miércoles, 3 de octubre de 2018

LAS ANDANZAS DEL PSOE


V.-La llegada del Frente Popular



Al perder el PSOE las elecciones de noviembre de 1933 y, por lo tanto, la remota posibilidad de hacerse con el poder absoluto, Francisco Largo Caballero, con el apoyo expreso de sus huestes, prescinde decididamente del sistema institucional representativo y comienza a preparar con toda meticulosidad una insurrección violenta. Y la pone en marcha un año después, el 5 de octubre, cuando pasan a formar parte del Gobierno tres ministros de la coalición conservadora de la CEDA

El despliegue militar, puesto en marcha por el Gobierno de Alejandro Lerroux y por los máximos responsables de la CEDA, cortó en seco la peligrosa revuelta, orquestada interesadamente por los socialistas. Intentaban, claro está, sustituir la tambaleante Republica española por otra totalmente marxista, compuesta exclusivamente por obreros y campesinos, similar en todo a la soviética. Los revoltosos, los que protagonizaron la revolución, sufrieron un tremendo fracaso que no supieron, o no quisieron digerir adecuadamente y sin mostrar el más mínimo arrepentimiento.

Los dirigentes del PSOE, es verdad, en vez de reflexionar y aceptar sumisamente la reprimenda que se habían ganado a pulso, rumiaron en silencio su contundente derrota. Pero no se les ocurrió jamás renunciar a su sueño de volver a atentar contra la vigente legalidad republicana, si encontraba una nueva oportunidad. Y esa ocasión se presentó inesperadamente con las Elecciones Generales de febrero de 1936, cuando la República aún no se había recuperado del duro golpe que sufrió con el levantamiento de octubre de 1934.

El Gobierno de Alejandro Lerroux, y la CEDA, que articulaba José María Gil Robles, pudieron dejar fuera de juego a todos esos contumaces golpistas, ilegalizando al PSOE y, por supuesto, a los demás partidos que participaron activamente en aquella sublevación. Pero no lo hicieron, porque la derecha, cuando tiene que tomar una decisión transcendental, suele acomplejarse y dejarse dominar por los escrúpulos y termina normalmente arrugándose y desistiendo. Y los partidarios de la subversión, cómo no, esperaban impacientemente, con las espadas en alto, que llegara su nueva oportunidad.
No olvidemos que, a pesar del sonado fracaso de la Revolución de Octubre de 1934, Largo Caballero mantenía intacto su deseo de alcanzar el poder, para acabar definitivamente con el aburguesamiento de la República, para implantar el soñado socialismo soviético. Contaba, faltaría más, con el apoyo prácticamente unánime del sector ‘bolchevique’ del PSOE y con la aquiescencia táctica de todo el frente antifascista y los sindicatos de izquierda.

Y la vendetta de la irredenta izquierda revolucionaria llegó con el fraude o el pucherazo de las Elecciones Generales del 16 de febrero de 1936. Hoy sabemos, gracias al trabajo de investigación de Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García, que esas elecciones las perdieron claramente los supuestos ganadores: los partidos de izquierdas, que se integraron en el malhadado Frente Popular. Según el dictamen de dichos historiadores, y a pesar del enorme esfuerzo realizado por los sindicatos afectos, la izquierda no logró la ansiada mayoría. Logró, eso sí, la minoría más importante, pero una minoría, al fin y al cabo.

En aquellas elecciones hubo una participación realmente notable, ya que acudió a votar el 71,3% del censo y, aunque por un escaso margen, las ganaron las derechas. Obviando los votos nulos, los votos en blanco y los que fueron a parar a candidatos sin significación política alguna, de los 9.716.705 votos emitidos, la izquierda no consiguió nada más que 4.430.322 votos. La derecha, sin embargo, logró el apoyo de 4.511.031 electores y otros 682.825 votantes terminaron decantándose por la candidatura de centro.

Pero las fuerzas de izquierda, coaligadas en el tristemente célebre Frente Popular, con ánimo evidente de venganza por la represión de 1934 y violando irresponsablemente la legalidad vigente, lograron manipular el resultado de aquellas elecciones. El mismo día de las elecciones, nada más cerrar los colegios electorales, el Frente Popular se echó a las calles, organizando toda clase de alborotos y, hasta actos de auténtica violencia, para reclamar el Poder. Su desvergüenza fue tal que, en muchas localidades, consiguieron hacerse con los documentos electorales para perpetrar más fácilmente su falsificación.

Es sabido que, de aquella, la adjudicación de actas de diputados era mucho más compleja que hoy, con lo que el escrutinio oficial no comenzaría hasta el 20 de febrero. Pero el día 19 dimite inesperadamente el presidente del Gobierno, Manuel Portela Valladares, que tenía la obligación inexcusable de garantizar la limpieza legal de todo el proceso electoral. Y el presidente de la República, Alcalá-Zamora, viendo que, gracias a su acostumbrada agresividad, se daba por hecho el triunfo de las izquierdas, entrega la Presidencia del Gobierno a Manuel Azaña, que lideraba el recientemente creado Frente Popular.

Gracias a la intimidación indiscriminada y a la violencia y a un gran cúmulo de irregularidades, el Frente Popular ya contaba con una mayoría suficientemente cómoda en el Parlamento. Pero con la dimisión de Portela Valladares y la llegada al Gobierno de Manuel Azaña, se abrió la posibilidad de convertir esa aún exigua mayoría, en una mayoría francamente aplastante. Y para lograrlo, recurrieron también, cómo no, al “pucherazo” más insolente o al fraude electoral, que tanto más da, para adulterar el resultado final de aquellas elecciones y aplastar a la oposición.

Hay que tener en cuenta, claro está, que el escrutinio se realizó evidentemente en un ambiente de coacción inadmisible, dando así lugar a que, en algunos colegios electorales, se falsificara el resultado del recuento final de votos. No es de extrañar, por lo tanto, que la derecha, protestara airadamente y presentara varios recursos de amparo, al sentirse gravemente perjudicada. Para dar una solución aparente a esos recursos, se crea la famosa Comisión de Validez de las Actas Parlamentarias que, por casualidad, preside el inefable Indalecio Prieto. 

Y fue entonces, cuando los responsables del Frente Popular entraron a saco en esa Comisión. Y dando muestras de una falta de imparcialidad frustrante, anularon injusta y arbitrariamente algunas actas ganadas por candidatos de la derecha y manipularon convenientemente otras para alterar el resultado final de las elecciones. Y no contentos con esto, expulsaron de las Cortes a diputados que militaban en partidos políticos minoritarios, sustituyéndoles por otros candidatos afines, que habían sido derrotados en las urnas. Fue así como lograron los 278 escaños, que daban al Frente Popular una holgada mayoría absoluta.

Una vez que vieron asegurada su hegemonía política, los líderes de esa coalición cambiaron radicalmente su manera de actuar. Comenzaron a comportarse de manera insolente, como si fueran los dueños indiscutibles de vidas y haciendas. Y una vez instalados en el Poder, trataron de imponer su ley, llevando la violencia a la calle, con el consiguiente deterioro del orden público y la convivencia social. A partir de ese momento, se generalizaron los asesinatos, los robos, la quema de iglesias y toda clase de atropellos, realizados, faltaría más, contra quienes no comulgaban con sus ideas.

Con la llegada al Poder del Frente Popular, se acabaron las libertades públicas y los ciudadanos perdieron lamentablemente hasta los derechos humanos más elementales. Los partidos de izquierda, por lo tanto, no tenían problemas para aplicar, con todo descaro y sin cortapisas, su programa revolucionario. Y como siempre han sido partidarios de la acción directa y violenta, España se sumió muy pronto en una continua huelga salvaje.

Es sobradamente conocido que los socialistas seguían ciegamente las indicaciones de Francisco Largo Caballero. En consecuencia, aunque formaban parte integrante del Frente Popular, se negaron rotundamente a compartir funciones en el Gobierno de esa coalición. Es evidente que Largo Caballero, que contaba con el respaldo mayoritario del partido y del sindicato de la UGT, estaba esperando el momento de asumir personalmente, y en exclusiva, el mando en el Gobierno.

Y mientras llegaba ese momento, tanto Largo Caballero, como sus incondicionales, comenzaron a conspirar desde dentro de la coalición, para acelerar el fracaso de los “burgueses republicanos” y demoler el sistema primigenio de la República. Estaban plenamente decididos a sustituirlo por otro mucho más revolucionario, como es el caso de la dictadura del proletariado socialista, similar en todo a la que se implantó en la Unión Soviética. Precisamente por eso, procuraron organizar las llamadas “milicias del pueblo”.

En mayo de 1936, cuando Manuel Azaña llegó a la presidencia de la República y encarga a Santiago Casares Quiroga la formación de un nuevo Gobierno, la situación en España era ya extraordinariamente crítica y convulsa. Y llegó a ser tan caótica, que el Estado terminó siendo un mero instrumento al servicio del crimen indiscriminado. Crecían de manera imparable los asesinatos por cuestiones estrictamente ideológicas, hasta que el 13 de julio, la escolta de Indalecio Prieto asesina al jefe de la Oposición, José Calvo Sotelo. Y aquella noche, no se cargaron a Gil Robles, porque no le encontraron en casa.

El alevoso asesinato de Calvo Sotelo sirvió, mira por donde, para unir a la desavenida derecha. Los que componen esa derecha comprendieron, por fin, que, si no querían acabar como el líder de la Oposición y como tantos otros, tenían que defenderse convenientemente. Y para conseguirlo, deben restablecer el orden y la cordura, volver a recuperar las libertades públicas perdidas y poner coto a la violencia imperante. Y por supuesto, había que acabar con el entreguismo irresponsable de los dirigentes del Frente Popular, que estaban empeñados en convertir a España en una simple sucursal soviética.

La desahuciada derecha sabía que era un reto muy difícil, pero estaba plenamente convencida que podía lograrlo, porque contaba afortunadamente con el apoyo de una parte importante del Ejército. Por lo tanto, no se arredran y el 18 de julio dicen: ¡basta ya! Y ponen en marcha lo que conocemos con el nombre de “Alzamiento Nacional”.

Barrillos de Las Arrimadas,30 de septiembre de 2018

José Luis Valladares Fernández

5 comentarios:

  1. En efecto, el reciente trabajo de Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa, ha dejado al descubierto una de las mayores vergüenzas de nuestra reciente historia, acabando con una mentira que aún sigue manteniendo, pese a las evidencias, la izquierda española actual.

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    1. Precisamente por eso, se han inventado lo de la 'Memoria Hìstórica" para reescribirla a su aire. Y Pedro Sánchez, ese doctor de pacotilla, va aún más lejos y quiere imponer por ley la historia que ellos cuentan.

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  2. Lo de Calvo Sotelo fue alto anunciado por LA Pasionaria.Aquella mujer era odio puro,saludos.

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    1. Y después de todo, para vergüenza de españoles, esta especie de bestia humana tiene calles dedicadas en algunas ciudades, al igual que Santiago Carrillo. Saludos

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  3. Lo de Calvo Sotelo fue alto anunciado por LA Pasionaria.Aquella mujer era odio puro,saludos.

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