Fue en Inglaterra, a lo
largo del siglo XVII, cuando se sentaron las bases que hicieron posible la
aparición de la clase media. Las distintas revoluciones liberales, que
ocurrieron entonces, provocaron necesariamente el debilitamiento definitivo de
la monarquía inglesa. De manera simultánea, la aristocracia fue perdiendo fuelle
y poder, circunstancia que aprovechó íntegramente la burguesía para hacerse con
importantes cuotas de poder. Esta
continuada pérdida de influencia por parte de la aristocracia, propició la
aparición de un nuevo escenario, que supo aprovechar muy bien la burguesía para hacerse con las tierras que
se vendían.
Este proceso social continuó
desarrollándose durante el siglo XVIII, intensificándose paulatinamente a
medida que se aceleraba la embrionaria industrialización del país. Los cambios
socioeconómicos producidos precipitaron formalmente la Revolución Industrial, apareciendo
entonces la clase media inglesa. Esta nueva clase media, integrada inicialmente
por la vieja burguesía terrateniente, se desmarcó de la vieja aristocracia y
comenzó a valorar debidamente el esfuerzo personal de cada uno, el trabajo y la
sobriedad, lo que se tradujo inevitablemente en una mejora constante de su
nivel de vida.
Aunque algo más tarde, se
repitió en Francia un proceso muy similar. A pesar de su enorme arraigo, la
clase feudal no aguantó los embates de la Revolución Francesa de 1789 y
desapareció por completo del panorama social. La excesiva rigidez de la monarquía gala y su falta de
adaptabilidad a los cambios sociales influyó notablemente en el fracaso del
feudalismo francés. Después de un primer momento de desconcierto y de anarquía
absoluta, la clase burguesa comienza a llenar poco a poco los espacios que va
dejando el feudalismo. Una vez desaparecida la fiebre revolucionaria, la nueva clase burguesa se afianza
definitivamente en la sociedad francesa y termina constituyéndose en clase
dominante.
A comienzos del siglo XIX, y
en vista de los buenos resultados que estaba dando ya en Inglaterra y en
Francia, la Revolución Industrial comienza a extenderse paulatinamente por el
resto de Europa. Y como es natural, a medida que se iban implantando mejoras
progresivas en la naciente industria, aumentaban simultáneamente y al mismo
ritmo los beneficios obtenidos y, por lo tanto, el nivel de vida de los
afectados. Estas mejoras económicas y sociales son determinantes para que se
inicie también el desarrollo de la clase media. Hasta ahora, en toda Europa, incluidas Inglaterra y Francia, esta
clase media o burguesa estaba integrada exclusivamente por ricos terratenientes
que invirtieron en la industria y por personas dedicadas a profesiones
liberales u oficios no manuales.
Pero es a principios del
siglo XX cuando la clase media se remoza, al engrosar sus listas con una amplia
capa de trabajadores cualificados. Este rejuvenecimiento de la clase media fue posible
por la implantación en la industria de los métodos de trabajo ideados por F.
Winslow Taylor. Esto es: se comenzó a racionalizar el trabajo, subdividiendo
sistemáticamente las distintas tareas en otras mucho más simples. Con la
aplicación decidida de la producción en línea, la estandarización de los
productos y la automatización de las cadenas de montaje, se mejoró el
rendimiento de la mano de obra y, en consecuencia, se abarataron los costes de
producción. Esto dio lugar a una mayor ganancia por parte de las empresas y
éstas, por lo tanto, comenzaron a proporcionar a los obreros unos salarios
bastante más generosos, en consonancia siempre con la producción obtenida.
Estas mejoras salariales
dieron pie a una nueva situación económica que favoreció enormemente el
enriquecimiento progresivo de la población y una mejora considerable de sus
condiciones de vida. Esto es lo que abrió el camino para que la clase media
integrara a estos nuevos miembros procedentes del mundo laboral. A pesar de ser
tan denostada hoy por los políticos actuales,
esta clase media contribuyó claramente a la creación de riqueza, mejorando
significativamente la situación económica de toda la sociedad y, por supuesto,
a la ampliación y sostenibilidad del estado de bienestar.
Pero los políticos de hoy
día parece que se han confabulado para acabar con esa clase media a la que
tanto debe la sociedad actual. Fue José Luis Rodríguez Zapatero, el peor
presidente de nuestra historia el que inició esa guerra incruenta contra la
clase media. Contra todo pronóstico, la continuó Mariano Rajoy que, si no
cambia, terminará por hacer bueno a Zapatero. Tanto uno como el otro, con la
implicación directa de las huestes de ambos, dan muestras evidentes de que se
han conjurado solemnemente para obligar a la clase media a pagar ella sola los
desastres de esta crisis económica, agravada innecesariamente por los
despilfarros absurdos y la desastrosa gestión del Gobierno de Zapatero.
Todos esperábamos que, con
Mariano Rajoy al frente del Gobierno, revertiría esta complicada situación que
nos empobrece y que comenzaríamos a converger nuevamente con Europa. Pero, de
momento, todo sigue igual y no hay síntomas de que intente poner freno a tanto
desaguisado. Continúa nuestro desmantelamiento industrial a ritmo de vértigo,
mandando al paro a gentes que producen riqueza y, sin embargo, se da por bueno
el gigantismo burocrático que padecemos, con esa descabellada inflación de
funcionarios y trabajadores públicos, contratados muchos de ellos a dedo.
Sigue prácticamente intacto
todo el enorme entramado de entidades del más variado pelaje, creadas en el
entorno de las distintas administraciones públicas. Ahí están intactas, por
ejemplo, multitud de organismos autónomos, fundaciones, todo tipo de empresas
públicas y otras instituciones inútiles que utilizan descaradamente los partidos políticos para dar cobijo a sus
amigos, allegados y familiares. Y este es precisamente el sumidero por donde se
van, sin control alguno, cantidades ingentes del dinero de nuestros impuestos.
Y está muy claro que son los
políticos los que nos han llevado prácticamente a la quiebra y nos mantienen en
ella. Los de la clase media no han tenido nada que ver con los monstruosidades
que provocaron tan dramática situación. Lo que sí hizo la clase media, sin que
se lo tenga nadie en cuenta, es contribuir positivamente al desarrollo
económico de España y al enriquecimiento de los españoles mejorando
sustancialmente su nivel de vida. Fueron los integrantes de esa clase media, y
no los políticos, los que de verdad
universalizaron el Estado de bienestar y contribuyeron positivamente a una
estabilidad social prolongada.
Pero esto no es óbice para
que el Gobierno de Mariano Rajoy se obstine
en que sea la clase media exclusivamente la que solucione el problema exigiéndoles
sacrificios desmedidos y enormes privaciones. Ni que buscaran intencionadamente su
desaparición, al condenar a sus integrantes a la más estricta pobreza. A los
verdaderos culpables, a los políticos, ni se les toca. Conservan íntegramente
todas sus prebendas y se procura que no pierdan ninguno de sus privilegios y
mamandurrias. Las cargas y los esfuerzos impuestos injustamente a la clase
media resultan baldíos porque se empeñan en conservar intacta una estructura administrativa mastodóntica
que no podemos mantener.
El Gobierno podrá decir lo
que quiera pero, si de verdad quiere cerrar esta etapa de angustiosa penuria y
escasez, no le queda más remedio que reducir y simplificar drásticamente la estructura
del Estado Autonómico, eliminar el Senado y acabar cuanto antes con tanto
pesebre como ha habilitado la casta política. . El resultado inmediato no se
haría esperar: además de eliminar un gasto insoportable que hipoteca nuestro
futuro, recuperaríamos inmediatamente la credibilidad que no tenemos entre
nuestros socios europeos.
Barrillos de Las Arrimadas,
20 de agosto de 2012
José Luis Valladares
Fernández