miércoles, 17 de julio de 2019

LA EVOLUCIÓN DEL NACIONALISMO EN ESPAÑA



IV.- La explosión del independentismo catalán 



En octubre de 1886, el político catalán Josep Narcís Roca i Farreras ya intentó crear  un movimiento popular de izquierdas, que aceptara sin más que Cataluña era un Estado propio e independiente. Pero ni consiguió adeptos, ni logró convencer a ninguno de sus colegas republicanos que, de momento, siguieron todos ellos manteniendo plenamente la tradicional vinculación de Cataluña con España. 
Tendríamos que esperar unos años más, para poder contar con una asociación de nacionalistas radicales que se posicionara claramente a favor de la independencia de Cataluña. Pero ese primer grupo histórico de catalanes inconformistas no nace en Cataluña, como sería lógico, sino en Santiago de Cuba, cuando la isla consiguió emanciparse de España. Y fue ahí, en el Centro Catalán de esa ciudad, donde ondeo por primera vez la estelada, que creó Vicenç Albert Ballester, un catalán que, en 1898, seguía residiendo en Cuba.
Hay que reconocer, por lo tanto, que esa aspiración a la independencia de Cataluña está íntimamente ligada a la famosa Guerra de la Independencia Cubana, que tuvo lugar entre el 24 de febrero de 1895 y el 24 de agosto de 1898. Con la rendición incondicional del Gobierno colonial español y la firma del Tratado de París, España perdió de una tacada Cuba, Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam, que eran los últimos restos del viejo imperio español.
Era extraordinariamente  numerosa la colonia de catalanes que vivía en Cuba, cuando estalló la guerra que propició la independencia de esta isla caribeña. Casi todos ellos lograron amasar una gran fortuna, comerciando simplemente con el tabaco, el azúcar y también, cómo no, con la esclavitud. Muchos de ellos, es verdad, mantuvieron fielmente su lealtad al Gobierno colonial español durante todo el conflicto bélico. Al finalizar la guerra, claro está, tuvieron que regresar nuevamente a Cataluña.
Pero otros muchos emigrados catalanes, los más lanzados y resueltos, optaron por contemporizar con los cubanos rebeldes y luchar contra la corona de España. Y una vez conseguida la soñada independencia de la isla, vieron que era posible reproducir esos mismos hechos en Cataluña, la tierra que abandonaron años atrás. Y comenzaron inmediatamente a organizar grupos o clubs de nacionalistas radicales, tanto en La Habana, como en Santiago de Cuba y, por supuesto, en Guantánamo, que abogaban, de forma directa y sin ambages, por la independencia de Cataluña, que era su verdadera patria chica.
A partir de ese momento, las organizaciones independentistas que surgieron en Cuba, cuando esta isla logró emanciparse de España, se dedicaron a promover toda clase de propaganda separatista, utilizando, sin reparo alguno, revistas y todos los medios publicitarios que estaban al alcance de sus manos. Y como no podía ser menos, además de izar esteladas en los balcones de sus propios centros, empezaron a financiar una serie de eventos o programas que defendían abiertamente la segregación o la independencia de Cataluña.
A pesar de la intensa actividad propagandística desarrollada en Cuba por los emigrantes catalanes, Cataluña tendría que esperar pacientemente hasta julio de 1918 para contar con la primera organización manifiestamente independentista. Fue entonces cuando surgió el Comité Pro Cataluña, que presidiría el creador de la estelada, Vicenç Albert Ballester, que había regresado a su Barcelona natal.
En junio de 1922 se celebra en Barcelona una Conferencia Nacional Catalana. Fue convocada por un grupo de jóvenes catalanistas, que estaban descontentos con la orientación política de su partido, la Liga Regionalista de Francesc Cambó. Y es precisamente ahí, en esa Conferencia Nacional Catalana, donde surgen dos nuevos partidos nacionalistas: Acció Catalana y Estat Català. Estos partidos adoptaron intencionadamente una postura mucho más radical e intransigente que la Liga Regionalista.
Ante la “guerra sucia” que se desató para lograr la independencia de Cataluña, los responsables de la Liga Regionalista adoptaron una postura sumamente prudente y cautelosa. Y en vez de dar pábulo  a las nuevas reivindicaciones estatutarias, prefirieron defender honestamente el “orden social” preestablecido. Los más jóvenes del partido, que buscaban la manera de crear una República Catalana independiente o federada, encolerizados por la inesperada actitud de sus dirigentes, abandonaron la Liga y, parte de ellos, se integraron en Acció Catalana, con otros miembros del republicanismo nacionalista catalán.´
Y el resto de los jóvenes que abandonaron la Liga, los más radicales e izquierdistas, pasaron a formar parte del partido Estat Català, fundado por el ex teniente coronel del Ejército Español, Francesc Macià. Y desde el primer momento, los afiliados de Estat Català intentaron romper cualquier tipo de relación con España y proclamar el Estado Catalán. Eran partidarios incluso de recurrir a la lucha armada para conseguir su objetivo básico, el autogobierno. Y de hecho, participaron activamente, entre septiembre de 1923 y enero de 1930, contra la dictadura del general Miguel Primo de Rivera.
Es verdad que Francesc Macià y la cúpula de Estat Català se vieron obligados a huir a Perpiñán. Pero los que quedaron en Cataluña, continuaron con su actividad secreta, luchando denodadamente contra el poder constituido, para lograr la ansiada independencia. Para mantener esa lucha, crearon 54 escamots o pelotones y pusieron en marcha una organización clandestina con el nombre de Bandera Negra.
Los responsables de Bandera Negra culpaban al rey de España, Alfonso XIII, de la instauración de la dictadura del general Primo de Rivera. Y por lo tanto, le responsabilizaban también de la cruel represión que sufría el catalanismo y de tener rigurosamente prohibido utilizar los símbolos catalanes. Enfurecidos por semejante motivo, planean atentar contra Alfonso XIII, en su próxima visita a Cataluña, programada para  el 26 de junio de 1925.
El intento de magnicidio quedó afortunadamente en eso, en un simple intento de atentado. Y los implicados en el mismo intentaron probar fortuna, una vez más, integrándose en la partida armada que estaba organizando el propio Macià en la localidad francesa de Prats de Molló, para proceder a la invasión militar de Cataluña. El plan era muy sencillo. En noviembre de 1926, los escamots o voluntarios armados saldrían de suelo francés y caerían por sorpresa sobre Olot.  Y después de dominar los cuarteles de la Guardia Civil y de los Carabineros, se dirigirían a  Barcelona, para declarar allí la huelga general y, proclamar la República Catalana.
Pero la proyectada invasión, como era de esperar, terminó en un completo fracaso por partida doble, ya que el plan fue totalmente desarticulado por las policías de Francia y de España. Tan pronto como los independentistas recibieron  la orden de actuar, la policía francesa detuvo, cerca de la frontera española a la mayor parte de los que participaban en aquella intentona. Hizo lo mismo la policía española con los involucrados en el complot del interior de Cataluña.
Ni que decir tiene que uno de los detenidos por la policía gala fue el propio Francesc Macià, que era el responsable máximo del proyecto de invasión. Se le juzgó en París, siendo seguidamente desterrado a Bélgica. A partir de entonces, Macià redoblo su actividad propagandística en busca de la independencia de Cataluña.
El activista más impenitente del independentismo catalán, Francesc Macià, regresó a España en enero de 1931, un año después de la dimisión obligada  de Miguel Primo de Rivera. Y comenzó a colaborar con el movimiento republicano que se extendió rápidamente por toda España y, por supuesto, a condicionar el desarrollo y los cometidos del nacionalismo catalán. Y terminó influyendo decisivamente en la creación de un nuevo partido, la Esquerra Republicana de Cataluña. Y Macià fue elegido por unanimidad presidente de dicho partido.
El 12 de abril de 1931, hubo elecciones municipales en España. Y el triunfo cosechado por los republicanos en las principales capitales de provincia, sobre todo en Madrid y Barcelona, fue francamente determinante para que, el 14 de abril, se procediera a la proclamación de la II República Española, sin esperar al recuento total de los votos.
Los simpatizantes republicanos de cada una de esas capitales entablaron una especie de pugilato con los de las demás ciudades, para  anotarse el tanto de ser los primeros en proclamar la República y en izar la bandera tricolor. La palma se la llevaron los nuevos concejales de Vigo, que no esperaron ni a que alboreara el día 14 de abril para hacer esa labor. Unas pocas horas más tarde, a las seis y media de la mañana de ese día, harían lo mismo los regidores de Éibar. A lo largo de todo ese día,  lo seguirían haciendo otras muchas capitales de provincia, incluidas las dos más importantes, Madrid y Barcelona.
Sobre la una y media de la tarde del 14 de abril, uno de los líderes de Esquerra Republicana de Cataluña, Lluís Companys, que había obtenido una resonante victoria en las elecciones municipales del 12 de abril, salió al balcón del Ayuntamiento de Barcelona, para proclamar la República e izar la  bandera republicana.
Aproximadamente una hora después de retirarse Lluís Companys del balcón del Consistorio barcelonés, apareció en ese mismo balcón el máximo líder de Esquerra Republicana, Francesc Macià y, dirigiéndose  a la multitud que se había concentrado en la plaza de San Jaime, proclamó solemnemente el Estado Catalán. Daba por hecho que, en Madrid,  no tardarían mucho en proclamar la República Española, adoptando una forma de Estado federal o confederal.
Unas horas más tarde, Macià se dirigió nuevamente a la muchedumbre que seguía expectante en la plaza de San Jaime, pero esta vez desde el balcón del palacio de la Diputación, para hacer pública su decisión de presidir el gobierno de Cataluña.  Y ese mismo día, a última hora de la tarde, una vez proclamada la República en Madrid, firmó una nueva proclamación de la República Catalana, como Estado integrado de la Federación Ibérica.
Esta última decisión de Francesc Macià implicaba, ni más ni menos, la separación de Cataluña del resto de España. Y esta situación era absolutamente  inaceptable, claro está, para el Gobierno Provisional de la República, que acababa de  constituirse en Madrid. Y para corregir a tiempo semejante despropósito, viajaron a Barcelona tres ministros de ese Gobierno, Marcelino Domingo, Nicolau d’Olwer y Fernando de los Ríos, para pedir al  dirigente catalán más mesura y un cambio radical de postura política.
La entrevista fue realmente complicada. Pero  al final lograron firmar un acuerdo. Macià moderó sensiblemente sus pretensiones, y renunció a la República Catalana, que había anunciado con toda solemnidad.  A cambio de esa renuncia, el Gobierno Provisional se obligaba a defender, ante las futuras Cortes Constituyentes, el  Estatuto de Autonomía que propusiera Cataluña. Y a partir de entonces, el gobierno catalán dejaría de llamarse Consejo de Gobierno de la República Catalana y pasaría a ser el Gobierno de la Generalitat de Cataluña.
Y el 14 de diciembre de 1932, con el Parlamento Catalán ya normalizado, Francesc Macià fue elegido presidente de la Generalitat. Y se mantuvo en el cargo hasta el día de su muerte, que se produjo el 25 de diciembre de 1933. Le sustituyó en el cargo el conocido independentista y líder de Esquerra Republicana, Lluís Companys.
Como no podía ser menos, el nuevo presidente no tardó mucho en dejarse llevar por sus ideas políticas y por su desmedida ambición. Y el día 6 de octubre de 1934, aprovechando la huelga general revolucionaria que se inició el día anterior, Companys proclama el Estado Catalán, integrado, eso sí, en la República Federal Española. Toda una fanfarronada, que afortunadamente duró muy poco, un día nada más.
Una vez instaurada la República Catalana, Lluís Companys pidió al capitán general y general en jefe de la IV División Orgánica, con sede en Barcelona, el general Domingo Batet, que se pusiera a sus órdenes. Pero el general Batet, siguiendo órdenes del nuevo presidente del Consejo de Ministros, Alejandro Lerroux, proclamo el estado de guerra. Y a pesar de los esfuerzos de los escamots, de las milicias  de la Esquerra y de los Mozos de Escuadra, la rebelión catalana terminó necesariamente en el fracaso más absoluto.
Sobre las seis de la mañana del día 7, cuando apenas habían pasado diez horas de la proclamación de la República Catalana, Companys comunicó al general Batet su rendición. Poco tiempo después, las tropas del general Batet entraron en el Palacio de la Generalidad, y detuvieron al presidente Companys y a todos sus consejeros, menos a Josep Dencàs, que escapó por las alcantarillas y huyó a Francia. Y quedó en suspenso, por supuesto, el Estatuto de Autonomía de Cataluña de 1932.
Pero la reclusión de los miembros del Gobierno de la Generalidad no fue muy prolongada. El ‘pucherazo’ o las alteraciones fraudulentas, realizadas intencionadamente en algunas actas de las Elecciones Generales de febrero de 1936, dieron el triunfo al Frente Popular. Y el Frente Popular, nada más llegar al poder, no solo puso en libertad a Companys, juntamente con sus esbirros. Fue aún mucho más lejos, y los amnistió, restauró la Generalitat y volvió a colocar a Lluís Companys, ¡faltaría más!, al frente de la misma.
Y llegó el 18 julio y, ese día, se produjo el Alzamiento Nacional que, como es sabido, fracasó estrepitosamente en Cataluña. El presidente de la Generalitat trató de blindarse, creando por decreto, el Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña. Y fueron precisamente esas milicias las responsables de asesinar a más de 8.350 víctimas, sin juicio previo, ni garantía legal alguna. Se les condenaba simplemente por ser de derechas, por formar parte del empresariado catalán o por ser clérigos o pertenecer a una orden religiosa. Los 199 militares que participaron en el Alzamiento fueron fusilados directamente,  por orden expresa de Lluís Companys.
A parte de algún que otro enfrentamiento esporádico con el Gobierno republicano de Juan Negrín por las arbitrariedades que sufría, el presidente de la Generalitat supo mantener el tipo  hasta el 3 de enero de 1939. A partir de esa fecha, la situación de Cataluña cambió radicalmente. Superada con éxito la batalla del Ebro, las tropas de Franco tenían expedito  el camino de Cataluña. Las milicias republicanas eran incapaces de establecer ninguna línea de resistencia para obstaculizar el avance de los nacionales.
Pocos días después, cayó Tarragona y la sentencia sobre el resto de Cataluña estaba ya dictada. Barcelona era ya indefendible y, en muy pocas semanas caería irremisiblemente en manos de las tropas de Franco. Con las tropas republicanas terriblemente desmoralizadas, el Ejército Nacional siguió su avance sin encontrar apenas resistencia, que terminó, por supuesto, con la ocupación de toda Cataluña. A Lluís Companys, por lo tanto, lo mismo que al resto de los miembros del Gobierno de la Generalitat, no les quedaba más remedio que enfrentarse a un exilio ciertamente problemático. Y terminaron marchando precipitadamente a Francia.         
Los supremacistas catalanes actuales siguen odiando a España y a sus Instituciones tan intensa y tan visceralmente como los antiguos compinches de Lluís Companys, que integraban la vieja Izquierda Republicana. Siguen siendo tan impertinentes y tan irracionales como ellos y, como no podía ser menos, culpan a Franco de todos los males que padece Cataluña. Y sin embargo, no ha habido en la historia  dirigente político alguno que haya tratado a esa tierra con más consideración, más generosidad y más mimo que el general Francisco Franco
Si revisamos desapasionadamente los datos que nos ofrece la historia económica, veremos que fue entonces, durante los años centrales del vilipendiado franquismo, cuando se produjo el mayor desarrollo industrial de Cataluña y, sobre todo, cuando más prosperaron los negocios particulares. Que se lo digan, si no, a los numerosos empresarios pequeños, a los tenderos, a los comerciantes y, por qué no decirlo, a los payeses que trabajaban sus propias tierras. Todos ellos experimentaron el mayor auge  económico de todos los tiempos, gracias a las reformas y a las transformaciones sociales, introducidas por el régimen de Franco.
Todos los españoles, es verdad, se beneficiaron de ese desarrollo económico y de ese crecimiento industrial. Pero sin llegar, en ningún caso, a competir con los catalanes, ni en el aumento de  la renta per cápita, ni en la mejora del nivel de vida, que alcanzaron niveles francamente desconocidos hasta entonces. Es normal, creo yo, que agasajaran a Franco y que celebraran, incluso,  su triunfo.
Los problemas volverían desgraciadamente con la Transición Democrática. Con la desaparición de Franco y el obligado cambio de régimen, no tardó mucho en aparecer de nuevo el viejo independentismo. Comenzó, eso sí, de manera velada y moderada. Pero no tardó mucho en comenzar a crecer de manera constante y progresiva, gracias a la falta de vigilancia en educación y a la exagerada  permisividad con la  inmersión lingüística. Los dirigentes catalanes se aprovecharon descaradamente  de tales circunstancias para practicar un adoctrinamiento abusivo en las escuelas.
Y por si todo esto fuera poco, tanto el PSOE,  como el Partido Popular, no dudaron en pastelear irresponsablemente con los nacionalistas insaciables, ofreciéndoles toda clase de prebendas y privilegios, para recabar su apoyo para llegar al poder o para mantenerse en él. Llegaron, incluso a cederles competencias, propias del Gobierno central, como es el caso de Sanidad, Educación y Justicia.
Al recibir tantas dádivas de los distintos Gobiernos del PSOE y del Partido Popular, los separatistas catalanes se crecieron y comenzaron a soñar con una Arcadia más fantástica aún que la del Peloponeso. Y Carles  Puigdemont, presidente ocasional de Cataluña, que aspiraba a ser el rey del mambo indiscutible, dictaminó sin más, que había llegado el momento de independizarse de España. Y obviando intencionadamente cualquier otra consideración, nos sorprendió, convocando un referéndum de autodeterminación.
Como era de esperar, dicho referéndum fue oportunamente suspendido por el Tribunal Constitucional. Pero Puigdemont, envalentonado en exceso, mantuvo su propósito. Y desafiando a todas las instituciones democráticas, siguió adelante con el referéndum, que se celebró, de manera totalmente ilegal, el 1 de octubre de 2017. Con este referéndum ilegal y con la declaración unilateral de independencia de Cataluña, realizada por parte el Parlamento autonómico el 27 de ese mes de octubre, quedaba debidamente escenificado el procés soberanista, que inició Artur Mas en el año 2012.

Barrillos de las Arrimadas, 10 de julio de 2019
José Luis Valladares Fernández

4 comentarios:

  1. El independentismo catalán!es lo mas parecido a una metástasis en el cuerpo y alma de la vieja nación Ibérica.Un asunto que nunca tiene fin!saludos!

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  2. Detallado, documentado y muy bien expuesto.

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    1. Son los datos históricos, tal como se han ido produciendo,que han terminado empobreciendo a una región tan destacada como Cataluña

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