2ª Parte
El problema se complicó aún más, cuando Pedro
Sánchez irrumpió en La Moncloa por la puerta de atrás y sin el conveniente
dictamen de las urnas. Está tan obsesionado contra quien puso en su sitio a las
viejas glorias del socialismo patrio, que asume el papel de un acomplejado imán
antifranquista, y utiliza interesadamente la Memoria Histórica como si fuera
una cruzada militar contra Franco y contra su obra. Y como necesita algo más en
ese enfrentamiento desigual, pretende
crear una Comisión de la Verdad para que fije los hechos perpetrados por el
extinto régimen durante la Guerra Civil y en su larga Dictadura.
Para Pedro Sánchez tiene muy poca
importancia, que los hechos cacareados por esa Comisión de la Verdad sean
ficticios o subjetivos o estén claramente manipulados. En cualquier caso, la
versión aportada por esa Comisión, se convierte inmediatamente en verdad
inapelable, aunque no se parezca en nada a lo que sucedió realmente hace ya más
de 40 años. Y si dice que Franco es el malo de la película, que violó despóticamente
hasta los derechos humanos más elementales, tendremos que aceptarlo como
artículo de fe, para no vernos inmersos en alguna sanción administrativa.
Es evidente que Pedro Sánchez tendrá que
recurrir al psicoanálisis si quiere liberarse de sus problemas emocionales y
acabar de una vez por todas con esa obsesión freudiana contra el franquismo,
que no le deja vivir. Desde que logró sentar sus reales en La Moncloa con
demagogia y sin depender de las urnas, su agenda estaba totalmente ocupada con
Franco, su dictadura y con el Valle de los Caídos. Y trata de salir airoso y
resolver nuestros problemas tradicionales de convivencia, atribuyendo a Franco
todas las fechorías y los delitos que cometieron los socialistas que tenían voz
y mando en el Frente Popular de 1936.
Como el doctor trampa que nos ‘desgobierna’,
tuvo que emplear demasiado tiempo para plagiar su tesis doctoral, no pudo
enterarse de las bravatas envenenadas
que lanzaba diariamente el estalinista Francisco Largo Caballero contra la
democracia y contra la libertad. Y en consecuencia, sigue pensando, que este
viejo líder socialista era un personaje honesto y extremadamente respetuoso con
las decisiones que tomaban las mayorías sociales. Lo contrario que Franco, que
se levantó contra un Gobierno perfectamente democrático.
Y no es verdad. Para empezar, Largo
Caballero, con la ayuda de Indalecio Prieto y otros colaboradores directos,
aplastó inmisericordemente al grupo de los moderados que dirigía Julián
Besteiro y los desplazó del poder en el PSOE y en la UGT. Y después, como
estaba tan subyugado por el maximalismo bolchevique, se lanzó de lleno y sin
contratiempo alguno, a sovietizar al partido socialista primero, y después a
España, cumpliendo así, lo que había escrito en El Socialista el 9 de
febrero de 1936: “Estamos
decididos a hacer en España lo que se ha hecho en Rusia. El plan del socialismo
español y del comunismo ruso es el mismo”.
Ya había hecho causa común con
los golpistas que utilizaron irregularmente las elecciones municipales de abril
de 1931 para arrumbar el viejo régimen monárquico, sustituyéndolo por otro republicano. Y por
supuesto, nació la II República Española, sin dejar cabida para la derecha
y aspirando a ser perpetuamente de
izquierdas. De modo que, si un día ganaba las elecciones la derecha, perdería su legitimidad.
Y eso fue precisamente lo que
ocurrió en las elecciones generales de 1933, en las que votaron por primera vez
las mujeres. Tanto en la primera vuelta como en la segunda, ganó ampliamente la
derecha de José María Gil Robles. Quedó en segundo lugar el centro derecha de
Alejandro Lerroux, que fue quien gobernó durante el periodo que conocemos como
bienio radical-cedista o bienio negro. Y
esto fue determinante para que Largo Caballero, que ya había empleado un tono
golpista durante toda la campaña electoral, obligara a sus huestes a sustituir
la tradicional “vía parlamentaria” por la peligrosa “vía insurreccional”.
A partir de ese momento, la
República parlamentaria se convirtió en un obstáculo para las viejas
aspiraciones del PSOE y de la UGT. Y Francisco Largo Caballero, con el apoyo de
otros santones socialistas, alguno tan relevante como Indalecio Prieto o Luis
Araquistáin, comenzó a preparar, como objetivo prioritario, la revolución
social. Y se puso a esperar impacientemente algún tipo de provocación
reaccionaria por parte del Gobierno, para activar acto seguido la insurrección
prevista. Y esa provocación llegó el 4 de octubre de 1934, con la formación de
un nuevo Gobierno, presidido por Alejandro Lerroux, con tres ministros de la
CEDA.
Y sin esperar a más, tal como
estaba previsto, el día 5 de octubre, el
Comité Revolucionario socialista que preside Largo Caballero, al alimón con la
UGT, ponen en marcha la huelga general revolucionaria y Lerroux reacciona
proclamando inmediatamente el estado de
guerra. La Revolución de Octubre de 1934, que es como conocemos ese movimiento
huelguístico, tuvo una incidencia especial en Cataluña y, sobre todo en
Asturias, que es donde ocurrieron los sucesos más graves.
Los mineros disponían de armas
y dinamita y, en muy poco tiempo, se apoderaron de casi todo Asturias,
incluidas las fábricas de armas de Trubia y de La Vega, y terminaron
proclamando la República Socialista
Asturiana. Prendieron fuego a la Universidad y a varios edificios
religiosos, dinamitaron la Cámara Santa de la Catedral y hubo más de 2.000
muertos entre mineros, fuerzas del orden, incluyendo Guardias Civiles, Guardias
de Asalto y sacerdotes y religiosos asesinados. Para sofocar esta insurrección,
tuvieron que emplearse a fondo las tropas de la Legión y de los Regulares de
Marruecos, enviadas por el Gobierno
Por su participación en la Revolución de Octubre de 1934, y por su
posible complicación con el alijo de armas del vapor Turquesa, Manuel Azaña
estuvo encarcelado en varios barcos de
la Armada. Y aunque el 28 de diciembre fue absuelto y puesto en libertad por el
Tribunal Supremo, la izquierda ya le había convertido en un símbolo manifiesto,
y hasta en todo un “mártir político”. Y Azaña utiliza inteligentemente esa
circunstancia con la intención clara de devolver a la República sus valores
democráticos iniciales.
Y en abril de 1935, Manuel
Azaña ya había logrado aglutinar, en un pacto de “Conjunción Republicana”, a su
propio partido con casi todos los partidos izquierdistas y republicanos.
Faltaba por entrar a formar parte de esa coalición electoral, un partido tan
importante como el PSOE. Y cuando Azaña, a mediados de noviembre, ofreció al
Partido Socialista la posibilidad de integrarse en esa coalición de fuerzas de
la izquierda republicana, Francisco Lago Caballero se mostró excesivamente
reticente. Y puso una condición, que se incluyera también al Partido Comunista
de España.
Y como Manuel Azaña aceptó esa
condición, el pacto de coalición electoral se formalizó, sin más preámbulos, el
15 de enero de 1936. Y la coalición comenzaría a llamarse Frente Popular. Su programa electoral era sumamente sencillo:
además de la amnistía para los delitos
políticos y sociales, se comprometía a excarcelar a todos los detenidos por la Revolución de Octubre de 1934;
continuaría con las reformas sociales del primer bienio y, algo muy importante,
el Gobierno estaría formado únicamente por republicanos de izquierda.
Y con una España radicalizada
al máximo entre católicos por un lado, y revolucionarios por otro, llegamos a
las elecciones generales de febrero de 1936, que iban a ser extremadamente
reñidas. Y al revés que los partidos de la izquierda revolucionaria, los partidos
de la derecha concurrieron a esas elecciones por separado. Pero en esta
ocasión, fueron incapaces de reeditar el frente homogéneo de 1933 y, en
consecuencia, concurrieron a las elecciones
sin consensuar un programa común.
Aunque la división de la
derecha favoreció considerablemente a la izquierda revolucionaria, el Frente
Popular ganó aquellas elecciones de manera fraudulenta. Consiguió los 278
diputados, que le daba una holgada mayoría absoluta, recurriendo al “pucherazo”,
adulterando desvergonzadamente los recuentos y anulando numerosas actas de las
conseguidas por los partidos de la derecha.
Como ya hemos visto, con la llegada al Poder del Frente Popular, desaparecieron, como
por ensalmo, las libertades públicas y los derechos humanos más elementales de
los ciudadanos. Se deterioró apresuradamente
el orden público y la convivencia social. La situación en España llegó a
ser tan crítica y convulsa, que la violencia se adueñó de las calles. Se
generalizaron los robos, los asesinatos por cuestiones estrictamente
ideológicas y la quema de muchas iglesias
y conventos. Como era de esperar, España se volvió irrespirable y quedó sumida,
en muy poco tiempo, en una continua
huelga salvaje.
Para complicar al máximo la situación, las huestes
socialistas, con Francisco Largo Caballero en cabeza, comenzaron a conspirar
activamente desde dentro de la propia coalición. Sabían que, acentuando lo más
posible, las continuas barrabasadas y arbitrariedades del Frente Popular, aceleraban notablemente el fracaso de los
“burgueses republicanos”, propiciando así la demolición del sistema primigenio
de la República y la implantación de otro mucho más revolucionario, similar en
todo al implantado en la Unión Soviética.
Y comenzaron a ejecutar, sin más, su pérfido y
mefistofélico proyecto, sin tener en cuenta los inconvenientes. Despreciaron,
por ejemplo, a la media España que les estorbaba y que, en buena lógica,
debería someterse humildemente o desaparecer. Y se encontraron, claro está, con
que esa media España, que no estaba dispuesta a doblegarse o a morir, estaba decidida a enfrentarse
valientemente con los que intentaban sovietizar a España.
El grupo de militares y civiles, que integraban la
media España que se resistía a morir, estaba dirigido inicialmente por el general Emilio Mola. Todos ellos
estaban tan preocupados por la situación que se vivía en España, que comenzaron
a a preparar un “movimiento nacional”
para acabar de una vez con el odio institucional y el desorden que reinaba en
las calles Entre sus objetivos prioritarios
estaría también, cómo no, recobrar la paz y la convivencia tranquila de todos
los ciudadanos.
De aquella, el general Francisco Franco no formaba
parte de ese grupo, porque pensaba que aún había posibilidades de recuperar la normalidad y el
entendimiento entre unos y otros sin
necesidad de recurrir a la violencia. Pero en la madrugada del 13 de julio,
todo cambió, porque varios miembros de las fuerzas de seguridad republicana
detuvieron al líder de la derecha, José Calvo Sotelo en su casa y lo asesinan
de manera canallesca.
Este alevoso asesinato, que tuvo un impacto enorme entre los españoles de bien, terminó de
polarizar el ambiente de sobresalto, propio de aquella época de preguerra. El
asesinato de Calvo Sotelo fue también determinante parta que Franco decidiera
integrarse definitivamente en el “grupo de los insurrectos” y asumiera su
dirección. Y sin esperar a más, activó
la prevista sublevación contra esa manera desleal y subversiva de ejercer el
poder.
Pero ese
alzamiento, iniciado entre el 17 y 18 de julio, no se puso en marcha contra un
Gobierno legítimo, ni contra una democracia determinada, como pretende toda esa
patulea de la izquierda, compuesta por socialistas, comunistas y separatistas.
Estaba dirigido claramente contra el desgobierno revolucionario del Frente Popular que, además de poner en
riesgo la unidad y la identidad de España, se había propuesto acabar con los
que no pensaban como ellos. Y fue precisamente por esa insurrección, rebelión o
golpe de Estado, por lo que España no se convirtió, de aquella, en una colonia
o en un país satélite más de la Unión Soviética.
Volvemos a repetir, porque es así, que Franco no se
levantó contra una democracia determinada. Se enfrentó y derrotó, es verdad, al
régimen totalitario derivado de las elecciones fraudulentas de febrero de 1936.
Y los que quedaron en evidencia en ese conflicto, como la izquierda española y,
sobre todo, los socialistas, siguen utilizando sistemáticamente la mentira y la
falsificación histórica para demoler y deslegitimar al franquismo.
A pesar del consenso modélico alcanzado para
realizar la transición democrática, el antifranquismo no llegó a desaparecer
nunca. Persistía invariablemente, aunque de manera un tanto discreta, entre
varios movimientos políticos. Destacaban, entre todos ellos, los comunistas y,
por supuesto los socialistas, muchos de los cuales supieron camuflarse como el
camaleón para aprovecharse del régimen y hacer incluso carrera política a lo
largo de los cuarenta años de Gobierno de Franco. Aumenta la relevancia del
antifranquismo durante la presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero, y se
dispara con Pedro Sánchez como presidente.
Nunca se habló tanto de Franco, del franquismo y
del antifranquismo como ahora. Y todo porque los nuevos dirigentes socialistas
se han propuesto ganar ahora la guerra que perdieron hace ochenta años.
Utilizan a Franco y critican ácidamente su obra para disimular sus miserias y
sus carencias morales y ocultar su vacío intelectual. Fue Rodríguez Zapatero el
primero que, en nombre de la “democracia y la reconciliación nacional”, intentó
reeditar el odio y el viejo enfrentamiento entre las dos Españas, imponiendo
una absurda y totalitaria “Ley de Memoria
Histórica”.
Y el guerra-civilista Pedro Sánchez, que se ha
sentido invadido por un fervor democrático desconocido hasta ahora, va mucho
más lejos que Zapatero, y empeora considerablemente la “Ley de Memoria Histórica”. Se ha propuesto, ahí es nada, fijar una
fecha conmemorativa para recordar y homenajear a las víctimas del franquismo y
trata de crear una absurda y estúpida “Comisión
de la Verdad”, que nos obligará a todos los españoles a comulgar con ruedas
de molino. Lo suyo es despotricar contra Franco, porque piensa que así lava la
conciencia de los que provocaron aquella catastrófica Guerra Civil.
El indocumentado y actual ocupa de La Moncloa
olvida frecuentemente que Franco murió hace ya más de cuarenta años, y que
ocupa un lugar preferente en la historia de España tanto por méritos propios,
como por demérito de quienes intentaron sovietizarnos. Su ralladura mental no
le deja ver que los españoles estamos ya en otra onda, que no queremos más
odios y divisiones, y que afortunadamente tenemos otros retos mucho más
interesantes, entre los que destaca la libertad, la paz social y, sobre todo,
el Estado de bienestar de todos los ciudadanos.
Es tan enorme la obsesión enfermiza que padece este
indocumentado y guerra-civilista presidente, que no hace más que despotricar
contra Franco, culpándole impúdicamente de todos los males que afectan a los
españoles. Su antifranquismo es tan disparatado y tan revanchista, que borraría
de un plumazo la ceremonia de reconciliación que alumbró la actual Constitución
Española, para imponer por la fuerza otro orden constitucional que,
prescindiendo de la derecha, sintonice básicamente con la legalidad
republicana.
El franquismo es algo superior a sus fuerzas, y
haría cualquier cosa, hasta reabrir las trincheras de 1936, para hacer que
Franco desaparezca definitivamente de la historia. Como todos los españoles,
este pseudo doctor disfrutó de una etapa de bienestar y confort, que no hubiera
visto ni ensueños, bajo la bandera de
los socialistas Largo Caballero o Juan Negrín, que demostraron sobradamente que
eran fanáticos y fantoches a rabiar.
Lo de menos es que Franco haya sacado a España de
su secular pobreza y que haya dado vida a una extraordinaria clase media, que
ya está empezando a desaparecer. Tampoco tiene mucha importancia que Franco, a
pesar del incomprensible bloqueo exterior, haya logrado colocar a España como
octava potencia económica mundial, aunque por incuria de los políticos actuales
hayamos vuelto a caer muchos puestos. Pasó lo mismo con la deuda pública, con
el paro y hasta con la enseñanza.
Pedro Sánchez, por qué no, puede reverenciar al
rencoroso Mohamed V, visitando respetuosamente su mausoleo. También puede
rendir tributo y pleitesía a dictadores y genocidas bolivarianos. Pero jamás
reconocerá las bondades de Franco que,
además de chafar la democracia estalinista, se mofó de los santones socialistas
de 1936. Y fue aún más lejos al permitirse exigir cuentas a los matones de las
checas que disfrutaban, aprovechando las noches, ‘paseando’ a peligrosas monjitas, a sacerdotes y hasta
niños inocentes que tenían la malsana costumbre de ir a misa los domingos.
Dictadores así, no tienen ni el más mínimo derecho
a descansar en paz en su tumba, ni a que se conserven sus imágenes, porque
puede aparecer algún loco que intente exaltar su figura, aunque lleve más de
cuarenta años muerto.
Gijón, 2 de enero de 2019
José Luis Valladares Fernández
Este Pedro Sanchez.esta enfermo de odio,al final le ocurrira lo mismo,que a Susana Diaz,perder las proximas elecciones generals.saludos,
ResponderEliminarEs evidente que Pedro Sánchez no da la talla para ejercer de presidente de España, y necesita de Franco para disimular sus carencias que, lamentablemente, son muchas
EliminarCon su obsesión, al final va a acabar resucitándolo.
ResponderEliminarBueno. Más o menos, es lo que ha hecho. Ya no se acordaba nadie de Franco, y ahora la basílica del Valle de los Caídos, está siempre llena de gente que va a visitar la tumba de Franco. Saludos
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