El espectáculo dado últimamente por Pedro Sánchez,
atrincherándose en Ferraz para forzar su continuidad al frente de la Secretaria
General del PSOE, fue francamente lamentable y bochornoso. Jaleado por su
esposa Begoña Gómez y arropado por sus acólitos más fieles, intentó utilizar a
las bases del partido para sustituir la llamada democracia representativa por otra
más directa y de corte asambleario. Creía que así blindaba su cargo y, por
supuesto, no estaría atado con las líneas rojas impuestas por el Comité Federal
y podría instaurar fácilmente un “Gobierno alternativo, transversal y de
cambio” y echar a Mariano Rajoy de La Moncloa.
Es verdad que Pedro Sánchez, mientras ha estado al
frente del PSOE, ha dado abundantes muestras de ir muy sobrado de arrogancia y
de prepotencia, pero notablemente escaso de talento. Por eso, nada más ser
elegido secretario general, comenzó a presentarse ya como el próximo presidente
del Gobierno. Y al verse encumbrado, sin mayor esfuerzo, a un puesto de tanta responsabilidad, podía
haber hecho suya aquella frase “veni, vidi, vici”, utilizada por Julio
Cesar ante el Senado Romano para describir su fácil victoria sobre Farnaces II,
rey del Ponto, en la batalla de Zela.
El hasta ahora líder socialista, más que por su
inteligencia, destaca precisamente por su intransigencia y su tozudez. Su “¡no
es no!” al Partido Popular hizo historia y sirvió para que alguien le
rebautizara con el nombre de Pedronono.
El defenestrado secretario general antepuso siempre sus intereses particulares,
a los intereses de España y, por supuesto, a los intereses del propio Partido
Socialista. Y todo, ¡vaya casualidad!, para llegar a encabezar el próximo Gobierno
que estaba negociando, de espaldas al PSOE, con Podemos y con lo más granado
del independentismo catalán.
Para allanar su camino y llegar más rápidamente a La
Moncloa, el visionario Sánchez traspasó todo lo que había que traspasar y algo
más, haciendo un daño incalculable a su propio partido y, de rebote, a España entera. Y todo, para satisfacer su
insaciable ambición personal. Con su incomprensible comportamiento, hundió
electoralmente al PSOE y lo ha dejado peligrosamente dividido. Y para dar
satisfacción a su desmedido egoísmo, Pedro Sánchez se radicalizó y prescindió voluntariamente
del comportamiento moderado que, desde la transición democrática, han venido
practicando los distintos dirigentes de la izquierda española. Y acabó, ¡ahí es
nada!, escorando intencionadamente a su partido hacia la izquierda más radical.
Sin pensar que así ponía en marcha un proceso
autodestructivo de proporciones francamente incalculables, Pedro Sánchez comenzó
el proceso de podemización del PSOE.
Y tras las elecciones municipales del 27 de mayo de 2015, entregó a Podemos el
Gobierno de aquellas ciudades de España, donde el Partido Popular no logró la mayoría
absoluta. Con la pactada aquiescencia del separatismo catalán y esa especie de
cambio de cromos con Pablo Iglesias y su tribu bolivariana, esperaba colmar su alocado
capricho de presidir un Gobierno alternativo y de cambio tras la repetición de las elecciones
generales.
El todavía secretario general de los socialistas
hispanos sabía perfectamente que, para realizar ese pacto con Podemos y con los
que quieren romper España, tendría que enfrentarse a los barones territoriales del
partido y, cómo no, con una buena parte de los miembros del Comité Federal. Pero
eso era lo de menos, ya que, acudiendo a los militantes de base, no tendría
problemas para imponer su propio criterio.
Y es muy difícil encontrarse con alguien tan terco
como Pedro Sánchez. Es más obstinado y testarudo que el mismísimo conde Lozano,
aquel poderoso personaje creado por Guillén de Castro en Las mocedades del Cid. El
famoso conde, cegado torpemente por la envidia, propinó una fuerte bofetada a
don Diego Laínez, el padre del Cid. Y aunque su amigo Gonzalo Ansúrez le
aconseja encarecidamente que se disculpe y pida perdón, el empecinado conde
prefiere batirse en duelo con el Cid y afirma con altivez y con una osadía
inaudita:
Esta
opinión es honrada:
procure siempre acertarla
el
honrado y principal;
pero si la acierta mal,
defendella y no enmendalla.
Los
resultados de las elecciones autonómicas de Galicia y del País Vasco exacerbaron
aún más las hostilidades entre los partidarios de Sánchez y el grupo creciente
de sus críticos u opositores. Y tanto los
considerados oficialistas como sus contendientes acudieron a la reunión
del Comité Federal del 1 de octubre pasado, sin haber pactado previamente la
agenda y dispuestos, eso sí, a luchar denodadamente por el liderazgo del
partido.
Como un numantino más de la vieja Celtiberia, Pedro
Sánchez se aferraba al sillón de Ferraz, esperando celebrar primarias en
Octubre y un Congreso exprés en noviembre con la participación de toda la
militancia. Pero las posturas de ambos bandos, de sus allegados y la de sus detractores,
eran cada vez más irreconciliables. En la reunión de ese convulso Comité Federal,
cómo no, hubo de todo, menudearon los gritos, los insultos, las descalificaciones
verbales y muchas cosas más. La bronca subió tanto de tono a lo largo de esa
interminable y dramática jornada, que el partido quedó irremisiblemente roto y
dividido.
Y aún así, Pedro Sánchez no tiraba la toalla. Sabía
que, mientras estuviera al frente del partido, salvaguardaba mejor sus
intereses personales. Pero la situación estalló definitivamente cuando los
barones socialistas conocieron que, para poder llegar a La Moncloa, Pedro
Sánchez tenía ya casi ultimado un acuerdo de Gobierno con Podemos y con los
nacionalistas e independentistas catalanes. Y eso que el Comité Federal, en la
reunión del 28 de diciembre de 2015, le prohibió expresamente hasta negociar
con Podemos, si no renunciaba previamente a la posibilidad de celebrar
referéndums independentistas.
Esto, claro está,
enfureció aún más a los opositores de Sánchez, que redoblaron sus
esfuerzos para impedir que éste se saliera con la suya y se prestara a crear el
llamado “Gobierno Frankenstein”, según expresión de Alfredo Pérez Rubalcaba.
Los ataques contra el aparentemente imperturbable líder socialista terminaron
siendo sumamente virulentos y agresivos. Y como, a pesar de todo, Pedro Sánchez
no se rendía y seguía amarrado a su cargo, el grupo de los críticos intentó
proceder a su destitución con la recogida de firmas para presentar una moción
de censura.
Consiguieron, es verdad, bastantes más avales de los
que se necesitaban para realizar la correspondiente votación. Pero, como era de
esperar, la Mesa encargada de dirigir el
debate del Comité Federal los rechazó. No olvidemos, que dos de sus tres
miembros pertenecen al sector oficialista. Esa misma Mesa, en cambio, sí
aceptó, como alternativa, la propuesta
de Sánchez de someter a votación la convocatoria urgente del famoso Congreso Exprés,
con unas primarias plebiscitarias, para elegir al nuevo secretario general, con
el respaldo, por qué no, de toda la militancia.
Los
correligionarios del cuestionado secretario general querían que esa votación se
realizara de forma secreta. Pero los críticos se opusieron firmemente y, tras
una bronca monumental, además de lograr que se votara a mano alzada,
consiguieron también imponerse por 132 votos a favor y 107 en contra. Y Pedro
Sánchez, que había ligado su suerte al resultado de esa votación, no tuvo más
remedio que dimitir.
La situación en la que queda el PSOE, tras esa pugna
cainita por el poder, es absolutamente desoladora y trágica. Pedro Sánchez y
comparsa, actuando como la famosa banda de los cuatro cuando
murió Mao Zedong, abrió muchas heridas en el partido, que tardarán mucho en
cicatrizar. Para garantizarse, a las primeras de cambio, la presidencia del
Gobierno, Sánchez, además de podemizar al PSOE y convertirlo absurdamente en un
partido de izquierda radical, fue el causante de la irremediable pérdida de su
identidad y del abandono de muchos de sus votantes tradicionales.
Y puesto que, en realidad, Pedro Sánchez fue
obligado a dimitir, solo faltaba que ahora presentara su salida de la
Secretaria General como si fuera una expulsión, que es lo que hizo Francisco
Largo Caballero cuando, por discrepancias con Indalecio Prieto, dimitió en una reunión del Comité Nacional un 16 de
diciembre de 1935. Entonces sí que
acabaría de fracturar a su partido y de hundirlo en la miseria.
Gijón 11 de octubre de 2016
José Luis Valladares Fernández
Al psoe le está pasando lo miso que a la cuca, que no se entera ni cuando se corre.
ResponderEliminarSaludos cordiales.
Desde la época de Zapatero, los del PSOE perdieron el rumbo, y así les va.
EliminarSaludos.
Ha sido (y está siendo) todo un esperpento.
ResponderEliminarPedro Sánchez puso sus intereses personales, por delante de los de España y los de su propio partido
EliminarLo de Pedro Sanchez es lo mas parecido a la noche de los cuchillos largos,cuando Hitler acabo de manera sangrienta,con el ala izquierdista del partido Nazi.Aunque en el psoe,ho ha habido sangre de momento,saludos,
ResponderEliminarNo ha habido sangre, pero si dejan a Sánchez más tiempo, el PSOE desaparece.
EliminarSaludos
interesante de la manera que ves la vida
ResponderEliminar¡¡Bueno...!! Discuto. Luego, existo
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