sábado, 3 de octubre de 2020

EL ASALTO A LA TRANSICIÓN DEMOCRÁTICA

 


En las crónicas mitológicas de la antigua Grecia, se describe detalladamente la reacción de la diosa Hera, cuando se enteró que su esposo Zeus había tenido un romance amoroso con la princesa tebana  Sémele. Dominada por el deseo irrefrenable de vengarse de Zeus y destruir a la ingenua Sémele, pidió ayuda a la maliciosa Ápate, uno de los espíritus malignos que se escaparon de la famosa caja de Pandora, que personificaba el engaño, el dolor y el fraude.

La astuta Ápate accedió gustosamente a prestarle su cinturón mágico, del que pendían toda clase de artificios, todos los trucos y los embaucamientos posibles. Con la ayuda de ese cinturón, la desairada diosa Hera, logró engañar a Sémele para que pidiera confiadamente a Zeus, que se le mostrase tal como era, sin ocultar sus verdaderas formas. Y como la princesa tebana Sémele era mortal, murió abrasada cuando Zeus, el dios del trueno y el rayo, se le apareció con toda la majestuosidad deslumbrante con que gobierna a los dioses del Olimpo.

Y Pedro Sánchez, con la ayuda inestimable de Pablo Iglesias y de lo más granado de los enemigos actuales de España, trata de hacerse con el cinturón de la tramposa Ápate. Piensa que, con ese portentoso cinturón, podría chantajear y engañar más fácilmente a los españoles para rebobinar la historia a su gusto y ganar aquella guerra civil, que perdieron hace ya casi un siglo. Eso allanaría el camino para instaurar, por fin, la república comunista antiespañola que buscaba el Frente Popular y, de paso, borrar a Franco de la historia.

El testarudo ‘ocupa’ de La Moncloa que nos gobierna se ha enzarzado en una lucha absurda contra el general que acabó con los sueños disparatados de Francisco Largo Caballero y de todos sus acólitos marxistas. No se da cuenta que Francisco Franco murió hace más de 40 años y que, por lo tanto, ya no es nada más que una sombra o un fantasma que no hace daño a nadie, ni influye absolutamente en nada en el desarrollo del quehacer diario de los españoles.

El general Franco, es verdad, condicionó decisivamente la vida de los españoles durante un período de tiempo bastante largo. Y eso, nos guste o no nos guste, es motivo más que suficiente para que ocupe un lugar destacado en nuestra historia pasada. Pero también es cierto, que el antiguo Caudillo no tiene significación alguna en la vida política española actual. Y como el presidente Sánchez conoce perfectamente este extremo, es absurdo que saque a pasear ese fantasma a las primeras de cambio, en vez de ocuparse en solucionar los graves problemas que acucian hoy día a todos los españoles.

Y una de dos: o Pedro Sánchez se dedica a denigrar la figura de Franco para disimular su indigencia mental y su manifiesta incompetencia, o porque es un sectario impenitente que odia profundamente a todos los que no comulguen con sus propias estupideces. Culpa al antiguo Caudillo de todos nuestros males y, como quien no quiere la cosa, lo utiliza continuamente para disculparse o para dar una solución aparente y provisional a los diferentes problemas.

Eso es, al menos, lo que hizo nuestro controvertido presidente, cuando comenzaron a lloverle las críticas por la marcha desastrosa de la economía y la destrucción de empleo: recurrió a la exhumación de Franco y disminuyeron las reprobaciones como por ensalmo. Y ahora, que se multiplican nuevamente los reproches por su deplorable manera de gestionar la pandemia que nos aqueja, se procede sin más a la expropiación del Pazo de Meirás. Y para ser más convincente, habla distendidamente de convertir el Valle de los Caídos en un simple Cementerio Civil y de la demolición  de la monumental cruz que preside ese monumento.

Que Franco fue un dictador, como Francisco Largo Caballero, es algo que no se puede negar. Pero hay una diferencia fundamental entre ambos. Mientras Largo Caballero se olvidaba de los intereses que afectaban a los españoles, para ponerse al servicio de Iósif Stalin, el general Franco trataba de evitar que España sucumbiera definitivamente bajo las garras del comunismo, implantado tras el triunfo electoral del Frente Popular en las elecciones fraudulentas  de Febrero de 1936. Por supuesto Largo Caballero, apoyado incondicionalmente por los demás prebostes de la izquierda, quería convertir a España en un País satélite de la Unión Soviética.

Cuando finalizó la Guerra Civil, España estaba hundida en la miseria más absoluta. Los estropicios económicos, provocados por el enfrentamiento bélico, fueron ciertamente muy cuantiosos. Y para colmo de males, a esa cifra astronómica fue preciso añadir el importe descomunal de las incautaciones que realizaron los responsables socialistas del Gobierno, Largo Caballero y Juan Negrín, en el Banco de España y en otras instituciones privadas, además de los robos realizados en museos y catedrales y a personas particulares.

La cantidad más importante de ese expolio procedía de las reservas de oro estatales, sustraídas fraudulentamente del Banco de España. Y hay que señalar, aunque moleste a Pedro Sánchez y a sus ministros, que una buena parte del oro de esas reservas, 510 toneladas exactamente, fueron enviadas a Moscú en septiembre de 1936. El resto de las reservas, se juntó con el oro y la plata de las otras sustracciones  y con las valiosas obras de arte, para reunir el tesoro inmenso que se llevaron a México en el yate Vita, en febrero de 1939.

Cuando terminó la guerra, Francisco Franco se encontró con un panorama económico, social y moral francamente aterrador. Y sin el menor desánimo, comenzó a buscar soluciones para recuperar al menos el antiguo esplendor de España y mejorarlo incluso. Para despejar el camino y eliminar obstáculos, comenzó anulando las libertades políticas. Y esto implica, claro está, la prohibición de los partidos políticos. No olvidemos que Franco estaba plenamente convencido de que la lucha partidista era un estorbo manifiesto para el progreso normal de cualquier Estado.

Hay que reconocer que el jefe del Estado Español, a la vez que se enfrentaba a una escasez enorme de medios, tenía que luchar también contra la marginación y el aislamiento internacional, alentado naturalmente por los republicanos españoles desde el exilio.  Pero a base de tesón y, por qué no decirlo, de mano izquierda, rompió ese aislamiento, integrando a España en el bloque occidental anticomunista.

Es evidente que había llegado el momento de abandonar la política económica autárquica y de autoabastecimiento, que había mantenido hasta ese momento, para iniciar seguidamente un camino de desarrollo económico acelerado. Para conseguir semejante objetivo, Franco realiza una remodelación del Gobierno, y entrega los puestos clave de la Administración, a personas de la talla de Alberto Ullastres, Mariano Navarro Rubio y López Rodó.

Este equipo de tecnócratas, adscritos al Opus Dei, da un nuevo giro a la política económica del Gobierno y pone en marcha el famoso Plan Nacional de Estabilización Económica, que consiguió la estabilidad económica, el equilibrio en la balanza de pagos y, quien lo iba a decir, el robustecimiento de la peseta.

Gracias a esos planes de desarrollo, España se olvidó muy pronto de la pobreza y de las estrecheces pasadas y llegamos a disfrutar de una prosperidad desconocida hasta entonces. Como se decía de aquella, pasamos rápidamente ‘de la alpargata al seiscientos’. Nuestro ritmo de crecimiento fue espectacular y, por supuesto, muy superior al de los demás países de nuestro entorno. Y como era de esperar, cerramos la etapa franquista, siendo la octava economía más grande del mundo. Nada que ver con el puesto 34 que ocupamos hoy.

No podemos olvidar algo,  que molesta extremadamente a la izquierda española: el trato preferencial que dio Franco a los trabajadores, o a los productores, si utilizamos la terminología propia de aquella época. Además de establecer el Seguro Obligatorio de Desempleo y el Salario Mínimo interprofesional, mejoró la Seguridad Social rudimentaria que había, hasta convertirla en la mejor de Europa. A partir de entonces, los trabajadores comenzaron a disfrutar, cómo no, de vacaciones pagadas y de algo tan importante, como una pensión de jubilación.

El mundo del trabajo, creo yo, debe otras muchas mejoras al general Franco. No olvidemos que construyó 4 millones y medio de viviendas sociales, que facilitaba seguidamente a los trabajadores que las necesitaban. Y al mismo tiempo que mejoraba la agricultura con la construcción de numerosos pantanos, se dedicó también a industrializar a España, poniendo en marcha el Instituto Nacional de Industria, a la vez que potenciaba la creación de empresas estatales como Iberia y Renfe. Y los trabajadores, que yo sepa, sin tener que pagar los odiosos impuestos del IVA y del IRPF, como pasa ahora. ¿Hay quién de más?

La transformación social y económica, realizada por el odiado Régimen de Franco, supuso un vuelco en el nivel de vida de los españoles, y muy especialmente en la de los trabajadores. Esto se tradujo en un aumento drástico de la renta per cápita y en un desarrollo más que notable del Estado de Bienestar, desconocido hasta entonces.

Hasta que no se produjo esta explosión económica, provocada por Franco, España estaba prácticamente dividida en dos grupos sociales. Uno de esos grupos estaba formado por la clase rica o privilegiada, que atesoraba la mayor parte de la riqueza nacional. En el otro grupo, el más numeroso, estaba la clase baja, que vivía muy pobremente. Es verdad que, entre ambos grupos, había un número de personas muy reducido, que se dedicaban a la agricultura o al comercio y, por consiguiente, vivía algo más holgadamente que los de la clase baja.

Con el desarrollo económico impulsado por el franquismo, comenzaron a sumarse a este grupo intermedio cantidad de trabajadores, hasta formar una clase media verdaderamente pujante y numerosa. Cuando desapareció Franco de la escena política, el porcentaje de esa clase media superaba con creces el 56% de la población española. Y esto es totalmente intolerable para un político de izquierda, tan arribista y de medio pelo como Pedro Sánchez, más que nada, porque se siente totalmente incapaz de realizar una proeza de esa envergadura.

Hay que tener en cuenta, que el presidente del Gobierno que padecemos está tremendamente obsesionado con el que fuera caudillo de España durante tantos años. Odia intensamente a Franco, en primer lugar por la derrota inapelable que infligió  a los dirigentes del Frente Popular y a su cortejo de navajeros, impidiéndoles instalar en España la infausta revolución marxista. Y eso sí que hubiera sido una dictadura mucho más nefasta y deplorable que la del propio Franco.

Tampoco perdona a Franco que se haya atrevido a beneficiar a la supuesta clase trabajadora de una manera tan magnánima, porque así, priva evidentemente a la izquierda de atribuirse en exclusiva el amparo y el patrocinio de los obreros. Es obvio que los socialistas de corte marxista, lo mismo que los comunistas bolivarianos, más que ayudar a los que trabajan, los explotan miserablemente y obstaculizan su progreso. Y todo, porque saben que, siendo pobres, tienen asegurado su voto.

No olvidemos, que el general Francisco Franco murió hace ahora 45 años. Y con Franco, murió también el franquismo. Y como Franco ya no hace daño a nadie, debería haber muerto igualmente hasta el antifranquismo. Se da, además, la circunstancia que Pedro Sánchez ni conoció a Franco, ni tuvo que soportar ninguna de sus decisiones. Y habiendo tantos problemas económicos y sociales que solucionar, es absurdo que pierda el tiempo así, odiando visceralmente  a quien ya no es nada más que un espectro o una simple sombra.

Debemos admitir, sin embargo, que es mucho más absurdo aún, y hasta patológico que, para escenificar mejor ese odio, realice esa especie de desposorio con un personaje tan desaprensivo como Pablo Iglesias. Y es sabido que el ‘Coletas’ solo conoció a Franco por referencias malintencionadas. Con la política tan desastrosa que practican estos dos falsos demócratas y con su incompetente gestión de la pandemia, están provocando desgraciadamente una auténtica hecatombe económica en España, con la inevitable quiebra de muchas empresas y la ruina de numerosas familias.

No cabe la menor duda, que estas dos águilas de la torpeza y del engaño, seguidos ciegamente por sus respectivos ganapanes, están acrecentando el desastre económico y social con su política de tierra quemada. Y el resultado, no se ha hecho esperar. El hambre se ha vuelto a enseñorear de España y, como en Venezuela, volveremos a ver españoles rebuscando en los contenedores de basura, para poder comer. Y como no cambien de tercio, tendrán que desempolvar las viejas cartillas de racionamiento. De momento, la clase media boyante que aplaudió la llegada de la Transición Democrática, ya ha empezado a desaparecer.

Según todos los indicios, el presidente del Gobierno y su bolivariano vicepresidente no se conforman con ocasionar ese daño económico tan ingente. Son tan sumamente sectarios y tan cainitas, que se han confabulado para acabar con la libertad de expresión y hasta con la libertad  de pensamiento. Eso es, al menos, lo que se deduce del anteproyecto de Ley de ‘Memoria Democrática’, que aprobó el Consejo de Ministros del pasado 15 de septiembre. Aunque es preciso reconocer que no se trata de una ley. Estamos más bien ante un ajuste de cuentas contra el franquismo, para lavar la cara del dichoso Frente Popular.

La intención de esta pareja de tórtolos políticos es muy clara. Con esa iniciativa legislativa, claramente maniquea, pretenden reescribir la historia a su antojo para criminalizar a Franco, culpándole de todas las trapacerías y delitos que se cometieron en los años de la post guerra. Se olvidan naturalmente de las fechorías  y de los crímenes cometidos durante la guerra para que no se hable de las checas, ni de las sacas, y para ocultar la persecución religiosa y las matanzas de Paracuellos.

Con esta manipulación interesada de la historia real, consiguen silenciar las críticas a su nefasta gestión de la pandemia y, por supuesto, a las contradicciones internas del Gobierno social-comunista. Y piensan obviamente que así ganan por fin la guerra que perdieron hace ya más de 80 años.

Una narración así de la historia, basada exclusivamente en los sentimientos que producen unos hechos muy lejanos y violentos, en los que no se tuvo ni arte ni parte, no sirve nada más que para reabrir las llagas que creíamos ya cicatrizadas y para volver a generar odios y animadversiones inútiles. Y mucho más si, como tienen previsto, oficializan esa historia amañada y, utilizando el BOE, obligan a que se enseñe en las escuelas y terminan imponiéndola despóticamente a los medios de comunicación y a toda la sociedad española.

Si consiguen finalmente la promulgación de ese bodrio de ley, se romperá el consenso de la transición y saltará por los aires nuestro sistema constitucional. Y el presidente del Gobierno social-comunista y su impresentable vicepresidente tendrán el deplorable honor de habernos devuelto de un plumazo al 20 de noviembre de 1975, que fue nuestro punto de partida, para recuperar de nuevo las dos Españas políticamente irreconciliables.

 

 

Gijón, 30 de septiembre de 2020

 

José Luis Valladares Fernández

2 comentarios:

  1. Resucitan viejas querellas y se olvidan de gobernar.

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    1. Ese es el verdadero problema, ya que por centrarse en hechos que ya son historia, se olvidan de los problemas actuales, y así nos va.

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