jueves, 31 de enero de 2019

LAS ANDANZAS DEL PSOE


XI.- La Guerra Civil y Franco como coartada




El actual Partido Socialista Obrero Español se parece muy poco al que puso en marcha Pablo Iglesias Posse el 2 de mayo de 1879, en la reunión clandestina que se celebró en la taberna Casa Labra  de la madrileña calle de Tetuán. La vida de su fundador estuvo siempre marcada por la miseria y las privaciones. Y esto fue determinante para que el partido que salió de aquella comida de fraternidad se mostrara, aparentemente al menos, como una formación huraña y rebelde, en guerra casi siempre contra los dueños o propietarios,  aunque fuertemente sensibilizado con la clase trabajadora.

No olvidemos  que la fundación del PSOE tiene lugar en plena Restauración borbónica y con una industrialización todavía muy en ciernes.  Los trabajadores carecían de derechos y sus ingresos eran realmente muy bajos e insuficientes. Muchos de ellos, para mejorar sus condiciones de vida, abandonaban los pueblos y las zonas rurales y huían hacia las grandes ciudades o hacia los nuevos polos de desarrollo, en busca de un trabajo mejor remunerado. La Iglesia, sin embargo, que controlaba una gran parte de la educación, mejoraba ostensiblemente su poder económico y social.

Y Pablo Iglesias, que no estaba de acuerdo con esa situación, protestó airadamente en el VI Congreso Federal del partido, que se celebró el 22 de agosto de 1902 en el Teatro Jovellanos de Gijón. Y en una de sus intervenciones, hizo esta afirmación tan rotunda: “Queremos la muerte de la Iglesia, cooperadora de la explotación de la burguesía; para ello educamos a los hombres, y así le quitamos conciencias. Pretendemos confiscarle los bienes. No combatimos a los frailes para ensalzar a los curas. Nada de medias tintas. Queremos que desaparezcan los unos y los otros”.

Ocho años más tarde, en las elecciones generales de mayo de 1910, Pablo Iglesias logró hacerse con el acta de diputado. Y en su primera intervención en las Cortes, volvería a insistir sobre el tema, confesando públicamente  que su partido aspiraba “a concluir con los antagonismos sociales”. Y afirmaría a continuación: “Esta aspiración lleva consigo la supresión de la magistratura, la supresión de la iglesia, la supresión del ejército”.

Ni el Partido Socialista, ni la UGT, sufrieron alteración alguna con la desaparición de su fundador. Con sus sucesores inmediatos, el PSOE continuó siendo tan conflictivo,  tan arbitrario y despótico como con "el Abuelo", que es como apodaban cariñosamente  a Pablo Iglesias. Y como despreciaban la participación política, preferían la lucha sindical a la meramente política. Y al carecer de cultura democrática, procuraban ganar adeptos a base de agitación y propaganda, lo que les llevó a predicar con entusiasmo la llegada de la Buena Nueva y, con ella, la libertad y la igualdad entre todos los trabajadores.

Pero como todos ellos estaban muy mediatizados por Pablo Iglesias y seguían ciegamente sus pasos, su relación con la violencia era especialmente revolucionaria. Así que, en vez de facilitar la llegada de la Buena Nueva o el advenimiento del Paraíso Socialista, esos visionarios a sueldo nos llevaron a una Guerra Civil entre hermanos. No quedaba sitio, por lo tanto, ni para la soñada igualdad, ni para la libertad personal y, menos aún, para las libertades políticas.

Los revolucionarios izquierdistas que lideraba  Francisco Largo Caballero, venían soñando con la Guerra Civil desde octubre de 1934. Pensaban, claro está, que si la derecha reaccionaba y contestaba a sus provocaciones, sería aplastada fácil y definitivamente en muy poco tiempo y sin necesidad de utilizar muchos medios. Pero midieron mal sus posibilidades  y fallaron todas sus previsiones
Llegaron las elecciones generales de febrero de 1936, y las izquierdas, en vez de conformarse con el monumental ‘pucherazo’ que les dio la victoria, comenzaron su orgiástica y desenfrenada campaña de  incendios de iglesias y conventos y a multiplicar alevosamente sus crímenes indiscriminados. Y en la madrugada del 13 de julio, deciden elevar el listón de sus  bravatas y asesinan al jefe de la oposición,  José Calvo Sotelo, que denunciaba sin miedo todos esos inaceptables atropellos. Y los de la derecha, en vez de resignarse y aceptar sumisamente su aniquilación, recogieron el guante, aceptando el desafío de los revolucionarios.

Y sin más, comenzó la Guerra Civil, que duró bastante más de lo esperado y que, como sabemos, la perdieron los que estaban completamente seguros de ganarla. Y eso es algo que los comunistas y los socialistas no perdonarán jamás a Franco. Estaban tan seguros de su victoria, que aún no han podido digerir aquella aplastante derrota, aunque han pasado ya ochenta años desde entonces.

El día 1 de abril de 1939, el general Francisco Franco firmó el último parte de guerra, anunciando así oficialmente, el final de aquel terrible conflicto bélico que enfrentó a unos españoles con otros. Pero para esa fecha, los líderes socialistas que desataron ese criminal desaguisado, ya habían salido de España, principalmente hacia Francia y hacia Hispanoamérica, abandonando a su suerte a sus esbirros o sicarios, y llevándose los tesoros millonarios que expoliaron a los españoles.

Y desde ese exilio dorado, continuaron  con su infame e insidiosa propaganda, básicamente antiespañola. Acusaban al Ejército de rebelarse contra el sistema democrático de la República, olvidando que estaban implantando un régimen totalitario y sovietizando a España. Y si se acordaban de los fusilados por crímenes concretos,  tan odiosos como los de Paracuellos, era para decir que habían sido asesinados, simplemente por sus ideas.

Tras la derrota de la República, el Gobierno republicano en el exilio se instaló  provisionalmente en la Ciudad de México, donde permanecería hasta el 8 de febrero de 1946, fecha en la que se trasladó a Francia. Entre tanto, los socialistas desaparecieron prácticamente de la escena política española, demostrando ser mucho  más recelosos y cobardes que los comunistas. A pesar de la inapelable derrota, las huestes comunistas estaban siempre prestas al enfrentamiento clandestino contra el nuevo régimen.

En vez de arrugarse con la derrota como los socialistas, los comunistas organizaron el movimiento guerrillero, llamado el ‘maquis’, que tanto quebradero de cabeza dio a la Guardia Civil. Los ‘maquis’, conocidos popularmente  como ‘los del monte’, eran excombatientes republicanos, casi todos comunistas, que escaparon a Francia cuando se produjo la debacle bélica. Y allí lucharon  contra las fuerzas nazis de ocupación.

Y en 1944, cuando los alemanes abandonan Francia, los guerrilleros deciden invadir España, para acabar con el régimen de Franco. Entran por el Valle de Arán y ocupan algunas localidades e intentan contactar con los que llevaban escondidos en los montes desde 1939. Pero su heroica aventura duró solamente diez días, porque no se produjo el levantamiento popular que esperaban y porque Franco reaccionó a tiempo y les cortó los vuelos. Y fueron traicionados por Stalin y por la ‘Pasionaria’, sencillamente para no desairar a Santiago Carrillo, que corría el riesgo de ser destronado por Jesús Monzón, organizador de esa guerrilla

Y entre los socialistas exiliados, tampoco hay unanimidad. Desde el primer momento de la desbandada,  nos encontramos con dos grupos claramente diferenciados y enfrentados entre sí. Uno de los grupos, indudablemente el más numeroso,  era partidario de esperar a la muerte de Franco para reconstruir el PSOE en España. Los del otro grupo, que apadrinaba Indalecio Prieto, estaban dispuestos a formar una alianza entre republicanos y monárquicos para derrocar al flamante Caudillo de España.

Entre los partidarios más representativos de esperar a la muerte natural de Franco, estaba Rodolfo Llopis Ferrándiz, que  fue elegido secretario general del Partido en el XIV Congreso, que se celebró en Toulouse el 24 y 25 de septiembre de 1944, y presidente de la República en el exilio en 1947. Rodolfo Llopis confesaba que, al día siguiente de la muerte de Franco, las distintas agrupaciones se colapsarían irremediablemente, con los miles y miles de nostálgicos tratando de ingresar en la organización creada por Pablo Iglesias. Y el PSOE pasaría a ser, sin lugar a dudas, el partido hegemónico de la izquierda en España.

Pero la buena estrella de Rodolfo Llopis comenzó a extinguirse progresivamente por culpa de la rutina, generada con tantos años de exilio. Con la desconexión prolongada con la realidad interna de España, quedó incapacitado para comprender a los jóvenes socialistas de la incipiente célula sevillana. Y cuando alguno de ellos, corriendo miles peripecias, llegaba en secreto a Francia para participar en las reuniones oficiales del comité nacional, el secretario general buscaba cualquier excusa para limitar lo más posible su intervención.

Las viejas glorias del socialismo español en el exilio desconfiaban seriamente del grupo de jóvenes socialistas sevillanos, y estaban decididas incluso, ahí es nada, a decretar su disolución. Pero todo comenzó a cambiar con la reunión del comité nacional, que se celebró el 14 de julio de 1969, en el Club Náutico de Bayona. Felipe González, alias ‘Isidoro’, que asistía a aquella reunión, no se dejó amilanar, y protestó airadamente por la marginación que aplicaban al grupo de Sevilla.

En esa reunión estaban también los jóvenes socialistas vascos Nicolás Redondo, que se hacía pasar por ‘Juan’, y Enrique Múgica, que utilizaba el nombre de ‘Goizalde’. A partir de entonces, comenzaron a menudear los contactos de Múgica y Redondo con Felipe González y con los demás miembros del grupo sevillano, hasta terminar con la firma del ‘pacto del Betis’, que pondría fin al control del Partido por parte de Llopis  y de sus colaboradores.

El cambio definitivo de orientación política e ideológica del PSOE, se inició en Toulouse, con el XXV Congreso de 1972, y culminó en Suresnes con el XXVI Congresode 1974. En este Congreso, celebrado poco antes de producirse la transición democrática, Felipe González (Isidoro) asume la Secretaria General. Y entre las personas que aterrizan  en la Comisión Ejecutiva del Partido, nos encontramos con Alfonso Guerra (Andrés), Nicolás Redondo Urbieta (Juan) y el propio José María Benegas (Chiqui).

El Partido Socialista que salió de Suresnes, cómo no, continuó siendo un partido típico de clase, un partido de masas, claramente marxista y, según dicen ellos, también democrático. Pero los nuevos  líderes, salidos del interior, comenzaron a preparar el ambiente para cambiar la línea ideológica del Partido.. El grupo de los sevillanos propiciaba abiertamente el abandono del marxismo y el acercamiento a la socialdemocracia europea, para poder presentarse como alternativa política cuando se produjera el fallecimiento de Franco.

Para conseguir semejante propósito, Felipe González tuvo que mojarse y realizar una espantada teatral en el XXVIII Congreso de mayo de 1979, negándose a asumir  la jefatura del Partido. La respuesta positiva, a ese órdago del supuesto jefe,  no llegó hasta septiembre de ese mismo año, en el marco de un Congreso extraordinario. Y para esa fecha, Franco ya llevaba  muerto casi cuatro años. Y en las Elecciones Generales del 28 de octubre, el PSOE logró un importante triunfo al conseguir la mayoría absoluta. Felipe González se convierte en presidente del Gobierno, consolidándose así la Democracia casi recientemente instalada.

Es evidente que, con González como máximo responsable del partido, el PSOE se liberó del marxismo. También se remozó convenientemente y hasta abandonó una buena parte de sus rancios tics revolucionarios. Pero el nuevo secretario general mantuvo intencionadamente los tradicionales complejos históricos, que atribuyen a su partido una innegable superioridad moral y cierta súper legitimidad para gobernar, de la que carecen los partidos conservadores.

También hay que lamentar los casos graves de corrupción, cometidos por los socialistas, cuando el PSOE estaba en el Gobierno y Felipe González era su presidente. Comenzó con el caso Flick y continuaría con otros muchos, todos ellos graves, entre los que destaca la financiación irregular del PSOE a través de las empresas tapadera Filesa, Malesa  y Time Export, además, claro está, del manejo y  la utilización interesada de los fondos reservados. Y no podemos olvidarnos de algo, que es aún peor, la práctica indiscriminada   del terrorismo de Estado o  ’guerra sucia’ contra ETA, valiéndose de los famosos GAL.

Con todas estas irregularidades, como es lógico, el prestigio de Felipe González sufrió un serio revés. Desapareció casi por completo el fervor y la ilusión de los votantes, causantes de aquellas mayorías absolutas apabullantes. Y cuando vio que podía perder el poder, quiso remediar el contratiempo, agitando profusamente el fantasma de la guerra para amedrentar a los electores. Hay que reconocer, sin embargo, que mientras estuvo al frente del Gobierno, respetó siempre el pacto de la Transición, que es algo que no hizo José Luis Rodríguez Zapatero y tampoco está haciéndolo ahora Pedro Sánchez.

Como ya sabemos, Rodríguez Zapatero llegó inesperadamente a La Moncloa, a bordo de un tren de cercanías despanzurrado en el siniestro atentado del 11M. Y como no tenía el gancho, ni el poder de convicción de González, recurrió al miedo para afianzarse en el Gobierno y evitar la vuelta de la derecha al poder. Y esto le llevó a olvidarse del pacto de la Transición y a promulgar seguidamente la desafortunada Ley de Memoria Histórica, denostando a Franco y sacando a relucir nuevamente los muertos de la Guerra Civil.

Y Zapatero va aún mucho más lejos y, para asegurarse el apoyo de las nuevas generaciones, pone en marcha la famosa Educación para la Ciudadanía. Con esta controvertida asignatura, se manipula y se adoctrina a los escolares, asociando deliberadamente a la izquierda el contenido moral y político de la misma. Creían que así, ganaban a los jóvenes para su causa. No contaban entonces, claro está, con la crisis económica, que no tardaría en llegar y que acabó con todas sus previsiones.

En junio de 2018, la situación en España empeoró considerablemente con la llegada de Pedro Sánchez a La Moncloa, sin pasar por las urnas. Entró por la puerta trasera, utilizando la vendetta de una moción de censura que apoyaron, faltaría más, los de Podemos, los catalanes y los vascos que quieren romper España y, lo que es aún peor, los filo etarras de  Bildu. Y como se ha negado sistemáticamente a revalidar su nueva posición con las urnas, como había prometido, se convirtió, ni más ni menos, en un impertinente ‘ocupa’ de La Moncloa.

Estamos lamentablemente ante un personaje impresentable, que miente de manera  compulsiva y patológica y carece de principios morales. Está lleno de odio, de complejos y de frustraciones, que lo inhabilitan para regir los destinos de España. Le ha marcado el hecho de no haber sido capaz de destacar o descollar en nada y estar siempre condenado a desempeñar un  papel de segundón. Y por si todo esto fuera poco, le falta carisma para suscitar la admiración de sus seguidores para estar siempre en el centro de atención. Y esto, claro está, es inadmisible para un narcisista empedernido como Pedro Sánchez, que presume hasta de su sombra.

Y Pedro Sánchez busca desesperadamente  la bendición y el aplauso de toda la patulea izquierdista, recuperando  la dialéctica de las dos Españas, enfrentadas entre sí. Y está dispuesto a instaurar otra vez el Frente Popular, aunque tenga que volver a reabrir las trincheras de 1936 para conseguirlo. Y es que necesita apremiantemente disimular y tapar su falta de talento y su manifiesta incapacidad para realizar una labor de Gobierno verdaderamente aceptable y, por supuesto,  para aumentar el exiguo número de incondicionales, seduciendo y embelesando a la chusma ingenua y desinformada que sigue sin pronunciarse.

Nada más llegar a La Moncloa, puso en marcha su siniestra labor de zapa, para suprimir  una buena parte de nuestra historia porque no le gusta. Y no le gusta, porque sale malparado el Partido de los 137 años de honradez. Y como no hay manera de digerir la derrota que les infligió Franco hace ahora ochenta años, reformó la Ley de Memoria Histórica de Zapatero, para introducir, según dice, ciertas ‘mejoras’ necesarias. Y todo, cómo no,  para posibilitar la exhumación de Francisco Franco, para sacar sus restos del Valle de los Caídos  y llevarlos “a un lugar no preeminente del recinto  o al que designe la familia”.

Y no acaban aquí sus delirios y ensoñaciones y, sin más, anuncia la creación de una Comisión de la Verdad que, puesta en su mano, no puede ser nada más que un sarcasmo. Y lo hace, según dice,  “para acordar una versión de país de lo que ocurrió durante la Guerra Civil y durante la dictadura franquista”. A partir de ahora, la verdad dependerá exclusivamente  de cualquier precepto interesado, y no por los hechos que realmente sucedieron. Y nos obliga a  aceptar su veredicto, como si se tratara de  un dogma de fe.

 Un personaje tan corto y tan limitado como Sánchez, que está siempre en fuera de juego, es normal que pase olímpicamente de los problemas y de las necesidades que afectan y preocupan a los ciudadanos. Ya tiene bastante con ocultar sus abundantes limitaciones y disimular su disparatado desgobierno. Y como trata de llamar la atención y de hacerse notar, saca a relucir constantemente el fantasma de la ‘dictadura’, despotricando airadamente contra Franco y descalificando su obra.

Y como no podía ser de otra manera, saca a relucir el rosario de denuestos propios y los que viene utilizando normalmente toda esa caterva de socialistas reconvertidos. Para todos ellos, Franco fue un cruel dictador, que se levantó contra un régimen supuestamente democrático, el republicano. Y como era de esperar, practicó profusamente la represión y la violencia contra todos los que no pensaban igual, encarcelándolos en el mejor de los casos, y asesinando a muchos de ellos sin justificación alguna.

Y como el presidente Sánchez se deja arrastrar por el odio y por viejos resentimientos del pasado, no cesa de lanzar acusaciones muy graves contra Franco, que son más aplicables a Francisco Largo Caballero o a Juan Negrín, que al General que les ganó la guerra. Y está totalmente obsesionado con la exhumación de Franco ya que, según se expresó una ministra tan perspicaz y tan clarividente  como Carmen Calvo, es intolerable mantener a “un dictador en un mausoleo de Estado y en un lugar en el que puede ser exaltado”. O sea, que para dar ejemplo de madurez democrática, tendríamos que sacar a Franco del Valle de los Caídos.

Y como suelen hacer siempre, recurren vanamente a los países de nuestro entorno para justificar su postura y sus exigencias. Dicen que  “en ningún lugar de Europa” se permitiría erigir estatuas a un dictador, o que éste descanse tranquilamente en un lugar como el Valle de los Caídos. No se dan cuenta, por ejemplo, que Napoleón Bonaparte, que se autoproclamó emperador descansa en un gran panteón, bajo la gran cúpula del palacio de los Inválidos, en pleno centro de París.

Y si vamos al Reino Unido nos encontramos con un dictador puritano como Oliver Cromwell, un militar del siglo XVII, que instauró una dictadura militar y religiosa, que decapitó al rey Carlos I y estableció la república. Y hoy día, sin embargo, existen cuatro estatuas públicas en Inglaterra  de este destacado dictador. La más famosa está colocada precisamente delante del Parlamento británico, el palacio Westminster.

Si Pedro Sánchez pudiera, los restos de Franco desaparecerían inmediatamente del Valle de los Caídos. Y si de él dependiera, los haría desaparecer para siempre y borraría su nombre de la memoria de los españoles y hasta de la Historia. Y esto no es posible, porque Franco entró en la Historia por la puerta grande, sacando a España de su secular pobreza y creando una clase media pujante y ejemplar, que ha estado a punto de sucumbir por culpa de los socialistas. Así que, si quiere eliminar el nombre de Franco, tendrá que suprimir  uno de los  tramos más importantes de nuestra historia.

Gijón, 27 de enero de 2019

José Luis Valladares Fernández

4 comentarios:

  1. Y la prueba de que jamás encajaron aquella derrota en la Guerra Civil, es que nunca han dejado cerrar la herida abierta y siempre han estado persiguiendo la revancha.

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    1. Es que personajes de la talla de Zapatero y de Sánchez necesitan disimular su inutilidad, manteniendo vivas las dos Españas

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  2. Que mania tiene con Franco,este merluzo de presidents,saludos.

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  3. Es que no tiene otra manera de hacerse notar. Saludos

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