V.-La llegada del Frente Popular
Al perder el PSOE las elecciones de noviembre de
1933 y, por lo tanto, la remota posibilidad de hacerse con el poder absoluto,
Francisco Largo Caballero, con el apoyo expreso de sus huestes, prescinde
decididamente del sistema institucional representativo y comienza a preparar
con toda meticulosidad una insurrección violenta. Y la pone en marcha un año
después, el 5 de octubre, cuando pasan a formar parte del Gobierno tres
ministros de la coalición conservadora de la CEDA
El despliegue militar, puesto en marcha por el
Gobierno de Alejandro Lerroux y por los máximos responsables de la CEDA, cortó
en seco la peligrosa revuelta, orquestada interesadamente por los socialistas.
Intentaban, claro está, sustituir la tambaleante Republica española por otra
totalmente marxista, compuesta exclusivamente por obreros y campesinos, similar
en todo a la soviética. Los revoltosos, los que protagonizaron la revolución,
sufrieron un tremendo fracaso que no supieron, o no quisieron digerir
adecuadamente y sin mostrar el más mínimo arrepentimiento.
Los dirigentes del PSOE, es verdad, en vez de
reflexionar y aceptar sumisamente la reprimenda que se habían ganado a pulso,
rumiaron en silencio su contundente derrota. Pero no se les ocurrió jamás
renunciar a su sueño de volver a atentar contra la vigente legalidad
republicana, si encontraba una nueva oportunidad. Y esa ocasión se presentó
inesperadamente con las Elecciones Generales de febrero de 1936, cuando la
República aún no se había recuperado del duro golpe que sufrió con el
levantamiento de octubre de 1934.
El Gobierno de Alejandro Lerroux, y la CEDA, que
articulaba José María Gil Robles, pudieron dejar fuera de juego a todos esos
contumaces golpistas, ilegalizando al PSOE y, por supuesto, a los demás
partidos que participaron activamente en aquella sublevación. Pero no lo
hicieron, porque la derecha, cuando tiene que tomar una decisión
transcendental, suele acomplejarse y dejarse dominar por los escrúpulos y termina
normalmente arrugándose y desistiendo. Y los partidarios de la subversión, cómo
no, esperaban impacientemente, con las espadas en alto, que llegara su nueva
oportunidad.
Y la vendetta de la irredenta izquierda
revolucionaria llegó con el fraude o el pucherazo de las Elecciones Generales
del 16 de febrero de 1936. Hoy sabemos, gracias al trabajo de investigación de
Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García, que esas elecciones las perdieron
claramente los supuestos ganadores: los partidos de izquierdas, que se
integraron en el malhadado Frente Popular. Según el dictamen de dichos
historiadores, y a pesar del enorme esfuerzo realizado por los sindicatos
afectos, la izquierda no logró la ansiada mayoría. Logró, eso sí, la minoría
más importante, pero una minoría, al fin y al cabo.
En aquellas elecciones hubo una participación
realmente notable, ya que acudió a votar el 71,3% del censo y, aunque por un
escaso margen, las ganaron las derechas. Obviando los votos nulos, los votos en
blanco y los que fueron a parar a candidatos sin significación política alguna,
de los 9.716.705 votos emitidos, la izquierda no consiguió nada más que
4.430.322 votos. La derecha, sin embargo, logró el apoyo de 4.511.031 electores
y otros 682.825 votantes terminaron decantándose por la candidatura de centro.
Pero las fuerzas de izquierda, coaligadas en el
tristemente célebre Frente Popular,
con ánimo evidente de venganza por la represión de 1934 y violando
irresponsablemente la legalidad vigente, lograron manipular el resultado de
aquellas elecciones. El mismo día de las elecciones, nada más cerrar los
colegios electorales, el Frente Popular se
echó a las calles, organizando toda clase de alborotos y, hasta actos de
auténtica violencia, para reclamar el Poder. Su desvergüenza fue tal que, en
muchas localidades, consiguieron hacerse con los documentos electorales para
perpetrar más fácilmente su falsificación.
Es sabido que, de aquella, la adjudicación de actas
de diputados era mucho más compleja que hoy, con lo que el escrutinio oficial
no comenzaría hasta el 20 de febrero. Pero el día 19 dimite inesperadamente el
presidente del Gobierno, Manuel Portela Valladares, que tenía la obligación
inexcusable de garantizar la limpieza legal de todo el proceso electoral. Y el
presidente de la República, Alcalá-Zamora, viendo que, gracias a su
acostumbrada agresividad, se daba por hecho el triunfo de las izquierdas,
entrega la Presidencia del Gobierno a Manuel Azaña, que lideraba el
recientemente creado Frente Popular.
Gracias a la intimidación indiscriminada y a la
violencia y a un gran cúmulo de irregularidades, el Frente Popular ya contaba con una mayoría suficientemente cómoda en
el Parlamento. Pero con la dimisión de Portela Valladares y la llegada al
Gobierno de Manuel Azaña, se abrió la posibilidad de convertir esa aún exigua
mayoría, en una mayoría francamente aplastante. Y para lograrlo, recurrieron
también, cómo no, al “pucherazo” más insolente o al
fraude electoral, que tanto más da, para adulterar el resultado final de
aquellas elecciones y aplastar a la oposición.
Hay que tener en cuenta, claro está, que el
escrutinio se realizó evidentemente en un ambiente de coacción inadmisible,
dando así lugar a que, en algunos colegios electorales, se falsificara el
resultado del recuento final de votos. No es de extrañar, por lo tanto, que la
derecha, protestara airadamente y presentara varios recursos de amparo, al
sentirse gravemente perjudicada. Para dar una solución aparente a esos
recursos, se crea la famosa Comisión de Validez de las Actas Parlamentarias
que, por casualidad, preside el inefable Indalecio Prieto.
Y fue entonces, cuando los responsables del Frente Popular entraron a saco en esa
Comisión. Y dando muestras de una falta de imparcialidad frustrante, anularon
injusta y arbitrariamente algunas actas ganadas por candidatos de la derecha y
manipularon convenientemente otras para alterar el resultado final de las
elecciones. Y no contentos con esto, expulsaron de las Cortes a diputados que
militaban en partidos políticos minoritarios, sustituyéndoles por otros
candidatos afines, que habían sido derrotados en las urnas. Fue así como
lograron los 278 escaños, que daban al Frente
Popular una holgada mayoría absoluta.
Una vez que vieron asegurada su hegemonía política,
los líderes de esa coalición cambiaron radicalmente su manera de actuar.
Comenzaron a comportarse de manera insolente, como si fueran los dueños
indiscutibles de vidas y haciendas. Y una vez instalados en el Poder, trataron
de imponer su ley, llevando la violencia a la calle, con el consiguiente
deterioro del orden público y la convivencia social. A partir de ese momento,
se generalizaron los asesinatos, los robos, la quema de iglesias y toda clase
de atropellos, realizados, faltaría más, contra quienes no comulgaban con sus
ideas.
Con la llegada al Poder del Frente Popular, se acabaron las libertades públicas y los
ciudadanos perdieron lamentablemente hasta los derechos humanos más
elementales. Los partidos de izquierda, por lo tanto, no tenían problemas para
aplicar, con todo descaro y sin cortapisas, su programa revolucionario. Y como
siempre han sido partidarios de la acción directa y violenta, España se sumió
muy pronto en una continua huelga salvaje.
Es sobradamente conocido que los socialistas
seguían ciegamente las indicaciones de Francisco Largo Caballero. En
consecuencia, aunque formaban parte integrante del Frente Popular, se negaron rotundamente a compartir funciones en el
Gobierno de esa coalición. Es evidente que Largo Caballero, que contaba con el
respaldo mayoritario del partido y del sindicato de la UGT, estaba esperando el
momento de asumir personalmente, y en exclusiva, el mando en el Gobierno.
Y mientras llegaba ese momento, tanto Largo
Caballero, como sus incondicionales, comenzaron a conspirar desde dentro de la
coalición, para acelerar el fracaso de los “burgueses republicanos” y demoler
el sistema primigenio de la República. Estaban plenamente decididos a
sustituirlo por otro mucho más revolucionario, como es el caso de la dictadura
del proletariado socialista, similar en todo a la que se implantó en la Unión
Soviética. Precisamente por eso, procuraron organizar las llamadas “milicias
del pueblo”.
En mayo de 1936, cuando Manuel Azaña llegó a la
presidencia de la República y encarga a Santiago Casares Quiroga la formación
de un nuevo Gobierno, la situación en España era ya extraordinariamente crítica
y convulsa. Y llegó a ser tan caótica, que el Estado terminó siendo un mero
instrumento al servicio del crimen indiscriminado. Crecían de manera imparable
los asesinatos por cuestiones estrictamente ideológicas, hasta que el 13 de
julio, la escolta de Indalecio Prieto asesina al jefe de la Oposición, José
Calvo Sotelo. Y aquella noche, no se cargaron a Gil Robles, porque no le
encontraron en casa.
El alevoso asesinato de Calvo Sotelo sirvió, mira por
donde, para unir a la desavenida derecha. Los que componen esa derecha
comprendieron, por fin, que, si no querían acabar como el líder de la Oposición
y como tantos otros, tenían que defenderse convenientemente. Y para
conseguirlo, deben restablecer el orden y la cordura, volver a recuperar las
libertades públicas perdidas y poner coto a la violencia imperante. Y por
supuesto, había que acabar con el entreguismo irresponsable de los dirigentes
del Frente Popular, que estaban empeñados en convertir a España en una
simple sucursal soviética.
La desahuciada derecha sabía que era un reto muy difícil,
pero estaba plenamente convencida que podía lograrlo, porque contaba
afortunadamente con el apoyo de una parte importante del Ejército. Por lo
tanto, no se arredran y el 18 de julio dicen: ¡basta ya! Y ponen en marcha lo
que conocemos con el nombre de “Alzamiento Nacional”.
Barrillos de Las Arrimadas,30 de septiembre de 2018
José Luis Valladares Fernández
En efecto, el reciente trabajo de Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa, ha dejado al descubierto una de las mayores vergüenzas de nuestra reciente historia, acabando con una mentira que aún sigue manteniendo, pese a las evidencias, la izquierda española actual.
ResponderEliminarPrecisamente por eso, se han inventado lo de la 'Memoria Hìstórica" para reescribirla a su aire. Y Pedro Sánchez, ese doctor de pacotilla, va aún más lejos y quiere imponer por ley la historia que ellos cuentan.
EliminarLo de Calvo Sotelo fue alto anunciado por LA Pasionaria.Aquella mujer era odio puro,saludos.
ResponderEliminarY después de todo, para vergüenza de españoles, esta especie de bestia humana tiene calles dedicadas en algunas ciudades, al igual que Santiago Carrillo. Saludos
EliminarLo de Calvo Sotelo fue alto anunciado por LA Pasionaria.Aquella mujer era odio puro,saludos.
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