De seguir así las cosas, José Bono terminará por denunciar a la Conferencia Episcopal Española por daños morales, por indicar que hay razones suficientes para negarle la comunión. Y, como indemnización, exigirá que se le declare católico por decreto y se le proponga, a la vez, como modelo ejemplar para el resto de miembros de la Iglesia. Su abogado, para este extraño proceso, no puede ser otro que José Blanco, católico confeso y, a la sazón, vicesecretario del PSOE y ministro de Fomento.
A José Bono posiblemente le pierda la vanidad y la soberbia. No puede tolerar que, unos simples obispos, le bajen de ese pedestal, al que se ha subido presumiendo de católico perfecto y cabal. La “jerarquía eclesiástica” no es nadie para prohibirle a él comulgar, y menos por un “asunto personal”, como es su voto a favor de la ley del aborto.
A José Blanco, en cambio, quizás le pierda la ignorancia y por eso se lanza, sin paracaídas, a defender a ultranza la catolicidad o el ‘ser-católico’ de José Bono. Tilda de hipócrita a la Conferencia Episcopal Española por atreverse a afirmar que hay motivos sobrados para negar la comunión a Bono, y no haber adoptado la misma postura con los miembros del Gobierno de Aznar. Basa su razonamiento en que entonces “había una ley del aborto, había divorcios y había abortos”, y no hicieron nada para impedir que “se practicaran 500.000 interrupciones de embarazos”. Por lo que considera que, en la Iglesia Católica española, hay “una contradicción permanente” ya que no negaron la comunión a nadie “mientras gobernaba la derecha”. Y concluye José Blanco que hay “demasiada hipocresía” entre los obispos y les recomienda “que prediquen el Evangelio en lugar de atacar las leyes que emanan de la voluntad democrática de los ciudadanos”.
José Blanco es otro acendrado católico, aunque ande algo más remiso que Bono en la práctica del mismo, ya que, según dice él mismo, no es “asiduo practicante” de la religión. La maldad de Blanco le lleva a ignorar, que aquella ley fue promulgada por el PSOE, en un Gobierno de Felipe González. También quiere ignorar que para aquella ley, la interrupción voluntaria del embarazo era un delito aunque, en algunos supuestos, se despenalizara su práctica. La ley impulsada por el Gobierno de Zapatero, para empezar, es radicalmente diferente ya que, en ella, el aborto deja de ser delito y pasa a ser un derecho exclusivo de la mujer.
Piensa José Bono, y piensa mal, que “hay un sector de la Iglesia que no acepta que haya cristianos que seamos o votemos socialista”. “Aspiro a compatibilizar mi fe y mis ideas”, apuntó después. A la jerarquía eclesiástica, como al resto de los católicos, les importa un bledo que Bono sea socialista, comunista o lo que quiera. Como si quiere hacer un curso de Tai-Chi por correspondencia. Lo que critica la Iglesia es su apoyo decidido a una ley que atenta directamente contra la vida humana y presuma después de católico ejemplar. Y además que se fanfarronee de que ha ido a comulgar sin arrepentimiento previo y sin el debido perdón ya que, según afirma, no cometió ningún delito. Se le pide simplemente coherencia.
Para justificar su actuación, cita de nuevo la encíclica “Evangelium Vitae” de Juan Pablo II, donde se dice que “los políticos pueden votar leyes que regulan el aborto si creen que están reduciendo el mal que significa”. No es precisamente este el caso del proyecto de Ley propuesto por Bibiana Aido, ya que el aborto pierde el carácter delictivo y pasa a ser un derecho exclusivo de la mujer. Este nuevo cariz de la futura ley, como dice la Conferencia Episcopal acertadamente, “supone un retroceso en la protección de la vida y no es posible invocar” esa encíclica.
José Bono, o quiere hacernos tontos, o le ciega la soberbia y la vanidad. Que nos diga que la nueva ley “es más limitativa que la actual” es imperdonable en una persona que presume de tener una formación intelectual exquisita. Él sabe muy bien que no es así, como también sabe que, para la Iglesia, la vida, incluida la de quienes aún no han nacido, es sagrada y forma parte de los derechos fundamentales e inalienables del ser humano. Nadie le negará a Bono su derecho a apoyar o a rechazar esta nueva Ley del Aborto, pero que se deje de gaitas y no nos venga con el cuento de que, apoyándola, se contribuye a reducir el número de abortos en España.
Tampoco es característico del buen católico que quiera justificarse a sí mismo, de modo tan aparatoso y artero, descalificando a quienes han votado en conciencia contra esa ley, priorizando sus convicciones políticas y, sobre todo, las morales. Por lo que parece, no todos tienen una conciencia tan laxa como él. Pues está claro que Bono prefirió el pesebre o el comedero político a los dictados de su interior. Y si fuera honesto y razonable, en vez de levantar la voz, guardaría un prudente silencio sin dar lugar a esas baladronadas absurdas que lanza contra la jerarquía de la Iglesia española. ¡Ni que fuera un moralista de prestigio universalmente reconocido!
El ser católico y pertenecer por tanto a la Iglesia católica, Apostólica y Romana es algo voluntario. A nadie se le obliga a entrar a formar parte de esa Iglesia ni a recibir ninguno de los sacramentos. Es algo voluntario y que nace del interior de cada uno. Y el ser católico de verdad implica la aceptación, de manera clara y precisa, de unas normas y unos principios, entre los que está el derecho inalienable a la vida. Si obvias esas normas básicas y esos principios, tu mismo te excluyes de la Iglesia. Pasa exactamente lo que en la pertenencia a cualquiera de los partidos políticos. O guardas sus normas y te adaptas a su disciplina interna, o vas fuera del partido. De esto sabe mucho José Blanco.
Gijón, 8 de enero de 2010
José Luis Valladares Fernández
A José Bono posiblemente le pierda la vanidad y la soberbia. No puede tolerar que, unos simples obispos, le bajen de ese pedestal, al que se ha subido presumiendo de católico perfecto y cabal. La “jerarquía eclesiástica” no es nadie para prohibirle a él comulgar, y menos por un “asunto personal”, como es su voto a favor de la ley del aborto.
A José Blanco, en cambio, quizás le pierda la ignorancia y por eso se lanza, sin paracaídas, a defender a ultranza la catolicidad o el ‘ser-católico’ de José Bono. Tilda de hipócrita a la Conferencia Episcopal Española por atreverse a afirmar que hay motivos sobrados para negar la comunión a Bono, y no haber adoptado la misma postura con los miembros del Gobierno de Aznar. Basa su razonamiento en que entonces “había una ley del aborto, había divorcios y había abortos”, y no hicieron nada para impedir que “se practicaran 500.000 interrupciones de embarazos”. Por lo que considera que, en la Iglesia Católica española, hay “una contradicción permanente” ya que no negaron la comunión a nadie “mientras gobernaba la derecha”. Y concluye José Blanco que hay “demasiada hipocresía” entre los obispos y les recomienda “que prediquen el Evangelio en lugar de atacar las leyes que emanan de la voluntad democrática de los ciudadanos”.
José Blanco es otro acendrado católico, aunque ande algo más remiso que Bono en la práctica del mismo, ya que, según dice él mismo, no es “asiduo practicante” de la religión. La maldad de Blanco le lleva a ignorar, que aquella ley fue promulgada por el PSOE, en un Gobierno de Felipe González. También quiere ignorar que para aquella ley, la interrupción voluntaria del embarazo era un delito aunque, en algunos supuestos, se despenalizara su práctica. La ley impulsada por el Gobierno de Zapatero, para empezar, es radicalmente diferente ya que, en ella, el aborto deja de ser delito y pasa a ser un derecho exclusivo de la mujer.
Piensa José Bono, y piensa mal, que “hay un sector de la Iglesia que no acepta que haya cristianos que seamos o votemos socialista”. “Aspiro a compatibilizar mi fe y mis ideas”, apuntó después. A la jerarquía eclesiástica, como al resto de los católicos, les importa un bledo que Bono sea socialista, comunista o lo que quiera. Como si quiere hacer un curso de Tai-Chi por correspondencia. Lo que critica la Iglesia es su apoyo decidido a una ley que atenta directamente contra la vida humana y presuma después de católico ejemplar. Y además que se fanfarronee de que ha ido a comulgar sin arrepentimiento previo y sin el debido perdón ya que, según afirma, no cometió ningún delito. Se le pide simplemente coherencia.
Para justificar su actuación, cita de nuevo la encíclica “Evangelium Vitae” de Juan Pablo II, donde se dice que “los políticos pueden votar leyes que regulan el aborto si creen que están reduciendo el mal que significa”. No es precisamente este el caso del proyecto de Ley propuesto por Bibiana Aido, ya que el aborto pierde el carácter delictivo y pasa a ser un derecho exclusivo de la mujer. Este nuevo cariz de la futura ley, como dice la Conferencia Episcopal acertadamente, “supone un retroceso en la protección de la vida y no es posible invocar” esa encíclica.
José Bono, o quiere hacernos tontos, o le ciega la soberbia y la vanidad. Que nos diga que la nueva ley “es más limitativa que la actual” es imperdonable en una persona que presume de tener una formación intelectual exquisita. Él sabe muy bien que no es así, como también sabe que, para la Iglesia, la vida, incluida la de quienes aún no han nacido, es sagrada y forma parte de los derechos fundamentales e inalienables del ser humano. Nadie le negará a Bono su derecho a apoyar o a rechazar esta nueva Ley del Aborto, pero que se deje de gaitas y no nos venga con el cuento de que, apoyándola, se contribuye a reducir el número de abortos en España.
Tampoco es característico del buen católico que quiera justificarse a sí mismo, de modo tan aparatoso y artero, descalificando a quienes han votado en conciencia contra esa ley, priorizando sus convicciones políticas y, sobre todo, las morales. Por lo que parece, no todos tienen una conciencia tan laxa como él. Pues está claro que Bono prefirió el pesebre o el comedero político a los dictados de su interior. Y si fuera honesto y razonable, en vez de levantar la voz, guardaría un prudente silencio sin dar lugar a esas baladronadas absurdas que lanza contra la jerarquía de la Iglesia española. ¡Ni que fuera un moralista de prestigio universalmente reconocido!
El ser católico y pertenecer por tanto a la Iglesia católica, Apostólica y Romana es algo voluntario. A nadie se le obliga a entrar a formar parte de esa Iglesia ni a recibir ninguno de los sacramentos. Es algo voluntario y que nace del interior de cada uno. Y el ser católico de verdad implica la aceptación, de manera clara y precisa, de unas normas y unos principios, entre los que está el derecho inalienable a la vida. Si obvias esas normas básicas y esos principios, tu mismo te excluyes de la Iglesia. Pasa exactamente lo que en la pertenencia a cualquiera de los partidos políticos. O guardas sus normas y te adaptas a su disciplina interna, o vas fuera del partido. De esto sabe mucho José Blanco.
Gijón, 8 de enero de 2010
José Luis Valladares Fernández
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