sábado, 22 de septiembre de 2018

LAS ANDANZAS DEL PSOE

III.- Preparación  del golpe de Estado contra la República





Los personajes políticos, manifiestamente grises y mediocres, suelen ser extremadamente vanidosos y se muestran siempre insatisfechos con los puestos conseguidos. Y como Pedro Sánchez no es una excepción, procura disimular su escasa talla intelectual, exagerando intencionada y desmedidamente las bondades de su partido político. El Partido Socialista, es verdad, tiene algunas cosas buenas, aunque no tantas, ni tan portentosas como proclaman sus voceros oficiales.

Aunque no guste a los responsables del partido, el PSOE tiene, detrás de sí, una  historia francamente turbia y truculenta, que tratan sistemáticamente de ocultar, imponiendo desde el poder una versión de la historia que, con relativa frecuencia,  no tiene nada que ver con la realidad. Y para acabar de un plumazo con la libertad de expresión y hasta de investigación, y aplicar descaradamente ‘su verdad’, no dudan en utilizar leyes tan totalitarias y antidemocráticas como la famosa Ley de la Memoria Histórica.

Durante el régimen republicano español, el comportamiento de la plana mayor del PSOE fue tan siniestro y tan deplorable, que los socialistas de hoy día intentan ocultar los hechos reescribiendo la historia o declarando por decreto la verdad oficial, que aceptará obligatoriamente toda la ciudadanía. Olvidan, claro está, que la veracidad de una opinión depende de los hechos contrastados, y no de la voluntad de quien manda.

Y los hechos están ahí. Si después de casi 140 años de existencia, el PSOE conserva aún muchos tics de la intolerancia, del sectarismo y del odio profundo, heredado de su fundador Pablo Iglesias Posse, ¿qué podríamos decir de los dirigentes socialistas del año 1933, que todavía estaban sin desbravar? En noviembre de ese mismo año, los socialistas acudieron en solitario a las elecciones generales, confiando plenamente en conseguir una mayoría suficientemente amplia que les permitiera gobernar, para  proceder inmediatamente a transformar la “república burguesa” en una “república socialista”.

En aquellas elecciones, el fracaso del PSOE fue tan inapelable como la derrota que sufrió la izquierda republicana. Y al verse fuera del nuevo Gobierno republicano, los responsables máximos del PSOE comprendieron que no tenían posibilidad alguna de llegar al socialismo pacíficamente y por las buenas y deciden conseguir su propósito por la brava, utilizando resueltamente la fuerza y la rebelión. Y siguiendo la batuta de Francisco Largo Caballero, sustituyen, sin más, la “vía parlamentaria” por la “vía insurreccional”.

Y acto seguido, comienzan a organizar cuidadosamente un golpe de Estado contra la propia República, para hacerse con el poder, para instaurar en España una dictadura proletaria, parecida en todo a la que había en la Unión Soviética. Y dan el primer paso, echando de la Ejecutiva de la UGT a Julián Besteiro y a sus adeptos, porque eran claramente reacios a utilizar la estrategia “revolucionaria”.
Para garantizar el éxito de la insurrección y tomar violentamente el poder, aleccionan a los implicados en el golpe para que, cuando llegue el momento, respondan todos  unánimemente y de manera coordinada. Para preparar con tiempo  ese movimiento insurreccional armado, el 3 de febrero de 1934 se crea el Comité Revolucionario para la Insurrección, integrado por dos miembros del PSOE, dos de la UGT y otros dos de las Juventudes Socialistas.  Lo preside, faltaría más, Largo Caballero, que es el principal impulsor y alma mater de ese golpe de Estado.

Lo primero que hizo ese Comité Revolucionario, integrado por dos miembros del PSOE, emitir un documento secreto, con 73 instrucciones muy concretas para concertar debidamente la actuación de los involucrados en la anunciada rebelión. Y en alguna de esas instrucciones, se incita claramente al atentado y al asesinato generalizado. En la que hace el nº 49, por ejemplo, se exige incendiar las casas cuartel de la Guardia Civil, cuando no se entreguen  voluntariamente. Y pasa exactamente lo mismo con la instrucción nº 59, que manda “lanzar botellas de líquidos inflamables a los centros o domicilios de las gentes enemigas”

Y ni que decir tiene, que todas estas instrucciones fueron seguidas fielmente por los sublevados que acataban ciegamente todas las indicaciones del PSOE. Y para no dejar cabos sueltos y tener previsto hasta el más mínimo detalle, el Comité Revolucionario fomenta la creación de “comités revolucionarios” a nivel local, que estén tutelados, eso sí, por las “Juntas Provinciales”. Y pide  insistentemente que se utilice a “los individuos más decididos” para formar comandos itinerantes, que estuvieran dispuestos a sabotear servicios tan importantes como los del gas, de la electricidad o de teléfonos.

Como consecuencia de su intensa actividad como político y como periodista, Indalecio Prieto Tuero logra una  notoriedad pública francamente envidiable. Y esa popularidad le sirve para establecer una relación personal totalmente fluida con casi todos los estamentos sociales de aquella época. Y para aprovechar debidamente esa profusa red de conexiones, los integrantes del Comité Revolucionario recurren a él para que se encargue de la preparación militar del proyectado pronunciamiento.

Indalecio Prieto participó efectivamente de una manera muy directa en la organización y en la ejecución de ese golpe de Estado. Es verdad que fracasó rotundamente en uno de sus principales cometidos: atraer a oficiales del Ejército para la insurrección proyectada. Triunfó inicialmente, sin embargo, en la captación de recursos financieros y en la adquisición de armas. Pero volvió a fracasar a la hora de hacer llegar esos recursos y esas armas a los correspondientes  “comités revolucionarios”.

Para la adquisición de armas  se lo puso sumamente fácil el grupo de revolucionarios portugueses que conspiraba contra la Dictadura de Antonio de Oliveira Salazar. Estos revolucionarios lusos, conocidos como “los budas”, habían conseguido una partida de armas cortas con su correspondiente munición, que habían escondido en Madrid. Y por mediación del industrial vasco, Horacio Echevarrieta, amigo de Prieto, entraron en negociaciones con el Consorcio español de Industrias Militares, para comprar una remesa importante de armas largas con su munición, fingiendo, claro está, que ese material bélico iba destinado a Yibuti.

Y al llegar el momento de la verdad, como el industrial intermediario no pudo hacer efectivo el importe de la compra, las armas quedaron provisionalmente almacenadas en Cádiz, esperando que los compradores solucionaran sus problemas de liquidez. En total, eran 329 cajas de armas, con un peso de 18.200 kg., en las que figuraba como supuesto destino la República de Yibuti, que está ubicada en el Cuerno de África, indicando, además, que fueron fabricadas y embaladas en 1932 en la Fábrica de Armas de Toledo.

Ante la imposibilidad de allegar los fondos que necesitaban, “los budas” lusitanos desisten  de liberar el cargamento armamentístico, que permanecía estancado en Cádiz, y se ponen de acuerdo con Horacio Echevarrieta para transferir esas armas largas al grupo revolucionario socialista que encabeza Indalecio Prieto. Los portugueses ya habían vendido y cobrado al contado la partida de armas cortas que escondían en Madrid.

El sindicalista asturiano Amador Fernández, conocido popularmente como “Amadorín”, que formaba parte de ese grupo, utilizó fondos de la mina San Vicente para saldar la deuda del industrial vasco con el Gobierno de entonces, liberando así ese importante cargamento de armas largas. Y en julio de 1934, una vez ultimada esa operación, el capitán mercante, Manuel Atejada, y el maquinista Jenaro Álvarez se trasladan a Cádiz y compran por 70.000 pesetas el barco “Mamelena II”, al que rebautizan con el nombre de “Turquesa”, para dedicarlo supuestamente al “abastecimiento de aceite”

Y como el Gobierno tenía prisa por deshacer el entuerto administrativo de la venta fallida  de armas a Yibuti, quiso que se agilizara, lo más posible, la carga del “Turquesa”. Precisamente por eso, las 329 pesadas cajas de armas  y municiones, que estaban retenidas en el Castillo de San Sebastián de Cádiz, fueron trasladadas al barco en vehículos militares y cargado por los propios soldados.

Una vez cargado, el “Turquesa” partió de Cádiz el 5 de septiembre con los 18.200 kilos de armas y municiones, aparentemente con rumbo hacia Burdeos, según consta en la documentación de la Aduana. El día 10 de ese mismo mes, el barco fondeó en Asturias, frente a San Esteban de Pravia, con la intención manifiesta de desembarcar allí el cargamento bélico que oficialmente iba destinado a Francia. Pretendían, cómo no, armar subrepticiamente  a los socialistas y a sus cómplices ocasionales, para que estuvieran  debidamente preparados con vistas a la insurrección violenta proyectada.

Aquella misma noche, comienza el  desembarque de aquella importante partida de armas y municiones. Llegan tres grandes motoras, que vienen de Gijón, y se acercan sigilosamente al vapor “Turquesa”.  Cargan en ellas las primeras 80 cajas, que contenían 500 fusiles Máuser, 50 ametralladoras y abundante munición y, siguiendo instrucciones de la plana mayor socialista de Asturias, transportaron esa mercancía a la playa de Aguilar, en Muros del Nalón.

Y allí en la playa, mientras un grupo de militantes de la UGT descargaba estas motoras, otros compañeros cargaban las cajas desembarcadas en vehículos oficiales de la Diputación de Oviedo y de los Ayuntamientos de Langreo y de Mieres. Las dos primeras camionetas  partieron rápidamente, llevándose 18 cajas de fusiles y ametralladoras. Y ocultaron parte de ese armamento en la iglesia de Valduno, otra parte en unas cuevas de Ribera de Arriba y el resto, en el cementerio de San Esteban de las Cruces. Otra  furgoneta cargada se averió y, mientras la reparaban,  fue descubierta por la fuerza pública. 

Un movimiento tan anormal de gente y de vehículos, alarmó a los vecinos de la zona, y avisan a los Carabineros y a la Guardia Civil que acuden inmediatamente, pensando que se trataba de una operación más de contrabando. Detienen a varios implicados, entre los que está el hermano del famoso diputado socialista Ramón González Peña y, entre el cargamento de la furgoneta averiada y el material que ya estaba descargado en la playa, la fuerza pública logra confiscar sesenta y dos cajas con 116.000 cartuchos, ocho pistolas, tres revólveres y dos escopetas, además de cuatro automóviles.

Al ver que había sido descubierto el desembarco clandestino de armas, el vapor  “Turquesa” levó anclas y puso rumbo hacia Francia, llevando en sus bodegas más de doscientas cajas de armamento. Fracasó, es verdad, la operación del “Turquesa, aunque había sido preparada cuidadosamente por Indalecio Prieto y sus secuaces. Frustraron esa entrega de armas los Carabineros y la Guardia Civil

Pero los socialistas y los obreros asturianos llevaban ya tiempo haciendo acopio de armas. Muchas de ellas las consiguieron, a base de paciencia, robándolas de una en una en las fábricas de la Vega (Oviedo) y de Trubia. Compraron alguna que otra partida de armas a contrabandistas y, las que consiguieron en Éibar, serían oportunamente transportadas hasta Asturias por las Juventudes Socialistas o por el Sindicato del Transporte de la UGT de Oviedo. La dinamita, por supuesto, la fueron adquiriendo los propios mineros, sustrayéndola tranquilamente en las minas donde trabajaban.

Los revolucionarios asturianos tenían escondidas todas esas armas largas y municiones en varios depósitos clandestinos, sin que la Guardia Civil, lograra descubrirlas. Llegaron a tener, además, varios miles de pistolas, que guardaban en sus propias casas los obreros que estaban expresamente comprometidos con la sublevación.

Cuando llegó el 5 de octubre de 1934, en Asturias se inició la insurrección con una fuerza paramilitar, perfectamente organizada, de más de 3000 hombres. De todos esos combatientes, más de 2500 eran socialistas, otros 1000 aproximadamente de la CNT y el resto, de los comunistas. Todos ellos, faltaría más, habían sido meticulosamente preparados por exsargentos afines al socialismo. Para recibir ese entrenamiento militar de manera oculta y solapada, organizaban de vez en cuando excursiones privadas, meriendas campestres y alguna que otra romería atípica.

Barrillos de Las Arrimadas, 26 de agosto de 2018

              José Luis Valladares Fernández


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