martes, 21 de diciembre de 2021

LA NUEVA LEY DE MEMORIA DEMOCRÁTICA


 

Entre las obras satíricas del escritor británico, George Orwell, destaca una novela de ficción, Rebelión en la granja, en la que crítica dura y severamente los totalitarismos nazi y soviético. Es una especie de fábula ingeniosa y mordaz, en la que se narra el amotinamiento de los animales de la Granja Solariega, porque consideran que su dueño, el granjero Howard Jones es un tirano. Cuando logran expulsar al granjero, crean un sistema de gobierno propio y consensuan una serie de siete mandamientos, que escriben en una pared para que todos los animales los tengan presentes y los cumplan a rajatabla.

Al aventajar en inteligencia a los demás animales, los cerdos asumen el liderazgo de la nueva Granja Animal. Pero los dos máximos dirigentes, los cerdos Snowball y Napoleón, empezaron muy pronto a tener discrepancias, que terminan cuando Napoleón obliga a  Snowball a huir de la granja y se hace con todo el poder. Y Napoleón, con la complicidad de los demás cerdos, aprovecha esa oportunidad para erigirse como único líder de la granja.

A partir de ese momento, los cerdos empezaron a adoptar poco a poco los defectos de los hombres, que provocaron la pasada revolución. Y como querían acrecentar su poder, procedieron a borrar todos los mandamientos que, de alguna manera, condicionaban su voluntad. Al final, respetaron el séptimo precepto, porque vieron que, añadiéndole una simple coletilla, quedaba completamente desactivado. Por eso, al enunciado original, que decía “todos los animales son iguales”, agregaron simplemente esta expresión: “pero algunos animales son más iguales que otros”.

Y acabaron, claro está, desechando sus ideales iniciales para convertirse en auténticos tiranos. Los demás animales de la granja comenzaron a sentirse oprimidos y avasallados. No podían protestar y tenían que acatar dócilmente los caprichos  y las veleidades del cerdo Napoleón y de sus engreídos compañeros. Y no acaba aquí su calvario, ya que, además de haber caído en desgracia, los elitistas cerdos les obligaba a trabajar de sol a sol y, a cambio, no recibían nada más que una ración de comida muy exigua.

Hay que reconocer que, con la historieta satírica y mordaz de Rebelión en la granja, George Orwell nos advierte que debemos estar siempre en guardia contra cualquier tipo de totalitarismo, porque es sabido que el poder omnímodo lleva siempre a la corrupción más absoluta. Comienzan manipulando descaradamente la verdad histórica a su conveniencia y terminan, cómo no, concediendo  cargos públicos y otras ventajas a sus familiares y amigos, aunque carezcan de la necesaria cualificación profesional para desempeñarlos correctamente.

Y se da la circunstancia que el Gobierno socialcomunista, impuesto por Pedro Sánchez, se parece bastante al régimen dictatorial que impusieron los desvergonzados cerdos a los demás animales de  la granja. Desde el primer momento, se dedicó principalmente a manipular la información y a ejercer una vigilancia extrema sobre una buena parte de la sociedad española. Y como no podía ser menos, con esa vigilancia excesiva, se disparó también la represión política y social.

Para controlar y fiscalizar adecuadamente las noticias que aparecían en los distintos medios de comunicación y en las redes sociales, habilitó un Ministerio muy similar a los descritos en la novela distópica de George Orwell, titulada 1984. Es una especie de Ministerio de la Verdad, que concede al Ejecutivo la extraordinaria potestad de determinar si una información es correcta o no.

Y una de dos, o el presidente Sánchez no conoce la Historia de España, o ha perdido totalmente la dignidad y la vergüenza. Porque solo así se explica que intente completar la faena, impulsando una ley tan absurda como la Ley de Memoria Democrática que, además de falsificar la realidad histórica, devuelve al PSOE nada menos que 80 años atrás.

Es muy posible, que no lleguemos a saber si estamos ante un ignorante, o ante un auténtico desvergonzado que busca expresamente la manera de engañarnos. No obstante, si sabemos que Pedro Sánchez defiende, contra viento y marea, que la Segunda República fue un ambicioso proyecto de modernización del Estado y la sociedad”, donde prevalecía, sobre todo, el “valor de la democracia”.  

Y trata de hacernos ver que, gracias a las avanzadas  reformas políticas y sociales que introdujo la Constitución de 1931, comenzó a funcionar ejemplarmente la justicia social en España, inaugurando así una etapa solidaria, tolerante y verdaderamente democrática. Pero resulta que no duró mucho ese estado de paz y de igualdad porque, como era de esperar, fue interrumpido de manera abrupta por la derecha, que son los sempiternos enemigos de la libertad. Y esa intervención extemporánea de esa derecha cerril encendió los ánimos y abrió paso a toda esa inacabable serie de violencia extrema que padecimos los españoles.

Es evidente que Pedro Sánchez oculta intencionadamente los delitos execrables que se produjeron en la República, antes de estallar la Guerra Civil. Quiere borrar de la historia la Revolución de Octubre de 1934, en la que se produjeron posiblemente más de 2.000 muertos, entre los que  contabilizamos 320, entre guardias civiles, soldados, guardias de asalto y carabineros y unos 35 sacerdotes. Lo que quiere decir que, antes del 18 de julio de 1936, tampoco habría persecución religiosa, ni asesinatos, ni quemas de iglesias y conventos y, por supuesto, tampoco habría destrucción sistemática de  bibliotecas y centros de enseñanzas.