lunes, 22 de marzo de 2021

JAQUE A LA PAZ SOCIAL Y A LA DEMOCRACIA



 

En el refranero español, encontramos muchas sentencias que expresan verdades incontrovertibles, que no tienen vuelta de hoja. Y uno de esos dichos populares, que reza así: “el que mucho presume, de mucho carece”, retrata perfectamente al ególatra Pedro Sánchez, el presidente actual del Gobierno que padecemos.

Conociendo al líder del PSOE, es de suponer que le hubiera gustado entrar en La Moncloa a lo grande, en olor de multitudes y hasta con fanfarria y por la puerta principal. Pero en este caso no fue así y, si quiso entrar, qué le vamos a hacer, tuvo que utilizar la puerta de servicio. Para poder salir con la suya, utilizó una moción de censura irregular, ya que no cumplía estrictamente con todos los requisitos exigidos por la Constitución.

Para empezar, la moción de censura contó con muchos síes, que no eran nada más que rotundos noes a Mariano Rajoy. Y no olvidemos que está basada en un inciso improcedente, que el juez José Ricardo de Prada introdujo en la sentencia de Gürtel con la malsana intención de perjudicar al Partido Popular. Y ese inciso, claro está, fue retirado posteriormente por el Pleno de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, por su evidente  falta de imparcialidad.

De todos modos, como Pedro Sánchez es capaz de presumir hasta de su propia sombra, dice que aterrizó en la presidencia del Gobierno, entre otras cosas, para “recuperar la normalidad institucional” y para “regenerar la política española”. Y sin más, inició su mandato, dando muestras de una superioridad moral aplastante que no tiene y aparentando saber bastante más de lo que realmente sabe. Un poco más, y nos suelta la locución latina “Veni. Vidi. Vici” (vine, vi, vencí), que utilizo Julio Cesar, para comunicar al Senado Romano su victoria en la batalla de Zela, contra el rey del Ponto, Farnaces II.

Y desde el primer momento, el presidente Sánchez, trata de engrandecerse artificialmente ante su clientela, comprometiéndose a luchar contra las desigualdades sociales, ayudando preferentemente a los que más sufren, a los más desfavorecidos por la fortuna. Con su llegada a la presidencia del Gobierno, según cuentan sus cipayos más cercanos, abrió “un nuevo tiempo de esperanza”, en el que predomina el diálogo, sobre todo el “diálogo constructivo”. Y piensan que, con ese diálogo, conseguirá la ansiada regeneración democrática y acabará, de una vez por todas, con la injusticia social.

Lo malo es que la palabra, si no está acompañada por otras cualidades, se convierte en palabrería, en verborrea  inútil, que complica aún más la situación. Y eso es precisamente lo que le está pasando al envalentonado Pedro Sánchez. En un arrebato de irresponsabilidad, se le antojó asumir la presidencia del Gobierno, más que nada para presumir y disfrutar de la adulación y los agasajos que  proporciona ese cargo. Y eso fue determinante para que la economía y el empleo, comenzaran a sufrir inmediatamente los efectos catastróficos de su pésima gestión pública.

Pero no termina aquí  la funesta actuación del imprevisible presidente Sánchez. Se ha cansado de repetir, una y otra vez, que no pactaría jamás con las huestes de Podemos. Empezó con esa cantinela, que yo sepa,  en septiembre de 2014, poco tiempo después de hacerse con la Secretaría General de su partido. En aquella ocasión, afirmó explícitamente ante los micrófonos de Antena 3: "Ni antes ni después El PSOE pactará con el populismo. El final del populismo es la Venezuela de Chávez, la pobreza, las cartillas de racionamiento, la falta de democracia y, sobre todo, la desigualdad".

Casi cinco años después, Pedro Sánchez seguía pensando que no podía “gobernar con alguien como Iglesias, que no defiende la democracia”. Y el 19 de septiembre, cuando ya llevaba más de cuatro meses como presidente en funciones, reiteró nuevamente, ante los micrófonos de La Sexta, que no podía confiar en el líder de Podemos. Y soltó esta llamativa perla: “Si hubiera aceptado las exigencias de Pablo Iglesias hoy sería presidente del Gobierno. Pero sería un presidente que no dormiría, como el 95% de los españoles, incluidos votantes de Unidas Podemos”.

Pero llegaron las elecciones generales del 10 de noviembre de ese mismo año y, mira por dónde, el presidente Sánchez se encontró ante una tesitura sumamente complicada: o aceptaba los postulados de Iglesias, para formar un Gobierno de coalición con Podemos, o corría el riesgo serio de perder la poltrona.

Y para mantenerse en La Moncloa por encima de todo, el sorprendente Pedro Sánchez se olvidó de sus fundados temores y, sin esperar a más, procuró colmar satisfactoriamente las desmedidas apetencias del quisquilloso Pablo Iglesias, nombrándole vicepresidente segundo del Gobierno. Le acompañan en el Ejecutivo, ocupando sendas carteras ministeriales, otros cuatro miembros de Podemos, aunque alguno de ellos no vale ni para concejal de pueblo.  

Para llegar a esa entente con el líder máximo de Unidas Podemos, el aspirante a perpetuarse  indefinidamente en La Moncloa decidió traicionarse a sí mismo, sabiendo que, así, deslegitimaba su mandato y perjudicaba seriamente al PSOE y a todos los españoles. A pesar de todo, tiene muy poca importancia  que el presidente Sánchez recurra, o no, a los somníferos para conciliar el sueño. Nos preocupa, eso sí, el insomnio que padecemos ahora los sufridos ciudadanos españoles.

Al traicionar Pedro Sánchez a quienes confiaron en él, comenzó a crecer precipitadamente la inestabilidad y el extremismo en España, perturbando así el sueño de todos nosotros. Y como el deterioro  de las instituciones públicas es ya prácticamente imparable, terminaremos asfixiados por el populismo bolivariano de Venezuela. Y por desgracia, no habrá sedante alguno que pueda mitigar las terribles noches toledanas que nos esperan.

Ese pacto con Podemos, acrecentó aún más la recesión económica que ya padecíamos y aceleró la destrucción de empleo. Y esto, como era de esperar, intensificó considerablemente las críticas contra el Gobierno y aparecieron las primeras discrepancias dentro del propio partido con el presidente del Gobierno.

La reacción del endiosado Pedro Sánchez no se hizo esperar. Quería acabar tajantemente con las duras críticas y cortar de raíz las incipientes suspicacias de los barones de su propio partido. Y para eso, necesitaba engañar a la ciudadanía española. Así que, vociferando destempladamente ante el líder de la oposición, Pablo Casado, hizo esta ilusoria afirmación: “mi tarea como presidente es garantizar la estabilidad política”. Y con su fanfarronería habitual, agregó que haría “frente a la emergencia sanitaria y la vacunación”, ocupándose a la vez  de la  “recuperación económica” y de la “creación de empleo y justicia social”.

Pero ya lo dice el refranero español: del dicho al hecho hay mucho trecho. Y todos sabemos sobradamente lo que puede dar de sí un personaje tan presumido y lenguaraz como el presidente Sánchez. Con exhibirse y pavonearse en sus rebuscadas apariciones públicas, para ganar músculo demoscópico, ya tiene bastante. Pero no esperes que aporte alguna solución útil y acertada para luchar  eficazmente contra la terrible pandemia que nos aqueja y contra el hundimiento generalizado de  nuestra economía. Gracias a su manifiesta incapacidad, España es ahora mismo el farolillo rojo de toda Europa.

Es sabido que, en la mayor parte de las actuaciones del Gobierno social-comunista actual, aparece claramente la mano negra de  Pablo Iglesias. Este desvergonzado personaje, llevó también la voz cantante en redacción de los pactos del PSOE con Podemos y, no contento con esto, se las arregló para llevar a Pedro Sánchez al huerto de ERC y de Bildu. Y no cabe duda que está detrás de muchas  de las decisiones económicas que padecemos.

No es de extrañar, por lo tanto, que haya voces más o menos autorizadas, hasta dentro del  propio PSOE, que culpen al líder ultraizquierdista  del desastre económico que padecemos, y pidan insistentemente al presidente Sánchez que prescinda ipso facto de su vicepresidente segundo. De todas formas, eso no solucionaría nada, porque el problema sigue siendo de quien rige nuestros destinos. Y eso nos lleva a pensar que, tanto si el estalinista Iglesias está dentro como si está fuera del Gobierno, tendremos que enfrentarnos también a la pandemia del hambre y la miseria, que ya ha comenzado a extenderse por España.

De momento, los datos son francamente inapelables. Aunque el Gobierno no quiera reconocerlo, ya contabilizamos más de 100.000 muertos por culpa del coronavirus y la ruina económica sigue creciendo de manera constante y desmesurada. Sin ir más lejos, cerramos el año 2020, qué le vamos a hacer, con el desplome de un 11% del PIB, desconocido hasta ahora. Y por si esto fuera poco, a finales de diciembre de ese mismo año, el déficit de la Seguridad Social superaba los 20.000 millones de euros. En ese momento, quién lo iba a decir, España debía ya 122.439 millones de euros, un nivel de deuda nada menos que del 17,1% del PIB.

Es muy posible que, si el despótico Pablo Iglesias abandona definitivamente el Ejecutivo, recuperemos una buena parte del crédito exterior, dilapidado gratuitamente por Pedro Sánchez. Y todo por su evidente falta de pericia y de madurez. Pero no nos hagamos ilusiones, porque eso no implica en absoluto una mejoría reseñable en la forma de gobernar a los españoles.

Pero no debemos olvidar que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se necesitan mutuamente y, si no quieren acabar ambos en la marginación y en el olvido, están obligados a entenderse. El aburguesado líder de Podemos podrá contar con más o menos diputados, pero para ser alguien y no verse abocado al ostracismo, necesita el apoyo decidido de Sánchez. Y como no podía ser menos, al imprevisible caudillo Pedro Sánchez le pasa exactamente lo mismo. Sin la colaboración y el apoyo de Pablo Iglesias, tendría que renunciar a una buena parte de sus ambiciones napoleónicas y hasta se vería obligado a salir de La Moncloa. 

Y como fracasó rotundamente la diabólica alianza entre el POSE y ciudadanos, para usurpar la Autonomía de Madrid al Partido Popular, el maquiavélico Iglesias abandona su cartera ministerial y deja el Gobierno. Y todo, porque sabe que, si no encabeza personalmente la candidatura de Podemos a las elecciones madrileñas, es muy posible que se repita el morrocotudo fracaso que tuvo que soportar en el País Vasco y, sobre todo, en Galicia.

Este hecho, sin embargo, no altera en modo alguno el respaldo que se prestan voluntaria y recíprocamente estos dos cesaristas paranoicos, para socavar poco a poco el régimen del 78. Pedro Sánchez dormirá muy mal, porque se le atragantará, de vez en cuando, la verborrea asamblearia del fantoche del moño y su propensión a organizar escándalos callejeros. Y el altivo y desdeñoso Pablo Iglesias hará lo mismo, por la cuenta que  le tiene, con el endiosamiento y con las mentiras habituales del siniestro personaje que, para nuestra desgracia, ocupa momentáneamente la presidencia del Gobierno.

Gracias a la prepotencia abusiva del conspirador Sánchez y la facundia del supremacista Iglesias, los españoles estamos viviendo un psicodrama muy conflictivo y desquiciante. Ya no sabemos si el mundo que nos rodea es real, o es algo meramente imaginado o fantaseado. Por culpa de sus embustes y maquinaciones, hemos perdido el rumbo y vamos camino del desastre económico y social más absoluto.

Es evidente que estos dos políticos son, ante todo, unos vividores y, en consecuencia, anteponen siempre sus intereses particulares a los generales y se olvidan naturalmente del bien común. Se comportan, no faltaba más,  como Píramo y Tisbe, los dos amantes legendarios que encontramos en la mitología griega.

Ni que decir tiene, que a Píramo y Tisbe les unía un amor entrañable y sincero. Pero Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, por el contrario, se odian intensa y profundamente. Les une, eso sí, el interés propio, y el deseo insaciable de satisfacer  su ambición y su ego personal, a costa de lo que sea. No obstante, esperemos  que los españoles salgan, de una vez, de ese prolongado letargo y saquen a estos dos embaucadores de la vida pública, y los devuelvan a la vida privada, de donde nunca debieron salir.

 

Gijón, 18 de marzo de 2021

            José Luis Valladares Fernández      

4 comentarios:

  1. Entre su egolatría y las concesiones a sus socios, Sánchez y su gobierno han entrado en una deriva que cada vez se aleja más de las necesidades reales de la gente y solo busca su propio beneficio político.

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    1. España y los españoles le importan un bledo a este arribista de la política. Y para colmo de males, aunque se de mucha importancia, como gestor de la cosa pública no es nada más que un pelanas muy presumido.

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  2. Yo opino que está cucaracha de Pablo Iglesias,ha salido del Gobierno antes que le den la patada y lo echen.Pues la situación es insostenible teniendo a este mequetrefe como visipresidente, saludos,🤗

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    1. Este indeseable, destroza todo lo que toca. Y si sigue algo más en el Gobierno, termina desapareciendo hasta Podemos. Y trata de evitar esa contingencia, porque entonces si que no sería nadie. Un abrazo

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