Es cierto que la corrupción afecta de manera
inmisericorde a toda la clase política Pero no nos engañemos, no es un problema
exclusivo de los partidos políticos y, menos aún, de un partido determinado. El
mal es mucho más profundo y golpea peligrosamente a toda la sociedad española.
Unos porque la practican profusamente, como los políticos, y otros porque la
toleran y, si llega el caso, se aprovechan de ella. La casta política,
habituada a vivir constantemente del cuento, trata de afianzar su situación
política y mejorar lo más posible su situación económica.
Abusar del poder político para conseguir bienes y
ventajas ilegítimas con menoscabo manifiesto del bien común o público, es un
mal endémico de los pueblos con un desarrollo humano deficiente y poca madurez
política. Y en España no abunda precisamente el capital social y tampoco
podemos presumir de un desarrollo humano modélico. Y por otro lado, los actos
delictivos, derivados de la corrupción política, quedan prácticamente impunes. De
ahí que un buen número de políticos, dando muestras evidentes de su falta
absoluta de escrúpulos, utilicen desvergonzadamente su función pública en busca
de un beneficio personal.
Todos los partidos están saturados de gentes que
aspiran a eternizarse en la vida pública y, para conseguirlo, sobornarán y
extorsionarán si hace falta, y no
tendrán inconveniente alguno en prevaricar y malversar dinero público con todo
descaro para mantenerse indefinidamente en un puesto representativo y oficial.
Ay que tener en cuenta que muchos de ellos aterrizaron en política por enchufe,
o saliendo directamente de las juventudes de cada partido, pero siempre, claro
está, sin experiencia laboral alguna en la empresa privada, ni como autónomos.
Como hasta ahora han vivido extraordinariamente bien
de la política, sienten verdadero pánico a que se olviden de ellos en próximos
procesos electorales y prescindan de sus servicios. Entonces, tendrían que
competir duramente con los demás parados para hacerse con un puesto de trabajo
en la empresa privada. Para evitar tan lamentable y problemática situación, se
arrastrarán vergonzosamente ante los líderes de su partido o de quienes
confeccionen las listas electorales, aunque para ello tengan que cometer todo
tipo de tropelías. Cualquier cosa menos perder tontamente la bicoca del disfrute continuado de un cargo
público remunerado.
Los partidos políticos, sobre todo los mayoritarios
y los que tienen posibilidades de llegar al Gobierno, prometen, un día sí y otro
también, que van a luchar denodadamente contra la corrupción para regenerar la
vida pública. Pero hasta ahora, ni socialistas ni populares han ido más allá de
las palabras y de una simple declaración de buenas intenciones. Y aunque unos y
otros tienen mucho qué tapar y mucho de qué arrepentirse, se empeñan
absurdamente en pregonar que son los otros, los del partido adversario, y no
ellos, los que deben entonar el correspondiente “mea culpa”. Y así no vamos a
ninguna parte.
Hay que tener en cuenta que las prácticas de
corrupción se desatan y crecen a medida que aumentan los intereses de los grupos políticos. Y
cuando la corrupción se dispara y se generaliza, como está sucediendo
últimamente en España, las instituciones se tambalean con los escándalos y se
desestabilizan peligrosamente perdiendo, como es lógico, toda su credibilidad y
hasta su eficiencia. Y si no se remedia a tiempo el problema, la red clientelar
corrupta adquirirá proporciones enormes y terminará desmandándose y poniendo en
grave peligro hasta el mismo sistema político.