viernes, 3 de julio de 2009

EL SINDICALISMO Y SU EVOLUCIÓN HISTÓRICA

5.- La Segunda Internacional

La Primera Internacional, con sede en Nueva York desde 1872, se disuelve oficialmente en el año 1876 como consecuencia de los muchos problemas originados por la división interna. Para esa fecha, la unidad moral del socialismo no había sido ni esbozada, a pesar de la innegable homogeneidad de todas sus tendencias. Tendencias que, aunque diversas, comparten una base común y un mismo objetivo: la destrucción del capitalismo. A pesar de compartir objetivo, marxismo y anarquismo siguen fuertemente enfrentados entre si.
La corriente marxista, coincidiendo con el centenario de la Revolución Francesa, convoca un nuevo congreso, que se celebró en París el 14 de julio de 1889. Se buscaba con este congreso unir nuevamente todo el movimiento obrero a nivel internacional. Lograron que se constituyera la Segunda Internacional, pero las diferencias entre marxistas, anarquistas y los trade unionistas británicos cada vez eran más profundas. Engels, que en este congreso tuvo una actuación estelar, trato de acercar posturas, pero no lo consiguió.
En este congreso, se acordó que fuera Bruselas la sede permanente de esta internacional y se instituyó como Día Internacional de los trabajadores el 1º de Mayo, fecha que se utilizó también para honrar a los cinco huelguistas muertos en Chicago en Mayo de 1886. A partir de ese congreso, tal día se utiliza para realizar movilizaciones generales de todos los trabajadores del mundo.
Entre los distintos congresos que se celebraron con posteridad julio de 1889, tiene especial significación el celebrado en Londres en 1896. En este congreso se escenifica la rotura definitiva entre marxistas y anarquistas, siendo estos últimos expulsados de la Internacional. Con esta expulsión desapareció la contestación y el enfrentamiento abierto entre unos y otros, pero no fue posible la unanimidad que se buscaba. El marxismo, aunque interpretado de una manera u otra según el tipo de socialismo imperante, pasó a ser la doctrina oficial para esta Segunda Internacional.
Tenemos, por un lado, el socialismo alemán, que ejercía cierto liderazgo sobre los demás. De ahí que las reformas del movimiento obrero fueran hechas de acuerdo con el marco legal alemán. Los miembros del Partido Social-Demócrata alemán eran tremendamente eclécticos, por lo que su socialismo quedaba reducido a una simple visión ética del mundo. Pensaban que la revolución era algo francamente inevitable y, en consecuencia, no se debía rechazar la colaboración de otros partidos no marxistas. Pues esta colaboración podía reportar ciertos beneficios extras que ayudarían a alcanzar, más pronto, las ansiadas metas que nos ofrece el socialismo.
El socialismo francés, en cambio, y debido a su origen revolucionario, era mucho más combativo que el alemán. A pesar de su filiación marxista, al igual que el alemán, no le hacía ascos a la colaboración con otros partidos no marxistas.
El socialismo británico tiene ciertas características propias, y su desarrollo tiene la impronta de una larga tradición de lucha obrera, pero, salvo en la Federación Social-Demócrata, tiene muy poco arraigo el marxismo. Los fabianistas, por ejemplo, lo combaten hasta con violencia. De todos modos, los trabajadores británicos se decantarán mayoritariamente por el Partido Laborista, al que encomiendan la defensa de sus derechos laborales.
El socialismo ruso, sin embargo, no debe su origen a ningún movimiento revolucionario. Aunque su desarrollo sí está ligado al populismo que presupone que Rusia, por su pasado campesino, posee ya una vocación claramente revolucionaria.
Los anarquistas ahora, al quedar fuera de la Internacional de una manera definitiva, no son más que grupos aislados más o menos grandes y sin influencia política alguna. Hasta el anarquismo puesto en marcha por Bakunin deja a un lado sus formas insurrecciónales y da paso al anarquismo colectivista. Únicamente en España mantiene el anarquismo toda su influencia. Y continúa siendo todo un fenómeno de masas. Es mas, en España es el único país donde el anarquismo y el sindicalismo revolucionario continúan coexistiendo con el socialismo reformista.
Para rematar el siglo, en el año 1899, en Suiza se ponen de acuerdo empresarios y sindicatos y firman el primer pacto social de la historia. Con la llegada del siglo XX, se producen ciertos movimientos sindicales de mucha importancia. En 1906, la CGT francesa aprueba en Amiens su Carta Magna y, en Milán aparece el primer sindicato italiano con el nombre de Confederazione Generale del Lavoro (CGdL). Este mismo sindicato, ya en el año 1944 y con el Pacto de Roma, se transformará en la Confederazione Generale Italiana del Lavoro (CGIL). En 1906, en los Países Bajos, se crea la Federación Neerlandesa de Sindicatos. En 1911, en Copenhague, se funda la Secretaría Internacional de Sindicatos. Participan en este acto asociaciones alemanas, belgas, británicas, finlandesas y suecas.
Por esta época y con la reindustrialización de Asturias, Cataluña y el País Vasco, se produce en España un nuevo desarrollo del movimiento obrero. Con este nuevo impulso, en el anarquismo español comienzan a aflorar ciertas disonancias, hasta entonces ocultas, dando lugar a la aparición de diversas corrientes sindicales. Una de estas corrientes es la purista que es abiertamente antisindical. Tenemos la corriente extremista, partidaria incluso de practicar el terrorismo individual. Otra de las corrientes es el posibilismo libertario, algo alejada ya del anarquismo clásico. Y, por último la corriente anarcosindicalista que está basada en la teoría del sindicalismo revolucionario.
El posibilismo libertario no renuncia a los fines históricos del anarquismo, como es la superación del Estado y del capitalismo. Este sigue siendo su objetivo principal. No obstante esto, se dejaron influenciar por otras corrientes políticas, y aunque pocas de sus propuestas saldrían adelante, supieron atemperar el exceso de celo de la Revolución Española de 1936. Este grupo militaba en el Partido Sindicalista creado por Ángel Pestaña en 1932, un partido muy afín al laborismo británico, que buscaba tener una representación parlamentaria lo más alta posible para defender los intereses de los trabajadores. Pero sin perder nunca de vista su objetivo principal: el advenimiento del comunismo libertario, basado sobre estos tres pilares: las cooperativas, los sindicatos y los municipios.
La corriente anarcosindicalista logra un mayor arraigo entre los trabajadores y crea una verdadera fuerza de masas. La confederación sindical obrera, fundada en Barcelona en el año 1907, es claramente anarcosindicalista. Y juntamente con socialistas y republicanos, crean la organización Solidaridad Obrera. Editaban un periódico ácrata con el mismo nombre de la organización, conocido popularmente como la Soli. Solidaridad Obrera, ante el agravamiento de la recesión y el reclutamiento de reservistas para la guerra colonial de Marruecos, organiza una huelga salvaje entre el 26 de julio y el 2 de agosto de 1909, con quema incluida de edificios religiosos, dando lugar a lo que se conoce como Semana Trágica de Barcelona
Este movimiento anarcosindicalista convoca un Congreso Nacional de Trabajadores que se celebrará en Barcelona en el año 1910, donde se crea la famosa Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Esta organización pasó a ser el principal sindicato de masas de los trabajadores españoles, superando ampliamente en toda España a la UGT. En Cataluña prácticamente no había más centrales sindicales que la CNT. Y esta preponderancia la mantuvo hasta la guerra civil.
La CNT tenía un carácter claramente asambleario y federalista, lo que le llevaba a obviar frecuentemente las indicaciones que emanaban de la dirección. La dirección de la CNT, por ejemplo, era contraria a las huelgas, pero sus bases las apoyaban con relativa frecuencia. A nivel local o sectorial obraban autónomamente, y cada federación tomaba sus propias decisiones.
Con la lucha social entablada por la Segunda Internacional, se fue imponiendo el voto universal y secreto. Esto facilitaba que los representantes de de los trabajadores accedieran a los parlamentes de los distintos países. Hasta era muy posible que, alguno de los partidos obreros, ganara las elecciones. Estos logros sindicales propiciaron que, en cada país, los movimientos obreros tomaran derroteros distintos y diferenciados entre sí. Cada nación, por separado, iba escribiendo su propia historia sindical.
Al complicarse el ambiente político, se adivinaba como muy posible y muy próxima una confrontación bélica. Como los socialistas europeos, de aquella, estaban comprometidos ideológicamente con la paz y con el internacionalismo, desde la misma Internacional se intentó buscar la paz. Pero no fue posible. La propia cultura de cada obrero, distinta de unos países a otros, les llevaba a anteponer siempre los intereses de la propia nación a las exigencia del internacionalismo sindical.
De ahí que, cuando en 1914 estalló la Primera Guerra Mundial, no hubo lealtad sindical alguna que valiera y los obreros, sin excepción, apoyaron a sus respectivos gobiernos. La rotura de la unidad sindical, en momentos tan graves, supuso el final de esta Segunda Internacional. Hasta 1920, se intentó una y otra vez reflotarla, pero todo fue inútil y terminó desintegrándose definitivamente.

José Luis Valladares Fernández

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