viernes, 2 de noviembre de 2018

LAS ANDANZAS DEL PSOE


VII.-El expolio del tesoro de los españoles

             
 Con la caída de Cataluña en manos del Ejército de Franco, la situación de la República era ya algo francamente irreversible y su desastroso final estaba ya cantado. Era inútil, por lo tanto, continuar con aquel enfrentamiento absurdo, que no valía ya nada más que para aumentar el sufrimiento de los españoles. No obstante,  Juan Negrín y su Gobierno querían seguir resistiendo a toda costa, ya que, como consecuencia de la llamada ‘Crisis de Los Sudetes’, era muy probable que estallara la Segunda Guerra Mundial.  Y entonces, podrían contar con ayuda exterior y, por lo tanto, volverían a tener chace en aquella ya larga Guerra Civil Española.
Pero sus esperanzas se evaporaron muy pronto, dando lugar a una terrible decepción. Esperaban impacientemente, que la ‘Crisis de los Sudetes’ no tuviera solución, y que el Tercer Reich invadiera Checoslovaquia el día 28 de septiembre, de acuerdo con la explícita amenaza de Hitler. Y para zanjar la crisis y evitar, en última instancia, la más que probable conflagración mundial, Benito Mussolini irrumpe en el escenario, y propone la celebración de una conferencia  entre los jefes de Gobierno de Alemania, Italia, Francia y Gran Bretaña. Los implicados aceptaron, sin más, la propuesta italiana, y acordaron celebrar una reunión, conocida con el nombre de Conferencia de Múnich.
Y el día 30 de septiembre por la noche, Hitler, Mussolini, Chamberlain y Daladier aceptan un compromiso y firman los famosos ‘acuerdos de Múnich’, reconociendo el derecho de los alemanes a ocupar pacíficamente los Sudetes. Y de esta manera dejaron airada a Checoslovaquia, es verdad, pero alejaron momentáneamente el inmediato peligro de una nueva Guerra Mundial.
Cuando conoció esta noticia, Negrín sufrió una desilusión enorme. Pero pensaba que había que seguir resistiendo, porque intuía que aquel arreglo era muy provisional y extremadamente frágil, que retrasaría, eso sí, el conflicto bélico mundial, pero que terminaría estallando más pronto que tarde. Y como quería consultar con las demás fuerzas que integraban el ‘Frente Popular’, antes de tomar una decisión definitiva, propuso a las Cortes que se reunieran el 1 de febrero de 1939, en el castillo de San Fernando de Figueras (Gerona), que estaba a muy pocos kilómetros de la frontera francesa.

Y en esa sesión parlamentaria, la última que celebraron en España las Cortes de la República, Juan Negrín pudo comprobar la baja moral  de los 62 diputados que acudieron a aquella reunión parlamentaria. Y con gesto claramente cariacontecido, les indicó  que le gustaría continuar con el enfrentamiento, pero que aceptaba sumisamente la rendición de las fuerzas republicanas. Había que evitar, ante todo, la rendición incondicional. Rendirse, si, pero exigiendo antes el mantenimiento de la independencia nacional y, por supuesto, el respeto de la vida  de los perdedores.
Y como era manifiestamente imposible conseguir ese objetivo, Negrín ordenó el repliegue ordenado de las tropas populares y el traslado inmediato a Francia del Gobierno  de la República. También ordenó poner a buen recaudo los tesoros, incautados por el Gobierno republicano durante la Guerra Civil, mediante el asalto a bancos y el desvalijamiento de cajas de personas particulares. Había que poner esos fondos a salvo del enemigo por si hacían falta para financiar adecuadamente un cómodo exilio.
No olvidemos que los socialistas siempre han sido maestros consumados en disfrazarse de señores probos y decentes. Ha quedado históricamente demostrado que son capaces de crear cualquier tipo de trama irregular  para recaudar cantidad de fondos que destinarán para remunerar suntuosamente  servicios prestados, comprar voluntades y a otros usos francamente inconfesables. Y todo ello, sin poner en peligro los frecuentemente cacareados “100 años de honradez”.
El expolio del tesoro español comenzó el 13 de septiembre de 1936, dos meses después de iniciada la Guerra Civil. En esa fecha, el ministro de Hacienda, Juan Negrín, consiguió la autorización del presidente de la República, Manuel Azaña, para sacar todas las reservas de oro del Banco de España lo más rápidamente posible. Había que evitar, ante todo, que esos fondos cayeran en manos de los alzados, cuyas fuerzas avanzaban de manera imparable. Ya se encargaría el PSOE de justificar ese nauseabundo saqueo, diciendo que se trataba de una simple operación para allegar fondos para reconstruir España cuando finalice la contienda bélica.
Y sin esperar a más, y para no dar tiempo a que alguien se arrepintiera y transcendiera el engaño, la misma madrugada del 14 de septiembre, el ministerio de Hacienda, con el visto bueno de los comités de la UGT y de la CNT, envió al Banco de España un grupo numeroso de socialistas, con el encargo de evacuar el oro que se depositaba allí. En este grupo de agentes del Gobierno, había empleados de  banca, metalúrgicos y hasta cerrajeros. Y para obviar problemas, les acompañaba un número determinado de milicianos  y fuerzas de carabineros.
Cuando estalló la guerra, el Banco de España  almacenaba en sus cámaras subterráneas una cantidad de oro ciertamente considerable. Si nos hacemos caso de las estadísticas internacionales de la época, en mayo de 1936, los españoles ostentaban la cuarta reserva de oro más grande  de todo el mundo. Y se llegó ahí, por la riqueza lograda principalmente con la neutralidad exquisita que mantuvo España durante la Primera Guerra Mundial.
Cuando se produjo esa expoliación, la cantidad de oro  almacenado en los subterráneos de la sucursal del Banco de España de Madrid alcanzaba, al menos, los 509.287.183 kilogramos en monedas y otros 792.346 kilogramos en lingotes y recortes. Los enviados  del Gobierno tenían que extraer todo ese oro de las cámaras acorazadas del banco y empaquetarlo cuidadosamente en cajas de madera, como las que se utilizan para el transporte de municiones.
Y cuando todas esas cajas estuvieron llenas y cerradas, fueron llevadas en camiones hasta la Estación del Mediodía sin ningún tipo de identificación. Al tratarse de una operación claramente subrepticia, evitaron especifican tanto el contenido de las cajas, como su peso. Y estando constantemente vigiladas  por la ‘Brigada Motorizada’ del PSOE, estas cajas fueron transportadas  por ferrocarril desde la Estación del Mediodía, hasta la base naval de Cartagena, siendo depositadas en los polvorines de La Algameca, como si se tratara  de un cargamento armamentístico más.
Muy pocos días después, Juan Negrín encargó a esos mismos personajes que volvieran al Banco de España para arramblar también con la plata que guardaba el banco en sus cámaras acorazadas. El valor de la plata  incautada  alcanzaba la respetable suma de 656.708.702,59 pesetas. Parte de esa plata fue malvendida a Francia y a Estados Unidos, entre junio de 1938 y julio de 1939, por muy poco más de 20 millones de dólares.
Para redondear la faena de su ministro de Hacienda y seguir impunemente realizando desfalcos, el 23 de septiembre de 1936, el presidente del Gobierno, Francisco Largo Caballero,  crea la famosa Caja General de Reparaciones. Esta Caja tenía la misión de requisar y gestionar los patrimonios incautados a los miembros de la alta burguesía y de la aristocracia española que, al estallar el conflicto bélico, se alinearon con el Bando Nacional y tenían bienes en las zonas controladas por el ‘Frente Popular’. Es el caso, por ejemplo, de los Duques de Alba, de Medinaceli, de Lerma, de los Marqueses de Urquijo y del empresario Juan March.
Los responsables de la Caja General de Reparaciones se dedicaban  a confiscar toda clase de bienes. Entre los bienes inmuebles incautados, había fincas, casas y palacios que dejaban inmediatamente en manos de las fuerzas populares. Les gustaba más, sin embargo, confiscar cuadros de gran valor, vehículos de lujo y,  por supuesto, toda clase de joyas y piedras preciosas, porque eran objetos valiosos, que podían ser convertidos fácilmente en dinero. El valor de los bienes muebles acumulados por la Caja de Reparaciones hasta el último día de diciembre de 1937, llegaba hasta la nada despreciable suma de los 640 millones de pesetas.
Los prebostes del PSOE comenzaron muy pronto a sospechar que podían perder la guerra, ya que casi todas las intervenciones de las milicias rojas y de las tropas populares se saldaban habitualmente con sonados fracasos. Sucumbían fácilmente ante el empuje y el coraje de las tropas nacionales. Y comenzaron a pensar, que habían impulsado ese enfrentamiento con la derecha de manera un tanto presuntuosa e irresponsable, sin estar seguros de lograr un resultado final plenamente satisfactorio.
Esto les llevó, cómo no, a intensificar deliberadamente los expolios y las incautaciones indiscriminadas de oro, de joyas y de objetos de gran valor. Realizaban esas confiscaciones, según decían, para reunir un conjunto de bienes suficientemente amplio para reparar y restaurar la economía española, cuando se restableciera la paz. Y eso no es verdad. Los socialistas que iniciaron los famosos “100 años de honradez”, seguían saqueando bancos y reventando cajas de ahorradores particulares para garantizarse, ¡qué menos!, un exilio dorado, por si venían mal dadas y, como era previsible, terminaba materializándose la pérdida de la guerra.
El Gobierno socialista de la República era tremendamente ambicioso e insaciable y no se conformaba con el oro que guardaba el Banco de España en sus cámaras acorazadas. Y el 3 de octubre de 1936, Juan Negrín nos sorprendía con otro decreto, avalado también por Azaña, tan sorprendente o más que el promulgado el 13 de septiembre para justificar el anterior saqueo del Banco de España.
En ese nuevo decreto, el ministro de Hacienda conminaba seriamente a todas las personas españolas, tanto individuales como colectivas, para que, en el plazo máximo de siete días, entreguen en el Banco de España el oro, las divisas y los valor extranjeros que posean o que custodien. Y quien no entregue voluntariamente todos esos objetos valiosos en el plazo previsto, será considerado ‘enemigo del régimen’. Y ya se sabe lo que, en aquellos días, significaba ser ‘enemigo del régimen’: podías dar con tus huesos en una Checa o aparecer tirado en una cuneta, con un tiro en la cabeza.
Y como el desarrollo de la guerra era cada vez más preocupante, los mandos socialistas quisieron acelerar la expoliación de los depósitos y de las cajas de seguridad, alquiladas por los bancos a personas particulares o colectivas. Por lo tanto, el 6 de noviembre, se presentaron en el Banco de España el Director General del Tesoro, Francisco Méndez Aspe, acompañado por el capitán de Carabineros, Julio López Masegosa. Y siguiendo instrucciones concretas del propio Negrín, abrieron y desvalijaron todas las cajas de seguridad y los depósitos, ante los ojos atónitos del responsable de estos servicios.
Y esa misma urgencia fue determinante para que un grupo de Carabineros, capitaneados por el comandante Federico Angulo, irrumpiera inesperadamente en los locales de la Banca privada. Y sin atenerse a razones, y desoyendo  las justificadas reconvenciones de los banqueros, se dedicaron a  reventar las cajas de seguridad y los depósitos, decomisando injustamente su contenido en nombre de la República.
Como el asedio de las tropas de Franco a la capital era cada vez más asfixiante, el 7 de noviembre de 1936, el Gobierno republicano abandona precipitada y cobardemente Madrid y fija su sede en Valencia. Y para evitar sorpresas desagradables, los miembros del Gobierno se hacen acompañar,  en su huida, de todo ese inmenso botín, compuesto por cuadros de gran valor y por el oro, las joyas, las divisas y los valores extranjeros conseguidos con el saqueo desvergonzado de cajas de seguridad y de un buen número de depósitos bancarios. Y el Gobierno permanecerá en Valencia hasta el 31 de octubre de 1937.
En mayo de 1937, los partidarios de Indalecio Prieto, de común acuerdo con los comunistas, acusan a Francisco Largo Caballero de los fracasos que sufren continuamente las milicias republicanas en sus enfrentamientos con las fuerzas nacionales. Y le piden la ilegalización del POUM y el cese de los ministros sindicalistas. Y Largo Caballero, que no cede ante semejantes exigencia, presenta su dimisión el 17 de mayo de 1937.  Le sustituyó,  al frente del Consejo de Ministros,  Juan Negrín, que se olvidó de la revolución social, y se entregó, atado de pies y manos, al todopoderoso estalinismo de entonces.
Pero Negrín desconfiaba seriamente de los nacionalistas, porque siempre han sido oportunistas y tremendamente insolidarios. El PNV, por ejemplo, había traicionado la causa republicana, firmando el Pacto de Santoña y entregándose después a los mandos de las fuerzas italianas que luchaban en  apoyo del Ejército de Franco. Y para evitar que los de ERC tuvieran la tentación de repetir la traición de los vascos, buscando por su cuenta una solución unilateral a la guerra, el 31 de octubre de 1937 decide, sin más, trasladar la sede del Gobierno republicano a Barcelona, lo que suponía, además, el control gubernamental de la frontera francesa.
Y también trasladaron a Cataluña el oro, las obras de arte y los demás tesoros valiosos, que habían robado a los españoles, para garantizarse un futuro halagüeño en el exilio. Y escondieron todo ese inmenso y valioso botín, en Gerona, a pocos kilómetros de la frontera con Francia, en el Castillo de Figueras, en el Castillo de Perelada y en la mina de talco de la Vajol. Querían tenerlo todo a mano, para ponerlo a buen recaudo cuando perdieran la guerra y tuvieran que huir de España.

Gijón, 28 de octubre de 2018

José Luis Valladares Fernández

4 comentarios:

  1. Cuanto ladron y chupasangre,ha tenido y signs teniendo estas gentuzas del PSOE,saludos,

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    1. En todos los partidos hay gente aprovechada que trata de vivir del cuento. Pero el PSOE, sin duda alguna, se lleva la palma. Saludos

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  2. Si ya durante el conflicto armado, las diferencias políticas en el bando republicano fueron una constante, en los meses finales, se redoblaron y alcanzaron tintes de auténtico patetismo.

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