Hace ya
mucho tiempo que los españoles luchamos contra los políticos, pero nos han
ganado la batalla y, además, por goleada. Con la implantación del Estado de las
Autonomías en España, comenzaron a llenarse las instituciones de gorrones y de
enchufados que se aprovechan descaradamente del presupuesto público. Pero no es
fácil determinar el número exacto de estos afortunados que, sin el menor
esfuerzo, viven extraordinariamente bien a costa de nuestros impuestos.
De
momento, no hay cifras oficiales de los cargos públicos que ocupan los diversos puestos oficiales de la
Administración estatal. Todo indica que son bastante más de 400.000 las
personas que actualmente están comiendo la sopa boba. Son evidentemente
demasiados. Por eso, la clase política pasó a ser el tercer gran problema para los españoles, después
del paro y de la corrupción. Es tal el desmadre de personal, que hemos
pasado a ser el país con más políticos por habitante de toda la Unión
Europea. En España contamos con una población de 47.500.000 habitantes. Por lo
tanto, tenemos un cargo político por
cada 115 ó 120 ciudadanos. En Italia, sin embargo, con 59.750.000 habitantes,
esa proporción es más moderada: en números redondos, un político por cada 300
ciudadanos.
Si nos
comparamos con Alemania, el resultado es aún mucho más escandaloso. La
República Federal de Alemania, con 82 millones largos de habitantes, casi nos
dobla en población. Y por si esto fuera poco, está mucho más descentralizada que España, ya que
además de los 16 Bundesländer, cuenta con algunas regiones administrativas, los
numerosos distritos y las entidades municipales. Y sin embargo, en vez de
doblarnos en cargos públicos, se arreglan exclusivamente con poco más de 100.000
políticos, uno por cada 800 ciudadanos. Nada menos que 300.000 políticos menos
que nosotros.
De toda
esa nube de políticos que pueblan la administración española, solamente unos 72.000
deben su cargo a un proceso electoral más o menos reglamentario. En esta cifra,
aparentemente razonable, están integrados los parlamentarios nacionales de
ambas Cámaras, los parlamentarios autonómicos, los diputados provinciales y los
parlamentarios europeos, además de la
enorme pléyade formada por todos los alcaldes
y concejales españoles.
Pero esa
cifra se desmadra con los políticos que aterrizan en la Administración por obra
y gracia de algún dedo especial. Es como se cubren habitualmente los cargos en las empresas públicas o mixtas y
en los distintos organismos que dependen de las Comunidades Autónomas o de los
Ayuntamientos. Resulta especialmente escandalosa la cantidad que sale de sumar
los innumerables cargos de confianza, la nube de asesores y todos los que
pululan en los distintos observatorios fantasma creados ad hoc. Y es que los partidos políticos han
convertido las Comunidades Autónomas y los Ayuntamientos en auténticas agencias
de colocación para situar de manera
digna a sus familiares, amigos y
conmilitones.
Para dar
salida a todos sus deudos, allegados y
amistades más próximas, los partidos políticos no han hecho más que montar
chiringuitos y tenderetes, sobre todo en Sanidad y Educación. Así pueden cumplir con los suyos, situándolos
mediante designación directa en alguno de esos cargos, donde realizarán
preferentemente tareas de planificación
y asesoramiento y, faltaría más, para controlar al resto de empleados públicos.
Y no acaba aquí la ya enorme lista de
aprovechados que viven a costa del dinero público. Tenemos que sumar también a los
liberados sindicales y a los de la patronal. El número de liberados sindicales
sobrepasan los 60.000 y los de la patronal andan por los 31.000 liberados. Y
unos y otros, como el resto de los políticos, se nutren con fondos del Estado,
de las Comunidades Autónomas y hasta de los Ayuntamientos.
Una
Administración, con esa nómina fija tan amplia, es francamente insostenible, ya
que, más o menos, tenemos un cargo político o sindical por cada 105 habitantes.
Se trata de una proporción absolutamente descabellada y no hay país, por rico
que sea, que aguante durante mucho
tiempo gastos tan desmedidos. La actual crisis económica ha exacerbado aún más
el problema y nos ha llevado a tener que afrontar situaciones extremadamente críticas
y acuciantes. Aunque con dificultades,
mantuvimos el tipo durante unos años con el dinero fácil que proporcionaba la
burbuja inmobiliaria. Pero cuando fracasó el “ladrillo”, los españoles no
tuvimos más remedio que cargar con la pesada cruz del endeudamiento y comenzar
a recorrer nuestro calvario particular.
Por bien
que vayan las cosas, España está ya hipotecada inevitablemente para unas
cuantas generaciones. Y a pesar de esto, los dirigentes de ese Sanedrín de ungidos que rigen a su antojo
nuestros destinos, se empeñan en mantener, contra viento y marea, la
mastodóntica estructura administrativa que padecemos. Saben, cómo no, que nuestro mayor problema económico viene
dado por el tamaño desmesurado de la Administración Pública, problema que
quedaría definitivamente resuelto eliminando las Autonomías. Pero esto es algo
que ningún partido político está dispuesto a llevar a cabo. Con la desaparición
del Estado autonómico, perderían poder y mucho margen de maniobra y quedarían
notablemente reducidas sus posibilidades de premiar con un puesto remunerado a sus
serviles acólitos y adláteres.
Los
partidos políticos rechazan incluso hasta que las Autonomías devuelvan
competencias al Estado, ya que eso comportaría, sin más, una reducción manifiesta del número de cargos públicos, cosa que no están dispuestos
a aceptar. Quieren mantener como sea el actual modelo de Estado autonómico,
aunque saben que, a largo plazo, es
totalmente inviable e insostenible. Así
que, en vez de adoptar una solución drástica para terminar de una vez con esos
gastos excesivos de las Administraciones públicas, procuran allegar nuevos
ingresos acrecentando injustamente los impuestos, y reduciendo gastos en
partidas tan sensibles como Educación, Sanidad y hasta en Infraestructuras.
No son
los profesores, ni los médicos, ni las
Fuerzas y Cuerpos de Seguridad los causantes de tan espinoso problema.
Lo ocasionan evidentemente las decenas de miles de cargos nombrados a dedo y la
cantidad exagerada de puestos de confianza que pueblan nuestra administración. El
desbarajuste es de tal envergadura que tenemos bastantes más cargos políticos que médicos, policías y bomberos juntos,
aunque estos sean bastante más necesarios que aquellos. Es absolutamente
lamentable que se hagan recortes en Educación y en Sanidad, que se fría a impuestos a los ciudadanos y
que, a pesar de todo, se mantengan invariablemente todos los privilegios de la casta
política.
Los que
mangonean el quehacer diario de los partidos políticos nunca han estado
dispuestos a suprimir las Autonomías y,
menos aún, cuando las urnas les han dado responsabilidades de Gobierno.
Prefieren equilibrar las cuentas incrementando la deuda pública y, por
supuesto, la presión fiscal. Pero que
nadie les hable de suprimir los cargos políticos superfluos que viven a la
sombra del erario público.
A veces
han hecho promesas, es cierto, de
controlar más directamente las cuentas del Estado, eliminando duplicidades
entre las distintas Administraciones, marcando más de cerca a las empresas
públicas y a las fundaciones y proponiendo incluso la modificación de la Ley
Orgánica del Régimen electoral General. Mariano Rajoy, por ejemplo, prometió, cuando
llegó a La Moncloa, simplificar y
racionalizar el enorme entramado de empresas públicas. Pero esa reducción no
pasó de ser testimonial, ya que las plantillas siguen intactas. En este momento
hay más de 155.000 personas trabajando
en esas empresas.
En la
actualidad, tenemos unos 68.000 concejales, y el Gobierno de Rajoy, con la
anunciada reforma de la Ley Orgánica del Régimen Electoral General, trata de reducir
sustancialmente esa cifra, fusionando Ayuntamientos pequeños y transfiriendo a
las Diputaciones Provinciales la jurisdicción de los que no llegan a los 20.000
habitantes. Es lo que han hecho ahora Grecia e Italia. Alemania, Suecia y
Dinamarca hicieron algo parecido, pero antes de la llegada de la crisis
económica.
Es
cierto que estos entes locales no son los que más impacto negativo causan en
las arcas públicas, ya que un buen número de los concejales afectados por esa
reforma o no cobran, o cobran muy poco por su trabajo público. Sería bastante
más beneficioso para la economía nacional, por ejemplo, suprimir el Senado, que
es organismo perfectamente inútil, y los
Parlamentos Autonómicos que, además de
contribuir directamente en la ruptura de la unidad de mercado, ahondan de
manera perniciosa las diferencias entre unos españoles y otros.
Esta
reducción de alcaldes y concejales, propuesta por Mariano Rajoy, tendría una
influencia global muy pobre en la solución del problema que nos afecta. Pero
algo es algo. Sería un primer paso positivo hacia esa necesaria reducción del tamaño
desmesurado e insostenible de la Administración Española. Pero no cantemos
victoria antes de tiempo, ya que el borrador de dicha Ley ha conmocionado al
mundo municipal y puesto en pie de
guerra a los alcaldes. Esa reforma es completamente inadmisible para los
socialistas que, desde que apareció el borrador, no han hecho más que lanzar toda
clase de invectivas contra el Gobierno. Gaspar Zarrias, responsable actual de
la política municipal del PSOE sin ahorrarse palabras, acusó a Mariano Rajoy de
intervencionista y de querer volver a la época en que los gobernadores civiles
nombraban a los alcaldes.
Ante la
protesta unánime de los regidores municipales y las acusaciones
malintencionadas de las gentes del PSOE, Mariano Rajoy se arruga y,
momentáneamente al menos, paraliza ese proyecto de reforma. ¿Se trata de una simple
tregua o de una suspensión definitiva? El tiempo lo dirá. Si nos hacemos caso
de Cristóbal Montoro, el ministro de Hacienda
y Administraciones públicas, no se trata de una paralización definitiva.
Se trata más bien de una pausa circunstancial para madurar adecuadamente el
texto del proyecto. Pero, no sé, hay mucho miedo al ruido mediático, y creo que
falta valentía y arrojo para enfrentarse a los que protestan airadamente, ,
aunque sean más bien pocos.
Gijón, 9
de marzo de 2014
Sobren amás de la mitad.
ResponderEliminarSin embargo somos cómplices de toda esta mafiocracia.
ResponderEliminarSaludos J.V.F
Hola, José Luís:
ResponderEliminarLa infección del sistema con el exceso de gentes de la casta parasitaria que viven de la mamandurria; con el exceso de sindicalistas y liberados; con el exceso igualmente de comisarios políticos de uno y otro pelaje, convierten al país en una nación ingobernable, al borde de la quiebra.
Ahora nos piden el voto para las europeas, pero les falta la fuerza de la razón; no pueden pedir el premio a un trabajo deshonesto realizado en función del contubernio de "puertas giratorias" o impidiendo la ejecución de sentencias condenatorias por prácticas comunes en una Administración que parece solamente sabe actuar en clave de prevaricación continua.
Un abrazo
Va a ser difícil que metan mano ahí, tienen a mucha gente colocada y les sale barato, el dinero es de otros, de todos nosotros que tenemos que mantenerlos.
ResponderEliminarSe podría racionalizar bastante la cosa; luego resulta que algunos de esos nuevos partidillos a los que se les llena la boca en plan "arreglaores" votan con los socialistas en contra de poner coto, ya ha sucedido en Madrid y en Castilla La Mancha cuando han intentado recortar gente los de PP.
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