miércoles, 9 de diciembre de 2009

JOSÉ BONO Y LA VOZ DE LA CONCIENCIA

Es muy posible que, en nuestro país, una aberrante ley de plazos obtenga todas las bendiciones del Poder Legislativo para permitir abortar libremente hasta la 14ª semana de embarazo. Lo que hasta aquí era, en ciertos supuestos, una simple despenalización del aborto, se convierte ahora en un derecho claro de la mujer. Esto indica que nuestra sociedad está gravemente enferma y que padece una ceguera moral asombrosa.
Las razones aducidas por los valedores de tan nefasta ley dejan mucho que desear. Se trata de puros sofismas que se aprovechan de la indiferencia masiva que padece nuestra sociedad y de las adormiladas conciencias de los ciudadanos. Huimos voluntariamente del más mínimo ejercicio de interiorización para no oír los aldabonazos de la conciencia que nos manda seguir fielmente sus dictados morales. Somos demasiado cómodos y egoístas, y prescindimos de la más elemental reflexión.
Las personas que sean capaces de tomar decisiones y emitir juicios sensatos y positivos, no se embarcarán jamás en proyectos legislativos que vulneren conscientemente los derechos humanos, incluido el primero y más elemental de todos: el derecho a vivir. Hay que ser muy escrupulosos a la hora de comprometerse y pasar a formar parte de la militancia de un partido político. Pues hay que tener en cuenta que los partidos de izquierda, en los que milita la más variada progresía, carecen normalmente de la más elemental sindéresis, y no es muy aconsejable integrarse en los mismos. Pues si posees la virtud de la inteligencia y del entendimiento que te lleva a ver el alcance ético y moral de las diversas actuaciones, si te enrolas en un partido de esas características, puedes tener problemas graves de conciencia.
Es evidente que estos partidos políticos, que por sistema no dan valor a los principios morales, en ocasiones te pedirán el plácet a planteamientos políticos o a proyectos de ley que tu inteligencia práctica te dirá que son moralmente rechazables. Y si aceptas su envite, traicionarás a tu propia conciencia moral que se revelará contra ti. No se si es este el caso José Bono, o es que está ocultando obscenamente sus auténticas convicciones morales. Su determinación de apoyar el nuevo proyecto de ley sobre el aborto, casa muy mal con su afirmación de que quiere inspirar su vida en el Evangelio de Jesús. Pero no cabe la menor duda de que, dadas sus convicciones personales y su manera de actuar al margen de las mismas, bate todos los records convirtiéndose así en un auténtico campeón de la incoherencia más absoluta e incomprensible.
El presidente del Congreso, en efecto, confiesa abiertamente en el diario El País que su conciencia le interpela a la hora de votar una ley sobre el aborto. Y a lo mejor es verdad. Pero el comportamiento un tanto dogmático de Bono no se corresponde en absoluto con una persona tan católica como él dice ser. Confiesa –y no le falta razón- que “el feto no es un órgano propio de la mujer, sino una realidad distinta de la mujer gestante”. Y agrega que “el feto es más un ‘alguien’ que un ‘algo’” y que se trata de “una vida humana en formación que es digna de protección”. Si está plenamente convencido de esto, y además es católico por convicción, es normal que le chirríe y le remuerda la conciencia.
No obstante esto, justifica y apoya el nuevo proyecto de ley a pesar de que, en el núcleo de sus propias convicciones éticas y religiosas, está la defensa de la vida y el amparo a los más débiles. Y como la conciencia le sigue cantando su falta de valentía y su enorme incoherencia y quiere acallarla, pone todo su empeño en buscar escusas y justificaciones absurdas. En su pintoresca defensa moral invoca nada menos que un pasaje de la Encíclica Evangelium Vitae de Juan Pablo II. Se atreve, incluso, a criticar a los responsables de la Iglesia por su posición condenatoria de este nuevo proyecto de ley del aborto. Posición episcopal que, según dice, es contradictoria con la disposición papal y hasta chocante socialmente.
Para justificarse y que su actuación, moralmente punible, encaje en la casuística aducida por dicha Encíclica, José Bono distorsiona, creo que a sabiendas, el alcance real de la anterior normativa del aborto y, también, de la que se trata de aprobar ahora. Quiere engañarse a sí mismo y nos dice que la nueva regulación del aborto, libre durante las primeras 14 semanas, va a disminuir notablemente el número de los mismos. Es cierto que en la anterior ley, el tercer supuesto, el de la salud psíquica de la madre, se convirtió en un coladero escandaloso. El problema no se corrige abriendo más la mano, dejando al libre arbitrio de la mujer el abortar o no durante las primeras 14 semanas. Se hubiera corregido exigiendo el cumplimiento exquisito de las exigencias de la ley, y verificando la exactitud de los certificados médico-psiquiátricos que se extendían hasta sin ver a la embarazada. Es lo mismo que si legalizamos las drogas por que es difícil controlarlas; o legalizamos la violencia doméstica porque, a pesar de lo legislado en contra, es algo cada vez más habitual.
El nuevo proyecto de ley supone un modelo de regulación, el de plazos, y lo diga Agamenón o su porquero, no va a reducir el número de abortos. Al ser libre durante las primeras 14 semanas, las mujeres adquieren o se les confiere un derecho subjetivo al aborto para el que no hará falta ni la pejiguera de los certificados médicos. Indudablemente esto se traducirá en un aumento notable y descontrolado de los abortos. Será todo un aberrante e inconcebible holocausto de inocentes. La hipotética disminución de los abortos, en la que se escuda José Bono para apoyar ese nuevo proyecto de ley, no pasa de ser un simple camelo, una quimera con la que José Bono quiere librarse del conflicto moral en que se encuentra y lavar así su conciencia. Aquí, desde luego, no encaja ni por casualidad “la teoría del mal menor”
Está claro que José Bono, aunque él no lo reconozca, se siente abrumado y estigmatizado por su voto favorable a la nueva ley del aborto. Y sin querer respira por esa herida lo que le lleva a no poder controlar ni su propio subconsciente. El siguiente hecho lo demuestra palpablemente. Se encargó de clausurar el X Congreso de Escuelas Católicas, celebrado en Toledo los días 26, 27 y 28 de noviembre pasado. Y en ese acto, hasta sin venir a cuento, insistió una y otra vez en su inocencia y en la tristeza que le causa la posición de la Conferencia Episcopal que negará la comunión a los católicos que den su voto al proyecto de ley, a no ser que se confiesen y, además, manifiesten públicamente su arrepentimiento. E insiste una y otra vez en que tiene "la conciencia tranquila", ya que ha actuado así para reducir el número de abortos.
El resentimiento de Bono con la Conferencia Episcopal es notable. Y echa en cara a la Iglesia Católica que dieran la comunión a Pinochet, que “era un asesino desalmado”. "No puedo –dice- dejar de ver la imagen de Pinochet comulgando y a mí me califican de pecador público". Y agrega: "Yo no soy un asesino". Y pide a los obispos que reflexionen y que no le condenen por ser socialista, "no vaya a ser que si yo no fuera socialista, aunque hubiera actuado del mismo modo, no me hubieran condenado". Diga lo que diga José Bono, quien respalde semejantes leyes es objetivamente responsable de las incontables muertes de tantos inocentes a quienes se les niega el derecho a vivir.
Históricamente, desde la más remota antigüedad, se consideró siempre que era una aberración ética la práctica voluntaria del aborto. De este parecer era ya Hipócrates el Grande, que practicó la medicina en el siglo V antes de Cristo; y Galeno, que ejerció como cirujano de los gladiadores en Pérgamo en el siglo II antes de nuestra era; y tantos como, desde entonces, han dedicado su vida a la noble tarea de sanar a los enfermos. Más aún, consideraban que era esta una práctica claramente punible. De ahí que, desde muy antiguo, todas las civilizaciones pusiesen su énfasis sin complejos en la defensa de la vida humana, en cualquiera de sus etapas.
Hasta Cicerón, que era un hombre de leyes y un maravilloso orador, valoraba extraordinariamente la vida de los hombres. Su gran estima por la vida le llevó a escribir esta frase, que es todo un tratado de filosofía y de ética: “Homo homini res sacra est”, el hombre es cosa sagrada para el hombre. Y se mantuvo tradicionalmente esta concepción de la vida hasta la aparición de los totalitarismos recientes del siglo XX que relegaron la dignidad humana a un segundo plano, sometiéndola a los poderes del estado o de la nación.
No le he visto a José Bono protestar por la expulsión de su partido de aquellos que disienten de la doctrina oficial del mismo y que se atreven a pensar por su cuenta. Carece, por lo tanto, de autoridad moral para criticar a la Iglesia Católica. Y más, si tenemos en cuenta que esta Iglesia está basada en verdades transcendentales y no en meras conveniencias humanas, como es el caso de los partidos políticos.
También pudiera caber que, todo este enorme cabreo contra los pastores responsables de la Iglesia, fuera un simple desahogo personal por sentirse obligado a apoyar esa ley, no por convicción íntima como dice, sino por otros motivos. Sabe que es muy frecuente en su partido que, el que se mueve, deja de salir en la foto. Y estar en la foto para Bono, por lo que parece, es algo que está por encima de otras muchas cosas, incluso a veces por encima de la propia conciencia y de lo transcendente.

Gijón, 4 de diciembre de 2009

José Luis Valladares Fernández

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