martes, 21 de diciembre de 2021

LA NUEVA LEY DE MEMORIA DEMOCRÁTICA


 

Entre las obras satíricas del escritor británico, George Orwell, destaca una novela de ficción, Rebelión en la granja, en la que crítica dura y severamente los totalitarismos nazi y soviético. Es una especie de fábula ingeniosa y mordaz, en la que se narra el amotinamiento de los animales de la Granja Solariega, porque consideran que su dueño, el granjero Howard Jones es un tirano. Cuando logran expulsar al granjero, crean un sistema de gobierno propio y consensuan una serie de siete mandamientos, que escriben en una pared para que todos los animales los tengan presentes y los cumplan a rajatabla.

Al aventajar en inteligencia a los demás animales, los cerdos asumen el liderazgo de la nueva Granja Animal. Pero los dos máximos dirigentes, los cerdos Snowball y Napoleón, empezaron muy pronto a tener discrepancias, que terminan cuando Napoleón obliga a  Snowball a huir de la granja y se hace con todo el poder. Y Napoleón, con la complicidad de los demás cerdos, aprovecha esa oportunidad para erigirse como único líder de la granja.

A partir de ese momento, los cerdos empezaron a adoptar poco a poco los defectos de los hombres, que provocaron la pasada revolución. Y como querían acrecentar su poder, procedieron a borrar todos los mandamientos que, de alguna manera, condicionaban su voluntad. Al final, respetaron el séptimo precepto, porque vieron que, añadiéndole una simple coletilla, quedaba completamente desactivado. Por eso, al enunciado original, que decía “todos los animales son iguales”, agregaron simplemente esta expresión: “pero algunos animales son más iguales que otros”.

Y acabaron, claro está, desechando sus ideales iniciales para convertirse en auténticos tiranos. Los demás animales de la granja comenzaron a sentirse oprimidos y avasallados. No podían protestar y tenían que acatar dócilmente los caprichos  y las veleidades del cerdo Napoleón y de sus engreídos compañeros. Y no acaba aquí su calvario, ya que, además de haber caído en desgracia, los elitistas cerdos les obligaba a trabajar de sol a sol y, a cambio, no recibían nada más que una ración de comida muy exigua.

Hay que reconocer que, con la historieta satírica y mordaz de Rebelión en la granja, George Orwell nos advierte que debemos estar siempre en guardia contra cualquier tipo de totalitarismo, porque es sabido que el poder omnímodo lleva siempre a la corrupción más absoluta. Comienzan manipulando descaradamente la verdad histórica a su conveniencia y terminan, cómo no, concediendo  cargos públicos y otras ventajas a sus familiares y amigos, aunque carezcan de la necesaria cualificación profesional para desempeñarlos correctamente.

Y se da la circunstancia que el Gobierno socialcomunista, impuesto por Pedro Sánchez, se parece bastante al régimen dictatorial que impusieron los desvergonzados cerdos a los demás animales de  la granja. Desde el primer momento, se dedicó principalmente a manipular la información y a ejercer una vigilancia extrema sobre una buena parte de la sociedad española. Y como no podía ser menos, con esa vigilancia excesiva, se disparó también la represión política y social.

Para controlar y fiscalizar adecuadamente las noticias que aparecían en los distintos medios de comunicación y en las redes sociales, habilitó un Ministerio muy similar a los descritos en la novela distópica de George Orwell, titulada 1984. Es una especie de Ministerio de la Verdad, que concede al Ejecutivo la extraordinaria potestad de determinar si una información es correcta o no.

Y una de dos, o el presidente Sánchez no conoce la Historia de España, o ha perdido totalmente la dignidad y la vergüenza. Porque solo así se explica que intente completar la faena, impulsando una ley tan absurda como la Ley de Memoria Democrática que, además de falsificar la realidad histórica, devuelve al PSOE nada menos que 80 años atrás.

Es muy posible, que no lleguemos a saber si estamos ante un ignorante, o ante un auténtico desvergonzado que busca expresamente la manera de engañarnos. No obstante, si sabemos que Pedro Sánchez defiende, contra viento y marea, que la Segunda República fue un ambicioso proyecto de modernización del Estado y la sociedad”, donde prevalecía, sobre todo, el “valor de la democracia”.  

Y trata de hacernos ver que, gracias a las avanzadas  reformas políticas y sociales que introdujo la Constitución de 1931, comenzó a funcionar ejemplarmente la justicia social en España, inaugurando así una etapa solidaria, tolerante y verdaderamente democrática. Pero resulta que no duró mucho ese estado de paz y de igualdad porque, como era de esperar, fue interrumpido de manera abrupta por la derecha, que son los sempiternos enemigos de la libertad. Y esa intervención extemporánea de esa derecha cerril encendió los ánimos y abrió paso a toda esa inacabable serie de violencia extrema que padecimos los españoles.

Es evidente que Pedro Sánchez oculta intencionadamente los delitos execrables que se produjeron en la República, antes de estallar la Guerra Civil. Quiere borrar de la historia la Revolución de Octubre de 1934, en la que se produjeron posiblemente más de 2.000 muertos, entre los que  contabilizamos 320, entre guardias civiles, soldados, guardias de asalto y carabineros y unos 35 sacerdotes. Lo que quiere decir que, antes del 18 de julio de 1936, tampoco habría persecución religiosa, ni asesinatos, ni quemas de iglesias y conventos y, por supuesto, tampoco habría destrucción sistemática de  bibliotecas y centros de enseñanzas.

viernes, 26 de noviembre de 2021

LAS CUENTAS ‘FAKE’ DE PEDRO SÁNCHEZ

 

 


            En una de las tiras cómicas del humorista gráfico José Rubio Malagón, vemos a una mujer que, sin el menor reparo, dice a su acompañante: “En política cada vez se habla menos y se rebuzna más”. Se trata, creo yo, de una broma más o menos graciosa, utilizada oportunamente por el autor del chiste para arrancar una sonrisa sincera a sus habituales seguidores.

Aunque no era ésta su pretensión, el autor de esta graciosa humorada hace una descripción perfecta de los políticos egoístas y caprichosos, que se olvidan rápidamente de las promesas que hacen para conseguir sus propósitos; y que, además, se despreocupan de los intereses generales, para dar prioridad a sus intereses particulares. Y eso es precisamente lo que viene haciendo Pedro Sánchez desde que llegó a la Moncloa.  

Se cansó de acusar a Mariano Rajoy de “amparar la corrupción” y le pedía insistentemente que dimitiera y dejara el poder. Daba por hecho que, con su llegada a la Presidencia del Gobierno, lograría “recuperar el valor y el sentido mismo de la política”. Y al restablecer de nuevo “la justicia social”, desaparecería la corrupción imperante y volveríamos a recobrar  la decencia en todas las instituciones del Estado.

Y lo que son las cosas, Pedro Sánchez terminó defenestrando a Rajoy y ocupando su puesto, pero terminó haciendo lo que, según el cómico Groucho Marx, suelen hacer la inmensa mayoría de los políticos: “buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico  falso y aplicar después remedios equivocados”. Lo malo es que, cuando se vio en poltrona monclovita, todos sus buenos propósitos se los había llevado el viento.

Pero aún hay algo más, ya que si comparamos los Gobiernos  de Pedro Sánchez y de Mariano Rajoy, es muy posible que encontremos muchas más sombras  y desfachateces en el primero, que en el segundo. No olvidemos que el presidente actual admite sin tapujo alguno, que “el dinero público no es de nadie”, tal como aseveró lapidariamente en su día la inefable Carmen Calvo Poyato, su anterior vicepresidenta primera del Gobierno. Y como el dinero que saquea a los sufridos españoles no tiene dueño, puede despilfarrarlo alegremente sin rendir cuentas a nadie.

Por lo que se ve, el presidente Sánchez pasa olímpicamente de las enormes privaciones que tienen que soportar los ciudadanos de a pie y hasta de las necesidades que pueda experimentar el propio Estado. De ahí, que funda ese dinero, dando la espalda a la realidad. Y lo que no malgasta en su propio boato, lo derrocha comprando voluntades, pagando favores personales y agasajando a familiares y amigos. Ahora, por ejemplo, ofrece un regalo de cumpleaños a los jóvenes que cumplen 18 años, con la malsana intención de comprar sus votos.

Y no es esto solo, ya que se niega a dar cuenta de los gastos que realiza con el famoso Falcón y el Super Puma, incumpliendo así la Ley de Transparencia. Y todos sabemos que viene abusando desvergonzadamente del helicóptero y el avión oficial, porque los utiliza hasta para acudir a eventos del Partido y para viajes privados, como ocurrió cuando la boda de su cuñado y con el Festival Internacional de Benicasim. Claro que, según fuentes del Gobierno,  tanto la boda de su cuñado, como el dichoso festival de música “tienen como objetivo el interés general del país”. Y si esto no es corrupción, que venga Dios y lo vea.

Y como a Pedro Sánchez le sobra soberbia y rebosa rencor y resentimiento a raudales, procurará ampliar lo más posible el coro de cómplices y de antiespañoles, que respalden incondicionalmente sus aberrantes decisiones. De ese modo, tiene garantizado su futuro al frente del Gobierno y puede simular que, gracias a ese gran coalición, está haciendo frente a la crisis que hace verdaderos estragos en el bolsillo de los españoles.

Y por si fuera esto poco, son muchos los medios de comunicación que airean y enaltecen públicamente las directrices que salen del Gobierno. Y lo hacen, claro está, sin tener en cuenta el alcance de las mismas y su grado de moralidad.  Y el presidente Sánchez, que no quiere más que oír, al sentirse halagado por toda esa tropa de aduladores baratos, deja de disimular y se dedica, sin más, a hacer promesas fastuosas y grandilocuentes, que no cumple jamás.

Se olvida, por lo tanto, de la orientación tradicional  que venía manteniendo el PSOE y abre nuevos derroteros, sin preocuparse de las posibles consecuencias. Es entonces cuando aparece el auténtico Pedro Sánchez, que utiliza exclusivamente criterios ideológicos y se olvida de la necesaria seriedad. Y el resultado no puede ser más nefasto. Como carece de principios morales y no respeta ni su propia palabra, realiza una política irresponsable y tremendamente sectaria, que menoscaba seriamente nuestra ya débil credibilidad internacional y espanta la inversión extranjera.

Pero es obvio que, si fallan las inversiones, se produce una peligrosa destrucción de riqueza, que causa verdaderos estragos en la economía, por las dificultades que encuentran muchas empresas para seguir funcionando. Y en realidad, es lo que ha venido sucediendo habitualmente desde que Pedro Sánchez preside el Gobierno socialcomunista que padecemos. Y   para complicar aún más la cuestión y despistar a los que soportan sus increíbles veleidades, de vez en cuando se atribuye supuestos ‘avances’ y numerosas ‘conquistas sociales’, que solo existen en su imaginación.

Sin lugar a dudas, estamos ante un personaje tan inconsciente como irresponsable,  que juega constantemente con las cosas de comer, ocasionando así cantidad de problemas de muy difícil solución. Se ha cansado de repetir que “los líderes independentistas no son de fiar”, porque siempre “han actuado de mala fe”, Por lo que es evidente, que no se puede hacer pactos con ellos. Pero, como no podía ser menos, terminó pactando con ERC y con el PNV.

Pasó exactamente lo mismo con los proetarras de Bildu. Después de repetir hasta la saciedad que “con Bildu no vamos a pactar, si quiere se lo digo 20 veces”. Y también aseguró que no se sentaría con Bildu, ni siquiera “para decirles que no” quería sus votos. Y mira por donde, terminó asumiendo que Arnaldo Otegui era realmente un hombre de paz.

Y como su irresponsabilidad no tiene límites, y no se siente obligado a cumplir su palabra, no dudó en afirmar, que jamás concertaría acuerdos  con el populismo de Podemos. Y todo porque “el final del populismo es la Venezuela de Chávez, la pobreza, las cartillas de racionamiento, la falta de democracia y, sobre todo, la desigualdad”. Y agregó seguidamente que, aceptando el apoyo de Unidas Podemos, “sería un presidente del Gobierno que no dormiría por la noche”.

Pero  es público y notorio que Podemos solo quita el sueño a los ciudadanos que viven honradamente de su trabajo. Pedro Sánchez, en cambio, solo se desvela, si ve que hay posibilidades de perder la poltrona. Y para no correr ese riesgo, comete la estupidez de conspirar con los que quieren acabar definitivamente con la unidad de España. Todo un desvergonzado contubernio que, unido a su desastrosa gestión de la pandemia, provocó la desaparición de cantidad de empresas que daban de comer a muchas familias. Y esto ha supuesto, quién lo iba a decir, toda una verdadera tragedia para la sufrida clase media española.

El resultado no ha podido ser más catastrófico. Con la irremediable desaparición de empresas, se produjo una destrucción directa de muchos puestos de trabajo, lo que dio lugar a que se disparasen escandalosamente las listas del paro, con el consiguiente aumento de la pobreza. A partir de ese momento, comenzaron a multiplicarse y a crecer las conocidas ‘colas del hambre’, para buscar comida en las distintas asociaciones benéficas. Y si estas organizaciones benéficas atendían antes a una media de 400 familias, en apenas un año, se vieron obligados a prestar atención a unas 4.000 familias al día, que ya es decir.

Aunque las evidencias dicen todo lo contrario, el presidente Sánchez y su vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital, Nadia Calviño, sostienen que estamos disfrutando ya  de una “recuperación robusta, sólida y mucho más justa”, que en la salida de la anterior crisis económica. Y van más lejos aún y afirman descaradamente que somos la envidia de todos los países de Europa, cuando todos los indicadores económicos demuestran que estamos bastante peor que todos ellos.

Los resultados del paro en España no pueden ser más descorazonadores y deprimentes. En septiembre, la tasa de paro en la Unión Europea alcanzó el 6,7% y, en la eurozona el 7,4%. En España, sin embargo, sobrepasamos ampliamente esos porcentajes,  ya que nos encontramos con un 14,6% de paro. No hay nadie en la Unión Europea, que tenga tantos desempleados como nosotros. Nos sigue Grecia con un 13,3% y después Italia con un 9,2% de paro.

También lideramos, que casualidad, las listas del paro juvenil en la Unión Europea y hasta en la OCDE, ya que contamos con un escalofriante 30,6% de menores de 25 años que no tienen trabajo. Nos sigue muy de cerca Italia con un 29,8% de desempleo juvenil. Los demás países están bastante mejor, aunque muy lejos de igualar el 4,2% de paro juvenil de Japón, o el 6%  de Corea del Sur.

Puede ser que a Pedro Sánchez y a Nadia Calviño, les guste vivir instalados en un mundo de ciencia ficción. Porque si no es así, es incomprensible que sigan afirmando incesantemente, hasta desgañitarse, que los demás países de nuestro entorno envidian nuestra situación económica, cuando encabezamos en solitario las listas del paro y sobrepasamos a todos en déficit público. Y por si esto fuera poco, digámoslo claramente, también ocupamos la cola del crecimiento económico del mundo occidental.

Se da la circunstancia, que los datos económicos de España son especialmente desastrosos. En 2020, nuestro PIB registró un descenso del PIB del 10,8%, que es la mayor caída de los últimos 85 años. Y todo, por la deplorable gestión que se hizo de la pandemia. Ningún otro país de la OCDE tuvo que soportar una caída tan descomunal como la nuestra.

Ni que decir tiene que, en un principio, el Gobierno se dejó llevar por el optimismo y, para remediar el descalabro, prometió creceríamos en un porcentaje muy cercano al 10% durante el año 2021. No tardó mucho en moderar sus expectativas y retrasar el grueso de la recuperación un año más, indicando que nuestro PIB crecería un 6,5% en 2021 y un 7% en 2022. Pero llegó Bruselas y destrozó de un plumazo las cuentas ‘fake’ de Pedro Sánchez, al dejar claro que España apenas crecería un 4,6% este año y, como mucho, un 5,5 en 2022.

Es verdad que el presidente Sánchez no hace más que vender humo y, así, no hay manera de salir de esa situación económica tan complicada. Y aunque las evidencias indican que seguimos estando en la cola del crecimiento europeo, se empeña en alardear que nadie crece tanto como nosotros. Entre julio y septiembre, el PIB de España solo creció un decepcionante 2% en tasa trimestral. Y fue igualmente calamitoso el aumento de  nuestro PIB en  tasa interanual, ya que solo repuntó un 2,67%, que es un porcentaje insuficiente y muy alejado de lo que esperaba el Gobierno.

Aunque Italia y de Portugal, por citar países de nuestro entorno, tampoco tuvieron un crecimiento económico muy boyante. Pero debemos reconocer que crecieron significativamente mejor que el nuestro, ya que su crecimiento interanual, estuvo muy cerca del 4%. Y no digamos nada de Grecia que, esta vez, dejó a España en evidencia, ya que su PIB, en tasa interanual, creció, ahí es nada, un magnífico 16,2%, nada menos que ocho veces más que nosotros.

Y lo malo es que, para redondear nuestro desastre económico, además de un paro tan enorme y de un crecimiento tan anémico e insuficiente, tenemos que enfrentarnos con un déficit totalmente desbocado, que superará incluso el 4%. Y a esto hay que agregar una inflación desenfrenada que, al cerrar el ejercicio de 2021, puede sobrepasar la desorbitante cantidad de 30.000 millones de euros.

Y dando muestras de una irresponsabilidad insuperable, Pedro Sánchez se ha empeñado en elaborar unos Presupuestos absurdos para 2022, porque aumentan disparatadamente la presión fiscal y los gastos sociales. Y si logra sacarlos adelante, como no habrá manera de alcanzar los ingresos programados, se disparará nuestra deuda pública hasta límites inasumibles, ya que puede llegar al 120 de PIB, y entonces nos hundirá aún  más en la miseria.

 Gijón, 25 de noviembre de 2021

José Luis Valladares Fernández     

lunes, 27 de septiembre de 2021

ASÍ VAMOS DIRECTO AL DESASTRE

 


Por mucho que busquemos, es imposible encontrar a alguien tan caprichoso y tan presumido, como Pedro Sánchez, el actual inquilino de La Moncloa. Y por si fuera esto poco, como político, también destaca por su torpeza y su inutilidad. Y para colmo de males, piensa como todos los incompetentes que, para darse a valer, no tiene nada más que desacreditar verbalmente a sus adversarios políticos, recurriendo al embuste y a la insidia.

Como al presidente Sánchez le sobra desfachatez e insolencia, y le falta cordura, se dedica a pedir el aplauso y la ovación de los españoles. Quiere que reconozcan, de una vez por todas, que gracias a sus desvelos y esfuerzos, la crisis económica que padecemos es ya prácticamente  historia. Y afirma sin tapujos, que su oportuna participación ha sido clave para iniciar la recuperación y que, con un Gobierno de derechas, terminaría enquistándose y afectando a muchas generaciones.

Está visto que el actual presidente del Gobierno  compite en jactancia y presunción con el famoso Orión, aquel infatigable cazador mitológico que, por su fortaleza y audacia, pasó a formar parte  del escogido séquito de Diana, la diosa de la caza. Y como su suerte parecía ser ilimitada e imperecedera, abusaba continuamente y sin contemplación alguna, de su enorme soberbia y de su desmedida vanidad.

Después de intervenir brillantemente  en una de las cacerías que organizó su protectora, Orión se dejó llevar por los elogios y los halagos de sus acompañantes y terminó afirmando que no había monstruo alguno en el mundo, al que él no pudiera vencer. Y se vanagloriaba neciamente diciendo que ni las fieras más feroces eran capaces de producirle el más mínimo miedo o sobresalto. Y todos sabemos cómo terminó el petulante Orión. Sin dejar de vanagloriarse  tontamente, acudió a la próxima cacería y, lo que son las cosas, bastó la picadura de un simple escorpión, para acabar con su vida.

Debemos admitir, que el comportamiento de Pedro Sánchez no es muy diferente al protagonizado en su día por el pobre Orión. Como tiene una confianza ciega en su buena estrella, suele echar su lengua a pacer cuando menos lo esperas y comienza a magnificar sus oportunas actuaciones y a vanagloriarse de sus excelsas y providenciales cualidades, que utiliza desinteresadamente para favorecer a los ciudadanos que lo necesitan. Y todo, claro está, sin pedir nada a cambio.

Es sabido que la manera de actuar del presidente Sánchez ha sido siempre la misma. Aunque dice que es muy valiente y está tremendamente endiosado, desaparece de la escena pública, tan pronto como surge un problema grave de difícil solución. Y vuelve a aparecer, faltaría más, para hacerse la foto, cuando desaparecen esas dificultades porque se encontró una solución oportuna, o porque sus esbirros lograron maquillar los datos estadísticos para simular que se han resuelto todas las complicaciones.

Si nos atenemos a la evolución del paro, tenemos que señalar que, al iniciar septiembre de 2021, teníamos 82.583 desempleados menos. También se produjo, a lo largo de ese verano, un repunte importante  del turismo interior y un aumento considerable del consumo doméstico. Y estos datos fueron aprovechados por los medios que están permanentemente al servicio del Ejecutivo, para pregonar, que estábamos solucionando el paro y que habíamos iniciado con buen pie la recuperación económica.

No obstante, podemos decir, mal que le pese a Pedro Sánchez y a su cohorte de aduladores, que estamos ante una mejoría  ilusoria del paro, que no tiene nada que ver con la realidad. Esa disminución del paro quedó totalmente neutralizada con los afiliados que perdió la Seguridad Social, ya que desaparecieron de las listas del paro, porque se cansaron de buscar trabajo. Y acto seguido, qué le vamos a hacer, pasaron a engrosar las colas del hambre que encontramos en las puertas de Cáritas o de otras instituciones benéficas para poder subsistir.

Y como el presidente Sánchez tiene más cara que espalda y necesitaba urgentemente coger aire fresco, dio por buena la aparente mejoría del paro que se produjo durante el mes de agosto de 2021. Y sin más averiguaciones, recupera el optimismo y comienza a presentarse como el gran adalid, que supo dar con la tecla precisa, para poder iniciar la ansiada recuperación económica que estábamos necesitando. Y justifica su postura, afirmando que si se reduce el paro, es porque se ha creado empleo.

Es verdad, que ya no es tan taxativo como en junio de 2020, y ya no dice  que  “hemos vencido al virus y controlado la pandemia”. Ahora es un poco más comedido y se contenta con afirmar que podemos “vislumbrar el final del túnel de la pandemia”, y recomienda seguidamente que “no se baje  la guardia”.

Es evidente, que el presidente actual del Gobierno carece de complejos y se comporta incesantemente como si fuera el rey del mambo. Tiene un concepto tan elevado de sí mismo que, allí donde va, se atribuye el acierto de haber hecho “un gran ejercicio de patriotismo y de fraternidad”, a la hora de abordar los problemas originados por el peligroso coronavirus. Y como no tiene límites en sus bravatas, cuando menos lo esperas, termina soltando alguna estupidez de grueso calado, como esta: "aquí hemos vacunado a todo el mundo y no hemos preguntado ni su origen, ni sus creencias, ni lo que votaban".

No hay cosa que más fascine a Pedro Sánchez, que ponerse medallas. Y eso le lleva naturalmente a abusar de la autocomplacencia en todos sus discursos. En este caso concreto, se arroga  el hecho de estar acabando con la pandemia y de aportar soluciones reales y eficaces para acabar con la escasez de puestos de trabajo y enderezar por fin la economía. Y como no podía ser menos, se muestra muy orgulloso de su actuación, porque gracias a su quehacer, “España lidera la vacunación y liderará la recuperación económica en Europa”

Pero si analizamos desapasionadamente lo que dice y hace el presidente del Gobierno que nos cayó en suerte, veremos que, en todas sus actuaciones, no hay nada más que suposiciones o meras apariencias, que no tienen nada que ver con realidad. Se trata de aparentar que está consiguiendo unos resultados francamente satisfactorios, para granjearse el mayor número posible de halagos y aplausos. En este caso concreto, ni se han creado puestos de trabajo y lo de la recuperación económica no es nada más que una simple patraña.

Se da la circunstancia que, tanto el presidente Sánchez, como los ganapanes que le rodean, intentan hacernos ver que está mejorando considerablemente la situación económica. Dicen que está creciendo el producto interior bruto (PIB) de manera progresiva, que ha disminuido el paro y que también hay muestras de que ha empezado a reducirse el déficit público. E insisten una y otra vez que, como consecuencia de su acertada gestión, la recuperación económica es algo ya imparable y no tiene marcha atrás.

Es indiscutible, que Pedro Sánchez, lo mismo que sus costaleros más cercanos, mantienen reiteradamente que estamos saliendo de la crisis y disfrutando de una mejoría económica. Y dan por hecho, que disminuyó el paro, porque se han creado  muchos nuevos puestos de trabajo. Y eso no es verdad, porque también desaparecen de las listas del paro, los que son dados de baja en la seguridad social porque terminan desmoralizados y dejan de buscar trabajo. Se trata, por lo tanto, de una mejoría puramente ficticia e ilusoria, que no tiene nada que ver con la realidad.

Es cierto que, en agosto de 2021, nos encontramos con 82.583 desempleados menos. Pero no podemos olvidar que agosto siempre ha sido un mes rematadamente malo para el empleo, porque finaliza la campaña de verano y se produce la extinción de un buen número de contratos laborales, sobre todo los de carácter temporal. Y este año en concreto, en agosto hubo una rescisión de 118.004 puestos de trabajo.

Si queremos ahondar aún más en los detalles, tenemos que añadir, que el 31 de ese mes de agosto se produjeron 342.276 bajas en la Seguridad Social y tan solo se registró el alta de 47.468 nuevos afiliados. Lo que quiere decir que el 31 de agosto, tuvimos un saldo especialmente negativo, pues  se perdieron, ahí es nada, 294.808 puestos de trabajo, que no es moco de pavo.

En pleno verano de 2021, ya batíamos el récord de parados de todos los países industrializados de nuestro entorno. Si nos atenemos a los datos ofrecidos por el Ministerio de Trabajo, en esas fechas teníamos 3.333.915 desempleados, que ya es una cantidad verdaderamente escandalosa. Pero si examinamos detenidamente la situación laboral, veremos que en esa cantidad no están todos los parados que tenemos.

Como el número de desocupados se mueve entre márgenes claramente espeluznantes, los responsables del Ejecutivo procuraron dulcificar el total, excluyendo de la lista oficial, a un buen número de desocupados. Para empezar, sacaron de esa cifra a 277.905 personas, que se quedaron sin trabajo y las camuflaron en ese invento provisional de los ERTE. Y eso que saben perfectamente, que una gran parte de esta gente no podrá volver a trabajar. Y aún hay más, porque también borraron de las listas del paro a los 226.000 autónomos, están cobrando por cese de actividad y no encuentran trabajo.

Y esto indica, cómo no, que en vez de los 3.333.915 parados, que ya es una cifra escalofriante, nos encontramos, ahí es nada, con 3.837.820 desocupados, que es una cantidad bastante más demoledora que la anterior. Y mientras mantengamos esa terrorífica cantidad de parados, no podemos decir que ‘España va bien’, porque caminamos decididamente  hacia el desastre económico más absoluto. Y todo indica, que si no cambian las cosas, terminaremos siendo cada vez más pobres.

De momento, aunque siente mal a Pedro Sánchez y a los disciplinados augures que le apoyan ciegamente, podemos hablar claro e indicar que España es uno de los países más vulnerables de la zona Euro. Y me atrevería a añadir, sin miedo a equivocarme, que no hay ningún país desarrollado a nivel mundial, tan desamparado e indefenso como el nuestro. Y no creo que haya ninguna economía avanzada, que tenga tantas dificultades como la española para recuperar los niveles de riqueza que tenía cuando apareció la crisis del coronavirus.

Son muchos los problemas que encuentran los españoles para hacerse con un puesto de trabajo más o menos estable. Y una de dos, o se soluciona esto pronto, o comenzarán a aumentar disparatadamente las personas en edad de trabajar, que al verse inmersas en una situación de pobreza severa, tendrán que recurrir a una organización caritativa o a un banco de alimentos para sobrevivir. Y de hecho, es incuestionable, que las colas del hambre que piden ayuda a esos centros sociales, son cada día más largas.

No cabe duda, que  los problemas que atraviesan muchas empresas, terminan agravando necesariamente la posibilidad de encontrar trabajo. Es obvio, que los ‘salvapatrias’ que nos gobiernan, gestionaron muy mal la pandemia, provocando así una destrucción generalizada del tejido empresarial español. Por esto tenemos ahora unas 53.000 empresas menos que cuando estalló la crisis del Covid-19.

Para colmo de males, el Banco de España va aún más lejos y afirma que, tras ese año y medio largo de crisis pandémica, un 25% de las empresas que quedan están lamentablemente en situación de quiebra técnica. Y no acaba aquí la mala racha, ya que la rentabilidad de un 55%  de las empresas restantes, está por debajo de cero. De todos modos, esperamos que termine lo más pronto posible este penoso calvario.

Gijón, 24 de septiembre de 2021

José Luis Valladares Fernández

domingo, 5 de septiembre de 2021

NO ES LO MISMO PREDICAR QUE DAR GRANO

 


Todos sabemos cómo llegó Pedro Sánchez a La Moncloa. Cuando logró recuperar la Secretaría General del PSOE, se le abrieron los cielos y comprendió súbitamente, que había sido repuesto en el cargo para algo más importante que  recobrar las viejas esencias del Partido Socialista. Eso implicaba lisa y llanamente, tal como el mismo dijo, que también tenía la ineludible obligación de “recuperar el valor y el sentido mismo de la política”, que habían sido puestos en entredicho por la corrupción del Partido Popular.

Y olvidándose, entre otras muchas cosas, de los ERE y de los chanchullos que ensucian su propia casa, se propuso llegar a La Moncloa en un plazo de tiempo sumamente breve. Quería sustituir a Mariano Rajoy en la Presidencia del Gobierno, para comenzar de inmediato una supuesta regeneración de la vida pública en España. Y se da la circunstancia que no hay ninguna convocatoria electoral a la vista. Pero eso no es óbice para este líder del PSOE ya que, cuando se le complican las cosas, suele recurrir con desparpajo a su proverbial desfachatez para salir siempre con la suya. Y por lo que parece, aparentemente al menos, no hay nada que se le resista.

Todos sabemos que Pedro Sánchez no conoce límites, ni hace ascos a nada. Y de aquella, se había propuesto, ahí es nada, cambiar definitivamente el signo político del Gobierno. Y para no fallar, si hacía falta, estaba decidido incluso a plantarse en La Moncloa, cabalgando a lomos de Othar, el famoso caballo de Atila.

Y desoyendo el consejo de personas importantes del PSOE, como Felipe González y Alfredo Pérez Rubalcaba, entre otros, comenzó a preparar sin más esa atípica moción de censura. Contaba naturalmente con el apoyo explícito de Unidas Podemos. Y dando muestras de una vileza mayúscula, recabó el respaldo de los independentistas vascos y catalanes y de los proetarras de Bildu que, como era sabido, trataban de acabar con la unidad de España.

Y como era de esperar, los impresentables separatistas y los herederos de ETA aceptaron encantados esa desvergonzada propuesta, y se comprometieron a secundar esa moción de censura, porque así se deshacían de Rajoy y reforzaban considerablemente su posición política con las prebendas que recibían a cambio.

Tan pronto como supo que contaba con el plácet de todos esos vendepatrias,  Sánchez anunció la presentación de esa moción de censura contra Mariano Rajoy, para proceder a limpiar la vida pública de la corrupción aportada por el Partido Popular. Y ocultando con todo cuidado sus verdaderas intenciones, se comprometió formalmente a celebrar elecciones generales lo antes posible. Mientras llegaba y no ese momento, un Gobierno “de transición” aseguraría la “gobernanza” del país, para recuperar la “normalidad democrática” que se había perdido, al parecer, por la actuación nefasta de quienes ostentaban el poder en aquel momento.

Es sabido, que esa moción de censura salió adelante gracias al aval expreso de esos grupos de insensatos, que están siempre al quite para robarnos un trozo de España. No obstante, es público y notorio que la mayor parte de esos votos, más que síes a Pedro Sánchez, eran más bien noes rotundos a Mariano Rajoy.

Claro que, una vez logrado el sueño de su vida, el nuevo presidente del Gobierno aparece tal como es y se deja llevar por su inmensa y descontrolada ambición. Y como vive instalado permanentemente en la incoherencia y no piensa nada más que en sí mismo, no sabes nunca a qué carta quedarte, porque actúa siempre en función de su interés personal e inmediato y suele terminar traicionando hasta a su mejor amigo. Te promete una cosa ahora, y a continuación hace exactamente lo contrario.

No es de extrañar, por lo tanto, que una vez instalado en La Moncloa, se olvidara por completo de su solemne promesa de convocar lo antes posible un nuevo proceso electoral e intentara mantenerse en el poder hasta agotar la legislatura en el año 2020. Pero mira por dónde, se encontró con la horma de su zapato, y el 15 de febrero de 2019 tuvo que anunciar la disolución de las Cámaras y abrir las urnas, porque los rebeldes independentistas rechazaron rotundamente “los Presupuestos más sociales” que presentó el Gobierno.

Pero eso sí, como es un presumido empedernido y no tiene abuela que alabe constantemente sus excelsas proezas, echó cara al asunto y se dedicó a encomiar su labor durante el tiempo que estuvo al frente del Gobierno. Comenzó diciendo he hecho muchas cosas buenas en estos ocho meses y medio, no he podido hacer más por el bloqueo y la deslealtad de la oposición de PP y Ciudadanos”. Y agregó a continuación que abría “las urnas a los españoles para que cierren el paso a esa derecha desleal”, que está “ahora en brazos de la ultraderecha”, votando masivamente  a quien puede garantizar un futuro digno y honorable.

Hay que tener en cuenta que con el aterrizaje de Pedro Sánchez en el Gobierno, empieza realmente el calvario económico de los españoles, por  culpa del aumento disparatado del gasto público y la pertinente subida de los impuestos. Comenzó valiéndose profusamente del real decreto, para arbitrar un incremento del gasto de casi  10.000 millones de euros, en lo que el propio Ejecutivo llamó “viernes sociales”. Y ahí entraban, además de otros gastos, la ampliación de los permisos de paternidad y los subsidios para los desempleados mayores de 52 años.

Pero el verdadero desmadre de los gastos comenzó en realidad, después de las elecciones de abril de 2019, una vez formado el Gobierno de coalición con Unidas Podemos. Al sentirse arropado por las huestes de Pablo Iglesias y por toda esa harca de truhanes independentistas y proetarras, recuperó partidas de gastos que aparecían en los  Presupuestos Generales del Estado que no pudo aprobar en febrero de 2019.

Y por si fuera esto poco, hay que contar también con el enorme derroche que se produce en gastos de personal. No olvidemos, que no hay otro Gobierno, entre los países de nuestro entorno, que supere al de Pedro Sánchez en número de ministros y consejeros. Si echamos una ojeada a las cuentas del año 2019, veremos que el Ejecutivo  de PSOE-Podemos costó a los españoles la escalofriante cifra de más  de 75 millones de euros. Y si a esa cantidad, sumamos también lo gastado en las cotizaciones, el importe de la factura ronda aproximadamente los 90 millones de euros.

Es preciso recordar que la lista de altos cargos y asesores, en vez de estabilizarse, continuó aumentando aceleradamente, de modo que, en el año 2020, los gastos totales en sueldos y cotizaciones de la Seguridad Social de los 23 miembros del Gobierno y de sus asesores y altos cargos, sobrepasó con mucho, ahí es nada, los 93 millones de euros. Y esta cantidad todavía subiría mucho más, si contabilizáramos igualmente los gastos de los desplazamientos en el Falcon Oficial, que el presidente procura mantener en secreto,

Y si el gasto abusivo del Ejecutivo ya nos estaba llevando claramente a una ralentización peligrosa de la economía, tuvo que aparecer el coronavirus para acabar de complicar la situación. Es evidente, que el Gobierno gestionó muy mal la pandemia generada, ya que abordó el problema incrementando aún más los gastos y subiendo los impuestos. Las consecuencias de ese hecho, no tardaron en llegar: el aumento excesivo de los gastos, dio lugar a un déficit estructural prácticamente inviable; y el exceso de presión fiscal, redujo el poder adquisitivo de los ciudadanos, cayendo el gasto, y con el gasto cayó también la producción y el empleo.

Y esto, por supuesto, da lugar a una reducción importante de la actividad económica y a una pérdida de puestos de trabajo, que repercute necesariamente sobre la recaudación, provocando una caída  notable de los ingresos que proporcionan sobre todo los impuestos indirectos. Y como el Gobierno de Pedro Sánchez siguió gastando a manos llenas, el gasto público creció, en muy poco tiempo, nada menos que en 54.765 millones de euros, mientras que los ingresos experimentaron una caída de 25.711 millones de euros.

A principios del año 2019, la deuda pública española ya rompía todos los moldes conocidos y llegó a alcanzar el 98,37%  del PIB. Y como el Gobierno mantuvo esa preocupante incuria, la deuda pública siguió creciendo desbocadamente hasta llegar, a mediados del año 2020, hasta el 122% sobre el PIB. Dicho de otra manera, de una deuda pública  de 1,18 billones de euros, pasamos a deber  1,42 billones de euros, lo que supone un endeudamiento diario de unos 444 millones de euros. Y esa deuda pública, que le vamos a hacer, está ahora en el entorno del 125% del PIB.

Al gastar el Gobierno bastante más de lo que ingresa, se produce un desequilibrio brutal en las cuentas públicas, de modo que somos el único país de la Unión Europea que, en el año 2020 eleva desorbitadamente el déficit público, que se dice pronto, hasta el 11% del PIB. Y para desgracia nuestra, la mayor parte de ese déficit público, pasó a ser déficit estructural, originando así un descuadre monetario, que supera en buena medida  los 60.000 millones de euros.

Tenemos que aceptar, creo yo, que la extensión generalizada del coronavirus ocasionó una serie de gastos que, en un principio, eran meramente coyunturales, aunque casi todos ellos terminaron convertidos en gastos estructurales, por la impericia del Ejecutivo que dirige Sánchez. Y todo, claro está, porque no supo gestionar la pandemia que padecíamos. En vez de anticiparse y tomar medidas a tiempo, esperó a que se desmadrara el asunto y colapsara la Sanidad, provocando así un aumento considerable de los gastos y el endurecimiento de otras  medidas económicas que hubo que tomar.

Es indudable que, si queremos solucionar los problemas que sigan surgiendo, sin reparar en gastos, terminaremos teniendo que incrementar los impuestos, que es lo que hizo el doctor ‘cum fraude’ que padecemos. E intentar mantener indefinidamente ese tipo de política económica desenfrenada, termina hipotecando el futuro de los españoles. Si no hay manera de reducir el déficit  estructural y aminorar la deuda pública, terminaremos hundidos en la pobreza y la miseria y, sin duda alguna, hasta sin lo poco que nos queda de nuestro antiguo Estado de Bienestar.

Estamos viviendo una situación económica verdaderamente complicada. Y a pesar de todo, el equipo económico del Gobierno, no sé si por iniciativa propia o porque acata instrucciones del estúpido que los dirige, está empeñado en ocultarnos la escalofriante realidad. Quiere hacernos ver que están mejorando ostensiblemente indicadores tan importantes como los datos del PIB, el empleo e incluso el comercio exterior de España.

Es verdad que la gestión económica del Gobierno de Pedro Sánchez deja mucho que desear, ya que siguen gastando sin control, obviando lo que está pasando a su alrededor. El encarecimiento exagerado de las materias primas energéticas como  los carburantes y el gas ha servido, cómo no, para que se disparara el recibo de la luz, la vivienda y hasta la cesta de la compra, recortando notablemente el poder adquisitivo de los españoles.

Y todavía hay más, ya que el proceso inflacionario está castigando muy duramente a la economía española. Antes de los estragos que ha ocasionado el coronavirus, los precios tenían un crecimiento interanual del 0,7%. Y sin embargo, tuvo que llegar la pandemia para complicar la vida de los españoles y de las empresas españolas, ya que, a partir de entonces, la inflación comenzó a crecer  disparatadamente, hasta alcanzar el 2,9%.

De hecho, hay que constatar que, por culpa del Covid-19, han desaparecido muchas empresas españolas. El 31 de enero de 2020, que fue cuando se diagnosticó el primer caso de coronavirus en España, teníamos 1.481.364 empresas. Y año y medio después, en julio de 2021, ya no quedaban nada más que 1.418.215 empresas, lo que representa un duro golpe para mantener el empleo.

Y no es esto todo, ya que la pandemia acabó precisamente con uno de los sectores clave de nuestra economía: el turismo, que hasta el año 2020, venía siendo un valor seguro para nuestro crecimiento económico. Tomando como referencia el años 2019, los datos no pueden ser más elocuentes, ya que, entre enero y junio de ese año, fueron 38 millones los turistas extranjeros que visitaron nuestro país. Esa cifra de visitantes  foráneos  cayó radicalmente en el año 2020. Entre enero y junio de 2021, por ejemplo, solo llegaron a España 5.4 millones de turistas, un 86% menos de turistas. Y por lo que se ve, Nadia Calviño aún no se ha enterado.

 Gijón, 31 de agosto de 2021

 José Luis Valladares Fernández 


viernes, 13 de agosto de 2021

LAS FANTASMADAS DE PEDRO SÁNCHEZ EN EE.UU.

 


Aunque es algo muy lamentable, tenemos que reconocer  que la historia del mundo está llena de megalómanos y lunáticos, que necesitan perentoriamente recibir toda clase de loas, halagos y parabienes. Y en buena lógica, como se creen muy superiores al resto de los mortales, piensan que deben ser ellos los elegidos para encabezar y dirigir las distintas Administraciones o Instituciones Públicas. Y por desgracia, casi siempre salen con la suya, perjudicando gravemente, claro está, a los administrados, ya que nada más conseguir su propósito, suelen perder  también hasta el más mínimo contacto con la realidad.

Si recurrimos a las narraciones mitológicas de la antigua Grecia, ya encontramos personajes de esa guisa, con un ego tan inmenso y desmedido, que les llevaba a pensar que hasta podían reírse del bien y del mal. Y eran tan audaces y tan presuntuosos, que se sentían plenamente capacitados para enfrentarse a los mismos dioses. Y ni corto, ni perezoso fue precisamente lo que al final hizo Aquiles, el famoso héroe de la guerra de Troya y uno de los más grandes guerreros que encontramos en la Ilíada de Homero.

Derrochando valor y coraje, los troyanos estaban haciendo retroceder a los griegos. Para conjurar el peligro, el héroe Patroclo se lanza al ataque y comienza a hacer estragos entre las tropas de Troya, que huyen cobardemente para buscar refugio dentro de la ciudad. Y tiene que llegar el príncipe troyano Héctor que, con la ayuda explícita de Apolo, evita el desastre, dando muerte al envalentonado  Patroclo.

Al enterarse Aquiles de la muerte de su compañero de armas Patroclo, monta en cólera y decide tomar las armas para vengarlo. Cuando los troyanos se enteran que van a tener que hacer frente al propio Aquiles, se refugian rápidamente dentro de las murallas. El valiente Héctor, en cambio, se negó a abandonar la lucha y permaneció impaciente ante una de las puertas de entrada para luchar cuerpo a cuerpo contra el temido Aquiles.

El combate entre los dos contendientes fue sumamente duro, largo e indeciso. Es verdad, que cualquiera de los dos rivales pudo vencer, pero la suerte se alió con Aquiles, que logró acabar con su contrincante Héctor, traspasándole  el cuello con su lanza. Vengada así la muerte de su amigo Patroclo y con su enemigo inerte en el suelo, el vencedor sufrió un ataque desmesurado de orgullo y de arrogancia desenfrenada (el famoso ‘hibris’ (ὕβρις) que dirían los griegos), transgrediendo así los límites que le habían marcado los dioses.

Por culpa del envanecimiento y del exceso de confianza en sí  mismo, Aquiles culminó su  revancha atando el cadáver de Héctor a su carro y arrastrándolo seguidamente por el campo de batalla y alrededor de las murallas de Troya. Esa acción encolerizó a los dioses, que decidieron castigar su desobediencia, dirigiendo la flecha que lanzó Paris a la única parte vulnerable de su cuerpo, para causarle la muerte.

Claro que, para encontrar megalómanos destacados, completamente satisfechos de sí mismos, no necesitamos recurrir a la legendaria Grecia. Tenemos personajes jactanciosos, que sufrieron verdaderos delirios de grandeza en épocas más cercanas a nosotros. Es el caso, por ejemplo de Adolf Hitler, el dictador alemán que provocó la Segunda Guerra Mundial con la invasión de Polonia en septiembre de 1939, y el aberrante déspota soviético Iósif Stalin.

Para el megalómano Hitler, los seres humanos estábamos divididos en razas y, por supuesto, la raza ‘aria’, representada básicamente por los auténticos alemanes, era muy superior a las demás. Les correspondía, por lo tanto, estar al frente de los destinos del mundo. Había también, cómo no, otras “razas inferiores”, como es el caso de los judíos o los eslavos que no tenían derecho ni a la cultura más elemental.

Es sabido que el Führer, con sus encendidas arengas, consiguió que más de tres millones de jóvenes, y otras muchas personas de reconocido prestigio, aceptaran ciegamente esas delirantes teorías y estuvieran dispuestos a dar su vida para llevarlas a la realidad y asumir después el puesto destacado que les corresponde. Y no digamos nada del genocida Stalin que, nada más desaparecer Lenin de la historia, comenzó a deshacerse de sus oponentes, enfrentando a unos contra otros, para acaparar todo el Poder  en la Unión Soviética.

Para lograr semejante objetivo, el sanguinario Stalin solía utilizar el conocido método de “dividir para gobernar”. Y cuando eso no era posible, recurría directamente a las purgas selectivas y a los inhóspitos campos de concentración o gulags. Y a la vez que se deshacía de sus enemigos políticos, intensificaba su labor para magnificar el culto a su persona y recibir cantidad de halagos y agasajos.  Como suelen hacer los líderes carismáticos, quería que se elogiara públicamente su destacada inteligencia y su bravura.

De todos modos, no debemos olvidar que, hoy día, también hay muchos megalómanos y ególatras sueltos que sienten un amor excesivo hacia sí mismos y que utilizan constantemente sus delirios de grandeza para esconder sus abundantes y escandalosas carencias con la perversa intención deslumbrar a los demás. De ahí que podamos decir, sin miedo a equivocarnos, que no hay nadie que se haya endiosado tanto en tan poco tiempo, como Pedro Sánchez, el actual presidente del Gobierno que padecemos.

Está visto que el personaje, que rige ocasionalmente nuestros destinos, carece de credibilidad. Y por si fuera esto poco, no ha sido capaz de solventar los problemas, tanto económicos como sociales e incluso sanitarios, que venimos soportando desde que aterrizó sorpresivamente en La Moncloa.  Para empezar, al presidente Sánchez le preocupan muy poco las necesidades reales, que afectan a los españoles de a pie, porque no piensa nada más que en sí mismo. Y es tan vanidoso, que solo se desvive por enaltecer su imagen y buscar la manera de eternizarse en el Poder. 

Podemos dar por hecho, que Pedro Sánchez, ‘el guapo’, no tiene más cartas de presentación, ni más activos que esa deslumbrante estampa o figura física que le ha valido ciertamente, entre otras cosas, para encandilar a mucha gente, sobre todo mujeres jóvenes y también, quien lo iba a decir, para llegar a donde llegó.

En todo caso, tenemos que aceptar que, como el atrevido Sánchez no dispone de más virtudes que su aspecto físico, no está debidamente preparado para estar al frente de la presidencia del Gobierno. Su fisionomía o empaque será todo lo fascinante que se quiera, pero solo sirve para engatusar a gente incauta y desprevenida. Y como a orgulloso no hay quien lo gane, jamás reconocerá este extremo y seguirá intentando acrecentar su estima y su popularidad, con el pavoneo que suele practicar en sus apariciones públicas, que no son muy frecuentes, porque tiene mucho miedo a las protestas.

No olvidemos que la gestión realizada por Pedro Sánchez al frente del Gobierno deja mucho que desear. Y a esto hay que agregar que está ya más visto que el tebeo. Y para colmo de males, ha abusado tanto de esa especie de triunfalismo hueco para cosechar aplausos y parabienes, que se ha ganado a pulso el rechazo unánime de los españoles. Así que  ya no puede ni salir a la calle, porque a cualquier sitio que vaya, la gente reacciona espontáneamente con toda clase de protestas y abucheos, soltando frases como esta: “¡sinvergüenza, vete de aquí1”.

 Aunque desde el Ministerio del Interior se tomaron todas las precauciones posibles para evitar hasta el más mínimo reproche, el presidente Sánchez fue recibido en Alcalá de Henares con un monumental griterío a su llegada a la XIII Cumbre hispano-polaca. Le volvió a pasar en Granada, cuando visitó los laboratorios farmacéuticos del Grupo Rovi, donde se fabrica el principio activo de la vacuna de Moderna. Y como no hay dos sin tres, se volvió a repetir la historia en Ceuta, en la visita que hizo a esta ciudad por culpa de la crisis migratoria provocada por Marruecos.

Y todos conocemos perfectamente lo que ocurrió durante la celebración de la XXIV Conferencia de Presidentes, que se celebró en el Convento de San Estaban de Salamanca. Siguiendo la pauta marcada por el programa, los presidentes tenían que acudir a la Plaza Mayor para realizar allí la correspondiente foto de familia. Y desde allí, pensaban desplazarse hasta el Convento, dando un paseo por la ciudad salmantina. Pero La Moncloa sustituyó ese paseo por un desplazamiento en coches, porque el público que se había congregado en la Plaza Mayor recibió a Pedro Sánchez, con una gigantesca bronca y, ahí es nada, llamándole “traidor”.

Y en esta ocasión, como el gabinete del jefe del Ejecutivo quería desagraviar al denostado Sánchez, eludiendo a la vez otros posibles insultos o abucheos, que los desaprensivos ciudadanos sueltan airadamente, porque están hasta las narices de las mentiras del presidente y de la pésima gestión que viene realizando. Y eso solo se consigue, previniendo esos desagradables reproches y organizando un recibimiento en olor de multitudes y con una nube de calurosos y sinceros aplausos.

Y para eso, nada mejor que llevar a Pedro Sánchez a un pueblo, no muy grande, para controlar debidamente la situación. Y se eligió el pueblo salmantino de Calvarrasa de Arriba, que tan solo tiene 600 vecinos. Y mira por donde, a pesar de las precauciones tomadas, cuando menos lo esperaban, un vecino del pueblo entró en el bar donde el presidente departía amigablemente con los suyos y le soltó a boca de jarro esta pregunta: “¿Es usted Pedro, el mentiroso?”.

Tal como van las cosas, no sé qué tendrá que hacer este advenedizo y envanecido presidente para ahorrase estos disgustos, manteniendo simultáneamente su descomedida codicia y esa escurridiza popularidad. Tendrá que terminar, creo yo, encerrado en La Moncloa, o aislado al menos en una impenetrable y protocolaria burbuja.

Al llegar agosto, como es habitual, se fue a descansar al Palacio de la Mareta, en Lanzarote. Pero esta vez, para evitar que se repitan las recientes y desagradables escenas de Ceuta y de Salamanca, el acomplejado Sánchez pidió al Ministerio del Interior que, además de las instalaciones propiamente dichas, blindaran cuidadosamente también una franja de terreno mucho más amplio que en años anteriores, alrededor de La Mareta.

Este año en concreto, las patrullas  de los Grupos de Reserva y Seguridad, desplazados expresamente  a Lanzarote con ese fin, mantienen un fuerte control policial, para que ningún vecino desaprensivo pueda acercarse a menos  400 metros del palacio vacacional y enturbie  las vacaciones de Pedro Sánchez, organizando escraches y alborotos o cualquier otro tipo de manifestación o protesta.

A estas alturas de la película, ya no quedan españoles que se dejen arrastrar por las incontables baladronadas del impresentable Sánchez. Es público y notorio que el personaje que nos gobierna es incapaz de respetarse a sí mismo, porque hace siempre exactamente lo contrario de lo que promete. Y en consecuencia, ¡qué le vamos a hacer!, ha terminado siendo el pimpampum de los ciudadanos, porque ya no cree nadie en su palabra.

En realidad, tenemos que admitir  que Pedro Sánchez es un personaje muy singular que, ha sido puesto en solfa en España, más que nada por su desastrosa gestión de la pandemia y por su manifiesta incapacidad para reactivar la economía. Y lo que son las cosas, como aquí ya no le hace nadie caso, decide  reivindicar su honor y su credibilidad nada menos que en Estados Unidos. La coartada, desde luego, no podía ser más precisa: intentaba captar inversión extranjera para España, utilizando descaradamente como señuelo, los 140.000 millones que esperamos recibir de los Fondos de Recuperación europeos.

Y emprende el viaje, sin contar prácticamente con ninguna empresa importante española. Tan solo le acompañó un grupo limitado de emprendedores que se dedican habitualmente a comercializar productos y servicios a través del uso intensivo. Y llegó a Nueva York, sin ningún plan previsto, dispuesto, por qué no decirlo, a vender la burra a quienes conocen mejor que nadie los problemas de  nuestra economía y la evidente falta de estabilidad política que padecemos por culpa de la izquierda montaraz que nos gobierna.

Y haciendo el ridículo una vez más, primero en Nueva York, y después en Los Ángeles y en San Francisco, Pedro Sánchez trato de camelar a los inversores  norteamericanos que quisieron escucharle, presentándose a sí mismo “como un político que cumple”, que “trabaja y saca medidas adelante”, mientras que “la oposición solo grita”. Y además de ofrecer insistentemente ‘seguridad’ y ‘certidumbre’  a los posibles inversores, terminó su discurso diciendo: “España es el mejor lugar del mundo para invertir”.

Pero, por lo que se ve, todo este sermón no surtió efecto, porque las obras y los milagros del fanfarrón Sánchez hace ya mucho tiempo  que traspasaron fronteras y llegaron, vete tú a saber cómo, a los Estados Unidos. Y esto fue determinante, no faltaba más, para que el fracasado  viajero volviera a España sin conseguir ni una sola inversión. Pero aún hay que añadir algo más, ya que es muy significativo que ningún medio importante de comunicación norteamericano quisiera hacerse eco de semejante viaje y que solo mereciera un par de comentarios en YouTube, y por lo que parece, fue absolutamente inoportuno, o estuvo muy mal planificado.

No obstante, es evidente que el narcisista Pedro Sánchez aprovechó esa supuesta gira americana para pasear su físico por las calles de Nueva York, Los Ángeles y San Francisco. Su oportuna aparición en el programa Morning Joe causo un verdadero furor entre las mujeres norteamericanas, llegando incluso a darle el calificativo de “hot president” y a decir que ha llegado “el nuevo superman”. Es seguro que ni un pavo real auténtico, haciendo exhibiciones apoteósicas con todo su plumaje extendido, es capaz de hacerlo mejor.

 

Gijón, 10 de agosto de 2021

 

José Luis Valladares Fernández