jueves, 12 de marzo de 2009

SANTIAGO CARRILLO Y SUS COSAS


En la primavera de 2008, el Club La Nueva España y la asociación cultural Cauce del Nalón invitaron a una charla o mesa redonda a Santiago Carrillo. Dicha charla estuvo más bien centrada en el análisis de la situación política creada, después de las últimas elecciones generales del 9 de Marzo de dicho año. En La Nueva España del 20 de Abril de 2008, aparece un resumen, bastante completo, de la intervención de Carrillo.
Según dicha reseña periodística, el antiguo líder comunista manifiesta que el modelo de Estado propiciado por Zapatero, con estatutos de autonomía como el de Cataluña, lejos de romper España, contribuye precisamente a su unión. Confiesa que el Partido Popular, cuando habla que la unidad de España está en peligro, simplemente trata de salvar su propia unidad y no la del Estado. Con esta afirmación tan peregrina, nos demuestra palpablemente que su idea de la unidad de España es tremendamente simplista. Esta pobre concepción de la unidad de España no es exclusiva de Carrillo. La comparte, por desgracia, mucha gente de la izquierda pretendidamente progresista. Gente que, además, tiene verdaderas responsabilidades políticas.
Quizás el Partido Popular no haya explicado suficientemente el concepto de unidad de España. Habrá pensado que algo tan claro y evidente no necesita aclaracion alguna. La rotura de la unidad de España no se produce porque el mapa caiga en el suelo hecho pedazos. Tampoco hay peligro de que se instalen fronteras entre unos pueblos y otros, ya que todos ellos saben que necesitan de España para vivir con cierto decoro económico. La rotura de España se produce cuando se rompe la igualdad que propugna nuestra Constitución. Se rompe cuando el gobierno de turno privilegia a unos ciudadanos sobre otros. Si hay ciudadanos con más privilegios que otros; en una palabra, si hay ciudadanos más iguales que otros, la unidad de España está lamentablemente rota.
Y la idea que tiene Carrillo de la igualdad entre hombres y mujeres es tan simplista y primaria como la de la unidad de España. Piensa, al igual que Zapatero, que la igualdad real y sociológica depende exclusivamente de una simple cuota. Nada más falso. La igualdad en número no es igualdad y, a la larga, resulta tremendamente discriminatoria para la mujer. Esa deseada igualdad la conseguiremos únicamente dando a las mujeres las mismas oportunidades que a los hombres para su formación. Y una vez formadas, a la hora de cubrir puestos, elegir a la persona más idónea, sea hombre o mujer. La igualdad será real cuando el criterio de selección se fije únicamente en los méritos y en la preparación de la persona. La valía y la preparación deben primar sobre cualquier otra consideración.
Hay más cosas en las que no puedo estar de acuerdo con Santiago Carrillo. No hace falta que confiese sus carencias en cultura religiosa. Y, como todos los que están ayunos de conocimientos religiosos, se permite teorizar sobre todo lo divino y lo humano que se tercie. De ahí que afirme que el Partido popular está sometido, de una manera u otra, al poder de la Iglesia. Es cierto, eso sí, que el Partido Popular comparte con la Iglesia el respeto por las diferentes ideas y creencias religiosas que cada uno pueda profesar. Coinciden, incluso, en señalar el valor intrínseco de la familia como institución básica y los derechos fundamentales del individuo. La conciencia individual de cada persona, para el Partido Popular, es algo inviolable que merece el mayor respeto.
La dignidad moral de cada individuo, sin embargo, no es respetada en absoluto por los que piensan que lo único válido en la actualidad es el relativismo ético y moral. Un ejemplo claro lo tenemos en una declaración que, por esas fechas, hizo el Consejero de Educación y Ciencia de Castilla-La Mancha, José Valverde Serrano. Se atrevió a decir, sin ponerse colorado por ello, que la moral familiar tiene que supeditarse siempre a la moral del estado.
La cultura es muy interesante. La cultura religiosa también. Es algo necesario para enjuiciar correctamente cualquier hecho religioso. Y más aún para interpretar los actos que se deriven de ese hecho religioso. Si Carrillo tuviera un conocimiento básico de la doctrina coránica, vería claro cual es el origen del terrorismo islámico. Osama ben Laden no atentó el 11 de Septiembre de 2001 contra las torres gemelas por el hecho de que él pertenezca a un pueblo con pocos recursos económicos. Lo hizo por que se sentía obligado a actuar así por sus creencias religiosas
Osama ben Laden esta plenamente convencido de que el Corán y la Hadiz o tradición islámica le obliga a implicarse en la Yihad o guerra santa. El luchar contra los enemigos del islán, en todos los frentes, es para él un deber sagrado al que no se puede sustraer. Si fuera exclusivamente cuestión de pobreza frente al mundo de la abundancia, no habría personas prestas a autoinmolarse por esa cuestión puramente terrenal. El fundamentalismo islámico debe su origen a que creen que los preceptos de Mahoma fueron revelados directamente por Alá. Y según esta doctrina, predicada sin desmayo por todos los ulemas o mulas, tiene garantizado el paraíso todo aquel que mate o sea matado por causa de Alá.
El carácter belicoso del islamista practicante, no es un invento de los americanos. Es algo real, basado en las enseñanzas recogidas en el Corán, desde el primer sura hasta el último. El verdadero islamista es guerrero por encima de todo. De ahí que se vuelque en su fe, siguiendo ciegamente los preceptos coránicos. Para ellos no cuentan para nada ni los derechos fundamentales de la persona, y mucho menos los valores tradicionales de nuestra cultura occidental.
Y mientras no estemos convencidos de que esto es así, a pesar de los valores que pueda tener el multiculturalismo y a pesar de la alianza de las civilizaciones, tendremos muchos problemas con el mundo islámico. Es un peligro inmenso consentir, y en muchos casos propiciar, el que estas personas formen verdaderos guetos religiosos en nuestro mundo occidental. Pues ellos, inevitablemente, se reafirmaran en su propia identidad, pero siempre, que no lo dude nadie, en contraposición a la identidad nacional que los acoge.
José Luis Valladares Fernández

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