
Para un intelectual, imbuido hasta el extremo de la dialéctica hegeliana como Karl Marx, era absurdo echar tiempo, como hacían los utopistas, en organizar la Tierra Prometida, descrita al detalle por los socialistas primitivos. Si el proceso dialéctico conduce ineludiblemente al socialismo, esa Tierra Prometida se impondrá de manera inevitable. De ahí que pensara Marx, que hasta la propia ciencia debiera abstenerse de realizar estudio alguno sobre el carácter y la esencia del socialismo. Se debe prescindir incluso de pensar e investigar científicamente la organización y menos aún el funcionamiento de la economía socialista. Con predicar la llegada del nuevo paraíso terrenal para todos los desheredados de la tierra, negar el carácter necesario y universal de la lógica y hasta del propio pensamiento, es ya más que suficiente.
A pesar de las recomendaciones de Marx, los que marcan la pauta actualmente dentro del socialismo, al menos en España, buscan transacciones entre sus ideas socialistas y otros intereses o aspiraciones particulares que no encajan muy bien en el ideario socialista. Al lado de la doctrina, más o menos ortodoxa y tradicional del socialismo, como es ofrecer un porvenir venturoso a los ciudadanos y la futura humillación de los ricos y poderosos, se muestran como auténticos utopistas. Las utopías sobre el papel pueden ser incluso hasta muy atractivas, pero a la hora de aplicarlas aparece casi siempre su carácter abstracto y son prácticamente inaplicables a la cruda realidad cotidiana.
Al no funcionar la utopía surge la idea del complot y aparece indefectiblemente la opresión. Cuando algo no funciona o funciona mal, es que hay alguna fuerza reaccionaria que la sabotea. Y esto ocurre en cualquiera de los campos de la vida, sean estos políticos, económicos o estén en la esfera de lo ético o moral. Los que actualmente se presentan en España como el no va más del progresismo de izquierdas, si pudieran, nos llevarían a todos los españolitos a vivir minuciosamente uniformados como los incas en su antiguo imperio. Las casas de los incas eran todas iguales, vestían todos de la misma manera y hasta los peinados eran idénticos. No había lugar para las diferencias. Hasta la misma hora de la comida y hasta el propio menú estaban perfectamente establecidos por ley.
Y con un reconocido utopista, como Zapatero, al frente del socialismo español, no es de extrañar que intenten controlarnos desde que nacemos, hasta más allá de nuestra muerte. Desde su llegada a La Moncloa, el Gobierno no ha hecho más que poner coto a la libertad de los españoles. Es verdad que los socialistas son muy amigos de esa libertad, de su propia libertad, pero no de la del prójimo que pueda coartar la suya. Si por los socialistas fuera, y vaya que si lo intentan, pondrían en marcha un sistema igualitarista integral que afectaría a todos, menos a ellos y a sus amigos. Tratan de crear un igualitarismo que les ayude a perpetuarse indefinidamente en el poder. De ahí que quieran hurtar a los padres el derecho que tienen a educar a sus propios hijos, para así hacer de ellos sumisos sectarios, adoctrinándoles adecuadamente desde la cuna. Ese es el fin que se persigue con la malintencionada asignatura de Educación para la Ciudadanía.
No podemos esperar de los socialistas españoles, salvo honrosas excepciones, que crean en el honor, en la lealtad, en el amor y mucho menos en la honestidad. Y de Rodríguez Zapatero, menos que de nadie. El presidente del Ejecutivo desconoce cualquier otra manera de hacer política que no esté basada en el rencor y en el odio. La mayor parte de los proyectos de ley enviados por el Gobierno socialista al Parlamento, empezando por la Ley de Memoria Histórica y terminando con la nueva Ley de interrupción Voluntaria del Embarazo, están informadas por una abundante dosis de odio visceral a los que defienden unos valores tradicionales y una moral transcendente. Es por eso que no solamente rivalizan con la Iglesia Católica y con todo lo que huela a cristianismo, sino que también han declarado la guerra sin cuartel a todas aquellas instituciones y medios de comunicación que no acatan ciegamente las ocurrencias de Zapatero. Ahí está el trato que, desde el Gobierno, se ha dado a la Cadena Cope y a Intereconomía, muy diferente por cierto del recibido por la Ser, la Cuatro y la Sexta.
Con motivo de la celebración en Madrid del día del Orgullo Gay, Intereconomía aprovechó el evento y emitió un spot que, en resumen, pedía que los no Gays estuvieran también orgullosos de su condición sexual durante todos los días del año. Dicho spot fue tildado de “homófobo” por los organizadores de la mascarada Gay y han pedido el cierre de la emisora. Y el ministro de Industria, Turismo y Comercio, Miguel Sebastián Gascón, presto a mantener las esencias del progresismo miope y utópico, sanciona al Grupo de Intereconomía con una multa de 100.000 euros, por considerar que el spot era un insulto para los Gays.
El spot que apareció en Intereconomía-TV no es en absoluto “homófobo” como quieren hacer ver cuatro indigentes intelectuales, ni hay en él ni desprecio, ni menoscabo para el colectivo Gay. Quienes sí los han vejado y ofendido gravemente son aquellos que han organizado y participado en semejante carnavalada por las calles de Madrid. La algarada callejera, con la guisa que se llevó a cabo, las pintas desvergonzadas y los slogans ofensivos contra quienes han optado por otra opción sexual distinta a la suya, lejos de aportar una mayor comprensión y respeto, con el desaire que provocan, lo más que pueden ocasionar, por simple reacción, es un mayor rechazo. En otros tiempos, los Gays eran fuertemente discriminados, cosa que hoy día, en general, no ocurre. En la actualidad, tanto los heterosexuales como los homosexuales que se comportan con normalidad, gozan de idéntico respeto y dignidad.
Seguro que la sanción impuesta al Grupo de Intereconomía no fue por emitir tan intranscendente spot. El spot fue simplemente la disculpa. Se trata de amordazar, ni más ni menos, a este grupo de comunicación que se resiste a acatar recomendaciones gubernamentales y ser un poco la voz de su amo. Si la sanción administrativa se debiera al comentado spot, el Ejecutivo tendría que haber sancionado, de manera más evidente, a la emisora de televisión que retrasmitió la manera aberrante de cocinar un Cristo. Emisión que, por razones lógicas, ofendió a muchas más personas que a las que pudiera haber molestado el spot de Intereconomía.
Tampoco se le ocurrió a Miguel Sebastián sancionar administrativamente a la Cuatro, cuando Manolo Lamas, enviado a Hamburgo para retransmitir una final de futbol, se burló repugnantemente de un pobre mendigo callejero. Esta misma cadena de televisión, hace muy pocas fechas, volvió a hacer el ridículo al reírse de una muchacha pobre de Paraguay, que vive prácticamente en un vertedero de basura. Y a pesar de que este pequeño reportaje obligó al embajador español a pedir disculpas al Gobierno paraguayo, nuestro Ejecutivo aún no ha dado señales de vida, ni esperamos que lo haga. Se trata, claro está, de emisoras prestas a ejercer de lacayas del zapaterismo más abyecto. El ministerio de Industria, convertido últimamente en algo así como una oficina siniestra para censurar lo que se salga del “pensamiento único”, más que castigos, les impondrá alguna medalla por su ayuda en el desarrollo de esa especie de ingeniería social, ideada por Zapatero para cambiar los usos y costumbres de la sociedad española.
No es este el caso del Grupo de Intereconomía que no admite mordazas y se considera con todo el derecho del mundo a opinar libremente y que nadie le imponga un ideario. Además, se considera con pleno derecho a criticar lo criticable del Gobierno. Y se da la circunstancia de que este Gobierno, de todos los de la democracia, es el que más críticas ha merecido y, sin embargo, es claramente el más reacio a admitir que le critiquen. Ni libertad de expresión, ni de opinión, ni gaitas. Este Gobierno no está dispuesto a consentir que los grupos de comunicación piensen por sí mismos y en todo momento quiere ser él quien fije lo que es políticamente correcto. Y por lo que parece, Miguel Sebastián es el máximo guardián de las excelencias de la nueva forma de pensar por decreto, como Rubalcaba es el sumo comisario del Estado policial que quieren implantar. Que se lo pregunten, sino, al presidente de la Diputación de Alicante y a los concejales de Orihuela. Alfredo Pérez Rubalcaba está haciendo méritos, más que sobrados, para convertirse en el Rasputín del siglo XXI
Barrillos de Las Arrimadas, 8 de julio de 2010
José Luis Valladares Fernández