I.- Aparición y desarrollo del nacionalismo en España
Hasta el año
1760, en Gran Bretaña se vivía, como en los demás países, de una economía
rural, basada fundamentalmente en la agricultura y en el comercio. A partir de
esa fecha, los británicos comenzaron a industrializar las fábricas textiles y
la extracción del carbón, iniciando así la famosa Primera Revolución
Industrial que, años más tarde, se extenderá básicamente a toda Europa
Occidental y a la parte anglosajona de América.
Con esa
industrialización, la economía de Gran Bretaña pierde ese carácter rural
tradicional y adquiere un perfil mucho más urbano, aumentando considerablemente
la producción. Al introducir la maquinaria en los procesos de fabricación,
aparecen las grandes industrias, se desarrolla la clase burguesa y se consolida
el capitalismo. Y como la nueva burguesía es partidaria de la soberanía
popular, defiende resueltamente la libertad económica y la libertad individual.
Así las cosas, no es de extrañar que entre en escena el liberalismo, surja el
proletariado y afloren las primeras reivindicaciones de las clases obreras.
Unos años más
tarde, con la ayuda de algunos ciudadanos de Virginia, Thomas Jefferson escribe
la que será futura Declaración de
Independencia de los Estados Unidos, que será aprobada en julio de 1776 por
los congresistas norteamericanos. En esa Declaración de Independencia, además
de valorar específicamente los derechos del hombre, se adopta la república como
forma de Gobierno y señala al pueblo como única fuente del poder. Y esto se
traduce precisamente en el primer empuje que reciben los distintos
nacionalismos.
Por si todo esto fuera poco, el 5 de mayo de 1789 estalla la
Revolución Francesa y, unas semanas más tarde,
el pueblo de París asalta la fortaleza de la Bastilla. La Asamblea
Nacional Constituyente, que asume íntegramente los principios de libertad,
igualdad y fraternidad de la Ilustración francesa, aprueba la famosa
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y acepta que la
burguesía francesa pueda ocupar el poder político.
Con la convulsión social y política provocada por la
Revolución Francesa, desaparece la monarquía absoluta y el clero y los miembros
de la nobleza tradicional pierden totalmente sus privilegios feudales. Se
normaliza igualmente la separación entre Iglesia y Estado y se hace efectiva la
división de poderes, que caracteriza a las democracias actuales. Situación que
utilizan los regionalismos y los nacionalismos europeos para afianzarse aún más
y seguir creciendo. En España, los nacionalismos más agresivos han sido, sin
duda alguna, el catalán y el vasco.
A) El nacionalismo catalán
Los
nacionalistas catalanes, es verdad, han sido extremadamente latosos y
han venido causando problemas desde que Carlomagno expulsó de allí a los árabes
y creo la famosa Marca Hispánica. En
1460, se levantaron contra Juan II, rey de Aragón. En 1635, en el contexto de
la Guerra de los Treinta Años, Francia declara la guerra a España. El
conde-duque de Olivares envía a Cataluña a los tercios españoles para defender
la frontera de los Pirineos e intenta que los gastos de esas tropas corran por
cuenta de la nobleza y la burguesía catalana. Estos se niegan e incitan a los
campesinos a levantarse en armas contra la Corona española.
Los campesinos terminan echándose a la calle y, en mayo de
1640, estalla la famosa guerra ‘dels
Segadors’. Pero los campesinos o ‘Els
Segadors’, hartos de unos y otros, además de atacar a los tercios y a los
funcionarios reales, terminaron luchando también contra los miembros de la
nobleza y de la burguesía catalana. Y cuando la brutalidad de la revuelta
social era ya prácticamente incontrolable, el presidente de la Generalidad, el
canónigo de la Seo de Urgel, Pau Claris i Casademunt, intentó ayudar a la
oligarquía catalana
Y como esperaba una respuesta extremadamente dura del
conde-duque de Olivares, Pau Claris procuró curarse en salud y firmó un pacto
de vasallaje con el rey de Francia, reconociendo al rey Luis XIII como conde de
Barcelona y soberano de Cataluña con el nombre de Luis I de Barcelona.
Basándose en ese pacto, los franceses ocuparon Cataluña con un ejército de
3.000 personas y, mira por dónde, obligaron a los catalanes a correr
íntegramente con todos los gastos de esas tropas de ocupación.
Fue entonces cuando las élites políticas de Cataluña
comprendieron que habían hecho un mal negocio, que su situación había empeorado
considerablemente al acogerse voluntariamente a la tutela de Luis XIII, rey de
Francia. Pero era ya demasiado tarde y tuvieron que aguantar las funestas
consecuencias de su equivocada decisión hasta el año 1659, fecha en la que se
firma la Paz de los Pirineos.
Tras la firma de ese tratado por parte del nuevo rey de
Francia, Luis XIV y Felipe IV, los catalanes volvieron a la obediencia del rey de España,
finalizando así su infausta aventura, aunque perdiendo, eso sí, el
Rosellón y la parte norte de Cerdeña. Y no volvieron a dar complicaciones hasta
1702, con la Guerra de Sucesión Española. En esa ocasión, Cataluña se decantó
equivocadamente por el archiduque Carlos, al que reconocieron como rey de
España, con el título de Carlos III. Y mantuvieron esa postura hasta mediados
de septiembre de 1714, fecha en la que se produjo la capitulación de Barcelona
ante las tropas de Felipe V.
Y aunque las élites del nacionalismo catalán seguían siendo
sumamente celosas de sus privilegios, no volvieron a dar señales de vida hasta
que, el 14 de abril de 1931, se produce la proclamación de la Segunda República
Española. Y Francesc Macià aprovecha esa circunstancia y, ese mismo día, pone en marcha la República
Catalana, integrándola, faltaría más, en la naciente Confederación de pueblos
ibéricos. Y ante la lógica oposición del Gobierno provisional de Madrid, el 17
de abril, Macià pone fin a la República catalana, consiguiendo a cambio la
restauración provisional del poder autónomo de la Generalitat.
El 4 de octubre de 1934, Alejandro Lerroux formó un nuevo
Gobierno, en el que entran tres ministros de la CEDA: Manuel Giménez Fernández
en Agricultura, Rafael Aizpún en Justicia y José Oriol Anguera de Sojo en
Trabajo. Este hecho fue determinante para que los socialistas cumplieran su
amenaza, poniendo en marcha la «revolución»
y sumiendo al país en una «huelga
general revolucionaria», que envenenó seriamente toda la vida política.
Y el 6 de octubre de 1934, aprovechando la situación de caos
que se vive en toda la República, Lluís Companys sale al balcón de la Generalitat y proclama el Estado
Catalán, dentro de la República Federal Española. Pero la fiesta no duró nada
más que diez horas, porque el capitán general de Cataluña, Domingo Batet,
siguiendo instrucciones del propio Lerroux, reprimió y detuvo a los
responsables del nuevo Estado Catalán y de la «revolución», llegando incluso a la suspensión del Estatuto de
Autonomía.
B) El nacionalismo vasco
El nacionalismo vasco, sin embargo, presenta ciertos aspectos
sociales y hasta culturales, que no tienen nada que ver con los que muestra el
nacionalismo catalán. Y todo, claro está, por el inevitable influjo de los
fueros y del catolicismo sobre el nacionalismo vasco tradicional. Reivindica
también, por qué no, el derecho a la autodeterminación, y aspira explícitamente
a mantener intacta la identidad cultural de Euskal Herria, pero siguiendo
derroteros absolutamente diferentes a los del nacionalismo catalán.
Hay que tener en cuenta que, hasta 1837, los pueblos vascos
tenían acceso libre a los artículos de importación y comerciaban directamente
con las colonias, ya que las aduanas estaban en el Ebro y no en los Pirineos.
Podían ignorar tranquilamente hasta las disposiciones reales, si atentaban
contra la legislación propia de los fueros. Esto ha dado lugar, cómo no, a la
aparición de distintas corrientes nacionalistas, unas de carácter meramente
cultural y otras con planteamientos políticos precisos. Las primeras son
simplemente autonomistas, mientras que las posiciones más políticas abogan
directamente por el independentismo.
A pesar de las apariencias, no podemos achacar al sistema
foral el indiscutible auge que tuvo el carlismo en todo el País Vasco y en
Navarra. Fue más bien la religión la instigadora de ese movimiento, más que
nada, para prevenir cautelarmente el anticlericalismo de los liberales. Tampoco
son culpables los fueros de las distintas guerras carlistas. Es más: se puso
fin a la Primera Guerra Carlista,
con el Convenio de Vergara, precisamente para preservar los fueros.
Gracias al Convenio de Vergara, firmado por el general
Espartero en representación del bando isabelino o liberal, y por el general
Rafael Maroto por parte del bando carlista, los liberales estaban taxativamente
obligados a respetar los fueros, siempre que no entraran en conflicto con el
nuevo orden constitucional. Esos fueros serían finalmente derogados por Antonio
Cánovas del Castillo al finalizar la Tercera
Guerra Carlista. Claro que las provincias vasco-navarras obtuvieron en
1878, a cambio de la sustitución de esos fueros, el llamado Concierto Económico. El origen de esas
guerras fue siempre estrictamente dinástico.
El origen del pueblo vasco ha sido siempre muy controvertido
y ha dado lugar a muchas hipótesis. A principios del siglo XIX, por ejemplo, el
político francés Joseph Garat creía que los vascos descendían de los fenicios.
Y al ver que el emperador Napoleón era muy dado a destruir y construir estados
por toda Europa, le propuso, en 1811, formar un “Estado Nacional” con los
territorios vascos de ambos lados de los Pirineos. Y ese nuevo ‘Estado’
llevaría el nombre de Nueva Fenicia.
El escritor Joseph-Augustin Chaho, de origen vasco-francés es
otro de los precursores del nacionalismo vasco moderno. Visitó Navarra en 1836,
en pleno auge de la Primera Guerra
Carlista. Y al ver el ahínco que ponían los carlistas en la defensa de los
fueros, se dejó llevar por la emoción del momento y se declaró, por sorpresa,
abiertamente pro-carlista. Y aunque existen dudas razonables sobre su
sinceridad, hay que reconocer que es uno de los primeros que presenta en sus
escritos al País Vasco como si fuera una nación oprimida, que lucha
denodadamente para independizarse de España.
Pero el verdadero padre del nacionalismo vasco fue Sabino
Arana Goiri. Es verdad que fue un personaje extremadamente polémico por su
racismo, su machismo y su manifiesta xenofobia.
De todos modos, el legado que nos dejó Arana es incontestable. Fue el
creador de la ikurriña, que es la
bandera de la Comunidad Autónoma del País Vasco, y de la letra del actual himno
de dicha Comunidad. También son de su creación los términos aberri para señalar la patria vasca, y Euzkadi para referirse a los diferentes
territorios de Euskal Herria.
Hasta 1882, Sabino Arana era un carlista y un fuerista
plenamente convencido. Pero tras una conversación con su hermano Luis, comienza
a dudar y no tarda en evolucionar hacia un vizcainismo
claramente independentista. Cuando comienza su actividad política en 1883, ya
no quedan ni restos de su antiguo carlismo y sustituye el viejo lema fuerista Dios y fueros, con cierta connotación
española, por Dios y ley vieja, de índole francamente más nacionalista.
Y en 1894, con la ayuda de su hermano Luis, Sabino Arana
funda un movimiento político, que bautiza con el nombre de Euskeldun Batzokija. La ceremonia de apertura de esta especie de
sociedad, aparentemente cultural, se realizó oficialmente el 14 de julio,
izando por primera vez la ikurriña. Un año más tarde, en
septiembre de 1895, la autoridad gubernativa decreta el cierre de esta sociedad
por “no cumplir los fines para los que fue creada” y por convertirse en “un
foco perenne de rebelión”.
Coincidiendo prácticamente con la apertura oficial de la
sociedad Euskeldun Batzokija, Arana
Goiri completa su obra, fundando el Partido
Nacionalista Vasco (PNV), que es la principal organización nacionalista del
País Vasco con más de cien años de historia. La elección del primer Consejo
Regional de Vizcaya, el llamado Bizkai
Buru Batzarra, se produjo en julio de 1895. Y desde entonces ha actuado
siempre como principal órgano decisorio del Partido Nacionalista Vasco.
Con la intención de configurar un estatuto de autonomía para
los territorios vascos, el 14 de junio de 1931, auspiciado por el PNV y los
carlistas navarros, aparece el Estatuto
General del Estado Vasco, más conocido como Estatuto de Estella, en el que
se establece un Estado Vasco dentro, claro está, de la República Española. Ese
Estado Vasco estaría integrado por las cuatro provincias vascas, Álava,
Guipúzcoa, Navarra y Vizcaya. Ese anteproyecto de Estatuto sería ratificado por
la mayoría de los ayuntamientos de esas provincias vascas.
El Estatuto de Estella entra en las Cortes Generales y es
debatido en comisión los días 25 y 26 de septiembre de 1931. Y al considerar
que el artículo sobre las relaciones Iglesia-Estado era anticonstitucional, fue
rechazado en su totalidad por el Parlamento español.
Comienzan, por lo tanto, a redactar otro anteproyecto de
Estatuto, teniendo en cuenta, ante todo, la constitución que acababa de ser
aprobada. En este nuevo Estatuto, el PNV suavizó ampliamente su clericalismo. Y
esto, claro está, no casaba en absoluto con la postura tradicional del carlismo
navarro, que era la fuerza política mayoritaria en Navarra. Y al considerar que
ese nuevo documento era notoriamente
anti fuerista y un tanto laico, los carlistas navarros terminaron
desvinculándose del nuevo proyecto autonómico vasco. Así que solo tuvo validez
en las provincias de Álava, Guipúzcoa y
Vizcaya.
Tenemos que admitir que, en los momentos históricos
importantes, el comportamiento del Partido Nacionalista Vasco es siempre
imprevisible. Y no sabremos nunca si es porque juega al despiste, o porque
suele estar habitualmente en fuera de juego. Estamos ante un partido que, durante los primeros años de la Segunda
República al menos, se pavoneaba de su providencialismo e intentaba conducir al
pueblo vasco hacia Dios, practicando un catolicismo manifiestamente integrista.
Y aunque el PNV rezumaba catolicismo por todas partes, al
estallar la Guerra Civil Española, se olvida de sus antiguos socios
correligionarios los carlistas navarros,
para formar causa común con los milicianos del Frente Popular. Y ese
entendimiento del PNV con los enemigos declarados de la religión fue
determinante para que las provincias de Vizcaya y Guipúzcoa se mantuvieran
fieles al Gobierno de la República, tras el estallido del conflicto bélico. De
todos modos, esas provincias no tardarían mucho en caer definitivamente en manos de las tropas de Franco.
Primero fue Guipúzcoa y después Bilbao, que era la capital de
Euskadi. El 19 de junio de 1937, al caer Bilbao, el lehendakari José Antonio
Aguirre huye con su Gobierno, primero a París para terminar posteriormente instalándose en Estados Unidos. El Gobierno
vasco en el exilio mantuvo una actividad política muy intensa y prolongada ante
los norteamericanos y ante las Naciones Unidas. Buscaba desesperadamente, cómo no, un reconocimiento
mundial, que no llegó jamás.
No eran, sin embargo, tan diligentes los miembros del PNV que
convivían pacíficamente en el País Vasco
con las fuerza vivas de la España de Franco. Y en 1958, un grupo de jóvenes
peneuvistas, cansados de tanta dejadez y tibieza, abandonan el partido y crean
la tristemente famosa Euskadi eta
Askatasuna (ETA), para conseguir por la brava la libertad de Euskal Herria. Se trata
de un grupo terrorista, que busca directamente la independencia de Euskadi.
Gijón, 29 de abril de 2019
José Luis Valladares Fernández
Los nacionalismo son una muestra de cerrazón mental y de aislamiento frente a la apertura cultural.
ResponderEliminarY de un mayor empobrecimiento. Ahí está por ejemplo el caso de Cataluña con la huida de empresas catastrófica para los intereses de los catalanes. Saludos
EliminarVeo que tú también sigues en la brecha, un saludo afectuoso JL
ResponderEliminarAquí seguimos, cantando las cuarenta a quien quiera oírnos, Maribeluca. Lo malo es que no nos hace caso nadie. Un saludo, amiga.
Eliminar