viernes, 14 de octubre de 2016

LAS JAIMITADAS DE PEDRO SÁNCHEZ

El espectáculo dado últimamente por Pedro Sánchez, atrincherándose en Ferraz para forzar su continuidad al frente de la Secretaria General del PSOE, fue francamente lamentable y bochornoso. Jaleado por su esposa Begoña Gómez y arropado por sus acólitos más fieles, intentó utilizar a las bases del partido para sustituir la llamada democracia representativa por otra más directa y de corte asambleario. Creía que así blindaba su cargo y, por supuesto, no estaría atado con las líneas rojas impuestas por el Comité Federal y podría instaurar fácilmente un “Gobierno alternativo, transversal y de cambio” y echar a Mariano Rajoy de La Moncloa.
Es verdad que Pedro Sánchez, mientras ha estado al frente del PSOE, ha dado abundantes muestras de ir muy sobrado de arrogancia y de prepotencia, pero notablemente escaso de talento. Por eso, nada más ser elegido secretario general, comenzó a presentarse ya como el próximo presidente del Gobierno. Y al verse encumbrado, sin mayor esfuerzo,  a un puesto de tanta responsabilidad, podía haber hecho suya aquella frase  “veni, vidi, vici”, utilizada por Julio Cesar ante el Senado Romano para describir su fácil victoria sobre Farnaces II, rey del Ponto, en la batalla de Zela.
El hasta ahora líder socialista, más que por su inteligencia, destaca precisamente por su intransigencia y su tozudez. Su “¡no es no!” al Partido Popular hizo historia y sirvió para que alguien le rebautizara con el nombre de Pedronono. El defenestrado secretario general antepuso siempre sus intereses particulares, a los intereses de España y, por supuesto, a los intereses del propio Partido Socialista. Y todo, ¡vaya casualidad!, para llegar a encabezar el próximo Gobierno que estaba negociando, de espaldas al PSOE, con Podemos y con lo más granado del independentismo catalán. 
Para allanar su camino y llegar más rápidamente a La Moncloa, el visionario Sánchez traspasó todo lo que había que traspasar y algo más, haciendo un daño incalculable a su propio partido y, de rebote,  a España entera. Y todo, para satisfacer su insaciable ambición personal. Con su incomprensible comportamiento, hundió electoralmente al PSOE y lo ha dejado peligrosamente dividido. Y para dar satisfacción a su desmedido egoísmo, Pedro Sánchez se radicalizó y prescindió voluntariamente del comportamiento moderado que, desde la transición democrática, han venido practicando los distintos dirigentes de la izquierda española. Y acabó, ¡ahí es nada!, escorando intencionadamente a su partido hacia la izquierda más radical.

Sin pensar que así ponía en marcha un proceso autodestructivo de proporciones francamente incalculables, Pedro Sánchez comenzó el proceso de podemización del PSOE. Y tras las elecciones municipales del 27 de mayo de 2015, entregó a Podemos el Gobierno de aquellas ciudades de España, donde el Partido Popular no logró la mayoría absoluta. Con la pactada aquiescencia del separatismo catalán y esa especie de cambio de cromos con Pablo Iglesias y su tribu bolivariana, esperaba colmar su alocado capricho de presidir un Gobierno alternativo y de cambio  tras la repetición de las elecciones generales.
El todavía secretario general de los socialistas hispanos sabía perfectamente que, para realizar ese pacto con Podemos y con los que quieren romper España, tendría que enfrentarse a los barones territoriales del partido y, cómo no, con una buena parte de los miembros del Comité Federal. Pero eso era lo de menos, ya que, acudiendo a los militantes de base, no tendría problemas para imponer su propio criterio.
Y es muy difícil encontrarse con alguien tan terco como Pedro Sánchez. Es más obstinado y testarudo que el mismísimo conde Lozano, aquel poderoso personaje creado por Guillén de Castro en Las mocedades del Cid. El famoso conde, cegado torpemente por la envidia, propinó una fuerte bofetada a don Diego Laínez, el padre del Cid. Y aunque su amigo Gonzalo Ansúrez le aconseja encarecidamente que se disculpe y pida perdón, el empecinado conde prefiere batirse en duelo con el Cid y afirma con altivez y con una osadía inaudita:
                                              Esta opinión es honrada:
                                               procure siempre acertarla
                                               el honrado y principal;
                                               pero si la acierta mal,
                                               defendella y no enmendalla.
Los  resultados de las elecciones autonómicas de Galicia y del País Vasco exacerbaron aún más las hostilidades entre los partidarios de Sánchez y el grupo creciente de sus críticos u opositores. Y tanto los  considerados oficialistas como sus contendientes acudieron a la reunión del Comité Federal del 1 de octubre pasado, sin haber pactado previamente la agenda y dispuestos, eso sí, a luchar denodadamente por el liderazgo del partido.
Como un numantino más de la vieja Celtiberia, Pedro Sánchez se aferraba al sillón de Ferraz, esperando celebrar primarias en Octubre y un Congreso exprés en noviembre con la participación de toda la militancia. Pero las posturas de ambos bandos, de sus allegados y la de sus detractores, eran cada vez más irreconciliables. En la reunión de ese convulso Comité Federal, cómo no, hubo de todo, menudearon los gritos, los insultos, las descalificaciones verbales y muchas cosas más. La bronca subió tanto de tono a lo largo de esa interminable y dramática jornada, que el partido quedó irremisiblemente roto y dividido.
Y aún así, Pedro Sánchez no tiraba la toalla. Sabía que, mientras estuviera al frente del partido, salvaguardaba mejor sus intereses personales. Pero la situación estalló definitivamente cuando los barones socialistas conocieron que, para poder llegar a La Moncloa, Pedro Sánchez tenía ya casi ultimado un acuerdo de Gobierno con Podemos y con los nacionalistas e independentistas catalanes. Y eso que el Comité Federal, en la reunión del 28 de diciembre de 2015, le prohibió expresamente hasta negociar con Podemos, si no renunciaba previamente a la posibilidad de celebrar referéndums independentistas.
Esto, claro está,  enfureció aún más a los opositores de Sánchez, que redoblaron sus esfuerzos para impedir que éste se saliera con la suya y se prestara a crear el llamado “Gobierno Frankenstein”, según expresión de Alfredo Pérez Rubalcaba. Los ataques contra el aparentemente imperturbable líder socialista terminaron siendo sumamente virulentos y agresivos. Y como, a pesar de todo, Pedro Sánchez no se rendía y seguía amarrado a su cargo, el grupo de los críticos intentó proceder a su destitución con la recogida de firmas para presentar una moción de censura.
Consiguieron, es verdad, bastantes más avales de los que se necesitaban para realizar la correspondiente votación. Pero, como era de esperar,  la Mesa encargada de dirigir el debate del Comité Federal los rechazó. No olvidemos, que dos de sus tres miembros pertenecen al sector oficialista. Esa misma Mesa, en cambio, sí aceptó, como  alternativa, la propuesta de Sánchez de someter a votación la convocatoria urgente del famoso Congreso Exprés, con unas primarias plebiscitarias, para elegir al nuevo secretario general, con el respaldo, por qué no, de toda la militancia.
 Los correligionarios del cuestionado secretario general querían que esa votación se realizara de forma secreta. Pero los críticos se opusieron firmemente y, tras una bronca monumental, además de lograr que se votara a mano alzada, consiguieron también imponerse por 132 votos a favor y 107 en contra. Y Pedro Sánchez, que había ligado su suerte al resultado de esa votación, no tuvo más remedio que dimitir.
La situación en la que queda el PSOE, tras esa pugna cainita por el poder, es absolutamente desoladora y trágica. Pedro Sánchez y comparsa, actuando como la famosa banda de los cuatro cuando murió Mao Zedong, abrió muchas heridas en el partido, que tardarán mucho en cicatrizar. Para garantizarse, a las primeras de cambio, la presidencia del Gobierno, Sánchez, además de podemizar al PSOE y convertirlo absurdamente en un partido de izquierda radical, fue el causante de la irremediable pérdida de su identidad y del abandono de muchos de sus votantes tradicionales.
Y puesto que, en realidad, Pedro Sánchez fue obligado a dimitir, solo faltaba que ahora presentara su salida de la Secretaria General como si fuera una expulsión, que es lo que hizo Francisco Largo Caballero cuando, por discrepancias con Indalecio Prieto, dimitió  en una reunión del Comité Nacional un 16 de diciembre de 1935.  Entonces sí que acabaría de fracturar a su partido y de hundirlo en la miseria.

Gijón 11 de octubre de 2016


José Luis Valladares Fernández

8 comentarios:

  1. Al psoe le está pasando lo miso que a la cuca, que no se entera ni cuando se corre.
    Saludos cordiales.

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    1. Desde la época de Zapatero, los del PSOE perdieron el rumbo, y así les va.
      Saludos.

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  2. Ha sido (y está siendo) todo un esperpento.

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    1. Pedro Sánchez puso sus intereses personales, por delante de los de España y los de su propio partido

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  3. Lo de Pedro Sanchez es lo mas parecido a la noche de los cuchillos largos,cuando Hitler acabo de manera sangrienta,con el ala izquierdista del partido Nazi.Aunque en el psoe,ho ha habido sangre de momento,saludos,

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    1. No ha habido sangre, pero si dejan a Sánchez más tiempo, el PSOE desaparece.
      Saludos

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  4. interesante de la manera que ves la vida

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