X.-
Tovarisch Pablo Iglesias y sus soflamas
Hay
que remontarse hasta unos 400 años a.C, para encontrarnos con Diógenes de
Sinope. Este filósofo moralista vivía muy austeramente en un tonel y solía
pasear en pleno día por las calles de Atenas, portando una lámpara de aceite
encendida. Y al ver la cara de sorpresa que ponían los atenienses, se
justificaba diciendo que buscaba “un hombre honesto”.
Y
hoy día también necesitábamos el famoso farol de Diógenes, ya que es poco menos
que imposible, encontrar algún hombre honesto y sincero, sobre todo entre los
políticos de izquierda. Unos y otros viven instalados permanentemente en el
cuento y en el engaño. Y como no quieren perder esa insultante bicoca, tratarán
de dignificarse a sí mismos, ocultando celosamente sus verdaderas intenciones,
a la vez que falsean o tergiversan interesadamente la realidad.
Pero
no todos los políticos de izquierda son capaces de dominarse y guardar las
apariencias. Siempre hay alguno que se deja llevar por su excesiva vehemencia y
da rienda suelta a su ambición y a sus ansias desmedidas de poder o dominio.
Esto le ocurre frecuentemente a tovarisch Pablo Iglesias, actual vicepresidente
segundo del Gobierno y ministro de
Asuntos Sociales.
Hay
que reconocer que el impresentable líder de Podemos se ha caracterizado siempre
por su manifiesto afán de notoriedad y
fama. Y esto le ha llevado infinidad de veces a comportarse como un vulgar
matón patibulario. Como todos los que padecen
el síndrome de Eróstrato,
trata de conseguir sus objetivos políticos, utilizando profusamente el insulto, la intimidación y
hasta el chantaje. Y aunque ahora forma parte del Gobierno, su interés por
salir con la suya se mantiene intacto, lo que le incapacita para ocultar o
disimular sus sueños y sus aspiraciones ideológicas.
Es
verdad que Tovarisch Pablo Iglesias comanda, con Pedro Sánchez, el bipartido
que se ocupa del Gobierno de España o, al menos, ocupa un puesto destacado en
esa coalición. Pero quiere mejorar aún más su posición, invadiendo competencias
de los demás miembros del Ejecutivo. Y para lograr semejante propósito, nada
mejor que seguir actuando como un bravucón o matón incorregible, minando
deliberadamente la autoridad del presidente y perturbando y desestabilizando la
labor de los demás ministros.
Está
visto que Pedro Sánchez depende necesariamente del impertinente vicepresidente segundo del Gobierno para
seguir en La Moncloa. Por lo tanto, no tiene más remedio que tragar saliva,
aguantar sus invectivas y provocaciones y disculpar sus continuas embestidas
contra las instituciones que nacieron con la Transición Democrática. Y el ambicioso
Pablo Iglesias aprovechará interesadamente esa circunstancia para hacerse, poco
a poco, con el control del Gobierno, que es algo que necesita para comenzar a
dinamitar el ‘régimen del 78’ e iniciar así el camino hacia la ansiada
bolivarización de España.