jueves, 11 de abril de 2019

LAS PATRAÑAS DE PEDRO SÁNCHEZ






Cada vez que veo al presidente Pedro Sánchez en los medios de comunicación, me acuerdo inevitablemente de unos personajes interesantes, que aparecen en El Rey Lear de William Shakespeare. Se trata del ciego conde Gloucester y de su  pechero, el Anciano. El conde Gloucester piensa dejarse guiar por el mendigo Tomasín y manda marchar al Anciano. Y como este le advierte que Tomasín está loco, el conde Gloucester le contesta: “Es calamidad de estos tiempos que los locos guíen a los ciegos”.

Y esto es, ni más ni menos, lo que está ocurriendo con el presidente ‘ocupa’, que entró  en La Moncloa por la puerta de atrás. Y si es ciertamente tragicómico que un loco como Tomasín conduzca al ciego conde Gloucester, no es menos chusco y melodramático, que un personaje tan sectario y tan irresponsable como Pedro Sánchez dirija los destinos del Gobierno de España. No podemos esperar nada bueno de quien, para medrar personalmente y satisfacer su desmedida ambición, se echa en brazos  de filo-etarras ocasionales y de los separatistas más contumaces, que intentan acabar con la Unidad de España.

Es evidente, que no hay nada gratis. Y en consecuencia, tampoco fue gratis el apoyo que los secesionistas prestaron a Pedro Sánchez en la moción de censura que le hizo presidente del Gobierno de España. Y como sigue necesitando de los independentistas para continuar en La Moncloa, llegó el momento de devolverles el favor, cumpliendo satisfactoriamente alguna de sus exigencias, procurando, eso sí, que no afecte mucho a las instituciones del Estado.

Para tener contentos a los golpistas catalanes, nada más llegar al poder, eliminó la supervisión de las cuentas  de la Generalitat de Cataluña, para que los responsables de la Autonomía catalana puedan gastar el dinero público a su antojo. Su complacencia con el separatismo, le llevó a disponer que los presos independentistas, que estaban acusados de delitos de rebelión, sedición y malversación de dinero público, fueran trasladados seguidamente a cárceles de Cataluña. Y terminará, cómo no, indultándoles, si finalmente son condenados, para mantener intacto el apoyo incondicional de los que quieren romper España.

Para mantenerse en el poder, Pedro Sánchez procurará seguir el ejemplo de Creso, aquel antiguo rey de Lidia que, para ser bien aceptado, hacía magnánimas  ofrendas a los dioses de los templos de todas las ciudades griegas conquistadas. Pero no contó con Némesis, la diosa de la justicia retributiva y el equilibrio, que no permite, entre otras cosas, los excesos de fortuna y la complacencia desenfrenada. Y Némesis, claro está, que no podía tolerar la actitud y el comportamiento de Creso, le incita a ir contra Ciro, rey de Persia, para que éste lo derrote y lo despoje del imperio que había conquistado.

Y como Creso, nuestro engreído presidente trata de tener contenta a toda esa chusma de insolentes secesionistas. Les permitirá que se solivianten, que se rían impunemente de los españoles. En cualquier caso, el presidente engañabobos que padecemos se hará el sueco y transigirá con lo que sea, para seguir contando con su beneplácito. Porque así podrá  continuar en La Moncloa, disfrutando de los viajes en Falcon y de las vacaciones en Las Marismillas de Doñana, o en el Palacio de la Mareta de Lanzarote. Esperemos que Némesis trate a Sánchez como al rey de Lidia, y lo descabalgue del poder sin contemplación alguna.

Como Pedro Sánchez tiene tanto de atrevido como de bisoño, piensa reconducir la situación de Cataluña, dialogando simplemente con los secesionistas más acérrimos, que se han negado a dialogar. Y piensa que, por muy intransigentes que sean, si se dialoga con ellos, terminaran aceptando la convivencia en esa nueva España que espera construir. Y para no retrasar más el inicio de ese diálogo, el 21 de diciembre de 2018 celebró un Consejo de Ministros en la Casa Llotja de Barcelona.

En ese Consejo de Ministros, además de aprobar “medidas específicas” para beneficiar a los catalanes, el Gobierno fruslero de Pedro Sánchez comete una de sus grandes torpezas.  Para ganar el favor de Quim Torra y sus huestes “proclama pública y solemnemente el reconocimiento y restitución” de la dignidad a Lluís Companys, obviando que,  mientras estuvo al frente de la Generalitat,  fueron más de ocho mil las personas que fueron asesinadas, la mayor parte de ellas, por el mero hecho de practicar la religión católica.

Está visto que este iluso presidente intenta recuperar nuevamente la alianza histórica de 1936, para volver a crear el Frente Popular. Ese es , y no otro, el objetivo de los acuerdos que concertó con el nacionalismo más excluyente y con la izquierda más radical, representada hoy día por Podemos. Siguiendo la pauta  iniciada por José Luis Rodríguez Zapatero, prescinde enteramente de la Transición, porque considera que fue una operación falsa, fruto de una manipulación interesada y coyuntural de las élites políticas de aquel momento. 

Para Pedro Sánchez, lo mismo que para el capcioso Zapatero, la Segunda República fue, hasta el final, un modelo democrático perfecto, todo un paraíso que se ha perdido y que hay que recuperar. Imitando a los líderes del Frente Popular de entonces, ocultan interesadamente que, tras las Elecciones Generales de febrero de 1936, en la República Española desapareció la legalidad y se perdió hasta el más mínimo atisbo de democracia. Aquellos, claro está, procuraban camuflar ese hecho para no perder las ayudas que llegaban de otros países, que estaban en contra de la quema generalizada de iglesias y, por supuesto, de la colectivización de las tierras.   
 
La insensatez del presidente Sánchez le lleva a decir que los nacionalistas catalanes no han encontrado aún su sitio en España, porque nunca ha habido un diálogo sincero con ellos. Y aunque tenga que seguir haciendo equilibrios imposibles sobre el alambre, está decidido a entablar ese diálogo con el independentismo institucional. Y espera confiadamente que, a partir de ahora, los partidos secesionistas pasen del “monólogo al diálogo” para que encuentren ese encaje cómodo y definitivo, en el conjunto de España.

De todos modos, hay que reconocer  que ese tipo de conversación tiene garantizado el fracaso, porque estamos claramente ante un diálogo de sordos, porque los separatistas no quieren dialogar. El mismo Sánchez ha reconocido recientemente que “el independentismo tiene pavor a sentarse a dialogar”. Tampoco podemos hacer mucho caso del presidente del Gobierno, cuando dice que “nunca ha habido” un acuerdo con el separatismo catalán, y menos cuando afirma que “con el PSOE no va haber independencia de Cataluña”. No podemos olvidar que estamos ante un mentiroso compulsivo, que no ha dicho una verdad en su vida.

Llama la atención que un personaje tan sectario como Pedro Sánchez, que ha demostrado reiteradamente que carece de escrúpulos morales a la hora de levantar bulos o propalar noticias falsas, se haya hecho eco del Sistema de Alerta Rápida, creado por la Unión Europea, para mejorar la detección precoz de noticias falsas. Se trata de un Plan de Acción, que entrará en vigor  en 2019, para luchar satisfactoriamente contra la manipulación y la desinformación y garantizar, ante todo, la limpieza durante los distintos procesos electorales.

Y aunque a nuestro presidente del Gobierno no le gana nadie como inventor de fake news, va incluso aún más lejos que la Unión Europea y, para llamar la atención, decide crear algo así como un Ministerio de la Verdad. Y el 15 de marzo pasado, en la conferencia de prensa posterior a la reunión del Consejo de Ministros, la inefable vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, confesó que al Ejecutivo le preocupa enormemente "la seguridad y la limpieza" de los próximos procesos electorales.

Y acto seguido, la folletinesca ministra Calvo anunció que, para “garantizar la pulcritud” de los próximos comicios, el Gobierno se compromete firmemente a ofrecer información veraz, ¡ahí es nada!, para evitar que las noticias falsas puedan influir en las elecciones. Y sin el menor rubor, tiene la desfachatez de redondear semejante despropósito, afirmando que “no hay nada como un Gobierno de izquierdas” para poder  contar con una información cierta e indiscutible y, por supuesto, “nada partidista”.

Y como Pedro Sánchez vive literalmente en la inopia, sin contacto alguno con la realidad, desconoce los problemas que preocupan a los españoles, que son muchos y excesivamente  graves. No se ha enterado aún que muchos de sus conciudadanos están obligados a realizar verdaderos esfuerzos para llegar a fin de mes  y sacar adelante a su familia. No hay hueco en su agenda para las necesidades vitales de los ciudadanos, como el declive demográfico y sus consecuencias, el paro, que hunde irremisiblemente en la pobreza a tantas familias españolas o la fragilidad estructural de nuestra economía, que va camino de caer  en una nueva crisis.

Puede ocuparse ocasionalmente, como mucho, de temas  un tanto banales, como es el caso del feminismo más radical y absurdo, para promocionar artificialmente la discriminación positiva y la desigual ‘igualdad de género’. El presidente del Gobierno, que ha estado siempre tan desnortado, se conforma con volar en Falcon, y con la inútil pretensión de acabar para siempre con el fantasma del franquismo.

Afectado en grado sumo por el analfabetismo socialista que impera últimamente entre los dirigentes actuales del PSOE, Pedro Sánchez acusa a Franco de poblar los cementerios y hasta las cunetas con los cadáveres de los intrépidos y esforzados defensores de la libertad y de la República. Oculta intencionadamente el pucherazo o fraude del Frente Popular, que manipuló los resultados de las elecciones generales de febrero de 1936, para hacerse con los resortes del poder y dar una nueva orientación política a la vida pública.

A partir de ese momento, aunque el siniestro ocupa de La Moncloa no quiera reconocerlo, los nuevos dueños de la situación pusieron en marcha un proceso revolucionario que, como era previsible, acabó como el rosario de la aurora. Comenzaron, eso sí, las manifestaciones multitudinarias y las huelgas masivas. Se generalizaron los desórdenes públicos, con la consiguiente quema de iglesias y conventos y, para que no faltara nada, se institucionalizó la ocupación de tierras y la confiscación de propiedades.

Y después viene Francisco Franco y, mira por donde, se rebela contra esa República modélica, creada cuidadosamente por una izquierda supuestamente ejemplar. Mal que le pese a un patrañero Pedro Sánchez, Franco no se sublevó contra la República en absoluto. Se levantó, más bien, contra el desorden y contra la inseguridad ciudadana, que promocionaba desvergonzadamente la izquierda revolucionaria de entonces.

No olvidemos que Franco entró en la guerra gritando “Viva España” y “Viva la República”. Buscaba simplemente, al igual que los demás militares involucrados, poner fin a la la peligrosa odisea que se estaba viviendo en España, para conseguir una República bastante más conservadora y pacífica que la actual. Pero el deterioro de las instituciones, causado por la radicalización del Frente Popular y por los intentos de sovietización del país, llegó a ser tan ingente, que la guerra civil revolucionaria era ya prácticamente inevitable.

Hay que tener en cuenta, que las guerras revolucionarias son precisamente las más salvajes y feroces. El odio generado entre un bando y otro no tiene límites y el enfrentamiento es siempre a muerte. Y como se trata de acabar con el enemigo, es lógico que aparezca la violencia y se perpetren toda clase de atropellos, injusticias y arbitrariedades.

La Guerra Civil española fue sumamente cruel y sanguinaria. Y en consecuencia, ambos contendientes cometieron, cómo no,  cantidad de abusos y excesos. Pero si tratamos de comparar las tropelías de uno de los bandos con las del otro, tenemos que aceptar que son mucho más graves e improcedentes las cometidas por el Frente Popular. Entre las víctimas de la izquierda tenemos peligrosas monjitas; hay también muchos clérigos y, por supuesto, cantidad de jovencitos imberbes, que tenían la desvergüenza de practicar la religión de sus mayores y asistir a misa alguna que otra vez.  
Y aquella guerra, promovida por la ambición desmesurada de una izquierda irresponsable, fue ganada  inesperadamente,  por quien más tenía que perder, la España tradicional que lideraba Franco. Y fue posible esa victoria, no le demos vueltas, gracias al caudillaje  de Franco que supo asumir a tiempo el mando único y el directorio personal. Y no fue solo aquella memorable victoria. Al mantenerse Franco en el poder hasta el final, evitó que España volviera a las andadas y sentó las bases para mejorar sustancialmente el Estado de Bienestar de los españoles.

 A principio de 1957, España, es verdad, estaba prácticamente en bancarrota. Franco no sabía nada de economía. Y para que los españoles sobreviviéramos, mantuvo el tipo hasta 1959, abriendo de par en par la puerta a la inflación. Y en esa fecha, confiando plenamente en los sabios consejos  de los tecnócratas Mariano Navarro Rubio y Alberto Ullastres, puso en marcha el conocido “Plan de Estabilización”.

Los resultados no tardaron en llegar. La balanza de pagos dio un vuelco, y en 1960 alcanzaba, por fin, superávit comercial. Las reservas exteriores del Estado, hasta entonces en cero, pasaron inmediatamente a 500 millones de dólares. Y por si todo esto fuera poco, se redujo la inflación nada menos que 10 puntos de golpe y, sin más, se comenzó a crear empleo productivo de manera satisfactoria.

Gracias al ‘desarrollismo’ y al aperturismo económico, puesto en marcha por los ministros tecnócratas del régimen con la venia de Franco, se consolidó una clase media muy numerosa, que  dio un nuevo aire a la estructura social de España. Es sobradamente conocido que las clases medias rehúyen los extremismos y adoptan siempre opciones políticas moderadas. Y esto, claro está, fue determinante para impulsar la apertura del régimen y que comenzara a orientar progresivamente sus pasos hacia la democracia, para terminar en la reconciliación, que se logró, tras la muerte de Franco, durante el proceso de la Transición democrática.

La Transición del franquismo a la democracia fue un proceso verdaderamente ejemplar, que se realizó sin ruptura traumática alguna y como mandan los cánones: «de la ley a la ley, a través de la ley». A pesar de todo, un atocinado mental como José Luis Rodríguez Zapatero comenzó a dudar ostensiblemente de la bondad, y hasta de la legitimidad de esa reconciliación política. Y como los hechos están ahí y la Historia es inamovible, trató de cambiar el sentido de su interpretación. Y se valió de la famosa ley de Memoria Histórica, para señalar a  los ‘buenos’ y  a los ‘malos’ de la Transición.

La situación empeoró notablemente con la entrada en La Moncloa a salto de mata del creído Pedro Sánchez. Según éste guaperas, que se ha entregado ciegamente al culto de su personalidad, el franquismo es el problema más importante que tienen los españoles. Y trata de solucionarlo, dinamitando la Transición y derrotando a Franco, ahora que lleva más de cuarenta años muerto, exhumando sus restos y sacándolos del Valle de los Caídos.

Para conseguir semejante propósito, intentará mejorar la ley de Memoria Histórica, que puso en marcha Zapatero, complementándola con una Comisión de la Verdad, que nos permita “acordar una versión de país de lo que ocurrió durante la Guerra Civil y durante la dictadura franquista". Y por supuesto, también hay que dar descanso y paz a las familias que siguen buscando incansablemente a sus deudos, desaparecidos  durante tantos años  en alguna cuneta de nuestro país.

Es evidente que la ley de Memoria Histórica contribuye seriamente a dividir a los españoles y a sembrar el odio entre la izquierda y la derecha. Y Pedro Sánchez la utiliza precisamente para volver al enfrentamiento cainita de las dos Españas y para destruir la identidad nacional y acabar con la convivencia. Se trata de borrar la Historia a destiempo, o reescribirla de nuevo para convertir en héroes a vulgares asesinos de la izquierda, como pasa ahora en Madrid con el poeta Fernando Macarro, más conocido como Marcos Ana.

Y a la vez, se aprovecha la nueva redacción de la Historia, para verter sobre Franco la mayor cantidad posible de basura  inventada y, por qué no, para culparle hasta de los desmanes y de las animaladas que cometieron varios miembros destacados del PSOE, algunos tan significativos como Francisco Largo Caballero o el inefable Juan Negrín.

Y para hacer más llamativas las historias improvisadas que cuentan, las ilustran con imágenes falaces, que tienen un  impacto emocional indiscutible y que hieden claramente a odio y a revancha, impropia de un sistema mínimamente democrático. Se trata generalmente de grupos de jóvenes y ancianas que lloran al pie de una excavación, buscando supuestos represaliados del franquismo. En alguna de esas imágenes, aparece también, como no, Pablo Iglesias, el líder de Podemos, que asiste, aparentemente emocionado y compungido, a la exhumación de su tío abuelo, el panadero socialista Ángel Santa María.

En esos indiscutibles ajustes de cuentas, el presidente de saldo que padecemos insiste, una y otra vez, que hay que luchar denodadamente “contra el olvido” de las víctimas de la Guerra Civil y de la dictadura franquista. Y que, para estar en paz con el pasado, tenemos que recordar a los “miles de hombres y mujeres, muchos de ellos anónimos, que pagaron con su vida la defensa de la libertad y de la República” y que todavía “siguen en cunetas”.

Y para que el nuevo relato no desentone con los nuevos dogmas ideológicos de la izquierda, Pedro Sánchez se compromete, faltaría más, a dar “un nuevo impulso a la Ley de Memoria Histórica”, para conseguir objetivos más amplios. Se trata de desarrollar un tipo de política que cubra satisfactoriamente el derecho que tienen a la reparación, todas las víctimas de la Guerra Civil y de la represión franquista.

Y pretende solucionar los problemas que arrastra el pueblo español, tomando una serie de medidas y providencias, entre las que está, como no podía ser menos, su disposición estrella:   exhumar a Franco y sacar sus restos del Valle de los caídos. También contempla, por supuesto,  financiar la reapertura  de la oficina que apoyaba a las víctimas de la Guerra Civil y del franquismo. Es más, pretende actualizar el complicado mapa de las fosas comunes y crear el correspondiente banco de ADN, para facilitar las exhumaciones de las víctimas.

Tal como reza el Real Decreto-Ley del 24 de agosto de 2018, que modifica la Ley de Memoria Histórica, “en el Valle de los Caídos sólo podrán yacer los restos mortales de personas fallecidas a consecuencia de la Guerra Civil española”. Según ese Decreto, el Valle de los Caídos pasa a ser un Cementerio Civil, en el que solo podrán descansar los restos mortales de los fallecidos como consecuencia de la Guerra Civil.

Teniendo en cuenta la Ley de Memoria Histórica y las demás leyes ideológicas y de género, promulgadas por el PSOE, en la España de Sánchez y de sus acólitos, no hay más libertad que en la España de Franco. La vigilancia y el control ideológico al que estamos sometidos hoy todos los españoles, son bastante más severos y estrictos que los de Franco, en la última etapa de su vida.

Gijón, 5 de abril de 2019

José Luis Valladares Fernández

4 comentarios:

  1. El 28 de Abril,puede sèr el comienzo,de in nuevo Frente Popular.Por desgracia LA historian siempre repute los mismos errors.saludos.

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    1. Los españoles no terminamos de aprender las lecciones que nos enseña la historia y después, lo pagamos muy caro. Saludos

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  2. Un personaje pagado de sí mismo, dispuesto a lo que sea para mantenerse en Moncloa.

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    1. Y lo peor de todo, es que tendremos que seguir aguantándole. Eso dicen, al menos, las encuestas.

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