IV.-
La explosión del independentismo catalán
En octubre
de 1886, el político catalán Josep Narcís Roca i Farreras ya intentó crear un movimiento popular de izquierdas, que
aceptara sin más que Cataluña era un Estado propio e independiente. Pero ni
consiguió adeptos, ni logró convencer a ninguno de sus colegas republicanos
que, de momento, siguieron todos ellos manteniendo plenamente la tradicional
vinculación de Cataluña con España.
Tendríamos
que esperar unos años más, para poder contar con una asociación de
nacionalistas radicales que se posicionara claramente a favor de la
independencia de Cataluña. Pero ese primer grupo histórico de catalanes
inconformistas no nace en Cataluña, como sería lógico, sino en Santiago de
Cuba, cuando la isla consiguió emanciparse
de España. Y fue ahí, en el Centro Catalán de esa ciudad, donde
ondeo por primera vez la estelada, que creó Vicenç Albert Ballester, un catalán que, en 1898, seguía residiendo en Cuba.
Hay que reconocer, por lo tanto,
que esa aspiración a la independencia de Cataluña está íntimamente ligada a la
famosa Guerra de la Independencia Cubana,
que tuvo lugar entre el 24 de febrero de 1895 y el 24
de agosto de 1898. Con la rendición incondicional del Gobierno colonial español
y la firma del Tratado de París, España perdió de una tacada Cuba, Puerto Rico,
Filipinas y la isla de Guam, que eran los últimos restos del viejo imperio
español.
Era extraordinariamente numerosa la colonia de catalanes que vivía en
Cuba, cuando estalló la guerra que propició la independencia de esta isla
caribeña. Casi todos ellos lograron amasar una gran fortuna, comerciando
simplemente con el tabaco, el azúcar y también, cómo no, con la esclavitud.
Muchos de ellos, es verdad, mantuvieron fielmente su lealtad al Gobierno
colonial español durante todo el conflicto bélico. Al finalizar la guerra,
claro está, tuvieron que regresar nuevamente a Cataluña.
Pero otros muchos emigrados catalanes, los
más lanzados y resueltos, optaron por contemporizar con los cubanos rebeldes y
luchar contra la corona de España. Y una vez conseguida la soñada independencia
de la isla, vieron que era posible reproducir esos mismos hechos en Cataluña,
la tierra que abandonaron años atrás. Y comenzaron inmediatamente a organizar
grupos o clubs de nacionalistas radicales, tanto en La Habana, como en Santiago
de Cuba y, por supuesto, en Guantánamo, que abogaban, de forma directa y sin
ambages, por la independencia de Cataluña, que era su verdadera patria chica.
A partir de ese momento, las organizaciones
independentistas que surgieron en Cuba, cuando esta isla logró emanciparse de
España, se dedicaron a promover toda clase de propaganda separatista,
utilizando, sin reparo alguno, revistas y todos los medios publicitarios que
estaban al alcance de sus manos. Y como no podía ser menos, además de izar
esteladas en los balcones de sus propios centros, empezaron a financiar una
serie de eventos o programas que defendían abiertamente la segregación o la
independencia de Cataluña.
A pesar de la intensa actividad
propagandística desarrollada en Cuba por los emigrantes catalanes, Cataluña
tendría que esperar pacientemente hasta julio de 1918 para contar con la
primera organización manifiestamente independentista. Fue entonces cuando surgió
el Comité Pro Cataluña, que presidiría el creador de la estelada, Vicenç Albert Ballester, que había regresado a su Barcelona natal.
En
junio de 1922 se celebra en Barcelona una Conferencia Nacional Catalana. Fue
convocada por un grupo de jóvenes catalanistas,
que estaban descontentos con la orientación política de su partido, la Liga Regionalista de Francesc Cambó. Y es precisamente ahí, en esa Conferencia Nacional
Catalana, donde surgen dos nuevos partidos nacionalistas: Acció Catalana y Estat
Català. Estos partidos adoptaron
intencionadamente una postura mucho más radical e intransigente que la Liga Regionalista.
Ante la “guerra sucia” que se desató para
lograr la independencia de Cataluña, los responsables de la Liga Regionalista adoptaron una postura sumamente prudente y cautelosa. Y en vez de dar
pábulo a las nuevas reivindicaciones
estatutarias, prefirieron defender honestamente el “orden social”
preestablecido. Los más jóvenes del partido, que buscaban la manera de crear
una República Catalana independiente o federada, encolerizados por la
inesperada actitud de sus dirigentes, abandonaron la Liga y, parte de ellos, se
integraron en Acció Catalana, con otros miembros del republicanismo nacionalista catalán.´
Y el resto de los jóvenes que abandonaron la
Liga, los más radicales e izquierdistas, pasaron a formar parte del partido Estat Català, fundado por el ex teniente coronel del Ejército Español, Francesc
Macià. Y desde el primer momento, los afiliados de Estat Català intentaron romper cualquier tipo de relación con España y proclamar el
Estado Catalán. Eran partidarios incluso de recurrir a la lucha armada para
conseguir su objetivo básico, el autogobierno. Y de hecho, participaron
activamente, entre septiembre de 1923 y enero de 1930, contra la dictadura del
general Miguel Primo de Rivera.
Es verdad que Francesc Macià y la cúpula de Estat Català se vieron obligados a huir a Perpiñán. Pero los que quedaron en
Cataluña, continuaron con su actividad secreta, luchando denodadamente contra
el poder constituido, para lograr la ansiada independencia. Para mantener esa
lucha, crearon 54 escamots o pelotones y pusieron en marcha una organización clandestina con el
nombre de Bandera Negra.
Los responsables de Bandera
Negra culpaban al rey de España,
Alfonso XIII, de la instauración de la dictadura del general Primo de Rivera. Y
por lo tanto, le responsabilizaban también de la cruel represión que sufría el
catalanismo y de tener rigurosamente prohibido utilizar los símbolos catalanes.
Enfurecidos por semejante motivo, planean atentar contra Alfonso XIII, en su
próxima visita a Cataluña, programada para
el 26 de junio de 1925.
El intento de magnicidio quedó
afortunadamente en eso, en un simple intento de atentado. Y los implicados en
el mismo intentaron probar fortuna, una vez más, integrándose en la partida
armada que estaba organizando el propio Macià en la localidad francesa de Prats
de Molló, para proceder a la invasión militar de Cataluña. El plan era muy
sencillo. En noviembre de 1926, los escamots
o voluntarios armados saldrían de suelo francés y caerían por sorpresa sobre
Olot. Y después de dominar los cuarteles
de la Guardia Civil y de los Carabineros, se dirigirían a Barcelona, para declarar allí la huelga
general y, proclamar la República Catalana.
Pero la proyectada invasión, como era de
esperar, terminó en un completo fracaso por partida doble, ya que el plan fue
totalmente desarticulado por las policías de Francia y de España. Tan pronto
como los independentistas recibieron la
orden de actuar, la policía francesa detuvo, cerca de la frontera española a la
mayor parte de los que participaban en aquella intentona. Hizo lo mismo la
policía española con los involucrados en el complot del interior de Cataluña.
Ni que decir tiene que uno de los detenidos
por la policía gala fue el propio Francesc Macià, que era el responsable máximo
del proyecto de invasión. Se le juzgó en París, siendo seguidamente desterrado
a Bélgica. A partir de entonces, Macià redoblo su actividad propagandística en
busca de la independencia de Cataluña.
El activista más impenitente del
independentismo catalán, Francesc Macià, regresó a España en enero de 1931, un
año después de la dimisión obligada de
Miguel Primo de Rivera. Y comenzó a colaborar con el movimiento republicano que
se extendió rápidamente por toda España y, por supuesto, a condicionar el
desarrollo y los cometidos del nacionalismo catalán. Y terminó influyendo
decisivamente en la creación de un nuevo partido, la Esquerra
Republicana de Cataluña. Y Macià fue
elegido por unanimidad presidente de dicho partido.
El 12 de abril de 1931, hubo elecciones
municipales en España. Y el triunfo cosechado por los republicanos en las
principales capitales de provincia, sobre todo en Madrid y Barcelona, fue
francamente determinante para que, el 14 de abril, se procediera a la
proclamación de la II República Española, sin esperar al recuento total de los
votos.
Los simpatizantes republicanos de cada una de
esas capitales entablaron una especie de pugilato con los de las demás
ciudades, para anotarse el tanto de ser
los primeros en proclamar la República y en izar la bandera tricolor. La palma
se la llevaron los nuevos concejales de Vigo, que no esperaron ni a que
alboreara el día 14 de abril para hacer esa labor. Unas pocas horas más tarde,
a las seis y media de la mañana de ese día, harían lo mismo los regidores de
Éibar. A lo largo de todo ese día, lo
seguirían haciendo otras muchas capitales de provincia, incluidas las dos más
importantes, Madrid y Barcelona.
Sobre la una y media de la tarde del 14 de
abril, uno de los líderes de Esquerra Republicana de Cataluña, Lluís Companys,
que había obtenido una resonante victoria en las elecciones municipales del 12
de abril, salió al balcón del Ayuntamiento de Barcelona, para proclamar la
República e izar la bandera republicana.
Aproximadamente una hora después de retirarse
Lluís Companys del balcón del Consistorio barcelonés, apareció en ese mismo
balcón el máximo líder de Esquerra Republicana, Francesc Macià y,
dirigiéndose a la multitud que se había
concentrado en la plaza de San Jaime, proclamó solemnemente el Estado Catalán. Daba por hecho que, en Madrid,
no tardarían mucho en proclamar la República Española, adoptando una
forma de Estado federal o confederal.
Unas horas más tarde, Macià se dirigió
nuevamente a la muchedumbre que seguía expectante en la plaza de San Jaime,
pero esta vez desde el balcón del palacio de la Diputación, para hacer pública
su decisión de presidir el gobierno de Cataluña. Y ese mismo día, a última hora de la tarde,
una vez proclamada la República en Madrid, firmó una nueva proclamación de la República Catalana, como Estado integrado de la Federación Ibérica.
Esta última decisión de Francesc Macià
implicaba, ni más ni menos, la separación de Cataluña del resto de España. Y
esta situación era absolutamente
inaceptable, claro está, para el Gobierno Provisional de la República,
que acababa de constituirse en Madrid. Y
para corregir a tiempo semejante despropósito, viajaron a Barcelona tres
ministros de ese Gobierno, Marcelino Domingo, Nicolau d’Olwer y Fernando de los
Ríos, para pedir al dirigente catalán
más mesura y un cambio radical de postura política.
La entrevista fue realmente complicada.
Pero al final lograron firmar un
acuerdo. Macià moderó sensiblemente sus pretensiones, y renunció a la República Catalana, que había anunciado con toda solemnidad. A cambio de esa renuncia, el Gobierno
Provisional se obligaba a defender, ante las futuras Cortes Constituyentes, el Estatuto de Autonomía que
propusiera Cataluña. Y a partir de entonces, el gobierno catalán dejaría de
llamarse Consejo de Gobierno de la República Catalana y pasaría a ser
el Gobierno de la Generalitat de Cataluña.
Y el 14 de diciembre de 1932, con el Parlamento
Catalán ya normalizado, Francesc Macià fue elegido presidente de la
Generalitat. Y se mantuvo en el cargo hasta el día de su muerte, que se produjo
el 25 de diciembre de 1933. Le sustituyó en el cargo el conocido
independentista y líder de Esquerra Republicana, Lluís Companys.
Como no podía ser menos, el nuevo presidente
no tardó mucho en dejarse llevar por sus ideas políticas y por su desmedida
ambición. Y el día 6 de octubre de 1934, aprovechando la huelga general
revolucionaria que se inició el día anterior, Companys proclama el Estado
Catalán, integrado, eso sí, en la República Federal Española. Toda una
fanfarronada, que afortunadamente duró muy poco, un día nada más.
Una vez instaurada la República Catalana, Lluís Companys pidió al capitán general y general en jefe de la IV
División Orgánica, con sede en Barcelona, el general Domingo Batet, que se
pusiera a sus órdenes. Pero el general Batet, siguiendo órdenes del nuevo
presidente del Consejo de Ministros, Alejandro Lerroux, proclamo el estado de
guerra. Y a pesar de los esfuerzos de los escamots, de las milicias de la Esquerra y
de los Mozos de Escuadra, la rebelión catalana terminó necesariamente en el
fracaso más absoluto.
Sobre las seis de la mañana del día 7, cuando
apenas habían pasado diez horas de la proclamación de la República Catalana, Companys comunicó al general Batet su rendición. Poco tiempo después,
las tropas del general Batet entraron en el Palacio de la Generalidad, y
detuvieron al presidente Companys y a todos sus consejeros, menos a Josep
Dencàs, que escapó por las alcantarillas y huyó a Francia. Y quedó en suspenso,
por supuesto, el Estatuto de Autonomía de Cataluña de 1932.
Pero la reclusión de los miembros del
Gobierno de la Generalidad no fue muy prolongada. El ‘pucherazo’ o las
alteraciones fraudulentas, realizadas intencionadamente en algunas actas de las
Elecciones Generales de febrero de 1936, dieron el triunfo al Frente Popular. Y
el Frente Popular, nada más llegar al poder, no solo puso en libertad a
Companys, juntamente con sus esbirros. Fue aún mucho más lejos, y los amnistió,
restauró la Generalitat y volvió a colocar a Lluís Companys, ¡faltaría más!, al
frente de la misma.
Y llegó el 18 julio y, ese día, se produjo el
Alzamiento Nacional que, como es sabido, fracasó estrepitosamente en Cataluña.
El presidente de la Generalitat trató de blindarse, creando por decreto, el Comité
Central de Milicias Antifascistas de Cataluña. Y fueron precisamente esas milicias las responsables de asesinar a más
de 8.350 víctimas, sin juicio previo, ni garantía legal alguna. Se les
condenaba simplemente por ser de derechas, por formar parte del empresariado
catalán o por ser clérigos o pertenecer a una orden religiosa. Los 199
militares que participaron en el Alzamiento fueron fusilados directamente, por orden expresa de Lluís Companys.
A parte de algún que otro enfrentamiento esporádico
con el Gobierno republicano de Juan Negrín por las arbitrariedades que sufría,
el presidente de la Generalitat supo mantener el tipo hasta el 3 de enero de 19 39. A partir de esa fecha, la
situación de Cataluña cambió radicalmente. Superada con éxito la batalla del
Ebro, las tropas de Franco tenían expedito
el camino de Cataluña. Las milicias republicanas eran incapaces de
establecer ninguna línea de resistencia para obstaculizar el avance de los
nacionales.
Pocos días después, cayó Tarragona y la
sentencia sobre el resto de Cataluña estaba ya dictada. Barcelona era ya
indefendible y, en muy pocas semanas caería irremisiblemente en manos de las
tropas de Franco. Con las tropas republicanas terriblemente desmoralizadas, el
Ejército Nacional siguió su avance sin encontrar apenas resistencia, que
terminó, por supuesto, con la ocupación de toda Cataluña. A Lluís Companys, por
lo tanto, lo mismo que al resto de los miembros del Gobierno de la Generalitat,
no les quedaba más remedio que enfrentarse a un exilio ciertamente
problemático. Y terminaron marchando precipitadamente a Francia.
Los supremacistas catalanes actuales siguen
odiando a España y a sus Instituciones tan intensa y tan visceralmente como los
antiguos compinches de Lluís Companys, que integraban la vieja Izquierda
Republicana. Siguen siendo tan impertinentes y tan irracionales como ellos y,
como no podía ser menos, culpan a Franco de todos los males que padece
Cataluña. Y sin embargo, no ha habido en la historia dirigente político alguno que haya tratado a
esa tierra con más consideración, más generosidad y más mimo que el general Francisco
Franco
Si revisamos desapasionadamente los datos que
nos ofrece la historia económica, veremos que fue entonces, durante los años
centrales del vilipendiado franquismo, cuando se produjo el mayor desarrollo
industrial de Cataluña y, sobre todo, cuando más prosperaron los negocios
particulares. Que se lo digan, si no, a los numerosos empresarios pequeños, a
los tenderos, a los comerciantes y, por qué no decirlo, a los payeses que
trabajaban sus propias tierras. Todos ellos experimentaron el mayor auge económico de todos los tiempos, gracias a las
reformas y a las transformaciones sociales, introducidas por el régimen de
Franco.
Todos los españoles, es verdad, se
beneficiaron de ese desarrollo económico y de ese crecimiento industrial. Pero
sin llegar, en ningún caso, a competir con los catalanes, ni en el aumento
de la renta per cápita, ni en la mejora
del nivel de vida, que alcanzaron niveles francamente desconocidos hasta
entonces. Es normal, creo yo, que agasajaran a Franco y que celebraran,
incluso, su triunfo.
Los problemas volverían desgraciadamente con
la Transición Democrática. Con la desaparición de Franco y el obligado cambio
de régimen, no tardó mucho en aparecer de nuevo el viejo independentismo.
Comenzó, eso sí, de manera velada y moderada. Pero no tardó mucho en comenzar a
crecer de manera constante y progresiva, gracias a la falta de vigilancia en
educación y a la exagerada permisividad
con la inmersión lingüística. Los
dirigentes catalanes se aprovecharon descaradamente de tales circunstancias para practicar un
adoctrinamiento abusivo en las escuelas.
Y por si todo esto fuera poco, tanto el
PSOE, como el Partido Popular, no dudaron
en pastelear irresponsablemente con los nacionalistas insaciables,
ofreciéndoles toda clase de prebendas y privilegios, para recabar su apoyo para
llegar al poder o para mantenerse en él. Llegaron, incluso a cederles
competencias, propias del Gobierno central, como es el caso de Sanidad,
Educación y Justicia.
Al recibir tantas dádivas de los distintos
Gobiernos del PSOE y del Partido Popular, los separatistas catalanes se
crecieron y comenzaron a soñar con una Arcadia más fantástica aún que la del
Peloponeso. Y Carles Puigdemont,
presidente ocasional de Cataluña, que aspiraba a ser el rey del mambo
indiscutible, dictaminó sin más, que había llegado el momento de independizarse
de España. Y obviando intencionadamente cualquier otra consideración, nos sorprendió,
convocando un referéndum de autodeterminación.
Como era de esperar, dicho referéndum fue
oportunamente suspendido por el Tribunal Constitucional. Pero Puigdemont, envalentonado en exceso, mantuvo su propósito. Y desafiando a
todas las instituciones democráticas, siguió adelante con el referéndum, que se
celebró, de manera totalmente ilegal, el 1 de octubre de 2017. Con este
referéndum ilegal y con la declaración unilateral de independencia de Cataluña,
realizada por parte el Parlamento autonómico el 27 de ese mes de octubre,
quedaba debidamente escenificado el procés
soberanista, que inició Artur Mas en
el año 2012.
Barrillos de las Arrimadas, 10 de julio de
2019
José Luis Valladares Fernández
El independentismo catalán!es lo mas parecido a una metástasis en el cuerpo y alma de la vieja nación Ibérica.Un asunto que nunca tiene fin!saludos!
ResponderEliminarLos separatistas catalanes están haciendo un flaco favor a Cataluña
EliminarDetallado, documentado y muy bien expuesto.
ResponderEliminarSon los datos históricos, tal como se han ido produciendo,que han terminado empobreciendo a una región tan destacada como Cataluña
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