viernes, 29 de enero de 2021

PEDRO SÁNCHEZ Y EL BARQUERO DEL INFIERNO

 

 

Hay que reconocer que Caronte (Χάρων), es el personaje más enigmático que podemos encontrar en la mitología helénica. Para empezar, se vestía con harapos, tenía una barba blanca y enmarañada, que contribuía a darle un aspecto francamente descuidado y sombrío. Y por si todo esto fuera poco, era el barquero del inframundo. Se dedicaba a transportar en su barca las almas o sombras errantes de los difuntos recientes, al otro lado del rio Aqueronte, para que entraran en los dominios de  Hades (ᾍδης), que es el dios del inframundo, donde morarán ya por toda la eternidad.

Para realizar esa labor, los que acababan de morir tenían que tener un óbolo para pagar el viaje. Los que no podían hacer ese dispendio, estaban condenados a vagar cien años por las riveras del Aqueronte. Una vez completado ese plazo, Caronte ya acedía a llevarlos totalmente gratis a la otra orilla del rio, para que siguieran su camino hacia su destino final y definitivo en el inframundo.

Y mira por dónde, a Caronte le ha salido hoy día un duro competidor en el Gobierno socialcomunista, que dirige deplorablemente un personaje tan insólito como Pedro Sánchez. Parece ser que a Sánchez no le molesta que mueran tantas personas. Es más, da a entender que su hýbris, su enorme desmesura, le lleva a pensar que esa multiplicación de fallecimientos es extremadamente útil para hacer un reseteo de todo lo viejo que nos rodea, para que renazca el nuevo mundo, que predican incansablemente todos los partidarios del nuevo orden mundial.

El mismo Pedro Sánchez ha anunciado reiteradamente que, gracias a sus desvelos, estamos a punto de entrar en una ‘nueva normalidad’. Y ese hecho se producirá en España el próximo 21 de junio, cuando termine el actual estado de alarma. Y cuando disfrutemos de lleno de esa ‘nueva normalidad’, ya no necesitaremos mirar atrás, porque a partir de ese momento, habrá desaparecido todo lo que había atrás, que merecía la pena mirar.

Es sabido que Caronte cobraba un óbolo por desarrollar satisfactoriamente su trabajo funerario, motivo por el cual, en la Antigua Grecia, los que disponían de recursos suficientes, enterraban a sus deudos con una moneda debajo de la lengua. Creían que así evitaban  que el espíritu del difunto vagabundeara durante tantos años por la rivera del rio Aqueronte.

Si nos atenemos a los datos suministrados oportunamente por el Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS), nos encontramos con que, a lo largo del año 2020, han “causado baja” en sus listas, un 14,6% más de pensionistas que en 2019. Y esto  nos lleva a pensar, en contra de lo que afirma el Gobierno, que durante el año que acaba de finalizar, causaron baja, como beneficiarios de esos servicios sociales, unos 70.000 jubilados.

Y el ahorro de esas 70.000 pensiones anuales, repercute favorablemente en  las arcas del Estado. Y a ese importe, habría que sumarle  lo que se lleva Hacienda por el injusto impuesto de Sucesiones, que no es ningún moco de pavo. De esta manera tan simple, el Gobierno se encuentra con una cantidad de dinero, que el presidente Sánchez fundirá alegremente, subvencionando a toda esa chusma carpetovetónica de gais, lesbianas  y feministas excéntricas y desequilibras. Y también, cómo no, a sociedades y ONG, que dirigen ocasionalmente familiares o amiguetes particulares.

Podíamos pensar que Pedro Sánchez tardó demasiado tiempo en reaccionar contra la pandemia por una cuestión estrictamente pecuniaria, ya que así se expandía el virus y seguía ocasionando víctimas. Y ya es sabido, que  la muerte de personas mayores lleva siempre aparejado un ahorro considerable de pensiones. Pero es más posible que, si no actuó antes para acabar con las consecuencias funestas del Covid-19, no fue por perversidad o malevolencia. Fue más bien, creo yo, por incapacidad personal y hasta por imprevisión.

Es verdad que, aparte de la incapacidad  y la imprevisión,  hubo otros intereses políticos inconfesables, que maniataban peligrosamente al Gobierno. Tanto el presidente Sánchez, como los responsables del ministerio de Sanidad, conocían perfectamente lo peligroso que era autorizar la improcedente manifestación madrileña del 8 de marzo. Podía producirse un contagio masivo con el temible coronavirus. Pero por exigencias del feminismo español, había que celebrar por todo lo alto, pasara lo que pasara, el Día Internacional de la Mujer.

Hay un hecho incontrovertible que indica que esto es así. Unos días antes del dichoso 8 de marzo, el ministro de Sanidad, Salvador Illa, y el impertinente director del Centro de Coordinación de Alertas Sanitarias, Fernando Simón, prohibieron tajantemente a la Iglesia Evangélica, que celebrara uno de sus congresos rutinarios en la capital de España. Y todo, según dijeron, por culpa de la “grave crisis sanitaria que atravesaba España”. Y terminaron alegando que “se trataba de una pandemia a escala internacional”.

Y llegó, cómo no, lo que tenía que llegar, la propagación descontrolada del coronavirus. Y no sé, si por negligencia e incuria manifiesta, o por ahorrar unos dineros, o por ambas cosas a la vez, tardaron demasiado en generalizar las pruebas de PCR. Así que, en muy poco tiempo, batimos todos los records en contagiados por el temible coronavirus, y terminamos con las UCI completamente saturadas con enfermos muy graves.

Con la instauración de la mentira como política de Gobierno, Pedro Sánchez ralentizó la actuación de los organismos, que debían abastecer de medios a la sanidad española para luchar eficientemente contra el Covid-19. Y durante bastante tiempo, a muchos de los contagiados que ingresaban  en las UCI, se les dejaba morir irremediablemente, porque no había respiradores artificiales suficientes, para aplicar a todos  los que eran incapaces de respirar por sí mismos. Y cuando llegamos a tener los respiradores que se necesitaban, ya encabezábamos también la estadística mundial de difuntos por Covid-19.

Se trata, por supuesto, de una cifra de muertos realmente escandalosa, que Pedro Sánchez y el charlatán del moño trataron de dulcificar, aunque sin éxito. Así que, sin empacho alguno y con alevosía y premeditación, trataron de camuflar un buen número de finados. Y sin el menor recato, decidieron que, durante todo el año 2020, solo habían muerto en España 50.837 personas por culpa del coronavirus.

Se olvida Pedro Sánchez que tenemos otras fuentes, bastante más fiables que las auspiciadas por el Gobierno, entre las que están el Instituto Nacional de Estadística (INE)  y el Instituto de Salud Carlos III. Y según estas fuentes, que conocen sobradamente otros datos estadísticos afines, el virus habría provocado aproximadamente, durante todo ese tiempo, unas 80.000 defunciones.

Hay un hecho, que no podemos obviar. Cuando comenzaron a disminuir circunstancialmente los fallecimientos que venía ocasionando la pandemia, el presidente Sánchez se lanzó a legalizar  inmediatamente la eutanasia. Con esa legalización, el derecho a morir pasó a ser una ‘prestación’ más de nuestro Sistema Nacional de Salud.

Y sin poner pega alguna, el Congreso dio luz verde a esa supuesta muerte digna, aunque eludiendo intencionadamente el pertinente debate social, que nunca debe faltar. Tampoco tuvo en cuenta el dictamen del Comité  de Bioética, que rechazó por unanimidad que la eutanasia pudiera transformarse, por arte de birlibirloque, en un derecho subjetivo inalienable.

 Se da la circunstancia que, a finales de febrero del año que acaba de finalizar, El intrépido Sánchez, prometió a Jordi Sabaté Pons, en un Twitter esperanzador, que se iba a ocupar personalmente de mejorar la atención sanitaria de los enfermos de Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA) con estas palabras: “… Me comprometo a seguir trabajando, desde el Gobierno y @sanidadgob, para mejorar el diagnóstico, el tratamiento y la vida de los enfermos y de sus familias. Debemos escucharos”.

Y podía haber mejorado la calidad de vida de los enfermos de  ELA, poniendo simplemente a su disposición los consabidos cuidados paliativos, mientras aparece algún otro remedio eficaz contra esa grave enfermedad. Por lo que se ve, prefiere ayudarles, ofreciéndoles directamente, ahí es nada, la dichosa eutanasia.

Está visto,  que Pedro Sánchez tiene cierta querencia por las defunciones. Por lo tanto, aunque no le guste, vamos a tener que darle el pomposo título de sepulturero mayor del reino.

 

Gijón, 13 de enero de 2021

 

José Luis Valladares Fernández


4 comentarios:

  1. Cuando todos estemos muertos o contagiados, se habrá acabado la pandemia. Parece que esa es la estrategia.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. O reaccionan los españoles, o nos vamos todos al garete. Lo malo es que hay mucho tonto suelto

      Eliminar
  2. Como dure unos meses más el covid 19,el actual gobierno tendrá un gran superávit,pues los ahorros no son moco de pavo.Bromas aparte este sujeto que tenemos de presidente,está llevando acabó una sutil eutanasia contra los ancianos de nuestra nación, saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lo malo es que el virus ese debe ser social-comunista también, porque al parecer, a los que son de esa cuerda, los va respetando, de momento al menos. Saludos

      Eliminar