lunes, 9 de marzo de 2020

HABLEMOS CLARO


VIII.- Sánchez y sus acólitos odian a Franco por los favores que hizo l mundo del trabajo




Tardaría aún más de diez años y medio en caer el Muro de Berlín y Felipe González, secretario general del Partido Socialista, ya se había dado cuenta del inminente fracaso del marxismo. Y vio que, si el PSOE no abandonaba a tiempo su condición de marxista, podía hundirse irremisiblemente a la vez que el marxismo.

Y para evitar semejante riesgo, González acudió al XXVIII del PSOE, que se celebró en Madrid en mayo 1979 con una propuesta francamente desconcertante para la mayor parte de los delegados. Con su célebre frase “hay que ser socialistas antes que marxistas”, les pedía, ni más ni menos, que renunciaran al marxismo como ideología oficial del Partido. Pero los partidarios de mantener la línea tradicional marxista del PSOE, que eran mayoría, rechazaron tajantemente dicha propuesta. Y al no conseguir su propósito, González abandonó el cargo de secretario general, quedando el partido momentáneamente en manos de una Comisión Gestora.

Y como el clima de enfrentamiento entre los dos sectores, el crítico o histórico y el moderado, siguió agudizándose progresivamente, la Comisión Gestora, dirigida por José Federico de Carvajal, intentó pacificar el Partido, convocando un Congreso Extraordinario que se celebró los días 28 y 29 de septiembre de ese mismo año.

En las primeras sesiones de este Congreso Extraordinario, volvió a aflorar la división y el enfrentamiento entre las dos corrientes mayoritarias del PSOE. Felipe González, Alfonso Guerra y sus partidarios seguían siendo claramente partidarios del abandono del marxismo como ideología oficial del Partido. Por otro lado, estaban los del bando crítico o histórico, comandado por Pablo Castellano y por Francisco Bustelo, que eran totalmente contrarios al abandono de la línea tradicional marxista que siempre ha caracterizado al PSOE.

Tras los intensos debates para dilucidar la línea o el rumbo que debía seguir el partido, las dos corrientes llegaron finalmente a una especie de entente, moderando ambas sus pretensiones iniciales. El sector renovador consiguió, cómo no, que los postulados marxistas dejaran de formar parte de la ideología oficial del PSOE. Y para no desairar inútilmente al sector histórico, la corriente renovadora accedió a que el marxismo continuara dentro del programa político del Partido Socialista, aunque simplemente, eso sí, como instrumento meramente teórico y sin el menor atisbo dogmático.

Una vez alcanzado este acuerdo programático entre las dos principales corrientes ideológicas, Felipe González vuelve a hacerse con la Secretaria General del PSOE. Y al verse con  las manos más libres que en la etapa anterior, trató de conseguir un Partido más cohesionado y más moderno y, por supuesto, con perspectivas de futuro absolutamente claras  y halagüeñas.

Pero la corrupción, que es el viejo pecado de los partidos políticos que alcanzan cuotas de poder considerables, unida a la guerra sucia o terrorismo de Estado, que practicaban las agrupaciones parapoliciales para acabar con ETA, terminaron apagando la otrora refulgente estrella de Felipe González. Y esto, claro está, fue determinante para que las elecciones generales, que estaban originalmente previstas para julio de 1997, fueran adelantadas a marzo de 1996. Y aunque por un estrecho margen, esas elecciones las ganó José María Aznar y González lógicamente, tuvo que abandonar La Moncloa. 

Y como el descrédito institucional de Felipe González siguió aumentando gradualmente  de manera imparable, dimitió también como secretario general en el XXXIV Congreso del PSOE, que se celebró en junio de 1997. No logró digerir el vuelco del panorama político provocado por el abandono paulatino de sectores de la población, que contribuyeron a encumbrarle en 1982, y que no eran completamente fieles como pensaba.

Contra todo pronóstico, en marzo de 2004, llega al Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, un político del PSOE de segunda categoría y con muy poco predicamento. Tuvo la culpa, es verdad, el atentado terrorista contra los trenes de cercanías madrileños, el más grave de  nuestra historia, que aún no ha sido enteramente aclarado. Y ya se sabe que, como dijo Baltasar Gracián, “el primer paso de la ignorancia es presumir de saber”. Y Zapatero comenzó a pensar que era un superdotado y que su intuición era prácticamente infalible.

Imbuido de un mesianismo ególatra y absurdo, Rodríguez Zapatero creyó que había sido elegido para corregir las desviaciones y los errores de los socialistas, que claudicaron ante la famosa Transición Española y, por qué no decirlo, para mostrar el camino a todos los españoles de bien. Por lo tanto, rompe decididamente con el socialismo que abandera el consenso y la concordia constitucional, auspiciado valientemente por Felipe González.

Y como estaba dispuesto a repetir el esquema de la Segunda República y, sobre todo, a restaurar el pasado enfrentamiento entre las dos Españas que cantó Antonio Machado, Zapatero se empeñó en regresar nada menos que a 1936. Así que, sin pérdida de tiempo, comenzó a remover el pasado y a desenterrar muertos. A partir de entonces, se dedicó a tensar convenientemente el ambiente guerracivilista entre la izquierda y la derecha.

A Rodríguez Zapatero, por supuesto, le molestaba enormemente el desarrollo de la última etapa de nuestra historia. Renegaba incluso de la actuación de su propio Partido durante la Transición por haber aceptado, sin más, que se humillara a ‘los buenos’, a los que fueron injustamente derrotados durante la Guerra Civil. Eso le lleva a iniciar su particular ajuste de cuentas, entroncando su mandato con la Segunda República y, por qué no decirlo, tratando de reescribir la historia para volver a dignificar a los infamados republicanos.

Y como Zapatero no está dispuesto a arrugarse y quiere conseguir semejante propósito, a la vez que da a su actuación personal un aire eminentemente ‘rojo’ y   republicano, se alía con los independentistas y los proetarras para aislar a la derecha. Y termina poniendo en marcha su famosa Ley de Memoria Histórica que, si Dios no lo remedia, acentuará aún más la discordia y la división hasta entre los ciudadanos de a pie. No olvidemos que el objetivo fundamental de la Memoria Histórica es muy claro: desacreditar a la derecha actual, convirtiéndola en heredera directa de los que, en 1936, se levantaron contra La República y acabaron con la democracia.

Y para que rebose aún más el vaso de los despropósitos, después de un periodo lleno de vacilaciones e inseguridades, dirigido por Mariano Rajoy, entra en escena un personaje tan vacuo y tan pagado de sí mismo como Pedro Sánchez. Este falso doctor, que no vale ni para concejal de pueblo, trata de perpetuarse indefinidamente en La Moncloa, echándose en  manos de los enemigos más peligrosos de España, los neomarxistas de Podemos, los independentistas vascos y catalanes y, por supuesto, los testaferros de ETA.

Y como al vanidoso Sánchez le sobra mucha ambición y cuenta lamentablemente con muy poca inteligencia política, trató de dar satisfacción plena a su complicado ego, buscando el aplaudo fácil e inmediato para aumentar artificialmente su popularidad personal. De ahí, sus arriesgadas acrobacias políticas, concertando acuerdos con toda esa ralea de antiespañoles, dejando a veces al mismo PSOE a los pies de los caballos.

Ahí está, por ejemplo, el pacto de rendición, realizado por Pedro Sánchez con el nacionalismo excluyente y separatista y con los proetarras, que deja en muy mal lugar a los socialistas. Y con su sometimiento absurdo a Podemos, aparta al PSOE del constitucionalismo y lo convierte desgraciadamente en el partido antisistema más grande de España. Y  los socialistas españoles, afectos a la vieja socialdemocracia europea, pueden despedirse ya del actual PSOE con el Requiem de Mozart o el de Verdi, o haciendo simplemente ‘mutis por el foro’.

La ‘podemización’ del PSOE, provocada por Pedro Sánchez, es determinante para que, con su llegada a La Moncloa, comiencen a repetirse hechos lamentables que ya ocurrieron durante la Segunda República. Es el caso, por ejemplo, de la polarización social que crece desmesuradamente, y que ha dado lugar a la reaparición del peligroso y preocupante guerracivilismo, que había sido enterrado durante la Transición. Se repite, lo que ocurrió durante el llamado ‘bienio negro’ de la Republica con la bolchevización del PSOE, dirigida entonces al alimón  por los socialistas Francisco Largo Caballero y Luis Araquistáin Quevedo.

Pero los disparates del doctor fruslero que nos gobierna, no acaban aquí. Como se siente respaldado por esa reata de populistas revolucionarios, separatistas y de los representantes políticos de los terroristas, intenta modificar la nefasta Ley de Memoria Histórica para revertir el resultado de la pasada Guerra Civil, que perdieron, ahora hace casi un siglo, sus antiguos compañeros de Partido.

Con la Memoria Histórica o, si se quiere, con la Desmemoria Histórica, Rodríguez Zapatero trató simplemente de deslegitimar nuestra Transición española hacia la Democracia. Y Sánchez, que presume de un perfil de izquierdas nada común, va mucho más lejos y quiere modificar esa Ley, para crear una Comisión de la Verdad, que tenga la última palabra para fijar unos hechos, prescindiendo incluso de lo que realmente sucedió. Y utiliza esta burda manipulación de la historia para dictaminar la ilegalidad de los tribunales de la dictadura y, por consiguiente, la nulidad de todas sus resoluciones.

Hay que destacar, que Pedro Sánchez es un impostor, un mentiroso compulsivo que, en el plano moral, demuestra ser más bien un supremacista integral. En el plano intelectual, faltaría más, presume de ser un superdotado. Con su comportamiento, sin embargo, demuestra fehacientemente que es más bien un personaje muy superficial y mediocre. Ahí están, para demostrarlo, sus muchos complejos y sus extrañas y complicadas devociones, que condicionaron la composición de su Gobierno.

Aunque el vanidoso Sánchez todavía andaba a gatas cuando murió Franco, todas sus actuaciones están expresamente marcadas por su inconcebible y trasnochado antifranquismo. Es tan vengativo que disfrutaría profundamente borrando de un plumazo de la historia de España al  que fuera su Generalísimo. Pero como eso no es posible, se ensaña contra Franco, desatando contra él una guerra sucia, llena de diatribas hirientes, de calumnias malintencionadas y, sobre todo, no dejándole ni descansar en su tumba.

Y para poner fin definitivamente a la supuesta afrenta moral que representa la figura de Franco para la democracia española, el impresentable presidente del Gobierno que padecemos procurará completar la retirada de los ‘símbolos franquistas’, que aún puedan quedar en algún lugar público, e intentará completar la faena, reformando el Código Penal, para incluir como delito cualquier clase de exaltación del franquismo.

No estuvo especialmente acertado Pedro Sánchez con la sorprendente exhumación de sus restos mortales. Hasta ese momento, eran muy pocos los ciudadanos que se acordaban de Franco y, mucho menos aún de su Régimen. Para la mayoría de los españoles, el antiguo Caudillo no era ya nada más que un personaje importante de nuestra historia pasada. Pero a nuestro iluso presidente se le fue la olla y, dando muestras de una insensatez infantil considerable,  actualizó de nuevo su figura, volviendo así a enfervorizar a muchos de los antiguos franquistas.

Como le pasa a todo hijo vecino, es seguro que Franco cometió también muchas equivocaciones. Y es muy posible  que  se le fuera la mano, por qué no, y cometiera también algún desmán grave durante los años de la posguerra. Los ambientes bélicos dan para eso y para mucho más. En el Estado del 18 de julio, es verdad, no había libertad política en absoluto. Pero, eso sí, disfrutábamos de muchas más libertades personales que ahora.

Es evidente, que Franco hizo cosas muy buenas. La principal, creo yo, haber evitado la  sovietización de España, que buscaban  algunos gerifaltes del PSOE. Si se hubieran cumplido los perversos deseos de Largo Caballero o Juan Negrín, hubiéramos acabado, ahí es nada, como los demás pueblos satélites de la URSS, hundidos irremisiblemente en la miseria. Y lo que es peor aún, no hubiéramos accedido tan fácilmente  a la Democracia actual.

Hay que reconocer, además, que Franco industrializó a España y nos sacó de la secular pobreza, que ni el viejo liberalismo, ni la revolución burguesa supieron atajar. El Régimen denostado invariablemente por el engreído Sánchez y por toda la izquierda española, supo realizar una de las mayores transformaciones sociales y económicas que hemos vivido en España.

Debemos al general, Francisco Franco, entre otras muchas cosas, la creación de la Clase Media y la construcción evidente del Estado de Bienestar que quieren atribuirse otros. Puso en marcha la Seguridad Social, la Sanidad pública, las pensiones de jubilación. Instauró el abono del descanso dominical y de los festivos, las vacaciones pagadas y, por supuesto, las pagas extraordinarias de Navidad y del 18 de julio. Y no podemos olvidarnos de las viviendas sociales que el Estado del 18 de julio construyó explícitamente, para facilitar a los trabajadores más necesitados el acceso a la propiedad de una de ellas.

Es un hecho indudable, que los responsables del PSOE suelen atribuirse habitualmente, y en exclusiva, el mecenazgo y la defensa de los trabajadores. Pero les explotan lo que pueden, haciéndoles trabajar para Hacienda, mientras que con Franco no hicieron jamás la Declaración de la Renta. Y para que nadie pueda hacer comparaciones, porque saldrían muy malparados, han preparado toda una cruzada para obviar y silenciar lo que el denostado Caudillo hizo por la clase trabajadora.

Se perfectamente, que esta afirmación no es políticamente correcta, pero con Memoria Histórica o sin Memoria Histórica, es la puñetera verdad. Y ya se sabe que la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.

Gijón, 7 de marzo de 2020

José Luis Valladares Fernández

2 comentarios:

  1. Es un afán de querer cambiar la historia, cuando las cosas ocurrieron de manera diferente a como a ellos les habría gustado.

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