VIII.-
Sánchez y sus acólitos odian a Franco por los favores que hizo l mundo del
trabajo
Tardaría aún más de diez años y medio en caer
el Muro de Berlín y Felipe González, secretario general del Partido Socialista,
ya se había dado cuenta del inminente fracaso del marxismo. Y vio que, si el
PSOE no abandonaba a tiempo su condición de marxista, podía hundirse
irremisiblemente a la vez que el marxismo.
Y para evitar semejante riesgo, González acudió
al XXVIII del PSOE, que se celebró en Madrid en mayo 1979 con una propuesta
francamente desconcertante para la mayor parte de los delegados. Con su célebre
frase “hay que ser socialistas antes que marxistas”, les pedía, ni
más ni menos, que renunciaran al marxismo como ideología oficial del
Partido. Pero los partidarios de mantener la línea tradicional marxista del
PSOE, que eran mayoría, rechazaron tajantemente dicha propuesta. Y al no
conseguir su propósito, González abandonó el cargo de secretario general,
quedando el partido momentáneamente en manos de una Comisión Gestora.
Y como el clima de enfrentamiento entre los dos
sectores, el crítico o histórico y el moderado, siguió agudizándose
progresivamente, la Comisión Gestora, dirigida por José Federico de Carvajal,
intentó pacificar el Partido, convocando un Congreso Extraordinario que se
celebró los días 28 y 29 de septiembre de ese mismo año.
En las primeras sesiones de este Congreso
Extraordinario, volvió a aflorar la división y el enfrentamiento entre las dos
corrientes mayoritarias del PSOE. Felipe González, Alfonso Guerra y sus
partidarios seguían siendo claramente partidarios del abandono del marxismo
como ideología oficial del Partido. Por otro lado, estaban los del bando
crítico o histórico, comandado por Pablo Castellano y por Francisco Bustelo,
que eran totalmente contrarios al abandono de la línea tradicional marxista que
siempre ha caracterizado al PSOE.
Tras los intensos debates para dilucidar la
línea o el rumbo que debía seguir el partido, las dos corrientes llegaron
finalmente a una especie de entente, moderando ambas sus pretensiones
iniciales. El sector renovador consiguió, cómo no, que los postulados marxistas
dejaran de formar parte de la ideología oficial del PSOE. Y para no desairar
inútilmente al sector histórico, la corriente renovadora accedió a que el marxismo
continuara dentro del programa político del Partido Socialista, aunque
simplemente, eso sí, como instrumento meramente teórico y sin el menor atisbo
dogmático.
Una vez alcanzado este acuerdo programático
entre las dos principales corrientes ideológicas, Felipe González vuelve a
hacerse con la Secretaria General del PSOE. Y al verse con las manos más libres que en la etapa
anterior, trató de conseguir un Partido más cohesionado y más moderno y, por
supuesto, con perspectivas de futuro absolutamente claras y halagüeñas.
Pero la corrupción, que es el viejo pecado de
los partidos políticos que alcanzan cuotas de poder considerables, unida a la
guerra sucia o terrorismo de Estado, que practicaban las agrupaciones
parapoliciales para acabar con ETA, terminaron apagando la otrora refulgente
estrella de Felipe González. Y esto, claro está, fue determinante para que las
elecciones generales, que estaban originalmente previstas para julio de 1997,
fueran adelantadas a marzo de 1996. Y aunque por un estrecho margen, esas
elecciones las ganó José María Aznar y González lógicamente, tuvo que abandonar
La Moncloa.
Y como el descrédito institucional de Felipe
González siguió aumentando gradualmente de manera imparable, dimitió también como
secretario general en el XXXIV Congreso del PSOE, que se celebró en junio de
1997. No logró digerir el vuelco del panorama político provocado por el
abandono paulatino de sectores de la población, que contribuyeron a encumbrarle
en 1982, y que no eran completamente fieles como pensaba.
Contra todo pronóstico, en marzo de 2004, llega
al Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, un político del PSOE de segunda
categoría y con muy poco predicamento. Tuvo la culpa, es verdad, el atentado
terrorista contra los trenes de cercanías madrileños, el más grave de nuestra historia, que aún no ha sido
enteramente aclarado. Y ya se sabe que, como dijo Baltasar Gracián, “el primer
paso de la ignorancia es presumir de saber”. Y Zapatero comenzó a pensar que
era un superdotado y que su intuición era prácticamente infalible.
Imbuido de un mesianismo ególatra y absurdo,
Rodríguez Zapatero creyó que había sido elegido para corregir las desviaciones
y los errores de los socialistas, que claudicaron ante la famosa Transición
Española y, por qué no decirlo, para mostrar el camino a todos los españoles de
bien. Por lo tanto, rompe decididamente con el socialismo que abandera el
consenso y la concordia constitucional, auspiciado valientemente por Felipe
González.
Y como estaba dispuesto a repetir el esquema de
la Segunda República y, sobre todo, a restaurar el pasado enfrentamiento entre
las dos Españas que cantó Antonio Machado, Zapatero se empeñó en regresar nada
menos que a 1936. Así que, sin pérdida de tiempo, comenzó a remover el pasado y
a desenterrar muertos. A partir de entonces, se dedicó a tensar
convenientemente el ambiente guerracivilista entre la izquierda y la derecha.
A Rodríguez Zapatero, por supuesto, le
molestaba enormemente el desarrollo de la última etapa de nuestra historia.
Renegaba incluso de la actuación de su propio Partido durante la Transición por
haber aceptado, sin más, que se humillara a ‘los
buenos’, a los que fueron injustamente derrotados durante la Guerra Civil.
Eso le lleva a iniciar su particular ajuste de cuentas, entroncando su mandato
con la Segunda República y, por qué no decirlo, tratando de reescribir la
historia para volver a dignificar a los infamados republicanos.
Y como Zapatero no está dispuesto a arrugarse y
quiere conseguir semejante propósito, a la vez que da a su actuación personal
un aire eminentemente ‘rojo’ y republicano, se alía con los
independentistas y los proetarras para aislar a la derecha. Y termina poniendo
en marcha su famosa Ley de Memoria Histórica que, si Dios no lo remedia, acentuará
aún más la discordia y la división hasta entre los ciudadanos de a pie. No
olvidemos que el objetivo fundamental de la Memoria Histórica es muy
claro: desacreditar a la derecha actual, convirtiéndola en heredera directa de
los que, en 1936, se levantaron contra La República y acabaron con la
democracia.
Y para que rebose aún más el vaso de los despropósitos,
después de un periodo lleno de vacilaciones e inseguridades, dirigido por
Mariano Rajoy, entra en escena un personaje tan vacuo y tan pagado de sí mismo
como Pedro Sánchez. Este falso doctor, que no vale ni para concejal de pueblo,
trata de perpetuarse indefinidamente en La Moncloa, echándose en manos de los enemigos más peligrosos de
España, los neomarxistas de Podemos, los independentistas vascos y catalanes y,
por supuesto, los testaferros de ETA.
Y como al vanidoso Sánchez le sobra mucha
ambición y cuenta lamentablemente con muy poca inteligencia política, trató de
dar satisfacción plena a su complicado ego, buscando el aplaudo fácil e
inmediato para aumentar artificialmente su popularidad personal. De ahí, sus
arriesgadas acrobacias políticas, concertando acuerdos con toda esa ralea de
antiespañoles, dejando a veces al mismo PSOE a los pies de los caballos.
Ahí está, por ejemplo, el pacto de rendición,
realizado por Pedro Sánchez con el nacionalismo excluyente y separatista y con
los proetarras, que deja en muy mal lugar a los socialistas. Y con su
sometimiento absurdo a Podemos, aparta al PSOE del constitucionalismo y lo
convierte desgraciadamente en el partido antisistema más grande de España.
Y los socialistas españoles, afectos a
la vieja socialdemocracia europea, pueden despedirse ya del actual PSOE con el Requiem
de Mozart o el de Verdi, o haciendo simplemente ‘mutis por el foro’.
La ‘podemización’ del PSOE, provocada
por Pedro Sánchez, es determinante para que, con su llegada a La Moncloa,
comiencen a repetirse hechos lamentables que ya ocurrieron durante la Segunda
República. Es el caso, por ejemplo, de la polarización social que crece
desmesuradamente, y que ha dado lugar a la reaparición del peligroso y
preocupante guerracivilismo, que había sido enterrado durante la Transición. Se
repite, lo que ocurrió durante el llamado ‘bienio negro’ de la Republica con
la bolchevización del PSOE, dirigida entonces al alimón por los socialistas Francisco Largo Caballero
y Luis Araquistáin Quevedo.
Pero los disparates del doctor fruslero que nos
gobierna, no acaban aquí. Como se siente respaldado por esa reata de populistas
revolucionarios, separatistas y de los representantes políticos de los
terroristas, intenta modificar la nefasta Ley de Memoria Histórica para
revertir el resultado de la pasada Guerra Civil, que perdieron, ahora hace casi
un siglo, sus antiguos compañeros de Partido.
Con la Memoria Histórica o, si se quiere,
con la Desmemoria Histórica, Rodríguez Zapatero trató simplemente de
deslegitimar nuestra Transición española hacia la Democracia. Y Sánchez, que presume
de un perfil de izquierdas nada común, va mucho más lejos y quiere modificar
esa Ley, para crear una Comisión de la Verdad, que tenga la
última palabra para fijar unos hechos, prescindiendo incluso de lo que
realmente sucedió. Y utiliza esta burda manipulación de la historia para
dictaminar la ilegalidad de los tribunales de la dictadura y, por consiguiente,
la nulidad de todas sus resoluciones.
Hay que destacar, que Pedro Sánchez es un
impostor, un mentiroso compulsivo que, en el plano moral, demuestra ser más
bien un supremacista integral. En el plano intelectual, faltaría más, presume
de ser un superdotado. Con su comportamiento, sin embargo, demuestra
fehacientemente que es más bien un personaje muy superficial y mediocre. Ahí
están, para demostrarlo, sus muchos complejos y sus extrañas y complicadas
devociones, que condicionaron la composición de su Gobierno.
Aunque el vanidoso Sánchez todavía andaba a
gatas cuando murió Franco, todas sus actuaciones están expresamente marcadas
por su inconcebible y trasnochado antifranquismo. Es tan vengativo que
disfrutaría profundamente borrando de un plumazo de la historia de España
al que fuera su Generalísimo. Pero como
eso no es posible, se ensaña contra Franco, desatando contra él una guerra
sucia, llena de diatribas hirientes, de calumnias malintencionadas y, sobre
todo, no dejándole ni descansar en su tumba.
Y para poner fin definitivamente a la supuesta
afrenta moral que representa la figura de Franco para la democracia española,
el impresentable presidente del Gobierno que padecemos procurará completar la
retirada de los ‘símbolos franquistas’, que aún puedan quedar en algún lugar
público, e intentará completar la faena, reformando el Código Penal, para
incluir como delito cualquier clase de exaltación del franquismo.
No estuvo especialmente acertado Pedro Sánchez
con la sorprendente exhumación de sus restos mortales. Hasta ese momento, eran
muy pocos los ciudadanos que se acordaban de Franco y, mucho menos aún de su
Régimen. Para la mayoría de los españoles, el antiguo Caudillo no era ya nada
más que un personaje importante de nuestra historia pasada. Pero a nuestro
iluso presidente se le fue la olla y, dando muestras de una insensatez infantil
considerable, actualizó de nuevo su
figura, volviendo así a enfervorizar a muchos de los antiguos franquistas.
Como le pasa a todo hijo vecino, es seguro que Franco
cometió también muchas equivocaciones. Y es muy posible que se
le fuera la mano, por qué no, y cometiera también algún desmán grave durante
los años de la posguerra. Los ambientes bélicos dan para eso y para mucho más. En
el Estado del 18 de julio, es verdad, no había libertad política en absoluto.
Pero, eso sí, disfrutábamos de muchas más libertades personales que ahora.
Es evidente, que Franco hizo cosas muy buenas.
La principal, creo yo, haber evitado la
sovietización de España, que buscaban
algunos gerifaltes del PSOE. Si se hubieran cumplido los perversos
deseos de Largo Caballero o Juan Negrín, hubiéramos acabado, ahí es nada, como
los demás pueblos satélites de la URSS, hundidos irremisiblemente en la
miseria. Y lo que es peor aún, no hubiéramos accedido tan fácilmente a la Democracia actual.
Hay que reconocer, además, que Franco
industrializó a España y nos sacó de la secular pobreza, que ni el viejo
liberalismo, ni la revolución burguesa supieron atajar. El Régimen denostado
invariablemente por el engreído Sánchez y por toda la izquierda española, supo
realizar una de las mayores transformaciones sociales y económicas que hemos
vivido en España.
Debemos al general, Francisco Franco, entre
otras muchas cosas, la creación de la Clase Media y la construcción evidente
del Estado de Bienestar que quieren atribuirse otros. Puso en marcha la
Seguridad Social, la Sanidad pública, las pensiones de jubilación. Instauró el
abono del descanso dominical y de los festivos, las vacaciones pagadas y, por
supuesto, las pagas extraordinarias de Navidad y del 18 de julio. Y no podemos
olvidarnos de las viviendas sociales que el Estado del 18 de julio construyó
explícitamente, para facilitar a los trabajadores más necesitados el acceso a
la propiedad de una de ellas.
Es un hecho indudable, que los responsables del
PSOE suelen atribuirse habitualmente, y en exclusiva, el mecenazgo y la defensa
de los trabajadores. Pero les explotan lo que pueden, haciéndoles trabajar para
Hacienda, mientras que con Franco no hicieron jamás la Declaración de la Renta.
Y para que nadie pueda hacer comparaciones, porque saldrían muy malparados, han
preparado toda una cruzada para obviar y silenciar lo que el denostado Caudillo
hizo por la clase trabajadora.
Se perfectamente, que esta afirmación no es
políticamente correcta, pero con Memoria Histórica o sin Memoria
Histórica, es la puñetera verdad. Y ya se sabe que la verdad es la
verdad, dígala Agamenón o su porquero.
Gijón, 7 de marzo de 2020
José Luis Valladares Fernández
Es un afán de querer cambiar la historia, cuando las cosas ocurrieron de manera diferente a como a ellos les habría gustado.
ResponderEliminarLa Historia es la Historia y lo demás ganas de hacer el tonto
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