectual. Fue Rodríguez Zapatero el primero que, en nombre de la “democracia y la reconciliación nacional”, intentó reeditar el odio y el viejo enfrentamiento entre las dos Españas, imponiendo una absurda y totalitaria “Ley de Memoria Histórica”.

Y el guerra-civilista Pedro Sánchez, que se ha sentido invadido por un fervor democrático desconocido hasta ahora, va mucho más lejos que Zapatero, y empeora considerablemente la “Ley de Memoria Histórica”. Se ha propuesto, ahí es nada, fijar una fecha conmemorativa para recordar y homenajear a las víctimas del franquismo y trata de crear una absurda y estúpida “Comisión de la Verdad”, que nos obligará a todos los españoles a comulgar con ruedas de molino. Lo suyo es despotricar contra Franco, porque piensa que así lava la conciencia de los que provocaron aquella catastrófica Guerra Civil.

El indocumentado y actual ocupa de La Moncloa olvida frecuentemente que Franco murió hace ya más de cuarenta años, y que ocupa un lugar preferente en la historia de España tanto por méritos propios, como por demérito de quienes intentaron sovietizarnos. Su ralladura mental no le deja ver que los españoles estamos ya en otra onda, que no queremos más odios y divisiones, y que afortunadamente tenemos otros retos mucho más interesantes, entre los que destaca la libertad, la paz social y, sobre todo, el Estado de bienestar de todos los ciudadanos.

Es tan enorme la obsesión enfermiza que padece este indocumentado y guerra-civilista presidente, que no hace más que despotricar contra Franco, culpándole impúdicamente de todos los males que afectan a los españoles. Su antifranquismo es tan disparatado y tan revanchista, que borraría de un plumazo la ceremonia de reconciliación que alumbró la actual Constitución Española, para imponer por la fuerza otro orden constitucional que, prescindiendo de la derecha, sintonice básicamente con la legalidad republicana.

El franquismo es algo superior a sus fuerzas, y haría cualquier cosa, hasta reabrir las trincheras de 1936, para hacer que Franco desaparezca definitivamente de la historia. Como todos los españoles, este pseudo doctor disfrutó de una etapa de bienestar y confort, que no hubiera visto ni ensueños,  bajo la bandera de los socialistas Largo Caballero o Juan Negrín, que demostraron sobradamente que eran fanáticos y fantoches a rabiar.

Lo de menos es que Franco haya sacado a España de su secular pobreza y que haya dado vida a una extraordinaria clase media, que ya está empezando a desaparecer. Tampoco tiene mucha importancia que Franco, a pesar del incomprensible bloqueo exterior, haya logrado colocar a España como octava potencia económica mundial, aunque por incuria de los políticos actuales hayamos vuelto a caer muchos puestos. Pasó lo mismo con la deuda pública, con el paro y hasta con la enseñanza.

Pedro Sánchez, por qué no, puede reverenciar al rencoroso Mohamed V, visitando respetuosamente su mausoleo. También puede rendir tributo y pleitesía a dictadores y genocidas bolivarianos. Pero jamás reconocerá  las bondades de Franco que, además de chafar la democracia estalinista, se mofó de los santones socialistas de 1936. Y fue aún más lejos al permitirse exigir cuentas a los matones de las checas que disfrutaban, aprovechando las noches, ‘paseando’ a  peligrosas monjitas, a sacerdotes y hasta niños inocentes que tenían la malsana costumbre de ir a misa los domingos.

Dictadores así, no tienen ni el más mínimo derecho a descansar en paz en su tumba, ni a que se conserven sus imágenes, porque puede aparecer algún loco que intente exaltar su figura, aunque lleve más de cuarenta años muerto.

Gijón, 2 de enero de 2019

José Luis Valladares Fernández






4 comentarios:

  1. Este Pedro Sanchez.esta enfermo de odio,al final le ocurrira lo mismo,que a Susana Diaz,perder las proximas elecciones generals.saludos,

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    1. Es evidente que Pedro Sánchez no da la talla para ejercer de presidente de España, y necesita de Franco para disimular sus carencias que, lamentablemente, son muchas

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  2. Con su obsesión, al final va a acabar resucitándolo.

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    1. Bueno. Más o menos, es lo que ha hecho. Ya no se acordaba nadie de Franco, y ahora la basílica del Valle de los Caídos, está siempre llena de gente que va a visitar la tumba de Franco. Saludos

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