La
República fue siempre muy nefasta para España y ha causado invariablemente
numerosos problemas, todos ellos muy graves. La conflictividad originada por el
régimen republicano ha sido siempre excesiva, excesivamente trágica y hasta
traumática. Los que vivieron de cerca los deplorables acontecimientos que surgieron
durante la vigencia de ambas Repúblicas, quedaron definitivamente vacunados
contra el republicanismo.
La
I República Española inició su andadura en febrero de 1873, tras la abdicación
de Amadeo I, y fue muy efímera, ya que no duró nada más que hasta el 3 de enero
de 1874. El nuevo régimen se caracterizó precisamente por su desbarajuste
continuado y su inestabilidad política. Sus cinco fugaces presidentes
intentaron infructuosamente reconducir los destinos de la nueva República. Pero
la falta de una base republicana suficientemente amplia y consolidada, la obcecación
y la falta de escrúpulos de los responsables políticos republicanos, aceleraron
la desaparición de la joven República.
Al
instaurarse la República, fue elegido presidente Estanislao Figueras. Pero, como
consecuencia la crisis económica que aquejaba a España, la proclamación indebida
del Estat Català y la división
interna de su propio partido, fue
apartado del cargo a los cuatro meses escasos de su nombramiento. Le sustituyó
en la magistratura más alta del Estado Francisco Pi y Margal. El nuevo
presidente de la República era un federalista convencido y convirtió a España en
una República Federal. Esta decisión sirvió de estímulo al cantonalismo, que ya
había hecho estragos en varias regiones españolas, sobre todo en Valencia,
Murcia y Andalucía, y se desató seguidamente la fiebre disgregadora. Además de
Cataluña, se declararon Repúblicas independientes varias provincias e incluso
algunas ciudades. Es el caso de Valencia, Castellón, Málaga, Sevilla, Cádiz,
Granada, Cartagena, Jumilla y Camuñas.
Con
el federalista Pi y Margal al frente de la República, España entró en un
proceso acelerado de desintegración nacional. Como consecuencia del desmadre
institucional originado, se vivieron hechos sumamente insólitos y llamativos.
La república de Granada, por ejemplo, declaró la guerra a la de Jaén, y la de
Jumilla se envalentonó y amenazó a la de Murcia y a las demás “naciones” vecinas. Los cantonalistas
de Cartagena fueron mucho más atrevidos y no se contentaron con declarar la
independencia. Aprovechando el caos político del momento, tomaron el
Ayuntamiento y, una vez dueños de la ciudad, se apoderaron del arsenal y del puerto donde
estaba amarrada casi toda la flota de guerra española, que utilizaron
posteriormente para bombardear la ciudad de Alicante.
La
evolución caótica de los sucesos, que llevó a España al borde mismo de la
desintegración, además de provocar la dimisión del presidente Francisco Pi y
Margal, contribuyó, cómo no, al derrumbe definitivo de la I República. Y como
era de esperar, sirvió también para que aumentara considerablemente el número
de conversos a posiciones más conservadoras.
Y
si la I República fue manifiestamente nefasta para los intereses y la unidad de
España, la II República no se quedó atrás y acabó como el rosario de la aurora.
La II República fue un fracaso manifiesto. Para empezar, nació con un déficit
notable de legitimación, ya que fue proclamada unilateralmente en el año 1931
por los republicanos, sirviéndose de unas elecciones municipales, que además
perdieron. Y asumieron el cambio de régimen sin preocuparse por integrar y
sumar apoyos y con un ánimo claro de desquite contra quienes pensaban de manera
diferente. En vez de concordia, el texto constitucional republicano de 1931 rezuma
revancha, adoctrinamiento y sectarismo en todos sus artículos.
En
el Gobierno provisional de la República, formado precipitadamente el mismo 14
de abril de 1931, había dos posturas muy diferentes en relación con la confesionalidad
del Estado. Ambas posturas compartían unánimemente el deseo de secularizar al
Estado y poner fin a la tradicional colaboración con la Iglesia. Discrepaban,
sin embargo, en la forma y en el alcance de esa secularización. Una de las
posturas, francamente minoritaria, liderada por Niceto Alcalá-Zamora y por
Miguel Maura, auspiciaba la secularización del Estado, pero no de la sociedad.
Se conformaba con revocar los distintos privilegios de la Iglesia, acumulados a
lo largo de los años, pero garantizando
plenamente la libertad de culto.
Pero
terminó imponiéndose la otra postura, defendida por el PSOE y por los demás
republicanos de izquierda, que era radicalmente anticlerical y partidaria de
secularizar también a la sociedad. Y sentenciaba sin complejos que la Iglesia era
culpable, faltaría más, de todos los males que aquejaban al pueblo, incluidos el
paro, y el atraso económico. Era además un pesado lastre, un estorbo insalvable
para el progreso y para la modernización de España. En consecuencia, adoptaron
unas medidas extremadamente contundentes y desproporcionadas contra la Iglesia
para someterla y acabar de una vez con su poder social.
Los
socialistas y las huestes de Álvaro de Albornoz y de Marcelino Domingo que, juntamente
con los anarquistas, integraban esta intransigente postura, ya no se contentaban con cerrar los
colegios de las órdenes religiosas e implantar la famosa “escuela única” en contra de toda racionalidad. Buscaban también, de
manera insistente, su disolución definitiva y nacionalizar todos sus bienes. Y
para conseguir sus propósitos, los responsables del nuevo régimen, se olvidaron
de las más elementales fórmulas de integración y de convivencia, se
radicalizaron aún más y comenzaron a aplicar indiscriminadamente una política
mucho más drástica y revolucionaria.
El
sectarismo ideológico de esa izquierda revanchista llegó tan lejos, que
trataron de sepultar definitivamente la España tradicional y milenaria, para
implantar otra culturalmente muy distinta y antagónica, donde no había sitio
para el centro político y, menos aún para la derecha conservadora de siempre. A
los partidos republicanos de izquierda les sobraba arrogancia e insolencia y,
en consecuencia, se dejaron llevar por el matonismo ideológico, por la
violencia y, cómo no, por la
arbitrariedad irracional más absurda e irresponsable.
El
cambio de régimen del 14 de abril de 1931 se realizó realmente, como suele
decirse, con nocturnidad y alevosía. Los republicanos de izquierda, y los
republicanos inducidos por su enfado ocasional con la monarquía, dieron ese arriesgado
paso por su cuenta y a destiempo, sin acuerdo previo y sin consenso alguno con
las demás fuerzas políticas. Esta manera de proceder, tan torpe como malvada, tenía que terminar
inevitablemente en el fracaso más absoluto, como así sucedió. Esa falta de
entendimiento entre la izquierda y la derecha terminó en una cruel Guerra
Civil, con la que pretendían zanjar sus diferencias ideológicas y políticas y
que, por supuesto acabó de manera traumática con la II República.
La
Guerra Civil, claro está, abrió muchas heridas y muy profundas que tardaron casi
cuarenta años en cicatrizar. La Ley para la Reforma Política, aprobada en
referéndum el 15 de diciembre de 1976 que dio origen a la transición
democrática, obró el milagro y cerró todas esas heridas. Aunque parecía imposible, la derecha y la
izquierda aparcan, temporalmente al menos, sus eternas diferencias, y ponen fin
a sus habituales enfrentamientos.
Pero
llegó José Luis Rodríguez Zapatero a La Moncloa, dispuesto a enterrar el pacto
de la transición, dando al traste con aquella voluntad de entendimiento que
cristalizó en la Constitución de 1978. Quiso borrar de un plumazo los acuerdos
básicos de la transición democrática y construir un nuevo régimen, basado
directamente en la legalidad de la II República. Para conseguir su propósito, necesitaba
romper nuevamente la convivencia pacífica, enfrentando a unos españoles contra
otros, impedir que el Partido Popular volviera a ser alternativa de Gobierno y,
por supuesto, arrinconar a la Iglesia en las sacristías.
Y
a eso dedicó Rodríguez Zapatero sus pocas luces y todos sus esfuerzos, desde el
principio de sus legislaturas hasta el final, a dividir expresamente a la
sociedad española y a reabrir viejas heridas, que ya estaban cerradas y hasta
olvidadas. Lleno de prejuicios ideológicos, Zapatero era incapaz de aceptar la realidad histórica heredada de
aquella transición. Para el entonces secretario general del PSOE, la democracia
que disfrutamos no es legítima, ya que procede básicamente de un franquismo
reformista. Buscará, por consiguiente, la ruptura que no se produjo a la muerte
de Franco e iniciar así una segunda transición entroncada directamente con la II República.
La
Memoria Histórica sirvió de revulsivo para buena parte de la izquierda
española, sobre todo para la izquierda eminentemente revolucionaria, y la que
no ha sido capaz de olvidar el antiguo discurso de clases. A partir de
entonces, la bandera tricolor de la II República, que había desaparecido
prácticamente del mapa español, comienza a ondear profusamente, en todas y cada
una de las manifestaciones organizadas por los partidos de izquierda y por los
sindicatos de clase. La Ley de Memoria Histórica alteró profundamente el
ambiente político, lo que llevó a ciertos sectores de la izquierda a urgir la
restauración inmediata del régimen republicano.
Con
la abdicación del Rey Juan Carlos I, aumentó desmesuradamente la euforia
republicana entre los partidos de izquierda. Para toda la izquierda
revolucionaria, y para la izquierda que sigue practicando el discurso de
clases, el régimen republicano ha dejado de ser una simple aspiración coyuntural,
para convertirse en una alternativa real de modelo de Estado que debe sustituir
urgentemente al sistema monárquico actual que, según ellos, es totalmente
ilegítimo por su origen.
El
principal defensor de este movimiento republicano es el partido comunista,
camuflado, claro está, tras las siglas de IU. No olvidemos que el comunismo
acostumbra a esconder su ideología y hasta sus siglas, para disimular su
fracaso y su desprestigio histórico. Para el comunista Cayo Lara, faltaría más,
la República es "una sociedad más libre, democrática y culta" que
cualquier otra forma de Gobierno. Un Estado no puede ser plenamente democrático
si su máximo representante no es elegido directamente por el conjunto de los
ciudadanos.
Por
eso el coordinador general de IU, arropado por todos los miembros de esta
coalición, busca afanosamente la
estrecha colaboración de las demás fuerzas de izquierda, incluidas las más
reaccionarias y radicales, para forzar la llegada de la III República y
garantizar así la igualdad de todos los hombres y las mujeres de España. Con la
República, según dicen, estarían a salvo
los derechos sociales de los españoles. De ese modo, la orientación de las
leyes dependería exclusivamente del pueblo, en vez de responder a los intereses
particulares de los mercados y de los distintos especuladores financieros.
La coincidencia casual de la renuncia del Rey
con el proceso electoral al Parlamento europeo, llevó al renacido Frente
Popular a invadir la calle para exigir el cambio inmediato de modelo de Estado.
En el espacio de tiempo que va del anuncio de la inminente abdicación de
Juan Carlos I y la proclamación de Felipe VI como nuevo Rey, estos
mercachifles de la película organizaron un sinfín de manifestaciones, todas
ellas muy ruidosas pero muy poco concurridas. Pedían insistentemente la
celebración inmediata de un referéndum
que abriera las puertas de par en par a la III República.
Esta
caterva de demócratas de pacotilla y
baratija quiere que los pueblos de España decidan qué tipo de régimen quieren,
Monarquía o República, teniendo en cuenta, eso sí, que la Monarquía fue impuesta
por Franco y está, por consiguiente, anclada en un pasado demasiado sospechoso
y un tanto nefasto y siniestro. Y justifican su falaz propuesta argumentando
que, hoy día, los españoles no somos “súbditos sino ciudadanos”. Esto significa, que ha llegado ya “la hora de
que la gente tenga la palabra” y decida por sí misma.
Los
valedores de la III República española están cometiendo lamentablemente los
mismos errores que los patrocinadores de la República de 1931. Compartimos
prácticamente los mismos problemas que los españoles de entonces: paro excesivo,
mucha pobreza, un retraso económico considerable y los desafíos reaccionarios
de los soberanistas. Y además, toda esa ralea de marxistas, estalinistas,
leninistas o bolivarianos, que claman por la república, cometen el mismo error
que los republicanos de 1931: quieren una República a la carta, extremadamente
ideologizada, donde no haya sitio para el Partido Popular y, mucho menos, para los
católicos.
De
este modo, como ya pasó en 1931, la República iniciaría su andadura agraviando
innecesariamente a una parte muy importante de la ciudadanía española. No se
puede buscar consenso reavivando pasados fantasmas y manteniendo vivo el viejo
enfrentamiento entre rojos y azules. La revancha y la venganza contra quienes
piensan de manera diferente no sirven nada más que para restar apoyos. Y así,
de llevarse a cabo ese hipotético establecimiento de la III República,
fracasaría inevitablemente, como fracasaron las dos anteriores.
Barrillos
de Las Arrimadas, 17 de julio de 2014
José
Luis Valladares Fernández
Gran articulo amigo mio; D. José Luis Valladares Fernández:
ResponderEliminar¿pero no ha pensado usted, que quizá el problema reside en la idiosincrasia del pueblo español?.
¿No cree usted que el ciudadano español; es portador de los siete pecados capitales?..
Efectivamente, amigo Antonio. Al lado de grandes virtudes, los españoles tenemos muchos defectos. Y uno de ellos, como dice más abajo Maribeluca, somos demasiado sectarios y cainitas
EliminarLo peor de la República, en España, es la gente que hay tras esta idea de estado.
ResponderEliminarLos defensores actuales de la República, siguen aún con la idea de que tienen que hacer algo para ganar lo que perdieron en aquella contienda.
EliminarUn articulo para los muchisimos desmemoriados,que estan loco por traer la tercera Republica,saludos,
ResponderEliminarEsperemos que recapaciten y no fuercen la situación en algo que después tengamos que lamentar
EliminarEsperemos que sea una gripe pasajera.
ResponderEliminarQue Dios te oiga y se pase pronto esa fiebre
EliminarZapatero que destruyó, hundió, aniquiló España ¿Cobra pensión? Si cobra es que los españoles ya somos marionetas......Y España ya nunca jamás levantará cabeza, antes iremos todos al " pozo"... en DE AQUELLOS POLVOS
ResponderEliminarEntre unas cosas y otras, creo que Zapatero cobra más ahora que cuando era presidente del Gobierno.
EliminarAmbas experiencias totalmente nefastas, no comprendo que nadie quiera repetir siendo los promotores en su mayoría del mismo pelaje que la última...la monarquía liberal parlamentaria le viene muy bien a España por aportar un equilibrio moderador en un país demasiado sectario y cainita.
ResponderEliminarAsí es, amiga Maribeluca, y lo peor de todo es que no tenemos remedio.
EliminarExcelente reflexión, amigo José Luis, acerca de las dos repúblicas que sufrió España.
ResponderEliminarComo bien dices, la abdicación del Rey Juan Carlos sirvió de nuevo argumento a la izquierda "nostálgica" para intentar colar una"nueva" república por la puerta de servicio saltándose la Constitución, que define a España como una Monarquía Parlamentaria, y que éllos firmaron cuando les convino.
Hay que contar estas cosas históricas para que las nuevas generaciones (yo, en ese sentido, soy nueva generación pues no viví la República ni la Guerra Civil) sepan meditar lo que podría suceder nuevamente cuando se retuerce la Historia y se busca un atajo para que un colectivo interesado trate de imponer sus criterios, con mendacidad, por encima de todo y de todos.
Un saludo a todos.
Ya se sabe, quien desconoce su propia historia, está condenado a repetirla una y otra vez.
ResponderEliminarSaludos
Excelente recordatorio, José Luis, de lo que han sido dos experiencias traumáticas.
ResponderEliminarEspaña suele pecar siempre del mismo mal: todos claman por la República o, más moderno aún, ese "federalismo" extraño, asimétrico... aunque luego, a la hora de la verdad, aquí ni hay republicanos ni federalistas al uso. Lo único que tenemos (y de sobra) es envidia, soberbia y un rato largo de pereza acomodaticia.
Un saludo.
En España sobra efectivamente mucha envidia y mucho egoísmo. Lo único que preocupa a los españoles son sus intereses particulares, aunque lo demás se hunda.
EliminarSaludos
Un post que debería ser leído por muchos y difundido por la red, para conocimiento de muchos, que es que no se enteran.
ResponderEliminarUn saludo.
Gracias, Doramasw
EliminarUn saludo
Hola, José Luís:
ResponderEliminarEsta entrada es verdaderamente una gran lección de Historia, como para ser leída varias veces.
Desgraciadamente parece que estamos ya en la arrancada de una mala fase, sin auténticos partidos políticos. Si la segunda República nacía el 14.04.1931, un mes más tarde iban quemadas cien iglesias. En cierto sentido, la guerra ya había empezado, pero seguro que eso no entra en el recordatorio de la Memoria Histórica del subnormal de ZP, el peor gobernante que haya tenido España. Y ya se le ha escapado a Pedro Sánchez, el nuevo líder del PSOE, la promesa de más laicismo agresivo, como decidido ya a dinamitar el Concordato con la Santa Sede. Al mismo tiempo parece ya han pactado con los laicos del PP la implantación en el sistema educativo español de la religión islámica como asignatura.
Es decir, la república que viene, la tercera, puede tener gobernantes musulmanes. A lo mejor hasta se proponen cortar la cabeza a los que hagan profesión de fe católica. Exigirán cuota de mezquitas. Y nuestros gobernantes flojos, que llevan tantos años perdiendo aceite, van a seguir cediendo. A ver si los gay de ZP, el premio Pluma, podrían haber salido del armario en Marruecos o en Irak.
Un abrazo.