Son muchos los que ven en la tan traída y llevada burbuja inmobiliaria una de las principales causas de nuestra actual situación económica. Y es cierto que la crisis crediticia e hipotecaria, originada en Estados Unidos en el año 2007 como consecuencia de las hipotecas subprime, se agravó considerablemente en 2008 con la bancarrota del banco de inversión Lheman Brother, y de otras compañías hipotecarias. El colapso financiero fue de tal envergadura que, no lograron frenarlo ni los cientos de miles de millones de dólares inyectados por el Gobierno norteamericano. Y como era de esperar, se generalizó de tal manera, que terminó extendiéndose al resto de los demás países.
Lo malo es que en España tenemos esa misma crisis financiera y, asociada a ella, tenemos otra crisis bastante más complicada y peligrosa, que los socialistas no quieren reconocer. Según ellos, nuestra crisis económica no difiere en nada de la crisis que afecta a los demás países de la Unión Europea, un poco más agravada porque, según dicen, José María Aznar se extralimitó en el tratamiento al boom de la construcción. Ni José Luis Rodríguez Zapatero, ni ninguno de sus más directos colaboradores, admitirán jamás que la mayor complejidad de nuestra crisis radica en que nuestro sistema económico es escasamente productivo y competitivo y en que no se adoptaron, desde un principio, las medidas estructurales oportunas que hubieran minimizado sus perniciosos efectos.
A esto debemos añadir que nuestra economía está soportando un modelo autonómico sumamente pernicioso. El famoso “café para todos” con el que se pensaba ahogar las conocidas aspiraciones de los separatistas vascos y catalanes, más que descentralizar servicios, los multiplicó innecesariamente por diecisiete, dando así lugar a una especie de burbuja autonómica, tan peligrosa o más que la burbuja inmobiliaria. Y como no hay nada gratis, ni en Economía ni en ninguna otra cosa, al juntarse el disparate autonómico con la baja productividad y la falta de medidas estructurales para hacer frente a la crisis financiera incipiente, se tradujo en una destrucción masiva de empleo y en un desmoronamiento imparable del tejido empresarial español.
Si analizamos la marcha de nuestra economía desde los comienzos mismos de nuestra democracia hasta nuestros días, veremos que casi siempre, sobre todo con Gobiernos socialistas, nuestra aproximación a esa deseada convergencia con Europa es más aparente que real. Lo normal es que esa brecha que nos separa de la media europea, se agrande cada vez más, salvo en contadas excepciones. Pues no cabe duda de que los parámetros macroeconómicos que miden nuestra convergencia nominal, como la inflación, el déficit público o las tasas de interés han sido casi siempre más elevados que en Europa. Otro tanto ocurre con la convergencia real, ya que el aumento experimentado por la renta per cápita en España suele ser habitualmente más bajo que la media europea.
La evolución del déficit público en los primeros años de la democracia ya evidencia claramente que en vez de converger, hemos iniciado un proceso de divergencia que nos aleja cada vez más de la media europea. En 1975, por ejemplo, año en que se cierra la etapa de Franco, se cierra el ejercicio con superávit. Unos pocos años después, en 1981, el déficit público representaba ya el 3,7% del PIB, para pasar al 7,5% del PIB en 1993. Este aumento progresivo del déficit público se dejó sentir, y de qué manera, en el volumen de nuestra deuda. En consecuencia, la deuda pública española, que a la muerte de Franco en 1975, representaba el 12,8% del PIB, en 1981 suponía ya el 20,6%, para subir en 1996 al 68,1% del PIB.
Con la llegada de José María Aznar a La Moncloa se pone fin al desmadre del gasto público socialista, que a punto estuvo de llevarnos directamente a la quiebra estatal. Reduciendo simplemente el gasto público de manera sustancial, fue posible contener la deuda pública, bajar la inflación y reducir considerablemente los intereses que se abonaban por el dinero. De estar prácticamente desahuciados, el tesón del nuevo Gobierno y la tijera del profesor Barea lograron, por fin, el estupendo milagro económico de cumplir con todos los requisitos exigidos por Maastricht para ingresar en el primer grupo de la Unión Monetaria. De este modo, dimos pasos de gigante hacia una plena convergencia nominal con Europa y nos acercarnos también bastante a la convergencia real al mejorar sustancialmente nuestros niveles de renta.
Pero con la vuelta de los socialistas al Gobierno, con José Luis Rodríguez Zapatero al frente del mismo, se frustró nuestro sueño de que la renta per cápita de los españoles fuera igual o incluso algo superior a la de los demás países de Europa. Es cierto que, por inercia, se mantuvo el ritmo de crecimiento durante sus primeros años de gobierno. Fue precisamente en este contexto en el que soltó, muy ufano, aquello de que España estaba en la "Champions League de la economía europea" y otras muchas perlas por el estilo que al final, muy a su pesar, ha tenido que tragarse.
Jamás reconocerá Zapatero que se va de la Presidencia del Gobierno, dejando a España al borde de la ruina. Aún piensa que cerraremos 2011 con el aceptable déficit del exigido 6% del PIB y puntualiza que la deuda pública española está 20 puntos por debajo de la media europea y, según dice, muy por debajo de la deuda de Francia y Alemania. Señala además, que contamos con activos suficientes para garantizar nuestra estabilidad financiera y para abordar, sin mayores problemas, la creación de empleo. Se olvida Rodríguez Zapatero que mientras Francia y Alemania siguen creciendo y creando empleo, España ha estado perdiendo competitividad y destruyendo puestos de trabajo. Desde el año 2008, el PIB per cápita ha caído en España nada menos que tres puntos. Es evidente, por lo tanto, que Francia y Alemania pueden asumir su deuda más fácilmente que nosotros la nuestra.
El pasado día 20 fue nombrado nuevo presidente del Gobierno Mariano Rajoy que tendrá que enfrentarse al espeluznante entuerto que le deja José Luis Rodríguez Zapatero. No va a ser nada fácil salir del pozo en que nos ha metido la torpeza y la ineptitud del Gobierno saliente. Se puede repetir el milagro de 1996, pero tendrá que ser a base de sudor y lágrimas de todos los ciudadanos. Además de racionalizar responsablemente el gasto público, Rajoy y sus nuevos ministros tendrán que sopesar la viabilidad de la España autonómica actual. Al menos, tendrán que adelgazar su sobredimensionada estructura, unificando criterios y eliminando decididamente los servicios duplicados que tanto han proliferado últimamente. No es de recibo que vaya cada uno a su aire y todos quieran tener aeropuertos o Líneas de Ave sin que haya pasajeros.
Gijón, 24 de diciembre de 2011
José Luis Valladares Fernández