martes, 22 de octubre de 2019

LOS VAIVENES DE MARIANO RAJOY


Tal como se narra en una vieja película de aventuras, Simbad era muy aficionado a realizar viajes sumamente arriesgados y peligrosos, para acrecentar su fortuna. En una de sus frecuentes correrías, supo que un grupo de bandoleros le esperaba en el camino. Y trata de darles esquinazo, regresando a Bagdad a través del desierto.

Aunque confiaba plenamente en sus habilidades naturales para encarar cualquier tipo de dificultad, terminó perdiéndose en el desierto. Caminó a ciegas durante varias horas, sin lograr orientarse. Y cuando ya estaba tremendamente desmoralizado, sediento y sin fuerzas para seguir caminando, encontró una botella en la arena que aparentemente estaba llena de agua. Satisfecho con el hallazgo, abre la botella para calmar su acuciante sed y se lleva, claro está, la mayor sorpresa de su vida aventurera.

En ese momento, Simbad descubrió desilusionado, que no era agua lo que salía de la botella; que tan pronto como quitó el tapón, salió un GENIO desconcertante y enormemente malhumorado, porque en modo alguno quería que lo liberaran. No es de extrañar, por lo tanto, que este GENIO rompiera con la conocida tradición de otros GENIOS que, al verse libres, solían conceder generosamente tres deseos a sus liberadores. Este, en cambio, encolerizado, arremetió furiosamente contra su salvador. Pero Simbad supo reaccionar adecuadamente y, derrochando ingenio y mucha astucia, logró engañar al GENIO y devolverlo a la botella.

Y al igual que Simbad se internó en el desierto para burlar a unos bandidos, Mariano Rajoy marchó a México, para olvidar lo más rápidamente posible la dolorosa derrota, cosechada en las Elecciones Generales del 9 de marzo de 2008, ante un segundón ramplón como Rodríguez Zapatero. Y como era de esperar, acabó perdiéndose “allá en el rancho grande”, donde se topó con un GENIO masónico, tan infame y tan  fatídico o más, que el del propio Simbad. 

Y para desgracia propia y de una gran mayoría de españoles, a Rajoy le faltaron arrestos para reaccionar como Simbad y mantener incólume su responsabilidad. No aguantó el envite de la francmasonería, ese poderoso grupo de presión y de poder internacional y terminó  ‘rajándose’ como Jalisco y aceptando sumisamente las malintencionadas y falaces recomendaciones de esa malvada organización.

No tenemos pruebas concluyentes, es verdad, pero según todos los indicios, Mariano Rajoy experimentó un cambio radical y todo indica que, tras un breve y secreto proceso iniciático, abrazó decididamente la religión laica oficial practicada por la masonería. También llegamos a esa conclusión, si tenemos en cuenta el comportamiento posterior del propio Rajoy, ya que, a partir de ese momento, actuó siempre salvaguardando los intereses políticos y las directrices de esa organización. No olvidemos que regresó a España totalmente transformado y decidido a cambiar el rumbo y las estrategias tradicionales del Partido Popular.

Y para mantener indefinidamente ese estado de euforia y exaltación, conseguido tras su implicación con la fe masónica, Mariano Rajoy intentará transformar el partido de Aznar, en su propio partido. Para conseguir semejante objetivo y garantizar su propia supervivencia personal y política, decide organizar un congreso a la búlgara, lejos de Madrid. Piensa que, de esa manera, controlará mejor a los discrepantes, encabezados principalmente por Esperanza Aguirre, entorpeciendo así la formación de cualquier otra candidatura alternativa.


Y Mariano Rajoy, para evitar hasta el más mínimo contratiempo, de común acuerdo con el barón valenciano, Francisco Camps y con Javier Arenas, llevó el XVI Congreso Nacional del partido a Valencia. Se celebró los días 20, 21 y 22 de junio de 2008 y, como no había más candidaturas que la suya, fue reelegido nuevamente como presidente del Partido Popular, cosechando, eso sí, un número considerable de votos en blanco, un 16%, bastante más que ningún otro de los que le precedieron en la Presidencia del Partido.

Llegaba a la nueva reelección, firmemente decidido a liquidar el partido de José María Aznar, para convertirlo en su propio partido Y para conseguir semejante propósito, intentaría, cómo no, impulsar un resuelto viraje hacia el centro reformista. Pensaba además abrir el partido a nuevos sectores del centro democrático y, por supuesto, moderar o rebajar considerablemente la intensidad de los enfrentamientos con los nacionalistas vascos y catalanes. Y previendo el enfado mayúsculo de los conservadores  y los liberales, les pidió descaradamente que dejaran de incordiar y que se fueran de una vez al partido liberal y al conservador.

Para proceder sin demora a la reconversión del partido sin el menor problema, Rajoy confeccionó su nuevo equipo con afiliados moderados y escasamente comprometidos con la estructura política y la orientación oficial del Partido Popular. Y como era treméndamente reacio a dar la cara, completó el equipo con dos mujeres realmente resolutivas, María Dolores de Cospedal y Soraya  Sáenz de Santamaría que, hasta entonces, habían tenido una significación política muy escasa. Y como les confirió un protagonismo muy especial, ambas mujeres terminarían dando mucho que hablar.

Es evidente que Mariano Rajoy rehuía resueltamente cualquier tipo de enfrentamiento ideológico directo con nadie, y mucho menos con los ‘pata negra’ del aznarismo, defensores a ultranza de la ortodoxia oficial del partido. Y como quería mantener intacta su comprometida agenda política, necesitaba que alguien afrontara ese reto por él.  Y nombró secretaria general a Cospedal para que se ocupara de tan complicada faena. Y para lidiar con los demás poderes fácticos, ajenos al Partido Popular, Rajoy recurrió a la incombustible Soraya, flamante abogado del Estado, que terminaría siendo su persona de máxima confianza.

Tal como esperaba el líder del PP, a José Luis Rodríguez Zapatero le dio la espalda la suerte, se apagó definitivamente su rutilante estrella y hasta se quedó sin su supuesto talante. Y aparece así, con toda crudeza, su manifiesta incompetencia para gestionar la terrible crisis económica, que asoló a España durante todo el año 2009. No es de extrañar, por lo tanto, que decidiera acortar su segunda legislatura, renunciando además a ser candidato en las próximas elecciones generales, que convoc para el 20 de noviembre de 2011.

Y Mariano Rajoy, como no podía ser menos, concurrió a esas elecciones, manteniendo prácticamente el programa tradicional del Partido Popular. Prometió, faltaría más, bajar los impuestos, reducir  significativamente el tamaño del sector público, eliminando, como es lógico, las evidentes duplicidades administrativas y los gastos superfluos. Y fue aún mucho más lejos, comprometiéndose solemnemente a despolitizar la justicia y a eliminar de un plumazo todas las leyes ideológicas promulgadas por Zapatero.

En vista del incontestable fracaso de Rodríguez Zapatero, que pagaron todos los españoles, una gran mayoría de electores decidió castigar severamente al PSOE, prestando su apoyo  a la candidatura que lideraba Mariano Rajoy. El Partido Popular lograba así una mayoría absoluta aplastante, 186 escaños, 3 más que Aznar, en las elecciones generales de marzo del año 2000. Alfredo Pérez Rubalcaba, en cambio, que sustituía a Zapatero, tuvo que conformarse con el pírrico resultado de 110 escaños.

Pero la euforia por el magnífico resultado de las elecciones de noviembre de 2011 duró muy poco, porque no tardó mucho en llegar el primer incumplimiento o la primera traición de Mariano Rajoy a sus electores. Es verdad que, durante todo el año de 2009 no se cansaba de repetir frecuentemente, que las subidas de impuestos eran un auténtico “disparate”, que se traducía inevitablemente en “más paro y más recesión”. Y dando muestras  de una incongruencia notable, nos sorprendió a todos con una subida importante del IRPF y del Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI), apenas un mes después de las elecciones.

Y no sería esta la única vez que rompía su compromiso solemne de no subir impuestos. Ya instalado en La Moncloa, subió varias veces el impuesto del IRPF y del IBI. Y además de crear desvergonzadamente nuevas figuras tributarias, se ensañó con los sufridos contribuyentes, elevando reiteradamente el IVA y el Impuesto de Sociedades y hasta el Impuesto del Patrimonio. A pesar  de las promesas preelectorales, no quedó impuesto que no subiera.

Pasó exactamente lo mismo con la reforma del aborto, introducida por Bibiana Aído, ministra de Igualdad con Rodríguez Zapatero.  En marzo de 2010, cuando se aprueba la llamada “Ley Aído”, el Partido Popular se opuso valientemente al reconocimiento del derecho al aborto, aduciendo, cómo no,  que era “malo para la mujer” y que “la doctrina del Tribunal Constitucional era incompatible con una ley de plazos”.

Es evidente, que Mariano Rajoy dio la espantada y cambió rápidamente de parecer, nada más verse instalado en el Gobierno. Y aunque Alberto Ruiz Gallardón presentó su anteproyecto de reforma de la “Ley Aído”, Rajoy aparcó definitivamente la prometida reforma del aborto, aduciendo una disculpa muy torpe: la “falta de consenso”. Porque todos sabíamos  cuál era su verdadera postura sobre el aborto. No olvidemos que excluyó de las listas electorales del 26 de junio de 2016, a todos los diputados que, el 20 de diciembre de 2015, se atrevieron a exigir el cumplimiento íntegro de los compromisos adquiridos sobre el aborto.

Pasó exactamente lo mismo con las diferentes leyes ideológicas, promulgadas por Rodríguez Zapatero, sin respetar la historia y, por supuesto, sin tener en cuenta nuestras viejas tradiciones.  Mariano Rajoy, es verdad, mientras estuvo en la oposición, mantuvo una enconada lucha contra todas estas leyes, que la izquierda imponía por la fuerza, como si, en realidad, se tratara de auténticos y verdaderos mandamientos.

Si en algo destacó Rajoy, a lo largo de toda esa etapa, fue precisamente por su especial oposición a la Ley del Matrimonio Homosexual. Llegó, incluso, a recurrirla ante el Tribunal Constitucional, porque desnaturaliza por completo la institución del matrimonio tradicional. Le molestaba especialmente la “ideología de género”,  por la grave disociación que produce en el ser humano, dando lugar a que la heterosexualidad no sea nada más que una mera variante de las distintas identidades sexuales, que puedas imaginar.

Y no digamos nada de la grotesca Ley de Memoria histórica, que divide peligrosamente a los españoles “entre buenos y malos”. Fue creada por Zapatero, entre otras cosas, para dignificar a su abuelo, el capitán Juan Rodríguez Lozano, y para que la paranoica izquierda española pudiera reescribir la historia a su antojo y ganar así la Guerra Civil, que perdieron hace ahora casi un siglo.

Es verdad que Mariano Rajoy se había comprometido solemnemente a derogar estas leyes, en cuanto llegara al Gobierno. Y los ciudadanos, que estaban ya cansados de los continuos embelecos y las trapacerías de Zapatero, se lo creyeron sin más. Y cuando llegaron las Elecciones Generales del 20 de noviembre de 2011, como era de esperar,  el líder del Partido Popular cosechó una mayoría absoluta más que suficiente. Y fue entonces, cuando los confiados electores se llevaron la mayor sorpresa de su vida: Rajoy traicionó vilmente a sus votantes, y no cumplió ninguna de sus cacareadas promesas.

Nada más aterrizar en La Moncloa, Mariano Rajoy se olvidó de los compromisos adquiridos y asumió espontáneamente las distintas leyes ideológicas de Rodríguez Zapatero, sin cambiar nada importante y  sin emendar ninguno de sus evidentes dislates e insensateces. Aceptó sin más la negociación con ETA, tal como indicaba el acuerdo firmado en 2010 entre la organización terrorista y el Ejecutivo que encabezaba Zapatero.

De aquella, todos estábamos esperanzados con la llegada de Mariano Rajoy al Gobierno. Pensábamos que, a lo largo de su primera legislatura, recuperaríamos la España liberal que perdimos con Zapatero, que cambiaría de plano las leyes políticas, derivadas de la ideología de género. Pero no fue así, ya que al asumir íntegramente todos los postulados de esa ideología, la primera legislatura  de Rajoy, se convirtió realmente en la tercera legislatura de Zapatero.

Hay un hecho totalmente irrebatible: cuando Mariano Rajoy llegó al Gobierno, buscó el aplauso fácil de la izquierda, sustituyendo las viejas convicciones y el ideario clásico del Partido Popular, por los aberrantes postulados que defiende abiertamente el movimiento LGTB. Y con el apoyo incondicional de una serie de acólitos aprovechados y vividores, hizo tabla rasa de la defensa de la vida y de la familia, descartando cualquier tipo de medida contra la interrupción voluntaria de la vida humana, antes de nacer.

Con ese inesperado guiño al lobby gay, Rajoy sembró el desconcierto entre los afiliados del Partido Popular y enfadó, cómo no, a una buena parte de sus votantes tradicionales. Y el resultado no tardó en llegar.  Una vez rota la unidad del partido, comenzó seguidamente el éxodo o la desbandada de personajes tan notables como Vidal Quadras. Santiago Abascal Conde, con el respaldo de otros dirigentes más conservadores como Ortega Lara, Ignacio Camuñas o Iván Espinosa de los Monteros,  funda el partido de VOX, que competirá electoralmente con el Partido Popular en las próximas Elecciones Generales.

Otros afiliados del Partido Popular tratarán de colmar su enfado por el engaño y la desilusión sufrida, engrosando definitiva o provisionalmente las huestes de Ciudadanos. Y como era de suponer, en las elecciones generales  del 20 de diciembre de 2015, se produjo la mayor debacle electoral de la historia para el Partido Popular. Perdió, ahí es nada, la friolera de 63 escaños, que se dice pronto, pero se tarda mucho en digerir.

En el Partido Popular, quedaron tan tocados con Mariano Rajoy y tan acomplejados, que ocultaran cuidadosamente hasta su propio ADN ideológico. Y eso les incapacita, como es lógico, para enfrentarse a la izquierda española. Por supuesto, nunca les oiréis hablar de Franco, ni de sus evidentes logros. Ese es un tema francamente tabú. Tampoco defenderán en público el inalienable derecho a la vida, ni protestarán jamás por el adoctrinamiento sexual que se viene realizando actualmente en las aulas, a instancias, claro está, de la propia izquierda.

Por culpa de Mariano Rajoy, la batalla por la derogación de las leyes ideológicas que implantó Zapatero, quedó definitivamente resuelta a favor de la izquierda más sectaria y tramposa. Veremos si Pablo Casado es capaz de enderezar semejante entuerto.

Gijón, 18 de octubre de 2019

José Luis Valladares Fernández

4 comentarios:

  1. Este rajoy fue lo mas parecido!a un caballo de Troya .Esperemos que Casado no siga los pasos de Marianito.Desde luego solo Voz sabe donde esta su sitio.saludos.

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    1. Casado, de momento, no ha sido capaz de deshacerse por completo del nefasto rajoyismo. Y esto está perjudicando al PP y beneficiando a VOX. Esperemos que se de cuenta a tiempo y corrija el rumbo. Saludos

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    2. Es desconcertante que los líderes del PP aún no se hayan dado cuenta, del causaron al partido. Saludos

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  2. Acertado el detallado análisis de la época del inefable Mariano que nos ofreces.

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