IV.-Estalla la Revolución de Octubre de 1934
Según el dictamen
generalizado de toda la izquierda española, la derecha no debe llegar nunca al
Gobierno, ni por accidente. Y si alguna vez gana unas elecciones, es porque el
pueblo soberano comete un error imperdonable, que es lo que ocurrió
lamentablemente en las Elecciones Generales del 19 de noviembre de 1933.
En esas elecciones, se impuso
claramente la coalición conservadora de la CEDA de José María Gil Robles, ya
que se hizo con el 24,3% de los votos y 115 actas de diputado. La opción
centrista del Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux, que consiguió
el 21,6% de los votos y 102 escaños, ocupó el segundo lugar. El Partido
Socialista Obrero Español, sin embargo, fracasó en el intento de hacerse con el
poder para imponer a los españoles una copia del marxismo que ya había
triunfado en Rusia. Tuvo que conformarse con el 12,5% de los apoyos electorales
que no dio nada más que para 59 diputados.
Aunque la CEDA pasó a ser la
primera fuerza política del Parlamento, los 115 escaños conseguidos no eran
renta suficiente para formar Gobierno. En vista de las circunstancias, las
huestes de Gil Robles decidieron
secundar institucionalmente al
partido de Lerroux, a la vez que mantenían un control extremadamente férreo
sobre el mismo.
La
derrota electoral sentó rematadamente mal a los responsables máximos del PSOE,
ya que trastocaba todos sus planes. Pensaban utilizar el poder para transformar pacíficamente la “república burguesa”
española, en una “república socialista” de obreros y campesinos, similar
en todo a la soviética. Y esto, de momento, ya no era posible.
Y
al no poder implantar el socialismo por las buenas, deciden hacerlo por la
brava, utilizando audazmente la fuerza y la
rebelión. Sustituyen, por lo tanto, la “vía parlamentaria” por la “vía
insurreccional” y, siguiendo instrucciones directas de Francisco Largo Caballero,
empiezan a organizar, con toda meticulosidad, un golpe de Estado contra la
propia República. Y sin descuidar el correspondiente avituallamiento de armas,
comienzan a buscar cómplices y a crear adeptos entre las diferentes
organizaciones obreras y campesinas. Querían estar listos para echarse a la
calle en cuanto mediase la más mínima
provocación reaccionaria.
Y esa provocación, como era previsible, no tardó en
llegar. El 1 de octubre de 1934, la CEDA retira definitivamente su apoyo al
Gobierno de Ricardo Samper Ibáñez, y exige entrar a formar parte del mismo.
Para resolver la crisis gubernamental,
el presidente de la República, Alcalá Zamora, recurre nuevamente a
Alejandro Lerroux que, el día 4 de octubre, forma un nuevo Gobierno, incluyendo
a tres ministros de la coalición que dirige Gil Robles.
En Madrid, cómo no, la huelga general
revolucionaria contó con un índice de participación considerablemente alto,
aunque no contó con el apoyo dela CNT. Pero no tuvo éxito, sin embargo, con la
insurrección armada. Los sublevados intentaron, ¡faltaría más!, asaltar la
Presidencia del Gobierno y otros centros de poder vitales. Y como, además de
carecer de la más mínima preparación militar, les faltó el suficiente
atrevimiento y arrojo y les sobró exceso de confianza, fracasaron de manera
inapelable. El Gobierno de la República derrotó fácilmente a los amotinados,
logrando que Madrid recuperara la normalidad en muy pocos días.
La huelga general revolucionaria y la insurrección
armada tuvieron una incidencia meramente testimonial en Andalucía, en
Extremadura y en La Mancha. Y todo porque, en estas regiones, los obreros del
campo quedaron sumamente escaldados con la enorme represión gubernamental,
sufrida por secundar la huelga campesina del mes de junio de 1934. Pasó algo
muy similar en Aragón, en Navarra y en Logroño.
Hubo problemas muy serios en varias poblaciones de
Cantabria, especialmente en Reinosa, donde tuvo que intervenir el ejército de
Burgos para recuperar la normalidad. Hubo sus más y sus menos en las zonas
mineras de León y Palencia. Tanto en Barruelo de Santullán como en Guardo, el
Gobierno tuvo que recurrir a la artillería para acabar con la rebelión. En
Guardo, por ejemplo, utilizó también la aviación.
Pero fue en Cataluña y en Asturias donde, en
realidad, triunfó el golpe de Estado anticonstitucional, perpetrado por la
revolucionaria Alianza Obrera. En Cataluña, por ejemplo, el Gobierno de la
Generalidad, que preside Lluís Companys de Esquerra Republicana, no pierde el
tiempo y, nada más producirse el alzamiento subversivo, decide unilateralmente
proclamar el Estado Catalán, aunque
dentro, eso sí, de una República Federal Española.
Ante una situación tan grave, el Gobierno de la
República tomó la decisión de suspender cautelarmente la Autonomía Catalana y
declaró el estado de guerra. El capitán general de Cataluña, el general Domingo
Batet, al frente del ejército, tomó la
plaza de San Jaime y conminó a los a los comandos de los Mozos de Escuadra para
que abandonaran las armas. Pero estos, en vez de rendirse, respondieron,
haciendo fuego contra las tropas españolas. Respondieron estas con los cañones,
disparando contra el Palacio de la Generalidad.
El combate fue muy duro y murieron unas cuarenta
personas. Y al final, después de varias horas de encarnizada lucha, los Mozos
de Escuadra terminaron rindiéndose y fueron hechos prisioneros. También fueron
encarcelados los distintos responsables políticos de la Generalidad, incluido su
presidente, Lluís Companys. No pudieron detener, sin embargo, al consejero de
Gobernación, Josep Dencàs, porque huyó cobardemente por las alcantarillas del
Palacio de la Generalidad para fugarse a
Francia.
Pero fue precisamente en Asturias, donde la Revolución
de Octubre de 1934 ocasionó problemas más serios y más violentos que en las
demás regiones. La rebelión llegó a tener una ferocidad inusitada que, hasta
puso en jaque el orden constitucional.
No olvidemos que los insurrectos tomaron el control de casi todos los
Ayuntamientos y de la mayor parte de los
cuarteles de la Guardia Civil. La ciudad de Oviedo, por ejemplo, quedó
totalmente devastada. En solo dos semanas, entre sediciosos, miembros de las
Fuerzas Armadas y el clero, hubo entre 1.500 y 2.000 muertos y más de 2.000
heridos.
Los dirigentes del PSOE, en Asturias, contaron con
muchas más facilidades que en el resto de España, para unir a la clase obrera.
No tuvieron ni la más mínima complicación para integrar a la CNT en la famosa alianza
obrera, que conocemos con las siglas UHP, y que tanto juego dio en
aquel alzamiento armado. También pasó a formar parte de UHP el Bloque Obrero
Campesino (BOC), posteriormente se sumaría la Izquierda Comunista y
finalmente haría lo propio el PCE.
Desde el primer momento, los rebeldes asturianos
organizaron muy bien la insurrección
armada. Supieron mantener una estructura prácticamente unitaria, que les valió
para evitar el desgaste que se origina cuando se dispersan esfuerzos y se
producen luchas internas inoportunas. Disponían, es verdad, de un buen arsenal
de armas y, por supuesto, de una cantidad ingente de dinamita. Y por si todo
esto fuera poco, llegaron a contar con un ejército de unos 30.000 obreros que, en muy pocos
días, se adueñó de casi todo Asturias.
Gracias a la acción mancomunada entre los bandos
socialistas del PSOE y de la UGT con los anarcosindicalistas de la CNT, los
revolucionarios se hicieron muy fácilmente con el control de las importantes
cuencas del Nalón y del Caudal. Y crean, precisamente ahí, en Mieres y en Sama
de Langreo, unos centros políticos para coordinar cuidadosamente la actuación
de los mineros, que se dedican a expandir
la insurrección a toda la región.
Siguiendo las instrucciones de dichos centros, los
obreros insurrectos lograron apoderarse fácilmente de la fábrica de armas de
Trubia y ocuparon ciudades tan importantes como Gijón y Avilés. Para dominar
rápidamente la situación, procuraban invadir en primer lugar los cuarteles de
la Guardia Civil. Y lo hacían siempre de la misma manera: comenzaban asustando
a sus defensores, utilizando cargas y más cargas de dinamita. Y cuando ya estaban verdaderamente
aterrorizados, procedían a su ocupación.
Para librar la ciudad de Oviedo de la barbarie
revolucionaria, un batallón de infantería y una sección de los Guardias de
Asalto se dirigen a La Manzaneda, para interceptar allí a las columnas mineras.
Pero las fuerzas del orden fueron ampliamente derrotadas por el empuje y la
osadía de los rebeldes, entrando por fin en la capital.
Y como en Oviedo se encontraron con una enérgica
resistencia, las milicias mineras comenzaron a ejercer una represión tan
violenta, que la ciudad quedó francamente devastada. El 6 de octubre, después
de un duro enfrentamiento con fuerzas leales a la República, asaltaron el
Ayuntamiento, y establecieron allí su
Cuartel General Revolucionario. Al día siguiente, se apoderaron violentamente del cuartel de los Carabineros y ocuparon la Estación del
Ferrocarril. El día 8 cayó en sus manos el cuartel de la Guardia Civil, y al
día siguiente, de madrugada, se hicieron también con la fábrica de armas de La
Vega.
No lograron entrar, en modo alguno, en los cuarteles de Pelayo
y Santa Clara, aunque los tenían totalmente
cercados, porque sus ocupantes resistieron valientemente el acoso de las
hordas revolucionarias. Incendiaron, eso sí, cantidad de Iglesias y conventos.
Prendieron fuego al Seminario, al palacio episcopal y a otros muchos edificios,
algunos tan emblemáticos como el teatro Campoamor y la Universidad, en cuya
biblioteca había fondos bibliográficos valiosísimos que se perdieron para
siempre. Y hasta cometieron la tremenda
salvajada de dinamitar la Cámara Santa en la Catedral, perdiéndose así algunas reliquias sumamente importantes.
La violencia desatada en Asturias en 1934 por las
huestes sectarias de Largo Caballero y por los anarcosindicalistas de la CNT,
adquirió muy pronto un carácter verdaderamente dramático. El odio era tan
consustancial con los izquierdistas, que se alzaron contra la República, que
acosaban ciegamente a los capitalistas, simplemente por ser ricos. Hostigaban
sin descanso a la derecha, por ser de derechas. Y como enfermaban con todo lo
que oliera a Iglesia, montaron una persecución feroz contra los católicos, y
sobre todo, ¡faltaría más!, contra los curas, contra los frailes y contra las
pobres monjas. Y de hecho, cometieron vilmente varios asesinatos.
La situación en Asturias llegó a ser tan complicada
que, obligó al Estado a dar una respuesta extremadamente enérgica y
contundente. Siguiendo instrucciones del presidente del Gobierno, Alejandro
Lerroux, el entonces ministro de la Guerra, Diego Hidalgo Schnur, recurre al
general Francisco Franco, a quien da todo tipo de atribuciones para que
resuelva en Asturias el problema de la revolución que provocaron los
socialistas, en comandita con los comunistas y con los anarquistas de la CNT.
Y sin pérdida de tiempo, ordenó el despliegue de
una tropa de 18.000 soldados, que entrarían en Asturias por los cuatro puntos
cardinales. Por el norte, comandado por el teniente coronel Juan Yagüe, llegó a
Gijón un contingente militar, compuesto por dos banderas de la Legión y dos
tabores de Regulares. Por el sur, y a través del puerto de Pajares llegaron
tropas procedentes de León, que dirigía
el general Carlos Bosch. Por el este, entró una columna militar que venía de
Bilbao, que capitaneaba el teniente coronel José Solchaga. También llegaron
tropas por el oeste, procedentes de Galicia, al mando del general Eduardo López
Ochoa.
Las tropas legionarias y los regulares, que
desembarcaron en Gijón el 10 de octubre, acabaron rápidamente con la
resistencia de los sediciosos en Gijón, dirigiéndose después a la capital, que
estaba prácticamente sitiada. Las
fuerzas gubernamentales que salieron de Galicia recuperaron la fábrica de armas
de Trubia, marchando a continuación hacia su objetivo, que no era otro que
Oviedo.
Tuvieron muchas más complicaciones las tropas que
vinieron de León y de Bilbao. Las que venían de León fueron interceptadas en
Vega del Rey por un grupo numeroso de mineros, todos ellos muy bien
pertrechados y que conocían perfectamente el terreno para actuar con soltura y
con ventaja. Los rebeldes ocasionaron cuantiosas bajas a las fuerzas
republicanas, y las mantuvieron paralizadas allí hasta el 10 de octubre.
Algo parecido pasó con la columna militar, que
venía de Bilbao y que fue detenida momentáneamente en el Berrón por la acción de un grupo de
mineros sublevados de La Felguera. Las milicias mineras, es verdad, estaban
ofreciendo una resistencia muy dura en todos los frentes. Estaban muy bien
organizadas y contaban con varias piezas de artillería. Pero, a pesar de todo,
las fuerzas gubernamentales, lograron imponerse, poniendo fin a la insurrección
promovida por los máximos responsables del PSOE.
Y en realidad, no tardó mucho en desaparecer el
entusiasmo y el enardecimiento mostrado inicialmente por las mesnadas mineras y
por los que les embaucaron. Se les congeló hasta la sonrisa, al constatar que
las unidades militares del Gobierno les desbordaban más fácilmente de lo
esperado y que la revolución obrera y campesina había fracasado en el resto de
España. En vista de los acontecimientos, los dirigentes de la revuelta, presos
del desánimo y el abatimiento, disuelven el Comité Revolucionario Provincial y,
sin esperar a más, ordenan la retirada de la capital.
A partir de ese momento, se precipitan los
acontecimientos. Entran en la ciudad las tropas del general López Ochoa y un
grupo importante de insurgentes, forman un nuevo Comité Revolucionario, que
integran miembros de las Juventudes
Socialistas y comunistas que, por las buenas, deciden continuar la
lucha. Y lo hacen, claro está, desde puntos estratégicos como el Naranco y San
Esteban de las Cruces. Quieren acabar de una vez con el odiado capitalismo,
pero no logran impedir la caída de la capital y tienen que huir finalmente,
retirándose a las cuencas mineras para hacerse fuertes allí. Pero su situación
era ya insostenible.
No olvidemos que, el 15 de octubre, las fuerzas
gubernamentales, que entraron en Asturias por Pajares, dirigidas ahora por el
general Amado Balmes, acabaron con los últimos obstáculos y entraron triunfalmente en Mieres. Ante la evidencia
del fracaso, los sublevados comenzaron a negociar su rendición con el general López Ochoa, comandante en
jefe de las fuerzas desplegadas por el Gobierno de la República Española.
La insurrección terminó oficialmente el 18 de
julio, dejando detrás de sí, como ya vimos, cuantiosos muertos y un reguero de heridos y
damnificados. Los gerifaltes del PSOE, de aquella, vieron frustradas sus ansias de poder, teniendo que desistir,
momentáneamente al menos, de imponer por la brava un socialismo similar al
soviético. Pero eso sí, demostraron fehacientemente que, ni eran tan
demócratas, ni tan ejemplares como les pintan sus sucesores políticos.
Barrillos de Las Arrimadas, 16 de septiembre de
2018
José Luis Valladares Fernández
Siempre han estado convencidos de que quien no les vota está equivocado, como si la suya fuera una verdad universal.
ResponderEliminarCreen que la historia es algo parecido al chicle que se estira o encoge a voluntad. Y cuando hay un hecho histórico que les molesta, lo cambian y todo solucionado. Saludos
EliminarMagnifico relato sobre el intento revolucionario de Asturias.saludos.
ResponderEliminarPero como la actuación de aquellos dirigentes socialistas, reescriben la historia, cambian los hechos y aquí no paso nada. Y después hablan de los 100 años de honradez. Saludos
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