II.- Los nacionalismos periféricos con Franco
Es verdad que Franco, al igual que los demás
generales africanistas de la generación de 1915, siempre había sido partidario
de la unidad entre los hombres y las tierras de España. Pero con la Guerra
Civil Española, que estalló evidentemente por la división y la falta de una
convivencia pacífica entre españoles, afianzó aún más su deseo de mantener
intacta esa ansiada unidad entre las personas y los territorios de España.
Con una sociedad tan polarizada en bandos,
que mantenían entre si disensiones profundas y hasta enfrentamientos
frecuentes, era muy difícil evitar esa guerra. Y mucho más, si tenemos en
cuenta que la economía española estaba tan atrasada de aquella que no lograba
satisfacer las necesidades del pueblo. Y por si todo esto fuera poco, había
también una diferencia abismal entre pobres y ricos y prácticamente no existía
la clase media que podía, hasta cierto punto, equilibrar la balanza.
Y con la intención de evitar otro colosal
fracaso colectivo, similar al que provocó aquella guerra cainita, Franco se
ocupó personalmente de mejorar la situación de los más desfavorecidos, dando
vida así a una clase media y poniendo en marcha un estado de bienestar
desconocido hasta entonces. Y no contento con esto, el 17 de mayo de 1958
promulga la llamada Ley de Principios del Movimiento Nacional,
que fue aprobada mediante
aclamación por las Cortes y que es una de las siete Leyes
Fundamentales de aquel régimen.
El capítulo IV de la Ley
de Principios del Movimiento Nacional es sumamente claro: “La unidad entre los hombres
y las tierras de España es intangible. La integridad de la Patria y su
independencia son exigencias supremas de la comunidad nacional”. Pero
defender con tesón y firmeza el concepto de lo nacional, que no es nada más que
salvaguardar nuestra personalidad histórica forjada a través de los tiempos, no
implica que tengamos que obviar la rica diversidad de nuestra nación.
Y si es importante preservar nuestro glorioso
pasado, no lo es menos mantener la diversidad cultural de cada una de nuestras
regiones, que al ser perfectamente armónica, termina integrándose nacionalmente y enriqueciendo nuestro
bagaje histórico. Eso es lo que intenta el que fuera caudillo de España,
dejándonos ese mensaje póstumo, al final de su vida, en su testamento o ‘despedida’: “Mantened la unidad de las
tierras de España, exaltando la rica multiplicidad de sus regiones como fuente
de la fortaleza de la unidad de la Patria”
Siguiendo el consejo de Franco, cómo no, debemos ser
extremadamente cuidadosos para prevenir los movimientos subversivos que se
producen inevitablemente, como es el caso actual de Cataluña, con la desviación
de los sentimientos nacionalistas y regionalistas. Más que nada, porque o se
aborta o corrige desde el principio, o termina enquistándose y poniendo en
peligro la necesaria unidad de España.
Debemos reconocer que, hasta el año 1923, no encontramos en
España ni rastros de un sentimiento
nacionalista español medianamente sincero, intenso y profundo.
Recordemos, por ejemplo; que España perdió los últimos restos del imperio
colonial, con la derrota de 1898 ante Estados Unidos. Pero los españoles
asumieron en silencio el fracaso, sin que se produjera ni la más mínima
reacción de tipo nacionalista. Nada que ver con lo que ocurrió en Francia en
1871 con la derrota de Sedán ante Prusia, ni en Italia, tras el descalabro de
1896 en Etiopía.
El desastre que se produjo en 1898 con la pérdida de Cuba,
Puerto Rico y Filipinas originó una especie de preocupación y una fuerte crisis
de conciencia, pero de corte exclusivamente intelectual. El pesimismo se
apoderó, es verdad, de los escritores de la generación del 98, Unamuno, Ganivet
y Maeztu entre otros, y dio lugar a la
famosa idea de España como problema, que trataron de solucionar, con
inversiones más generosas en educación, con nuevas obras hidráulicas, con la
erradicación del caciquismo y, sobre todo, con una administración mucho más
eficaz.
En noviembre de 1918, al finalizar la I Guerra Mundial, se reconoce expresamente el derecho a la
autodeterminación de los pueblos oprimidos. Esto da lugar, a que aparezcan en
España los primeros síntomas de un nuevo sentimiento nacionalista español y
aumenta la relevancia del nacionalismo catalán y vasco. Y ese sentimiento
nacionalista se afianza y se estabiliza, al igual que los nacionalismos catalán
y vasco en septiembre de 1923, con el golpe de Estado de Miguel Primo de
Rivera.
El 14 de abril de 1931, con la proclamación de la II República, aumentó considerablemente
la permisividad política, originando así la exacerbación de los nacionalismos
regionales y el español, y con especial prisa para el catalán. El Estatuto de
Autonomía de Cataluña se aprobó en septiembre de 1932, cuando la República solo
llevaba año y medio funcionando. Desde ese día, los catalanes dispusieron de un
Gobierno y un Parlamento propios y comenzaron a disfrutar de determinadas
competencias. Los vascos, sin embargo, tuvieron que esperar hasta octubre de
1936 para contar con un Estatuto de Autonomía similar.
Debemos reconocer, que la II República optó desde el principio por una política claramente descentralizadora
para satisfacer convenientemente las desmedidas
aspiraciones de las regiones nacionalistas. Los dirigentes republicanos
seguían manteniendo, es verdad, un concepto de España aparentemente unitario.
Pero al dar tanta importancia a las particularidades culturales de las
distintas regiones, terminaron configurando un Estado integral, un tanto
heterogéneo y disperso. Esta era una solución teóricamente razonable y mesurada
para los dirigentes republicanos, pero absolutamente inadmisible para el
nacionalismo español.
Los defensores del nacionalismo español, que mantenía
entusiásticamente y sin ambages la idea de una España inequívocamente unitaria,
tenían una fe ciega en el destino glorioso del pueblo español, ligado desde
siempre con los estamentos religiosos y militares. Y en ese grupo estaban, como
no podía ser menos, la derecha clásica española y, por supuesto, los militares
que protagonizaron el Alzamiento Nacional de 1936, para evitar la sovietización
de España.
Al terminar la Guerra Civil como terminó, con el triunfo del
bando nacional y con Franco al frente del Estado Español, se llevó a cabo
inmediatamente la derogación de los Estatutos de Autonomía de Cataluña y del
País Vasco. También se suprimió el famoso Concierto Económico de 1878 a las
provincias de Vizcaya y Guipúzcoa, por haber tomado partido por el Frente Popular cuando estalló el
conflicto bélico. Álava y Navarra, sin embargo, siguieron disfrutando de ese
mismo Concierto, porque decidieron secundar el Alzamiento.
Con la aplastante victoria de las tropas de Franco sobre el
Frente Popular, nace una Nueva España,
íntegramente unitaria, en contraposición a la España integral y dispersa, que
había creado la República. A partir de ese momento, prima la unidad indiscutible
de España y el Estado centralizado y, con ese fin, se marginan
intencionadamente las manifestaciones locales o regionales. No es verdad, como
maliciosamente piensan algunos, que el nuevo Estado propiciado por Franco, confunde Castilla con España y que,
precisamente por eso rechaza las aspiraciones regionalistas, sencillamente
porque no son castellanas.
Tampoco es cierto que Franco haya llegado a prohibir
taxativamente el uso del lenguaje catalán. Son simples e interesadas falacias
de los enemigos declarados del régimen franquista o de catalanes secesionistas
que utilizan desvergonzadamente el victimismo más abyecto y grosero. Es verdad
que, como consecuencia de la Guerra Civil y de las graves desavenencias de los
españoles, España quedó completamente destrozada. Y el separatismo de vascos y
catalanes tuvo también mucho que ver en semejante desaguisado.
Ni que decir tiene que Franco, en los primeros años de su
régimen, procuró minimizar las heridas producidas por la guerra y recuperar la
unidad de España, lo más rápidamente posible. De ahí que, de momento, se negara
a contemporizar con los nacionalismos periféricos, y que no permitiera ni la
más nimia descentralización territorial. Recordemos que, hablando de España, uno de sus lemas
favoritos era ‘¡España, Una, Grande y Libre!’.
Es normal, por lo tanto, que Franco mantuviera una oposición
frontal al uso del catalán y de las demás lenguas regionales, en los distintos
organismos oficiales de la Administración Pública. De momento, tampoco permitía
que se enseñaran esas lenguas en los centros de educción oficiales. Pero, a
pesar de estas restricciones, se podía hablar y escribir libremente en catalán
o en cualquiera de las otras lenguas locales.
Cabe destacar, sin embargo, que esa postura un tanto
autoritaria comenzó a suavizarse gradualmente a lo largo de la década de los
años 50. De modo que, en la década delos 60, ya se contaba en Cataluña, con una
actividad cultural significativamente alta. No olvidemos que, en la dé cada de
los 60, además de publicarse varios
libros en catalán, aparecieron nuevas revistas y nuevos periódicos, también en
catalán.
Y si nos hacemos caso de un medio de comunicación tan poco
sospechoso como La Vanguardia Española, vemos que, en octubre de 1967, el
Ayuntamiento de Barcelona no tenía problema alguno para dar clases de catalán
en la enseñanza primaria. Y lo hacía de manera totalmente “gratuita y
voluntaria”. En La Vanguardia del 12 de septiembre de 1967 se reconoce que, en
esa fecha, se estaban dando ya 5 horas semanales de clases en catalán. Y esto,
claro está, contrasta francamente con las 2 horas semanales de la Generalitat
para enseñar el español.
Gijón, 11 de mayo de 2019
José Luis Valladares Fernández
En efecto, sobre todo a partir de los años 60, el uso del catalán estaba perfectamente aceptado.
ResponderEliminarEfectivamente, así fue. Nadie se metía con los que usaban el catalán
EliminarYo opino,que Franco favoreció demasiado,tanto a Cataluña,como a Las Vascongada.Nunca debió ser tan generoso con esas dos regiones,saludos.
ResponderEliminarClaro que les favoreció instalando allí las industrias más productivas. Y ahora, por su cerrazón política, están perdiendo la ventaja que adquirieron. ¡Que le vamos a hacer! Saludos
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