sábado, 9 de enero de 2021

LOS VAIVENES DE LA ECONOMIA EN LA DEMOCRACIA ESPAÑOLA

 



 2.-La evolución de la economía entre marzo de 2004 y enero de 2021

        Si nos atenemos a las circunstancias, podemos decir que José Luis Rodríguez Zapatero llegó a La Moncloa, a bordo de unos trenes despanzurrados en el terrible atentado que se produjo tres días antes de las elecciones generales del 14 de marzo de 2004.  Aunque no andaba muy sobrado de luces, Zapatero ganó esas elecciones, por sorpresa y contra todo pronóstico, por la manipulación que se hizo interesadamente de aquel sangriento atentado, que aún tiene varias incógnitas por aclarar.

Con la llegada de Rodríguez Zapatero a la presidencia del Gobierno, se abrió una etapa de dogmatismo ideológico, que devolvió al PSOE a su pasado más cutre. Se trataba de reescribir la historia, para quitar validez a la meritoria Transición española de los años 70, y devolver el honor y la dignidad moral a los del bando opuesto al franquismo. Con la mascarada de su ‘Memoria Histórica’, Zapatero buscaba infatigablemente que, después de tantos años, ganaran aquella guerra los que la perdieron entonces y huyeron al exilio, llevándose las pocas riquezas que aún quedaban a los españoles.

No cabe duda que Rodríguez Zapatero recibió una herencia bastante aceptable, que no supo aprovechar. Se encontró aproximadamente con unos 2.227.000 parados. Pero al cabo de pocos años, cuando se vio obligado a marchar de La Moncloa, ya tenía un total de 4.910.200 desempleados, el 21,4% de la población activa.

Durante los tres primeros años vivió de las rentas, porque las reservas que le dejó José María Aznar cubrían enteramente sus necesidades. Y como se dejaba llevar por la inercia del crecimiento heredado, hasta daba la impresión que se había olvidado del intervencionismo típico de los socialistas. Pero a mediados del año 2007, cuando nadie lo esperaba, estalló la famosa crisis de las hipotecas basura en Estados Unidos que llenó de incertidumbre a las demás economías mundiales, incluida la española.

Fue entonces, cuando aparecieron los primeros problemas que Zapatero intentó solucionar incrementando disparatadamente el gasto público, pasando en ese ejercicio de un superávit de casi 2 puntos sobre el PIB, a un preocupante déficit del 4,4%. Pero esto no era nada más que el principio del desaguisado económico. En 2009, el déficit se volvió a disparar, y subió hasta el 11,1% del PIB. Y el Gobierno desnortado de Rodríguez Zapatero, trató de remediar el problema, con un aumento disparatado de la presión fiscal, que alcanzaba los 15.000 millones de euros.

Y en mayo de 2010, cuando España estaba al borde del rescate financiero, Zapatero se ve obligado a realizar el mayor recorte del gasto social de la Democracia. Obligado por las circunstancias y por los ‘hombres de negro’ de Bruselas, bajó el sueldo de los funcionarios un 5% y congeló inopinadamente las pensiones.

Cuando Zapatero abandonó el poder, dejaba una deuda totalmente envenenada a su sucesor. Además de los datos negativos que ya conocemos, el endeudamiento de España estaba ya en el 69,5% del PIB. Y en esa deuda de 734.530 millones de euros, quedaban fielmente reflejados, entre otros, los gastos absurdos de la chiquillada del cheque  de los 400 euros y el Plan E. Y para quitar hierro en el traspaso de poderes, Zapatero aseguró al PP que quedaba un déficit del 6%. No le dijo, en cambio, que dejaba más de 35.000 millones en facturas sin contabilizar, que elevaba ese déficit, al menos, hasta un 9,6%.

En las elecciones generales del 20 de noviembre de 2011, Mariano Rajoy logra una mayoría absoluta considerable. Y es absolutamente normal que sucediera así, ya que los ciudadanos estaban hasta la coronilla de las ‘jaimitadas’ de Rodríguez Zapatero y el líder del Partido Popular accedía a aquellos comicios con un programa muy completo y atrayente.

En primer lugar, Rajoy se comprometía explícitamente a no subir los impuestos. Intentaría solucionar el problema, reduciendo los gastos públicos para que haya menos paro y más  crecimiento. Para mantener el Estado del Bienestar, procuraría reducir el tamaño del sector público, eliminando empresas y fundaciones inútiles, para mantener intactos todos los servicios básicos. Y además de otras promesas, promulgaría una Ley de Estabilidad para controlar las cuentas de las Comunidades Autónomas. Y más importante aún, mantener el poder adquisitivo de las pensiones era una línea roja, que no traspasarían jamás.

Pero se da la circunstancia que Mariano Rajoy, no sé si por decisión propia, o por imposición de la logia de turno,  se olvidó muy pronto de sus promesas electorales y, nada más llegar al Gobierno, subió el IRPF y simultáneamente, subió también el Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI). Y posteriormente incrementó también el IVA Y en vez actualizar las pensiones con arreglo al 2,9%, que fue la tasa de inflación de 2011, estableció el copago, que obligaba a los pensionistas a pagar el 10% del coste de sus medicamentos. Y no paró ahí, ya que se tragó todas las leyes ideológicas, promulgadas por Rodríguez Zapatero.

Y en diciembre de 2015, cuando se celebraron las siguientes elecciones, los ciudadanos pasaron la correspondiente factura a Mariano Rajoy, por el incumplimiento de sus promesas solemnes. Y pasó lo que tenía que pasar, los 186 diputados anteriores quedaron reducidos a solo 123 escaños. En esas circunstancias es absolutamente normal que se encontrara con cantidad de  complicaciones graves para formar Gobierno.

En cuanto al resultado económico de su gestión al frente del Gobierno, hay que decir que, en 2011 el Producto Interior Bruto (PIB) cayó hasta el 1%. Y en 2012, que fue el año del rescate de la banca, se desplomó hasta el 2,9%. A partir de 2015, el PIB se fue recuperando paulatinamente, alcanzando en 2018 una tasa interanual de  crecimiento del 3%.

No tuvo Mariano Rajoy la misma suerte con la deuda pública, que seguiría incrementándose gradualmente hasta llegar, en 2014,  al 100% del PIB. A partir de entonces comenzaría a mejorar ligeramente, para quedar en 2018 en el 98,30% del PIB, lo que supone una deuda astronómica de 1,140.000 billones de euros, que heredará y empeorará aún más el sabiondo y entrometido Pedro Sánchez.

Cuando Mariano Rajoy llegó al Gobierno, se encontró con una tasa de paro del 21,4%. Y esa tasa de paro siguió escalando puestos, hasta llegar al 26,1% en el año 2013. En esa fecha, ningún país de la Unión Europea, tenía tantos desempleados como España. Llegamos a superar holgadamente a Grecia, que ya es decir.

Esa situación tan dramática comenzó a mejorar progresivamente, tras la reforma laboral introducida por Rajoy, que ha sido criticada y puesta en entredicho por el infortunado dúo gubernamental, formado por la imprevisible pareja de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. El caso es que, en junio de 2018, cuando Rajoy es obligado a salir de La Moncloa, la cifra de parados sumaba un total de 3.252.130, que representaban el 15,28% de la población activa.

En esa fecha, el intruso y atrevido Pedro Sánchez presentó una moción de censura al Gobierno de Mariano Rajoy. Y justificó ese hecho en la sentencia parcial contra la trama Gürtel, retorciendo torticeramente la condena, para incluir entre los culpados al propio Partido Popular. En esa ocasión, el secretario general del PSOE consiguió lo que no le dejaron hacer los barones socialistas en octubre de 2016: pactar con lo más granado de los enemigos declarados de España. Se alió con los comunistas de Unidas Podemos, con los independentistas catalanes, con el PNV y, vaya por Dios, hasta con los proetarras de Bildu.

Estamos, por lo tanto, ante una moción de censura tramposa, utilizada irregularmente para apartar a Mariano Rajoy del poder, porque no cumplía los requisitos más elementales, requeridos por nuestra Constitución. Esa moción de censura debería ser constructiva, pero Sánchez llegaba sin un programa político de Gobierno y, al no contar nada más que con ochenta y cuatro diputados propios, carecía también de una mayoría suficiente para desarrollar ese programa. No tenía nada más que unas ganas locas de llegar a La Moncloa, para dar alas a su enorme y enfermiza egolatría.

El pecado mayor de Pedro Sánchez es, creo yo, la vanidad, la presunción y, por supuesto, la envidia. Y aunque no anda muy sobrado de luces, va de divo por la vida. Se ha endiosado tanto, que presume insolentemente de su planta y hasta de su sombra y le produce una terrible dentera que el rey Felipe VI disfrute de los oropeles  y de los ornatos que proporciona el ser jefe del Estado.

Y son los españolitos de a pie los que pagan inocentemente el pato de las medidas osadas que toma un presidente del Gobierno tan intervencionista y radical como Pedro Sánchez. Como no tenía otra manera de hacerlo, recurrió al consabido Real Decreto Ley, que criticaba anteriormente, para recuperar las ayudas a los parados de larga duración y para subir el salario mínimo un 22,3%, cuando solo llevaba medio año al frente del Gobierno. Y todo sin comprobar si había dinero bastante para semejantes dispendios.

Lo primero que hace es elaborar unos Presupuestos Generales del Estado (PGE) para 2019, que fueron oportunamente devueltos al Gobierno, porque contemplaban una subida de impuestos alarmante y un incremento exponencial del gasto, que rondaba los 7.000 millones de euros.  Y a la vez disparaba exageradamente  los objetivos de déficit y de deuda. No sé de dónde pensaría sacar el dinero para mantener el equilibrio presupuestario, porque con los impuestos sería poco menos que imposible llegar a cubrir esa millonada de gastos.

El rechazo, por parte del Congreso de los Diputados, del presupuesto propuesto para el año 2019, llevó al presidente Sánchez a convocar unas elecciones generales anticipadas, que se celebraron el 28 de abril de 2019. En estos comicios, es verdad, el PSOE pasó de 84 diputados a contar con 123 escaños. Así que Pedro Sánchez, para ser investido presidente del Gobierno, necesitaba contar con el apoyo de otras fuerza políticas.

Y al no contar con los votos de Unidas Podemos que, por lo visto, eran sus “socios preferentes”, fue preciso volver a repetir las elecciones. Y ese nuevo proceso electoral tuvo lugar el 10 de noviembre de 2019. Pero los resultados, aparentemente al menos, no aclararon la situación en absoluto, ya que volvió a ganar el PSOE, pero perdiendo tres escaños con respecto a las pasadas elecciones del 28 de abril.

Pero el envanecido Pedro Sánchez, que no estaba dispuesto a abandonar La Moncloa,  aceptó sin más todas las condiciones que imponía el incorregible guerrillero Pablo Iglesias. Y aunque conocía sobradamente, según sus propias palabras, que con una persona cercana al líder de Podemos en los ministerios “no dormiría tranquilo”, accedió a formar un Gobierno de coalición. Y mira por donde, además de dar un ministerio al propio Pablo Iglesias, le entrega la ‘vicepresidencia segunda’ del Gobierno y nombra también ministra a Irene Montero, que es la compañera sentimental de Iglesias.

El programa económico de este Gobierno de coalición se radicaliza hasta extremos verdaderamente graves. Recupera la subida de impuestos de los PGE de 2019, que habían sido rechazados. Y no contentos con semejante desafuero, hablan de derogar la reforma laboral de Mariano Rajoy, que dio tan buenos resultados para mejorar las estadísticas del paro.

Quieren también subir artificialmente el salario mínimo, lo que es letal sobre todo para las pymes y para los autónomos, ya que así da lugar a una disminución notable de la demanda empresarial, que se traducirá en un aumento considerable del desempleo. Y no cabe la menor duda que esa vuelta acelerada al intervencionismo radical influirá contundentemente en la desaceleración o agotamiento del crecimiento económico y, por lo tanto, en la destrucción  de puestos de trabajo.

En 2017, por ejemplo, estuvimos creciendo al 2,9%, para bajar rápidamente al 2,4% en 2018 y al 2% en 2019. Al finalizar 2019, Pedro Sánchez  ya tenía 1.723 parados más, que cuando llegó al Gobierno. Pero esto no es más que el principio del desastre que se avecina. Y la peor parte, que le vamos a hacer, se la van a llevar los autónomos que, en esa misma fecha, ya habían desaparecido nada menos que 10.279 de las listas de la Seguridad Social.

Sin ir más lejos, al finalizar 2020, el paro registrado en las oficinas de Empleo ya alcanzaba la escalofriante cifra de 3.888.137 parados, más de 630.000 más de los que le dejó Mariano Rajoy. Y no podemos olvidar que, en esa fecha, había 755.613 personas incluidas en las listas de los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTE). Y muchos de los trabajadores que ahora están cobijados en los ERTE, como consecuencia de la asfixia que padecen las empresas, terminarán pasando lamentablemente a engrosar los ERE.

Algo muy parecido está pasando con la deuda pública. Cuando Pedro Sánchez era el único responsable del Gobierno, la deuda venía creciendo diariamente una media de 105,99 millones de euros.  Pero desde que se asoció con el del moño, la deuda crece a un ritmo de unos 168,20 millones por día.

Y la situación seguirá agravándose, porque a la vez  que crece exponencialmente el gasto, también cae en picado la recaudación y se produce un descenso importante del PIB. Dependiendo de la intensidad que alcance el movimiento del déficit y del PIB, es casi seguro que la deuda española termine, a finales de 2020, termine entre el 115% y el 125% del PIB. De hecho, el gobernador del Banco de España pronostica que terminaremos este ejercicio en el 128,7%, y afirma que, de seguir así las cosas, es muy posible que, a finales de 2021, superemos el 130% del PIB.

Es sabido que Pedro Sánchez, arropado por sus disciplinados polizontes, achaca el cataclismo que sufre nuestra economía a la pandemia, por culpa de las restricciones de movimientos, el cierre de fronteras, las limitaciones comerciales y el cierre de los centros de ocio, para frenar la propagación del coronavirus. Y es verdad que todas estas medidas restrictivas han tenido un impacto notable en la marcha de la economía española.

Pero el verdadero culpable de la situación económica que  atravesamos es el propio presidente del Gobierno, que ha hecho una gestión desastrosa de esa epidemia. Presume mucho, pero en porcentajes, tenemos más contagiados y más muertos que nadie y una destrucción de riqueza que hace historia. Está visto que, para desarrollar satisfactoriamente su papel de gobernante necesita más luces y, sobre todo, le sobra arrogancia y soberbia.

 

Gijón, 28 de diciembre de 2020

 

José Luis Valladares Fernández

2 comentarios:

  1. Zapatero reabrió las viejas heridas, que parecían cerradas y así seguimos, creando un enfrentamiento entre españoles totalmente artificial.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Esa fue la mayor torpeza de Zapatero. Y lo peor de todo es que el dúo de Sánchez-Iglesias, siguen en esa misma línea. Se han propuesto recuperar el espíritu y la letra del tristemente célebre Frente Popular.

      Eliminar